Universidad
Unión frente a la precariedad: un nuevo pacto por la ciencia

¿Cuál es el origen del malestar que habita la carrera profesional de la ciencia y la investigación? ¿Qué podemos hacer para combatir la precariedad?

Red Universitaria por Palestina - RUxP. Universidad de Valencia

17 dic 2023 05:40

El pasado 29 de junio la mayor parte de los partidos políticos con representación parlamentaria firmaron un nuevo pacto por la ciencia que situaba a la precariedad laboral como el principal problema en la gestión de la investigación. Pero, ¿cuál es el origen del malestar que habita la carrera profesional de la ciencia y la investigación? ¿Qué podemos hacer para combatir la precariedad?

Una de las experiencias más intensas de nuestros malestares tiene que ver con nuestras vivencias sobre el fallo y el fracaso. En el libro Failurist. When Things go Awry, editado por Sybille Lammes, Kat Jungnickel, Larissa Hjorth y Jen Rae, se analizan los aspectos de clase, las consecuencias metodológicas, creativas o activistas del fallo y el fracaso en la investigación, con una perspectiva feminista. Allí podemos encontrar definiciones de fallo y fracaso como “a la vez obstáculos y lugares de movimiento”, “bloqueos y fuerzas generadoras”, “el fracaso es, sencillamente, una práctica cotidiana”. “Todo lo que se clasifica como fracaso no es ni más ni menos que un resultado”. Atendiendo a la actualidad de la crisis ecosocial, el fallo y el fracaso debemos entenderlo como sistémico y general. El fracaso se vuelve “omnipresente dentro y a través de nuestros sistemas humanos”. Así lo señala el colectivo Rebelión Científica con el lema “Unidas frente al fracaso climático”. 

Si el fallo y el fracaso son experiencias transversales, cotidianas, corrientes y compartidas, meros resultados informativos, una experiencia omnipresente ¿por qué tendríamos que cargar su significado con formas peyorativas y negativas que pueden incluso afectar a nuestra estabilidad emocional? Una respuesta aparece al asociar el fallo y el fracaso con la aspiración de control, con el comportamiento determinista o con la demanda de predicción basada en certezas absolutas. Este es el caso de, por ejemplo, el diseño y fabricación de máquinas que deben funcionar con un propósito específico y unívoco. Marina Garcés lo explica en el contexto de los nuevos marcos tecnológicos: “la capacidad de predicción de la IA es, pues, la promesa de una nueva herramienta de control que ya no es el de poder planificar futuros abiertos y alternativos, incluso en disputa entre ellos, sino el control de saber, sin margen de error, qué va a suceder”.

Eudald Espluga en No seas tú mismo asocia a los trabajadores creativos con la propia máquina productiva. “La creatividad humana es el recurso económico definitivo”, pero en los entornos laborales creativos, como el de la investigación, hemos olvidado las fábricas “porque ya hace tiempo que vivimos (y por tanto trabajamos) dentro de ella. Somos la fábrica”. La noción de “apoderarse de los medios de producción” en estos contextos es equivocada, porque “somos los medios de producción”. 

El movimiento Ciencia Crítica señalaba que a los científicos se les pide que “sean más máquina y menos persona, más instrumento y menos humanos”

Con motivo de las declaraciones políticas desde colectivos de investigación y ciencia condenando la matanza de Israel en Gaza, el movimiento Ciencia Crítica señalaba que a los científicos se les pide que “sean más máquina y menos persona, más instrumento y menos humanos”. Este pensamiento político desde la ciencia se confirmaría como un funcionamiento defectuoso de la maquinaria productiva. La recuperación de lo político en la ciencia choca frontalmente con esta forma mecanicista y productivista de entender el fallo y el fracaso. Isabelle Stengers lo define claramente en su Manifiesto por una Ciencia Slow: “Los investigadores son educados en un modo que privilegia al mismo tiempo la referencia maestra al mérito individual y la desconfianza más fuerte para con todo lo que podría asemejarse a una politización de la ciencia”.

