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Partidos políticos
Con Rivera, también
“La autonomía es una meta que solo se puede alcanzar a través de su propia práctica”
(Castoriadis)
Durante la celebración del triunfo electoral del 28-A, el líder del PSOE Pedro Sánchez, “el renacido”, escuchó una petición coral de los afiliados y simpatizantes movilizados ante la sede de Ferraz: “Con Rivera, no. Con Rivera, no”. Un mes más tarde el CIS gubernamental publicaba un sondeo sobre posibles coaliciones de gobierno en la misma sintonía: “Con Rivera, no”. Según la muestra de la empresa demoscópica que dirige el miembro de la dirección socialista Félix Tezanos, los españoles consultados sobre la cuestión se inclinaban por Unidas-Podemos, a 5 puntos de ventaja de la siguiente opción de Ciudadanos. Todo dentro de la lógica que había presidido la motivación de la izquierda desde la aprobación de la moción de censura que acabó con Mariano Rajoy al frente del PP y del Ejecutivo.
La patriotera concentración en la plaza de Colón de Madrid y la llegada a la Junta de Andalucía del popular Juanma Moreno, gracias al apoyo directo de las gentes de Rivera y en la media distancia de la tropa de Vox, configuraron una estrategia que hizo fortuna bajo de la divisa-espantapájaros del “trifachito”, una pegatina para tildar de ultra en bloque a PP, Ciudadanos y Vox. En esas aguas han navegado confortablemente Sánchez e Iglesias, hasta el extremo de fletar autobuses en la “alerta antifascista” para boicotear la investidura del candidato del PP al podio del sevillano Palacio de San Telmo. Un gesto inédito en democracia que retrata las técnicas goebelianas de levitación de masas. Tan eficaz resultó ese trágala que no sufrió merma, rectificación o elipsis mientras el líder del PSOE pedía al “bifachito” (Ciudadanos y PP) que le avalaran para llegar a La Moncloa. Tampoco al votar más tarde junto a ambos dos en la mesa del Congreso para inhabilitar a los “diputados del procés”. Y mucho menos al unirse PSOE y UP en feliz ayuntamiento con el infame trio para impedir que los “separatistas de Puigdemont” tuvieran grupo parlamentario. Para entonces a Ciudadanos ya le habían eximido de ser el peón del Ibex 35.
Pero ahora las cosas han cambiado. Toca poder, y hay que enterrar la guerra fría que sirvió para aparentar una confrontación ética.
El ciudadano que votó creyendo un programa y unas promesas, es agua pasada hasta la próxima coyuntura. Como decía Rousseau referido a los ingleses de su tiempo, adelantados en el ejercicio del sufragio, “solo son libres en el momento de depositar el voto en las urnas”. Después, un cero a la izquierda. Activado el ritual que conduce a la suplantación del ciudadano, ya no se le necesita. Ha adquirido la condición placeba y diferida de “representado”. Que es una especie de minoría de edad política que justifica su tutela por la clase dirigente. La servidumbre voluntaria de Le Boétie. O aquello de Kant al recordar que la ilustración significa abandonar la infantilidad en el pensar y en el hacer, con la responsabilidad que todo ejercicio autónomo de libertad conlleva.
Ostrogorski y Michel, desde el ángulo experto, lo habían previsto hace un siglo. Los partidos políticos son estructuras cuya principal misión es asegurarse la supervivencia. Aparatos de poder regidos por una “ley de hierro” tendente a obtener el máximo beneficio con el mínimo coste. Calco de la operativa empresarial que induce a la vez a una clonación en la desigualdad de los ejecutantes. Como ocurre con los electores en la política convencional, sin trabajadores las empresas no funcionan. De ahí surge la necesidad de regular la relación input-output. En el plano político se formula como contrato social y en el económico como relación laboral. Derechos y deberes, pero de abajo arriba, jerárquicamente, y con el Estado como supervisor y árbitro final (Dios en la tierra). Lo que significa estar a lo que dicten las altas esferas del gobierno y del mundo de los negocios.
De ahí que el “sí se puede” alternativo sea solo un desiderátum mientras las relaciones de producción y de representación no cambien radicalmente.
El imaginario colectivo que construye la industria cultural, los medios de dominación, la gota malaya de los usos y costumbres, y los agentes de influencia habilita un régimen de mayorías en orden de subordinación. Los menos dirigiendo a los más es una realidad que define a la sociedad incivil hegemónica (neoliberal en lo económico e iliberal en lo democrático). La última crisis fue autoinflingida bajo el lema vasallo de “los grandes nunca caen”. La seguridad jurídica y la estabilidad política, tan contingentes al statu quo, son monedas de curso legal unidimensional, a favor del sistema dominante. El Bienestar decae pero el Estado persiste.
Si nosotros no cambiamos, el código fuente de la dominación permanece. La naturalidad con que se aceptan engaños del mandamás de turno (del “con Rivera, no” al emergente “con Rivera, también”) y se asimilan tropelías para trepar en el escalafón (la oposición restringida a la etapa del gobierno del PP mantenida por UP implica legitimar las “reformas” perpetradas durante la legislatura del PSOE) indica la enorme capacidad de mistificación del modelo circundante. Tropismo hacia arriba y adaptación al medio definen la realidad existente. Un camino sin retorno, como ha demostrado Pablo Iglesias al confundir la bronca, el ruido mediático, la performance vitriólica y los clichés ideológicos con la coherencia existencial. Trastorno bipolar que nubla el entendimiento y anula la biodiversidad política porque actúa con las armas y la mentalidad de adversario para teóricamente lograr algo distinto. Un oxímoron que siempre desemboca en el manido consenso antesala de la claudicación heterónoma. El desmoche es evidente. Se comienza por “asaltar los cielos” y denunciar a la casta, y se termina pidiendo participar en las migajas del poder con un asiento en el Consejo de Ministros. Sin que la experiencia delegada sirve como conocimiento. En la comunidad de Castilla-La Mancha, Unidas-Podemos pasó de ostentar una vicepresidencia primera en el Gobierno a desaparecer como partido en las siguientes elecciones. Y ello, como reconoce su purgado portavoz en esas Cortes, David Llorente, para “ser partícipe directo de las políticas antisociales y represivas del PSOE de García-Page, como la externalización de los servicios públicos, el apoyo a la minería especulativa o la ganadería extensiva de las macrogranjas o la petición de penas de penas de cárcel para los repobladores y repobladoras de Fraguas, además de guardar un clamoroso silencio ante los escándalos del PSOE como el caso Incarlopsa”.
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