Opinión
Primeras impresiones: la Universidad que no esperamos
Inocente, empiezo la universidad creyéndome todo lo que me han contado, pero siempre se les olvidan unos cuantos detalles que para mi no pasan desapercibidos

Son las once de la mañana y ya llevo varias horas en mi primer día de Universidad. Las facultades son grandes por lo que me cuesta situar las aulas a las que tengo que acudir. En clase me dicen que tengo que sacarme el carnet universitario para poder entrar a la biblioteca de la universidad. Perpleja me pregunto por qué necesito entrar a una biblioteca pública con identificación, ¿es que cualquier persona no puede acceder a estudiar o consultar algún manual?
Mi primer día no fue como yo esperaba, pero si quiero encontrar un trabajo decente tengo que pasar por aquí. O eso nos han contado. El edificio Quintiliano no es el que me corresponde, así que no lo conozco muy bien, en él es donde me han dicho que tengo que hacerme el carnet.
Al entrar, lo primero que me encuentro es que en medio del pasillo hay una sucursal del Banco Santander. Al ir a preguntar cuál era la cola para hacerme el carnet universitario, me indican precisamente la cola que se ha formado delante de la sucursal, no doy crédito.
Lo que empezó como una sorpresa terminó convirtiéndose en indignación al ver que, junto con el papeleo necesario para el carnet de estudiante, veo que cuelan un documento para abrirse una cuenta bancaria. Veo que mucha gente no se da cuenta y la firma. ¿Cómo es posible que se les permita tratar de engañarnos así? ¿Qué pinta un banco en una universidad pública?
Antes de llegar a la universidad, ya he tenido que sufrir la LOMCE en bachiller. También las subidas de tasas universitarias, que no me han permitido irme a estudiar fuera, ya que suponía pagar la matrícula, un piso, el transporte... Demasiados gastos. Pero tras este primer desencuentro con la universidad, he decidido informarme más a fondo. Había oído hablar del Plan Bolonia y del 3+2, las dos reformas universitarias más recientes que han encarecido el precio de la matrícula, llegando a triplicarse en tan solo unos años. Sin embargo no era consciente de lo que estas reformas suponían también en cuanto a contenidos de las carreras y el gobierno de las universidades.
Como la mayoría de la gente, tenía una visión de la universidad como un ejemplo democrático, como un templo del conocimiento y el debate... Y resulta que nada más lejos de la realidad.
No solo las clases siguen la misma dinámica de tragar lo que los profesores nos quieran soltar y vomitarlo en un examen.
Uno de sus tres órganos de gobierno es el llamado Consejo Social. Al principio sonaba bonito, ya que es el encargado de que la universidad no sea algo aislado del resto de la sociedad, una burbuja, sino que debe atender sus necesidades. El problema aparece cuando me doy cuenta de que la gran mayoría de la gente que participa en él son grandes empresarios o políticos, que tienen la capacidad de decidir qué carreras se imparten, modificar los contenidos y desde luego, lo hacen en función de sus intereses económicos. Es decir, el Consejo Social es el responsable último de la mercantilización de la educación.
Mercantilización, una palabra que había oído mil veces sin prestar demasiada atención y que aunque parezca una compleja, no significa más que adaptar las cosas a la lógica del mercado. Lo que importa no es el aprendizaje ni el desarrollo personal, si no que los empresarios puedan sacar beneficio económico, corrompiendo totalmente el sentido de la educación.
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