Estados Unidos
La izquierda en los Estados Unidos de Bernie Sanders: una revolución desde dentro

En un año de elecciones de mitad de período (mid term) fundamentales, el creciente ala izquierda del Partido Demócrata se distingue tanto por cómo se organiza como por las políticas que defiende.

Campaña de apoyo a Bernie Sanders
Campaña de apoyo a Bernie Sanders, candidato a las primarias demócratas en Estados Unidos. Foto de Paulann Egelhoff.

Escribe en In These Times y The Intercept.

Traducido por Eduardo Pérez.
21 ago 2018 05:48

En una reunión municipal televisada el año pasado, Trevor Hill, un estudiante de la Universidad de Nueva York, señaló una creciente aversión entre los jóvenes estadounidenses hacia el capitalismo. Le preguntó a la líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, si pensaba que su partido podría considerar girar más a la izquierda en temas económicos tal como había hecho en temas culturales como el matrimonio entre el mismo sexo. Pelosi retrocedió. “Tengo que decir”, contestó, “que somos capitalistas”.

Como la batalla de las primarias demócratas de 2016 entre Hillary Clinton y Bernie Sanders, el intercambio fue un encontronazo dentro de una guerra mayor por el alma del reacio partido de oposición del país.

Los debates sobre el futuro de los demócratas tienen a centrarse exactamente sobre el tipo de cuestiones ideológicas que planteaba Hill: ¿Seguirá el partido aceptando el sistema económico actual o se moverá gradualmente hacia el tipo de socialdemocracia de estilo escandinavo que Bernie Sanders esbozó en su campaña? ¿Apoyarán Medicare for All [Medicare para Todos, una propuesta para extender la cobertura sanitaria al estilo europeo], o simplemente retocarán la Ley de Cuidado Asequible [medida aprobada por Obama]? ¿Garantizarán a todos los estadounidenses el derecho al trabajo bien remunerado, o simplemente animarán a los empresarios a ofrecer más trabajo mediante subsidios?

Sin embargo, en el año de unas elecciones de mitad de período fundamentales, el ala progresista del partido se distingue tanto por cómo se organiza como por las políticas que defiende. ¿Cómo intentan conseguir sus metas políticas, y hacer elegir a más demócratas que puedan ayudar a impulsarlas? ¿Ganarán votos yendo puerta a puerta hablando con los votantes, o cortejando a donantes adinerados que puedan ayudarles a comprar anuncios televisivos? ¿Seguirán escuchando a los organizadores que iniciaron sus demandas ambiciosas y recientes, o reclamarán todos los elogios para sí mismos? ¿Ayudarán a cambiar las normas electorales que mantienen a las redes de amiguismo al mando?

Incluso cuando los rumores de una apuesta presidencial en 2020 por parte de Sanders flotan por Washington, las organizaciones que le respaldaron la última vez y surgieron de las primarias demócratas de 2016 ven que antes de eso hay que hacer mucho trabajo, y en casi todos los niveles de gobierno, para hacer realidad la revolución política con la que Sanders se comprometió.

Es decir, tanto conseguir la elección de Sanders como asegurarse de que haga algo en la Casa Blanca dependerá que tenga muchos aliados tanto en el Congreso como en los Estados de todo el país.

Esto es una buena parte de por qué grupos emergentes galvanizados por o formados directamente en la campaña de Sanders –Our Revolution [Nuestra Revolución] y Justice Democrats [Demócratas por la Justicia]— han estado intentando llevar lo que aprendieron a través de ese esfuerzo a las luchas del Congreso y las elecciones de perfil bajo, desde cómo crear potentes redes de voluntarios a cómo desarrollar campañas de base para recaudar fondos, empleando como base y a menudo trabajando con organizaciones ligeramente mayores como el Working Families Party [Partido de las Familias Trabajadoras], MoveOn.org, Democracy for America [Democracia para América], y el Progressive Change Campaign Committee [Comité de Campaña del Cambio Progresista].

Los dos grupos no están conectados institucionalmente, pero comparten un compromiso con un amplio conjunto de valores y políticas progresistas como Medicare for All.

Garantía de empleo federal

Cada vez están menos solos. Posibles candidatos en 2020 que difícilmente serían considerados como de izquierda, como Kirsten Gillibrand y Cory Booker, del Distrito de Nueva York, han apoyado públicamente una garantía de empleo federal, una demanda con raíces en el movimiento de los derechos civiles pero sobre la que durante años sólo ha hablado una pequeña parte de la izquierda.

