Violencia machista
Confinada en la violencia: “Quiero salir y rehacer mi vida”

En noviembre inició los trámites para divorciarse, en febrero presentó una denuncia por violencia de género, en marzo el decreto del estado de alarma la dejó confinada en una relación de doce años de maltrato. Él ha llenado sus brazos de moratones, la ha despreciado y es violento con sus hijos. Esta es la historia de Alicia, una mujer que está decidida a salir de una relación de violencia a quien el coronavirus obliga a esperar.

Lluvia y edificios de vivienda
Muchas mujeres tardan en verbalizar su situación de violencia de género, de hecho, la media es de más de ocho años. Álvaro Minguito

“He llegado a pensar que ojalá me hubiese pegado, porque así habría reaccionado antes”, dice Alicia. Tiene 43 años, su país de origen es latino y vive confinada con el hombre del que hace unos meses intentaba separarse.

No se llama Alicia.

Su historia de violencia de género tiene tantos años como su relación, pero llegar a esa conclusión ha sido un proceso largo. “He revisado nuestra historia y encuentro que había señales de maltrato desde el inicio”, explica. Señales que no eran constantes, que se mezclaban con momentos buenos. Pero que fueron en aumento. Estar a su lado es, dice Alicia, “una montaña rusa de emociones” en la que se puede pasar de la tranquilidad a los gritos en un momento. “No sabemos qué le va a hacer saltar o enfadar para que empiece a gritarnos; tampoco sabemos en qué momento nos tocará un golpe, pellizco o nos hará lo que él llama cosquillas pero en realidad producen todo menos risa”, relata.

Unos días después de que su marido comprara para la familia un piso que ella no había visto y sobre el que no había opinado, acudió el centro de igualdad más cercano a su domicilio. Necesitaba hablar con alguien. “Una chica me escuchó y lloré más de una hora”. Cuando le dijeron que debía acudir a un centro especializado porque se encontraba en una situación de malos tratos no lo podía creer. Firmó la autorización para ir al otro centro y allí, “en la última sesión con la psicóloga, ella me dijo ‘cuídate, quizás no te lo tomes en serio, he conocido a muchas mujeres como tú que en un momento su vida cambió para siempre y tú estás durmiendo con una bomba de relojería’”.

Empezó a percatarse de que su historia es una historia de violencia. Ella dice que “empezó a abrir la puerta”.

Cuando a Alicia le dijeron que debía acudir a un centro especializado en violencia de género porque se encontraba en una situación de malos tratos, su reacción fue de incredulidad 

“Ejerzo como psicóloga con mujeres víctima de violencia de género en Castilla-La Mancha, donde los centros de la mujer gestionan todos los temas de igualdad y violencia, por lo que, como psicóloga, veo a todas las mujeres que tienen diferentes problemas… y te puedo decir que en la mitad de las mujeres que vienen a mi consulta con cualquier tema yo detecto que están sufriendo violencia psicológica”, explica Ana Gómez Plaza, psicóloga y presidenta de la Fundación Igual a Igual.

A muchas, explica, les cuesta. Porque, pese a todas las campañas de los últimos años, pese a todo el trabajo de instituciones para concienciar sobre violencia de género, en muchas personas persiste la idea de que si no te mata o te da una paliza, no es violencia de género. “Si no te pega y está usando violencia psicológica, a veces sexual, económica… esas violencias están ahí y muchas mujeres creen que forman parte de una relación de pareja normal”, dice Gómez Plaza.

Esta psicóloga explica también por qué muchas mujeres tarden años en verbalizar o denunciar de alguna manera la situación. De media, ocho años y ocho meses, según el Estudio sobre el tiempo que tardan las mujeres víctimas de violencia de género en verbalizar su situación que ella coordinó como presidenta de la Fundación Igual a Igual, que realizó este estudio para la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género con datos de 2017.

Hay un factor, explica, que aparentemente es la edad: las mujeres jóvenes tardan menos en verbalizar su situación. Sin embargo, “creemos que no está relacionado tanto con la edad sino más con el impacto que tiene la lucha contra la violencia de género desde la sociedad, porque las mujeres jóvenes llevan años escuchando que hay salida y saben que hay recursos; se dan cuenta antes de que lo que están viviendo y responden antes”.

SEÑALES DE VIOLENCIA

El marido de Alicia nunca le ha dado una paliza pero, ahora que mira hacia atrás con otros ojos puede enumerar las señales violencia psicológica, económica y física.

