Régimen del 78
Primarias subterráneas en la derecha española

La disputa, sin luces ni taquígrafos, en la “mayoría natural” en que se ha convertido desde los primeros meses de 2016 el centro-derecha y la derecha española, enfrenta a Rajoy con Rivera. El resto de aspirantes guardan sus opciones hasta después de 2020.

Soraya Saénz de Santamaría Mariano Rajoy
Soraya Saénz de Santamaría, junto a Mariano Rajoy, en el Congreso.
Pablo Elorduy
31 ene 2018 04:25

Hay un corte invisible, allí donde la calle Menéndez Pelayo, en Madrid, se convierte en Príncipe de Vergara (antigua General Mola). Es el corte en el que se termina el distrito de Retiro y comienza el de Salamanca, un distrito de clases medias y el distrito donde mantiene casa, despacho u oficina, la clase que detenta el poder. Frente al parque que da nombre al distrito, en una zona de restaurantes y bares de moda entre la emprendeduría y la riqueza madrileña, hace poco más de dos años, un frío mes de diciembre, estuvo la fotografía de Soraya Sáenz de Santamaría. “España, en la buena dirección” fue el lema con el que el Partido Popular de Rajoy obtuvo su resultado electoral más pobre desde que tiene ese nombre, en diciembre de 2015. El partido bajaba —no tanto como podía haberlo hecho– pero la vicepresidenta subía. La vice ocupaba el espacio que le dejaba Rajoy. Para ella era el futuro de la derecha y el centro-derecha español.

No, no y no. Sáenz de Santamaría ha negado otra vez estar en la carrera a la presidencia del Gobierno. Como mandan los cánones, como está escrito, la ambición tiene que ser sostenida, pero no exteriorizada. Hace dos años, su foto en los carteles electorales, alternada con la del presidente Rajoy, situó a la vicepresidenta a tres calles del primer premio. Hoy el no, no, no, indica el comienzo de la resignación. La mujer que ha acumulado más poder en la democracia representativa española —suyo ha sido el BOE, el CNI y la encomienda de la Catalunya post-155— cotiza a la baja en el complicado y subterráneo sistema de “primarias” del centro-derecha. En Catalunya se terminaron de forjar sus ambiciones y Catalunya apunta como el final de las mismas.

El 29 de enero, ayer, el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo —el año que viene cumplirá diez años en el cargo—, “desayunaba” con la prensa en Madrid. En el público, Sáenz de Santamaría y otros mandarines populares. Núñez Feijóo, otro eterno aspirante, negaba tres veces también sus aspiraciones a suceder a Rajoy, al menos antes de las próximas elecciones, sean en 2019 o 2020.

Paz entre hermanos

Hay paz (públicamente) entre los aspirantes. A pesar de que la prensa y los corrillos del centro-derecha no pierden ocasión de resucitar el rumor que coloca a Sáenz de Santamaría filtrando al grupo Prisa las fotos de Feijóo en el yate del contrabandista gallego Marcial Dorado, acatar la paz mariana es condición de posibilidad para optar a una futura sucesión, en 2020 o en 2050. La estrella emergente del PP gallego se sabe menos expuesto a la consunción que la vicepresidenta.

El “pollo de cojones” de España, en palabras de Puigdemont, es, básicamente y a estas horas de la tarde, el lío del equipo Rajoy-Sáenz de Santamaría

La otra estrella emergente del PP, la presidenta de la Comunidad, Cristina Cifuentes, está en una situación similar: que se quemen otros. ¿Para qué el plural? Que se queme Rajoy, si es que alguien lo consigue. Luego, ya veremos.

Rato reivindicado en el Congreso el poder del capitalismo de amigos inmediatamente anterior. Ricardo Costa cantando. Ignacio González y Mauricio Casals aplicando la Ley del Silencio en un careo del que solo salió perdiendo el ausente Rajoy. Pedro J. Ramírez colgando una X sobre el presidente del Gobierno en la comparecencia parlamentaria sobre la financiación irregular que mostraron los papeles de Bárcenas. Como una gota que horada la piedra, la corrupción de los populares sigue cobrándose facturas en forma de incertidumbre de sus expectativas de futuro.

La solución de Rajoy a esas incertidumbres es otra ración de continuismo. Ya es el político español con más tiempo en el Gobierno (como ministro y como presidente). La semana pasada insinuó que optará a la segunda reelección. Hasta el 2020 y más allá. Su partido lo acató (públicamente). Pero que su partido lo acate, públicamente, el hecho de que el que se mueva estará fuera —le pasó a Margallo pese a que casi ni se movió– no significa que el núcleo duro del poder acate el inmovilismo.

