Opinión
Las locas de La Cala

Las llaman locas porque han osado defender las moreras que desde hace siglos dan nombre a su pueblo. Se enfrentaron al Ayuntamiento e intentaron buscar protección en la Justicia, que terminó considerando que talar moreras y sustituirlas por palmeras no es delito. Las palmeras, sentencia la jueza, son mucho más “idóneas” para el espacio urbano.

Escribo este artículo pensando en todas esas mujeres y hombres que, en los más diversos rincones de “este país de todos los demonios”, se empeñan en defender la vida de unos pocos árboles, a veces un solo árbol, de las máquinas que les envían políticos corruptos y especuladores inmobiliarios, con la misión de destruir mundos.

Uno de esos rincones se encuentra junto a la iglesia de San Jacinto, en Sevilla, se alza un imponente ficus, sometido a un procedimiento de apeo, que así es como llaman los técnicos indolentes y los políticos depravados, a la tala, al desalojo, desahucio y condena a muerte de los árboles que, por cualquier razón, no les interesan.

En este caso, Iglesia y Ayuntamiento actúan en connivencia y buena sintonía para perpetrar esa aberrante medida: el apeo del ficus centenario, plantado en 1913. Los vecinos encadenados para defender su árbol han ganado una primera batalla en los tribunales, que han paralizado el apeo, no sin que antes una brutal poda inquisitorial haya dejado al árbol necesitado de cuidados intensivos.

A cerca de 850 km de distancia, en el barrio de Las Fuentes, en Zaragoza, otro grupo de vecinos ha participado en un censo en el que han contabilizado cerca de 300 alcorques vacíos, muchos de ellos conservan los tocones de los árboles talados. Ahora reclaman que nuevos árboles vuelvan a repoblar las calles del barrio. Por cierto, los alcorques vacíos en Madrid parece que superan los 11.000.

A orillas del Mediterráneo, en Valencia, en la Plaza dedicada al músico López- Chávarri, en su confluencia con la calle de San Miguel, los balcones se han llenado de pancartas que piden al Ayuntamiento que no construya un edificio en mitad de la plaza, que no talen los árboles, que conviertan aquel espacio en un jardín urbano.

En el barrio madrileño de Tetuán un puñado de mujeres, con vocación de magas y hechiceras celtas, acompañadas de algún que otro hombre sensible, se han lanzado a la defensa de una morera, la morera de la calle Alberdi, amenazada por la especulación urbanística imperante. Constructores y banqueros se han confabulado por aquellas tierras para impulsar operaciones como la de Chamartín, o la del Paseo de la Dirección. Solo piensan en rellenar de cemento los solares, para luego construir nuevas viviendas de lujo, grandes oficinas y alguna que otra vivienda social de carácter simbólico, que sirva para justificar el inmenso pelotazo en marcha.

Y en Málaga se encuentran las Locas de la Cala del Moral, así las llama despreciativamente el poder político y económico instalado en el Rincón de la Victoria, no muy distinto al poder que campa a sus anchas y sin límites por toda la costa andaluza y por las playas de toda España. Locas las llaman porque han osado defender las moreras que desde hace siglos dan nombre a su pueblo. Se enfrentaron al Ayuntamiento, convocaron manifestaciones disueltas a golpes, intentaron invocar la protección de una justicia que terminó considerando que talar moreras y sustituirlas por palmeras no es delito porque, a fin de cuentas, las moreras no son especie protegida, además de que las palmeras, sentencia la jueza, son mucho más idóneas para este espacio urbano.

Estas mujeres proféticas han entendido que no hay batallas perdidas cuando se trata de hacer posible que la vida, cualquier vida, tenga una nueva oportunidad y no sea asesinada. La muerte nunca es definitiva, la vida siempre sale adelante, tal vez con otras formas, pero vida al fin. Defendiendo las 87 moreras de La Cala han descubierto que la vida es toda una, la humana, la vegetal, la de los animales, la de todas las “gentes”, animadas o no, que pueblan el planeta, a la manera en que pensaba el cazador Dersú Uzalá (el precioso libro de Arseniev, la imprescindible película de Akira Kurosawa), para quien el Sol, o la Luna, el viento o el bosque, el tigre siberiano, eran poderosas gentes que influían en nuestras vidas. Gentes que merecen respeto, cuidado, atención y defensa frente a quienes viven anclados en un pasado de destrucción.

Por lo pronto, Las Locas de la Cala acaban de presentar un libro que recopila los relatos, las poesías, los dibujos del Certamen Internacional Gloria Fuertes y el mundo de los árboles, un concurso no competitivo que convocaron recientemente. Y piensan seguir adelante. De hecho, acaban de convocar un segundo concurso para quien quiera escribir sobre los Árboles Ausentes, aquellos que fueron arrancados de nuestra existencia, de nuestros paisajes. Aquellos que fueron apeados a la fuerza de la vida.

Puede que las mujeres de La Cala estén locas y que nosotros lo estemos también con ellas, compartiendo sus sueños y sus batallas. Pero puede que los triunfadores del momento, los políticos y constructores, los realistas, los que desprecian el hoy, los que condenan el mañana, sean en realidad los que terminen siendo descubiertos, desvelados, denunciados, como irresponsables destructores de vidas y de mundos. Junto a ellas y junto a sus moreras, estamos y estaremos nosotras, nosotros, con nuestras batallas perdidas a las espaldas, con un puñado de pequeñas victorias entre las manos y la voluntad de no aceptar ninguna derrota. Nosotros, pronunciando las mismas palabras del niño de la canción Pare, de Joan Manuel Serrat, antes de que las máquinas irrumpan en el bosque para destruirlo:

Pare no, no tingueu por, i digueu que no, que jo us espero. 

Pare que estan matant la terra. Pare, deixeu de plorar, que ens han declarat la guerra. 

Archivado en: Ecología Opinión
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2/11/2022 9:09

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Javier Lopez
2/11/2022 23:27

Esas pequeñas luchas terminan por no ser tan pequeñas, porque a fin de cuentas una sola vida es todas las luchas por la vida en el planeta

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