La primera, la psicológica, aparece de manera constante en su relato. “Solía criticarme o hacer comentarios de burla, usaba el sarcasmo constantemente, recuerda. Durante los primeros años de relación, le decía “en broma” que recogiera cartones porque iba a dormir en la calle. Cuando estaba embarazada “me hacía comentarios de burla y me decía que era una floja”. “Se burlaba de mi forma de hablar cuando estudiaba o cuando preparaba charlas”. “Yo era la distraída, la lenta, la que no se enteraba de nada en casa”. 

Ahora se da cuenta de que durante años ha desarrollado actividades online para no salir de casa y en horarios en los que sus hijos estaban en el colegio. Cuando esto cambió porque a ella la nombraron representante de una asociación de personas de su país y pasó “de limpiar la casa a realizar eventos en una embajada”, él empezó a cargar contra ella y a recriminarle delante de los dos hijos que tiene la pareja que no cuidara de ellos.

“Mi periodo de presidencia era de dos años, pero la presión en casa me llevó a decidir renunciar para evitar más dificultades”, explica. Pese a que no finalizó su mandato, sus tareas como representante de la asociación la llevaron a tener que organizar los eventos del Día Internacional de la mujer y del Día por la Eliminación de la Violencia de Género. “Escuchar anécdotas, teorías e historias me sacudió”.

Violencia machista
Las víctimas de violencia de género en pareja denuncian pese al miedo y la precariedad

Un estudio de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género refleja que la mitad de las mujeres están en situación de desempleo o realizan trabajo no remunerado cuando dan el paso de verbalizar su situación de violencia. El 50% declara entre los motivos de no haber denunciado antes el miedo al agresor y un 54% aseguró que dio el paso porque “psicológicamente se encontraba tan mal que tenía que salir”.

Alicia reconoce ahora comportamientos de control y violencia económica. “Creí que no había control hasta que noté que al mudarnos, curiosamente, acomodó mi cajón de ropa en vez de acomodar la suya, y hubo días en que mi móvil tenía intentos de desbloqueo”, explica. Además, él controlaba sus ingresos, ya que “por una supuesta amabilidad me abrió la cuenta de banco” y tenía acceso a todas las contraseñas del ordenador que utilizaba. “También había control de gastos, pues era él quien hacía la compra y yo desconocía cuál era su ingreso, los gastos reales de casa y muchos datos. Él conocía todo lo mío… La factura del teléfono de casa así como la de mi móvil le llegaba a él y una vez me preguntó por qué había llamado a cierto número. Ahí había control”.

Pese a que no ha habido palizas, sí ha habido episodios de violencia física. “Cuando llevábamos algún tiempo saliendo y ya teníamos una relación un poco más sólida, comenzó a pellizcarme en los brazos; una vez le comenté que mi compañera de trabajo preguntó si me había pasado algo, por lo que él comenzó a pellizcarme en los riñones en verano para que no se notara”, dice. Cuando ella expresaba que le dolían estos pellizcos, él respondía sonriente: “Te lo mereces”. “Cada detalle de maltrato estaba camuflado, por eso es que en parte no lo noté”, explica.

Las bisagras de la puerta que había empezado a abrirse giraron otro poco, pero la puerta se abrió del todo cuando Alicia fue plenamente consciente de que sus hijos también estaban sufriendo esa violencia.

LOS HIJOS, FACTOR PREDISPONENTE

Como explica Ana Gómez Plaza, los hijos influyen en la decisión de denunciar una situación de violencia. Aunque tener hijos hace que las mujeres tarden más en denunciar, “cuando los hijos van siendo más mayores las mujeres toman conciencia de que los hijos están sufriendo esa violencia directa o indirectamente, y eso es un factor predisponente para pedir ayuda”.

Alicia reconoce un empeoramiento de la situación cuando nacieron sus hijos y recuerda situaciones violentas, por ejemplo, por negarse él a detenerse en un centro comercial para que ella pudiera amamantar a su hijo. Luego, “comenzaron a pasar los años y aumentaron las diferencias por cuestiones de educación, porque él quería llevar una educación en donde estaba permitido el golpe o cachete como correctivo y, para mí, eso no es una educación válida; además yo sabía que él no daría un cachete suave correctivo, sino un golpe doloroso”. Entre los peores momentos, recuerda el día en que, cuando le pidió que le hablara mejor frente a los niños, él respondió “vete a tu país”.