La idiosincrasia del sistema político estadounidense convierte cualquier intento de mover el Partido Democráta hacia la izquierda una lucha cuesta arriba

Al haber ayudado la campaña de Sanders a ponerlos de relieve, hay un amplio apoyo a tales programas ambiciosos y universales, y a antiguas demandas laborales como un salario mínimo de 15 dólares. Ambiciosos demócratas que ya tienen cargo ven este tipo de propuestas como una mina de oro electoral, y el discurso sobre la comprobación de recursos para recibir ayudas públicas y un presupuesto equilibrado —un pilar de la Tercera Vía— son cada vez más raros. Candidatos para cualquier cosa, desde los ayuntamientos al Congreso, incluso están sintiéndose lo suficientemente cómodos con el clima político como para competir abiertamente como socialistas democráticos.

Las elecciones del pasado noviembre vieron a 15 afiliados de Democratic Socialists of America (DSA, Socialistas Democráticos de América) ganar escaños en 13 Estados. Entre ellos estaba el treintañero Lee Carter, quien —compitiendo como demócrata— ganó la carrera hacia la Cámara de Delegados de Virginia contra Jackson Miller, titular durante diez años. Otros ganadores incluyen concejales y regidores recién elegidos en Montana, Tennessee, Massachusetts e Idaho, respaldados por secciones locales de DSA que llevaron a cabo ambiciosos esfuerzos para captar votos puerta a puerta.

En las elecciones de mitad de período, candidatos como Kaniela Ing, un miembro de DSA que compite por el primer distrito congresual de Hawai, apoyado tanto por Our Revolution como por Justice Democrats, están esperando que la dinámica de las elecciones locales y estatales pueda traducirse a nivel nacional.

Lucha en el interior del partido

Como Justice Democrats y Our Revolution están descubriendo, sin embargo, la idiosincrasia del sistema político estadounidense convierte cualquier intento de mover el Partido Demócrata hacia la izquierda una lucha cuesta arriba, especialmente para los que actúan desde el exterior. A diferencia de las democracias parlamentarias, los partidos políticos en Estados Unidos no tienen líderes responsables de guiar la visión y estrategia electoral del partido.

En el nivel nacional, nuestras elecciones en las que el ganador se lo lleva todo significan que los terceros partidos están esencialmente bloqueados en cualquier competición significativa por el poder. Eso hace que los terceros partidos sean funcionalmente irrelevantes, y que las facciones dentro del Partido Demócrata rivalicen por influencia dentro de sus márgenes tanto acumulando apoyo público como consiguiendo la elección de candidatos que estén de su lado.

Eso significa que el partido esencialmente funciona más como una coalición que como una entidad cohesionada, abarcando a todos, desde demócratas Blue Dog (de derecha) a socialistas democráticos. Los líderes del partido son elegidos por un pequeño grupo de miembros y más que imponer líneas ideológicas establecen reglas y funciones burocráticas, al menos oficialmente.

“La tarea más amplia es construir organización política… En su mayor parte, vemos el distrito y el condado como las bases fundamentales”, explica Larry Cohen

La afiliación en el Partido Demócrata tiende a no extenderse más allá de a quién votas el día de las elecciones (si acaso) y el número de estadounidenses que se identifican con cualquiera de los dos partidos se está acercando a un punto históricamente bajo; el 42% se identifican como independientes. Por ende, la política tiende a orbitar más alrededor de individuos que sobre cualquier visión más amplia de la misión del partido.

“Los candidatos no son responsables ante nada excepto las próximas elecciones o sus donantes”, explica Larry Cohen, ex presidente de Communications Workers of America (Trabajadores de las Comunicaciones de América) y presidente del comité de dirección de Our Revolution. “La tarea más amplia”, dice, “es construir organización política… En su mayor parte, vemos el distrito y el condado como las bases fundamentales”.

Our Revolution es el resultado oficial de la campaña de Bernie Sanders, y desde 2016 ha trabajado para ayudar a que progresistas sean elegidos, a construir una red de organizaciones políticas descentralizadas y con base en lo local por todo el país, y a cambiar las a menudo arcaicas reglas con las que el partido funciona en los niveles local, estatal y nacional. Para hacer todo esto, despliegan una serie de tácticas y hacen orbitar sus actividades principalmente alrededor de sus grupos de afiliación local, que aportan un equipo callejero de voluntarios que pueden trabajar tanto en campañas temáticas como en elecciones que ven importantes estratégicamente. Cohen ve todas esas áreas de trabajo profundamente vinculadas, y se ha consternado al ver a progresistas bienintencionados priorizar el simple apoyo a los candidatos por encima de todo lo demás.