Últimas noticias: el poder intriga aún cuando está en su momento más dulce, el de las banderas en los balcones. Y esa intriga es tendencia en la espina que atraviesa desde Génova a Serrano, pasando por la Castellana.

Viejos hombres de Estado

Un 30 de enero de 1977, el monárquico ABC llevaba en sus páginas un anuncio publicitario del Partido Popular. El otro Partido Popular fue un producto de la Transición, y de la descocada carrera de la derecha por resituarse en la democracia, que pronto se integraría en la UCD —caballo ganador— y al que pertenecían dos miembros del grupo Tácito, un grupo de presión, impulsor del otro PP, formado por antiguos emergentes (hoy diríamos wannabes) del régimen franquista.

La historia del otro PP es una gota de lluvia más en la historia de la patosa entrada en la democracia de la derecha y el centro derecha, una breve aventura convenientemente pasada por el limpiaparabrisas de la desmemoria. En aquel efímero partido estaban dos figuras, dos hombres de Estado en el argot, que la pasada semana recuperaron relevancia pública y, sobre todo, capacidad de agencia para, si no protagonizar, al menos intervenir sobre la realidad de la derecha española. Landelino Lavilla y Miguel Herrero de Miñón, miembros del Consejo de Estado que desautorizó al Gobierno en el recurso al Constitucional para evitar la investidura de Carles Puigdemont.

Lavilla, neutralizado por Suárez vía nombramiento de presidente del Congreso (ahí le pilló el 23F), Herrero de Miñón, ponente constitucional e intrigante a favor de la “mayoría natural” de la derecha en los primeros años de la Transición o, lo que es lo mismo, a favor de la Alianza Popular de Manuel Fraga y en contra de la deriva visionaria de Suárez. De ninguno de los dos se puede decir algo más suave que que no contribuyeron a robustecer el proyecto político del posteriormente tan llorado primer presidente de la democracia representativa.

El partido naranja atiza el escenario “mano dura” contra los catalanes díscolos y despliega sin coste alguno en los medios de comunicación (incluida RTVE) su populismo recentralizador

La rentrée de dos políticos que desde los 80 han estado en las bambalinas del Régimen democrático ha señalado un límite a un PP poco acostumbrado a ellos. El dictamen del Consejo de Estado —los Lavilla, Herrero y Romay Beccaría— advierte de que puede funcionar como palanca para desatascar la sucesión de Rajoy, toda vez que el centroderecha o extremo centro, es aficionado a la conspiración y comienza a dar por amortizado a Rajoy. El Estado tiene resortes para expulsar a cualquiera que se haga redundante. 

Con su movimiento, el Consejo de Estado, sitúa a Sáenz de Santamaría ante la primera gran impugnación de la táctica desplegada bajo su batuta respecto a Catalunya. La táctica de la Brigada Aranzadi expresión del periodista Enric Juliana para definir al equipo jurídico encabezado por la abogada del Estado Sáenz de Santamaría había servido hasta ahora al propósito del Estado: fulminar la unilateralidad, impedir el “de la Ley a la Ley” que ingenuamente o por puro merchandising enarbolaron algunos de los líderes del Procés, y, colateralmente, situar a su artífice, la vicepresidenta en posiciones de sucesión. 

Tras el dictamen del Consejo de Estado que, como órgano consultivo que es, puede ser archivado en la papelera sin grandes alharacas como así ha sido, sacude sin embargo a vicepresidencia (y de paso al presidente) y da nueva munición a la esperanza de la derecha y el centro-derecha nacional-madrileño. El mensaje, otra vez, es claro y suena a añejo: el Estado fagocita y expulsa a los más virtuosos ejecutores de la ideología del estatalismo cuando ya no le sirven. Una ideología, para más señas, seguida por izquierdas y derechas desde el 78.

El “pollo de cojones” de España, en palabras de Puigdemont, es, básicamente y a estas horas de la tarde, el lío del equipo Rajoy-Sáenz de Santamaría, ya que el resto de actores del Estado mantienen, bajo la premisa de la unidad de España, la expectativa de que el conflicto con Catalunya se resuelva con más centralismo (más poder para el Estado) y sin Rajoy. Una carambola con dos bolas blancas y una naranja. Sólo la desaparición política de Puigdemont, algo que no depende del PP, puede ralentizar la operación en marcha.

El color de moda

Una vela a dios y otra al diablo. Alguien lo dijo en Twitter al saber que Ciudadanos pedía ayer más rigor en la separación de poderes por las supuestas presiones del Gobierno al Constitucional para eludir un posible rechazo al escrito en el que solicitaban la prohibición de la investidura de Puigdemont.