Ver que la violencia llegaba hasta sus hijos ha sido determinante para que ella diera el paso y, en verano, habló con una educadora social

“Cuando mi hijo tenía alrededor de los seis años comenzó a decirle “te pegaría, si no fuera por tu madre” y pasado un tiempo de repitiéndoselo, “el niño comenzó a pegarse contra la pared”.

Ver que la violencia llegaba hasta sus hijos ha sido determinante para que ella diera el paso y, en verano, habló con una educadora social. “Relaté el comportamiento de él con mis hijos y la educadora me informó que observaba violencia importante y que por el bien de mis hijos debía derivarme a Servicios Sociales. Fue otro gran golpe. De nuevo la incredulidad, la negación y la culpa me jugaban una mala pasada. Lloré mucho más que en todos los meses anteriores. Saber que mis hijos estaban pasándolo tan mal era más fuerte que todo el daño que pude haber pasado yo”.

“LA PEOR SITUACIÓN DEL MUNDO”

Cuando se decretó el estado de alarma el 14 de marzo, Alicia estaba a la espera de un juicio en el que deben decidirse los términos del divorcio. Su denuncia por violencia de género fue desestimada en un juicio rápido: “Perdí el juicio rápido porque el día que fui a denunciar todo no me había pegado ni me había amenazado de muerte, desgraciadamente, los doce años de maltrato no contaban”. 

Sus intentos de poner fin a la situación, de momento, han provocado algunos movimientos familiares y ahora conviven en el domicilio un familiar de él y uno de ella, lo que le hace sentir más segura. Dice encontrarse con fuerzas, aunque ha recurrido a la atención psicológica por WhatsApp, uno de los recursos que el Ministerio de Igualdad ha puesto en marcha en el Plan de Contingencia contra la Violencia de Género.

Sobre en qué situación deja el confinamiento a las mujeres víctima de violencia de género, la psicóloga Ana Gómez Plaza es tajante: “En la peor situación del mundo”. Gómez Plaza llama la atención sobre otra crisis, la de 2008. Entonces, las denuncias por violencia de género descendieron y hubo quien interpretó que descendía la violencia que sufrían las mujeres.

“La gente cuando cree que no tiene salida no genera un conflicto mayor”, dice la psicóloga, que considera que es muy posible que el aumento de los tiempos de convivencia derive en un aumento de los casos de violencia. Pero habrá que esperar a conocer los datos. Las asociaciones AMJE y Themis creen que muchos casos se mantendrán latentes y aflorarán cuando se alivie la crisis actual. Sí es significativo, dicen las expertas, el aumento de las llamadas al 016, como es también significativo que haya aumentado de manera llamativa el número de consultas a través de WhatsApp, un método más discreto y difícil de detectar, incluso si la mujer vive confinada con el agresor. 

Opinión
Durmiendo con el enemigo

Mujeres que no disponen de dispositivos electrónicos, que carecen de círculo social. Mujeres migrantes que han tienen lejos a sus seres queridos o que no hablan nuestro idioma... Muchas mujeres no pueden denunciar la violencia que sufren en el interior del hogar en el que hoy están confinadas. 

Pese a que se ha sentido escuchada por varias personas en su paso por varios recursos especializados, Alicia también ha sentido cómo la cuestionaban, sobre todo en el Centro de Atención a la Infancia donde de una visita para otra, explica, las profesionales que la habían escuchado sostenían la versión de su marido.

“Una parte de mí no quiere salir, porque salir es volver a los juzgados, y hay momentos en que no me veo con fuerza; estoy cansada”, dice Alicia. Pese a ello: “Quiero salir y poder transmitir al juez mi verdad. Quiero salir y terminar con esta historia ya. Quiero salir y rehacer mi vida”. Contar su historia es un deseo que se repite a lo largo de su relato. Su mayor miedo, la incertidumbre sobre la custodia de sus hijos.

En estos meses, muchos le han preguntado cómo ha aguantado todos estos años. “Él sabía manejarme bien, sabía cómo contentarme… ahora siento pena de mí misma porque veo la falta de autoestima y el poco amor propio que me tuve”. Pero, “por increíble que parezca”, dice Alicia, “este largo proceso me ha devuelto la seguridad en mí y me ha llevado a ver lo valiosa y valiente que soy”.

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