No hay garantía de que una vez en el cargo, los demócratas lo usen bien. Cohen lo llama “adicción al candidato”: confiar una fe y poder enormes en cargos electos para desarrollar una agenda progresista a pesar de no tener virtualmente ningún incentivo para hacerlo y ninguna institución preparada y con voluntad de hacerles rendir cuentas. Entre los sectores que a él más le disgusta ver caer en esta trampa está aquel en el que pasó la mayor parte de su trayectoria: el sindicalismo.

Con ciertas excepciones, dice, “el sindicalismo es responsable sólo ante sus objetivos transaccionales, y apoyará candidatos de los que piensan que son una apuesta segura para proporcionar buenos convenios y legislación, a menudo sin mirar hacia una estrategia a largo plazo. Dinámicas similares están en juego para otros grandes actores en la política demócrata, como Emily’s List [a favor del derecho de aborto] y el Comité de Acción Política para la Planificación Familiar. Dentro del ecosistema electoral progresista, simplemente no hay muchos grupos que den su apoyo basándose en una visión holística y progresista que se extienda más allá del día de las elecciones o un puñado de votos sobre temas clave”. Con más de 500 grupos locales repartidos por todo el país —trabajando con listados telefónicos, sondeos, y campañas temáticas— Our Revolution espera poder ayudar a construir eso.

El proceso no ha llegado sin desafíos. Como un artículo de Politico de esta primavera destacaba, el grupo se ha encontrado con problemas crecientes que tienen preocupados a sus partidarios. La presidenta de Our Revolution, Nina Turner, por ejemplo, puso a su asesora y amiga Tezlyn Figaro en nómina, evidentemente sin informar a la plantilla de la organización. Que Figaro tuviera antecedentes de hacer comentarios contra los inmigrantes en Fox News —que los inmigrantes estaban “viniendo al país y consiguiendo beneficios que los estadounidenses no consiguen”— exacerbó las tensiones existentes por el hecho de que Our Revolution estuviera olvidándose de los asuntos de inmigración en sus prioridades de campaña y cuentas en redes sociales.

La veterana organizadora por los derechos de los inmigrantes Erika Andiola, que había trabajado en el equipo de extensión latina de Sanders, fue despedida por Turner el pasado noviembre como directora política de Our Revolution, poco después de solicitar tiempo libre para ayudar en los esfuerzos en defensa de DACA [programa de asistencia a menores inmigrantes] que Turner no quería que se hicieran bajo el auspicio oficial de la organización.

“Necesitamos que Our Revolution exista, sea fuerte, y trabaje no sólo para que candidatos salgan electos sino para construir un increíble movimiento para Medicare for All, educación gratuita, justicia criminal, etc.”, escribió Andiola en una amplia reflexión en Facebook. “A pesar de lo que dice el artículo, se ha hecho mucho trabajo increíble a nivel de base. Pero también espero y rezo porque la organización no se olvide de los latinos y las personas indocumentadas”. Lucy Flores dejó el grupo por su falta de atención a asuntos que tienen un impacto desproporcionado sobre las comunidades latinas en Estados Unidos, y poco después de que el artículo apareciera, la inmigrante indocumentada y activista transgénero Catalina Velasquez anunció que dejaba la organización por motivos similares.

Entre otras cosas, lo que el episodio pareció mostrar fue que el movimiento aún está lidiando con asuntos que afectaron a la campaña de Bernie, incluyendo las dificultades en conectar con las comunidades de color. De hecho, es difícil imaginar a Our Revolution –o cualquier proyecto de izquierda viable— avanzando sin tomarse estos problemas en serio. Que la organización intente hacer cumplir un conjunto de valores progresista también significa necesariamente que es medida con un estándar más alto por sus aliados y por gente de la élite ávida por señalar la hipocresía.

Por otro lado, muchas frustraciones puestas de manifiesto en el artículo de Politico —concretamente por miembros del Partido Demócrata— se articulaban alrededor del hecho de que Our Revolution no hubiera respaldado a demócratas más centristas como Doug Jones, de Alabama, en elecciones especiales recientes.