Al mismo tiempo, el partido naranja atiza el escenario “mano dura” contra los catalanes díscolos y despliega sin coste alguno en los medios de comunicación (incluida RTVE) su populismo recentralizador a través de la ficción de “Tabarnia”. A dios rogando y con las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado dando. 

Leer más: Los neocon ven en Cataluña una oportunidad para resurgir

Los de Rivera ganan crédito en el Madrid que se extiende desde Príncipe de Vergara hasta las torres de la Castellana a través de Velázquez, Serrano y Jorge Juan, denunciando a un Gobierno “blando”, y preparan con la ayuda de la demoscopia, el asalto a la verdadera clave del sorpasso en la derecha, las provincias con pocos escaños en juego, allí donde el PP inmóvil y neocaciquil se ha vendido como una garantía de estabilidad. Los feudos del conservadurismo clásico (y católico) a los que se agarra Rajoy. La presencia de una derecha real frente a la emergencia de una derecha sostenida desde las redes sociales y anhelada por parte del Ibex. Especialmente, dicen, por Florentino Pérez. 

Un solo ejemplo: en el Distrito de Salamanca, en Madrid, el partido naranja obtuvo en 2016 un 17,59% de los votos —lejos del PP, que obtuvo un 51%—, en Ourense los naranjas apenas pasaron del 7%. Otra forma de decir lo que es una obviedad: que es más fácil convencer a la gente que deja su llave al aparcacoches de la cafetería La Paloma en la calle Jorge Juan de que la regeneración está encauzada que convencer de lo mismo a la población que no participa en los “negocios como siempre”.

Con un conato de operación rural en marcha (¿cuánto tardaremos en ver a Rivera a lomos de un tractor?) y la maquinaria de varios medios de comunicación, especialmente Prisa, poniendo viento de cola a la Operación Naranja, la decisión del Consejo de Estado de la semana pasada, más allá de sus consecuencias reales, señala que la soterrada disputa por la primacía en la derecha y el centro-derecha, está teniendo lugar ya. Y, a diferencia de las disputas en la izquierda, centro-izquierda, para esta operación se cuenta con el control de las administraciones e instituciones del Estado y el empuje de una buena parte del establishement del foro, ilusionado con el advenimiento de un Macron español, constitucionalista y, finalmente, catalán.

Los matices serán pocos. No hay una derecha republicana significativa en el panorama (al menos no públicamente, lo que es lo mismo que decir que no la hay), Ciudadanos no pretende llevar su laicismo programático ni un milímetro más allá de donde lo dejó el PSOE de Zapatero, y la apuesta económica pasa, para todo el extremo centro y la derecha, por mantener la atracción de flujos financieros y turísticos a través de los nichos habituales (vivienda e infraestructuras de transporte y para el turismo), además de cumplir la encomienda UE en materia de déficit y de reformas a favor del llamado libre mercado (acuerdos comerciales y aumento del sector de las aseguradoras vía pensiones). Se suma que la victoria de Macron en Francia –y de su imagen en resto de Europa– muestra que el neoliberalismo puede funcionar en coordenadas populistas, una vela a dios y otra al diablo. El resto, se verá cuando se llegue al poder.

atraparlo todo

Así, el presente continuo hasta las elecciones generales de 2020 se disputa en términos favorables para lo nuevo: con el aplauso de varios medios de comunicación entre los más influyentes (descartado, por no influyente y por su apoyo a Rajoy, el que dirige Mauricio Casals); con la connivencia de “hombres de Estado” que provienen del PSOE y que no saben qué hacer con Pedro Sánchez (Rubalcaba vuelve a estar de moda, escribía este domingo la cronista de El Mundo, Carmen Rigalt, conocedora de la beatiful people) y con la confianza de que la gota que horada la piedra del PP termine de quebrar al señor X de la financiación ilegal, en palabras de Pedro J. Ramírez.

Tras la victoria de Arrimadas en Catalunya, Ciudadanos no tiene apenas nada que demostrar a la derecha y sí mucho que ganar en el centrismo que resiste en el Partido Socialista a pesar de Sánchez. Los de Rivera buscan ser el partido "atrápalotodo" para atrapar lo que realmente importa, el poder. En el caso del centro izquierda, el extremo centro y el centro derecha esa toma de poder se basa en la plenitud del Estado en todos los órdenes, empezando por el territorial.  

Las opciones de Rajoy pasan porque nada se mueva a una velocidad que no pueda controlar. Especialmente las operaciones que supongan su amortización definitiva. Tan aficionado como es, voluntariamente o no, a las tautologías, su aspiración es que se cumpla otra vez la frase de Jenofonte, “vence el que vence”. Pero la victoria sobre la obsolescencia es más difícil que ninguna otra.

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