La base ideológica por la que hoy en día sostenemos la concepción de fallo y fracaso en investigación y ciencia, y su vertiente positiva, el éxito, es la meritocracia y el credencialismo. Desde la aproximación meritocrática el éxito es una obra personal e individual. El éxito meritocrático se construye como un hecho objetivo e incuestionable, que no tiene nada que ver con la suerte (esa “O fortuna” del poema goliardo), ni se relaciona con causas externas y socialmente estructurales que quedan fuera de la propia burbuja investigadora. Siguiendo estos presupuestos, todo el personal de investigación tiene dentro de sí mismo tanto las capacidades para triunfar como para fracasar. Quienes no alcanzan el éxito, de marcado carácter competitivo y productivista, están invitados a culparse a sí mismos.

La aparente burbuja del investigador autónomo y autosuficiente en realidad queda atravesada por todo lo social y político 

La crítica a la meritocracia puede iniciarse con una frase de Víctor Erice: “No hay mayor ficción que la del yo personal”. La aparente burbuja del investigador autónomo y autosuficiente en realidad queda atravesada por todo lo social y político. Esta ficción del yo personal que hereda el ideal meritocrático sostiene un sistema que más que combatir la desigualdad, sencillamente la justifica. La meritocracia apuntala privilegios y desigualdades a la vez que explota los recursos humanos en pos de un cuestionable aumento de la productividad y la calidad. Por ejemplo, esta sería la dicotomía existente entre una financiación de la investigación basada en proyectos competitivos frente a la organizada por una financiación basal. Sin embargo, la financiación por competitividad no ha aportado indicadores que demuestren ninguna mejora de la calidad investigadora.

El camino al éxito meritocrático se construye cumpliendo con las directrices de un sistema credencialista. Dichas credenciales determinan los criterios objetivos que reconoce el sistema como méritos. La experiencia del éxito, por tanto, se alcanza en base al cumplimiento de estos méritos evaluados de forma individual. Sin embargo, la investigación y la ciencia se desarrolla por equipos humanos que no pueden atomizar los méritos aportados, ni dejan de ser deudores de apoyos vitales externos a la propia burbuja científica. Los méritos son difícilmente divisibles en parcelas unipersonales, ya que en la gran mayoría de los casos se corresponden con trabajos colaborativos de equipos de investigación complejos. Como se señala en el libro El eclipse de la atención, el elemento transversal que cohesiona la actividad creativa no es ese mérito individual, importado desde la cultura empresarial, sino la atención imaginativa formada en común. 

Michael Sandel, uno de los principales autores que analizan esta “tiranía del mérito”, señala que el prejuicio credencialista “socava la dignidad del trabajo y degrada a quienes no han estudiado en la universidad”. De la misma forma que el sistema meritocrático permite justificar desigualdades, el supuesto conocimiento experto técnico y neutral justifica limitar la acción política de la ciudadanía. La validez y excelencia de este conocimiento experto queda clasificado mediante métricas, rankings y catálogos de posiciones competitivas. Pero este tipo de clasificación construye todo lo contrario a un sistema objetivo para evaluar la excelencia, sino que desarrolla una metodología para “privilegiar una visión colonialista de la “calidad” en la educación superior”. 

Asociar el éxito con una lista de méritos, indicadores y credenciales competitivos activa toda una serie de administración burocrática que ha de gestionar y arbitrar dichos caminos hacia el éxito

El mismo sistema credencialista es el que alimenta la carga burocrática que hoy cada día satura más y más la gestión de la investigación, y que tantas organizaciones señalan como uno de los importantes problemas a resolver. Asociar el éxito con una lista de méritos, indicadores y credenciales competitivos activa toda una serie de administración burocrática que ha de gestionar y arbitrar dichos caminos hacia el éxito. 