Como Larry Cohen explicaba, los apoyos por parte de Our Revolution vienen a través de un proceso democrático deliberadamente pequeño —los grupos afiliados locales, incluidas algunas secciones de DSA, pueden dar su respaldo a candidatos, que a su vez pueden buscar el apoyo de Our Revolution a nivel nacional. Ese respaldo trae con él el apoyo de la considerable lista de emails de Sanders para ayudar a recaudar fondos y conseguir votos, personal que puede ayudar a aumentar la huella de los candidatos en las redes sociales y los medios tradicionales, e infraestructura en forma de marcadores automatizados de listados telefónicos, a lo que de otra manera campañas más pequeñas podrían no tener acceso.

A menudo Our Revolution se asocia con grupos que hacen trabajo similar, como su reciente asociación con el Working Families Party para apoyar a Stacey Abrams, candidata progresista a gobernadora de Georgia. Tácticas de este tipo no son nada fuera de lo normal en las campañas, aunque tanto Our Revolution como Justice Democrats tienen un lugar destacado en la movilización de base, en oposición a los anuncios de televisión y el correo masivo, lo más habitual en las campañas políticas tradicionales.

Aparte de apoyar a candidatos explícitamente progresistas, lo que realmente diferencia a estos grupos impulsores es una atención hacia la construcción institucional, sin dejar la transformación del Partido Demócrata a los candidatos y equipos de trabajadores y voluntarios que se disuelven tras las elecciones.

Tal como lo ve Cohen, una parte clave del trabajo de cambiar para mejor a los demócratas supone cambiar el gobierno del partido mismo. Igual de importante, si no más, que conseguir que sangre nueva salga elegida para cargos, dice, es desmantelar las reglas que mantienen fuera a los nuevos candidatos.

Además de su trabajo con Our Revolution, Cohen ejerce como vicepresidente de la Comisión de Reforma por la Unidad, un cuerpo dentro de la Comisión Nacional Demócrata creado para reformar el proceso de nominación presidencial y suavizar las tensiones entre los bandos de Bernie y Hillary tras las primarias de 2016.

Entre los mayores elementos en su agenda está reducir drásticamente el rol de los “superdelegados”, delegados del partido no electos —normalmente cargos demócratas, lobistas y personal del partido— que son libres de apoyar al candidato presidencial de su elección independientemente de cuántos votos consiguen.

El sistema se creó para sofocar la disidencia dentro de los propios cuadros del partido y dar a los miembros del partido una mayor participación en la nominación después de que Ted Kennedy compitiera en las primarias contra el entonces presidente Jimmy Carter. Casi 40 años después, los esfuerzos para reformar el proceso de superdelegados han obtenido apoyo de gente como Pelosi y la apuesta de Clinton para vicepresidente, Tim Kaine.

Pero no es sólo a nivel presidencial donde las reglas del partido tienen que cambiar. “Las reglas, particularmente en los estados azules [aquellos que votan predominantemente por el Partido Demócrata], van de malas a espantosas”, dice Cohen. Allí, explica, las arraigadas burocracias del partido tienen amplia influencia para decidir qué candidatos fracasan o triunfan cuando llega el día de las elecciones.

La lucha por Nueva York

Tomemos la batalla actualmente en desarrollo en Nueva York, entre el gobernador Andrew Cuomo y la aspirante desde la izquierda en las primarias, Cynthia Nixon. Para votar en las primarias de septiembre, los votantes progresistas de Nueva York registrados con el Working Families Party tendrían que haber cambiado sus registros en octubre del año pasado para convertirse en demócratas que puedan votar en las cerradas primarias demócratas del estado —algo que perjudicó a Sanders en el Estado y que también podría perjudicar a Nixon.

Muchos de esos votantes son también jóvenes, una demografía que tiende a inclinarse a favor del tipo de política abiertamente progresista que Nixon está defendiendo. Los jefes del partido en el condado en Nueva York eligen cargos interinos si un legislador estatal deja su puesto. Así que en lugares donde los demócratas teóricamente deberían ser capaces de ir más allá en un sentido progresista que sus contrapartes en otros lugares —enviando más candidatos de izquierda a cargos congresuales y ejecutivos—, las reglas del partido en general están fijadas para mantener en el poder al mismo tipo de demócratas.

Y los demócratas de la élite están perdiendo uno de los criterios que han definido como importantísimos: la recaudación de fondos. Esta primavera, por ejemplo, seis candidatos a la Cámara de Representantes que disfrutaban del apoyo del partido a nivel estatal o nacional fueron superados en los fondos conseguidos por sus contrincantes progresistas en Estados desde Pennsylvania a Montana. Buena parte se debió a la persistente recaudación de fondos de pequeños donantes por los candidatos, una técnica iniciada por la campaña presidencial de Howard Dean en 2003 y que explotó en las primarias de Sanders. Como muchas de las cosas que llevaron al equipo de Sanders a su sorprendente éxito, su estrategia en este frente descansaba en una combinación de las nuevas tecnologías y una campaña de base tradicional.

La lógica detrás de la recaudación con pequeños donantes habla de más cosas que de inteligencia financiera o comunicativa

Como los ex organizadores de Bernie, Becky Bond y Zack Exley detallan en Rules for Revolutionaries (Reglas para Revolucionarios, 2016) —en parte memorias de la campaña de Sanders y en parte una guía para la insurgencia progresista—, una campaña con recaudación de fondos de base significa tener “una base que quiera apoyarte. Si no tienes esa base, te enfrentas con dos opciones: buscar grandes donaciones de gente rica y fundaciones, o construir una base para poder buscar donaciones de pequeños donantes”. Especialmente tras el dictamen del Tribunal Supremo en Citizens United en 2010, que suprimió los límites en la financiación de campañas, la recaudación con grandes donantes se ha vuelto más importante para los candidatos de ambos partidos. Para Bond y Exley, la recaudación de fondos es más que simplemente conseguir dinero.

Las pequeñas donaciones se prepararon tanto en la campaña de Bernie que el tamaño medio de las donaciones a Sanders se volvieron un canto popular en las abarrotadas manifestaciones de la campaña: 27 dólares. “Los mensajes eran que Bernie era una apuesta arriesgada”, escriben Bond y Exley sobre la táctica de recaudación de la campaña, “y que los intereses del dinero podían ser demasiado poderosos como para vencerlos. Que de lo que estábamos hablando era nada menos que de una revolución política y que sólo funcionaría si se nos unían millones de personas”.

La lógica detrás de la recaudación con pequeños donantes habla de más cosas que de inteligencia financiera o comunicativa. Lo que la campaña de Sanders parecía ayudar a cultivar era un ethos que se había vuelto extraño en la política electoral: movilizar a grandes cantidades de gente rumbo a demandas grandes y ambiciosas. Como ellos dicen, la organización pequeña –dirigirse a electorados estrechos con un conjunto de demandas estrechas y evaluadas en las encuestas— “funciona bastante bien cuando los titulares del cargo quieren mantener el statu quo, pero no es suficiente para desafiar a la élite… mucha más gente tiene voluntad de dar un paso adelante si le pides hacer algo grande para ganar algo grande”.

Trabajando junto a Bond y Exley en esta tarea estaba Saikat Chakrabarti, el director de Tecnología Organizativa de la campaña de Sanders. En ese papel, ayudó a desarrollar parte del software que hizo que la campaña alistara enormes cantidades de donantes y voluntarios, y que aumentó rápidamente la cantidad de gente que podía participar tanto online como físicamente. Ahora él es director ejecutivo de Justice Democrats, con miras a llevar lo que aprendió a 2018 y más allá.

Justice Democrats, un Comité de Acción Política, se fundó con la intención expresa de desafiar a los republicanos y demócratas que no cumplen con los valores progresistas. “El Partido Demócrata perdió más de mil escaños durante los últimos diez años. Nuestra teoría e hipótesis”, me dice, “es que una razón fundamental de esto es que el Partido Demócrata no está defendiendo nada concreto. Pensamos que los votantes saldrán a votar por una buena política, pero no saldrán a votar por ideas o candidatos que no emocionan”.

En distritos profundamente azules (demócratas) y en aquellos que giraron por dobles dígitos hacia Trump, apoyan a candidatos al Congreso basándose en su posición sobre una serie de asuntos clave —aprobar Medicare for All, prohibir los Super PAC [grandes plataformas de recaudación], abolir el ICE [Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, encargado de la deportación de indocumentados]— y ofrecen asistencia tanto financiera como digital para ayudar a llevar gente a las urnas, de manera similar a Our Revolution.

Justice Democrats también lleva a cabo formación sobre prioridades políticas y, para el personal de campaña, sobre los entresijos de cómo impulsar y gestionar los esfuerzos de movilización del voto. Su intención es reclutar y apoyar un grupo diverso de candidatos de cualquier raza, género y edad.

Es una estrategia que ha inspirado a algunos a apodar al grupo como un “Tea Party [movimiento de la derecha del Partido Republicano] de la Izquierda”, aunque Chakrabarti señala que la comparación tiene sus límites —y no sólo por el número de donantes acomodados deseosos de respaldar el giro derechista de los republicanos—. “A nivel de estrategia electoral, estamos haciendo lo que el Tea Party está haciendo en la derecha”, dice, pero el Tea Party tiene un trabajo más fácil ya que su mensaje es de obstrucción y destrucción. Es más fácil hablar de eso. “Creo que es más difícil en la izquierda porque estamos intentando la creación de un mensaje de un futuro más grande y más inclusivo. El futuro que estamos armando tiene un aspecto multirracial… el futuro hacia el cual trabajamos realmente nunca se ha dado en Estados Unidos”.

Por esa y muchas otras razones, la tarea de mover el Partido Demócrata hacia la izquierda es enorme. Sólo ahora unos cuantos cargos electos de izquierda en lugares como el Caucus Progresista del Congreso son considerados pioneros y no sólo irrelevantes diputados —y no hay muchos de ellos—.

Hay mucho terreno que recuperar a la derecha, preparada para entregar documentación técnica y legislación tipo a los legisladores estatales y congresistas en el primer día de trabajo

Mientras los progresistas más institucionalizados dentro del amplio paraguas de los movimientos sindicales y ecologistas no han dejado de apoyar candidatos o de aliarse con demócratas, buena parte de la autodenominada izquierda estadounidense —aquellos que forman parte de los levantamientos de los nuevos y ruidosos movimientos sociales, desde el movimiento alterglobalización a Occupy Wall Street— se ha pasado el último medio siglo en la ambivalencia o la hostilidad activa hacia la idea de disputar y ganar los cargos electos.

Por un lado, esto ha sido desastroso —dejando un agujero del tamaño de un cráter en la influencia de la izquierda sobre la política dominante mientras los movimientos fetichizaban y perpetuaban su rol como outsiders consumados. Al decaer el centrismo, ahora los izquierdistas están teniendo que aprender o reaprender una forma de hacer política que podían haber puesto a punto durante décadas.

Hay mucho terreno que recuperar a la derecha, que durante décadas ha cultivado extensas reservas de candidatos y redes de think tanks, preparada para entregar documentación técnica y legislación tipo a los legisladores estatales y congresistas en el primer día de trabajo. Si la izquierda sólo ha empezado a flexionar sus músculos electorales, desarrollar la habilidad para gobernar puede resultar todavía más duro.

Pero no todo son malas noticias. Los organizadores recientemente movilizados alrededor de la política electoral y entrenados en los movimientos sociales están aplicando lecciones allí aprendidas a las competiciones electorales, y ayudando a romper una vieja división entre el “dentro” y el “fuera” de la política.

Con el protagonismo y el impulso aportados por la campaña de Sanders, demandas en las que los movimientos sociales han sido pioneros —el salario mínimo de 15 dólares, acabar con la encarcelación masiva, hacer la transición desde los combustibles fósiles— están volviéndose rápidamente dominantes en el Partido Demócrata. Ahora, los nuevos organizadores en la esfera electoral están ayudando a reimaginar no sólo las políticas, sino la misma práctica de la política. De la estancia de medio siglo de la izquierda fuera de la política electoral, puede que haya traído unos cuantos útiles souvenirs.

dissent magazine
Publicado originalmente en Dissent Magazine: A Revolution from Within. Traducido para El Salto por Eduardo Pérez.

 


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21/8/2018 21:02

KeepRolling

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#22029
21/8/2018 18:00

http://www.sinpermiso.info/textos/podemos-entender-el-populismo-sin-llamarlo-fascista-entrevista

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#22022
21/8/2018 14:20

Un medio como el salto lavandole la cara a la socialdemocracia que siempre delimito el movimiento obrero? Bochornoso, me acaba de defraudar este articulo viniendo de este medio

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#22020
21/8/2018 12:26

Como lavado de cara, para un partido muy de derechas y ojo lo que es peor muy influido por el pentagono, puede valer de cara a sus votantes. Como cambios de fondo, espero que algun dia la gente que es de izquierdas, no solo que dice serlo, empiece a entender que la politica y los hechos siempre van escindidos en nuestro modelo social, en caida libre. Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha, es un principio basico que rige a las elites en su camino a la esquizofrenia y barbarie. No hay mas alternativa que el decrecimiento que parta de la construiccion local, lo demas son fuegos fatuos, como el 15-M, podemismos, los ayuntamientos del cambio...

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Anónimo
21/8/2018 10:20

Que triste que ha esto lo llamen izquierda...

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#22019
21/8/2018 11:57

Más triste es tu ortografía

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