Quizá la relación más contradictoria del sistema meritocrático provenga de su necesario vínculo con la precariedad estructural. Si el sistema meritocrático no ataja la desigualdad, sino que la justifica, la selección de una excelencia por medio de la experiencia del éxito meritocrático no ofrece un camino de ascenso profesional, sino que funciona gracias a la explotación de una base trabajadora precaria. Tal como sucede con el binomio éxito/fracaso meritocrático, excelencia y precariedad son dos caras de una misma moneda. Marta Peirano usaba la polémica levantada por las declaraciones del empresario australiano Tim Gurner para recordarnos cómo “el capitalismo requiere de la existencia de muchos trabajadores en paro, un exceso imprescindible para que el mercado pueda mantener siempre los salarios por debajo de la productividad”. En ciencia y en investigación hemos comprobado con nuestros propios cuerpos cómo ha sido precisamente durante las épocas de austeridad presupuestaria derivadas de las crisis económicas cuando los criterios meritocráticos se han vuelto más competitivos, el culto al éxito ha sido mayor y cuando los sistemas credencialistas se han apuntalado y sofisticado.  

En el sistema meritocrático el fracaso se asocia a menudo con la asunción de riesgos, con ese espíritu emprendedor y competitivo que está tan promocionado desde la cultura productivista. Desde esta perspectiva, en obras como Fail Fast, Fail Often se insiste en que el fracaso es positivo y valioso. Los fallos en el binomio éxito-fracaso meritocrático se entienden como bifurcaciones donde ha de elegirse un camino. Con esta idea de fallo se impulsa un dinamismo productivo. Estas concepciones resuenan con las propuestas de la psicología positiva (el fracaso no es más que una oportunidad) y del culto a la adaptabilidad empresarial, que Marina Garcés vuelve a vincular con el comportamiento humano-máquina al afirmar que “si no te formas continuamente, o cambias de empresa, o montas proyectos constantes … te harás rígido y dejarás de funcionar”. En el libro Failurists – When Things go Awry se resume esta ideología con una frase a modo de prospecto: “si quiero tener éxito en ____, antes debo ser malo en ____”. El fracaso también se entiende desde la esfera productivista. Podemos sacar valor de todo, incluso de nuestros errores. 

Pero, ¿es universal esta concepción del fallo y el fracaso productivista? ¿quién puede permitirse fracasar? El “derecho” al fracaso es un privilegio de quienes disponen de recursos que les permiten no cuestionar su base vital. La oportunidad de asumir riesgos y por tanto de poder fracasar no se distribuye equitativamente. En una situación de precariedad estructural el fracaso es solo la opción del privilegiado. No es la misma experiencia de fracaso la que experimenta Elon Musk al contemplar cómo explotan en el aire sus cohetes, que la persona que recibe la noticia de que no ha sido seleccionada en una convocatoria de ayudas a la contratación de personal de investigación. Ni tienen las mismas razones estructurales, ni producen las mismas consecuencias materiales en el día a día. Sin embargo, el sistema nos empuja a que evaluemos estas dos experiencias, una empresarial de capital riesgo y una vital de posibilidad laboral, bajo supuestos totalmente equivalentes. La experiencia de fracaso al no ser elegido en una convocatoria competitiva la debemos entender como oportunidad de dinamismo, o como una incapacidad personal, falta de empuje, determinación y/o esfuerzo individual. Todas ellas cualidades personales que nunca hacen referencia a cuestiones estructurales, como son la reducción de la financiación, la aleatoriedad de los criterios meritocráticos, o los conocidos problemas de la gestión y los modos de producir en ciencia asociados con la publicación de artículos en revistas privadas, entre otros motivos.  

El éxito para el personal precarizado se convierte en la única opción. Es la condición de existencia. No es un premio, no supone un extra, supone el camino que da acceso a la posibilidad laboral

La misma confusión aparece en la experiencia del éxito. El éxito para el personal precarizado se convierte en la única opción. Es la condición de existencia. No es un premio, no supone un extra, supone el camino que da acceso a la posibilidad laboral y el desarrollo de una trayectoria profesional, vinculada con tu modo de subsistencia vital. Este éxito precario es un éxito low-cost, por su temporalidad. Un éxito que de forma continua se reinicia con nuevas convocatorias ultra-competitivas cada 2-3 años. Aun así, el éxito precario lo sentimos como éxito meritocrático. Transformamos el derecho de acceso al trabajo como experiencia de éxito personal, afirmando la competitividad y la celebración individual. Lo señala Yves Citton en el libro El Eclipse de la Atención: “el objetivo que se nos impone, de forma clara unas veces y otras de manera indirecta y muy desviada, … es que todos debemos participar en la competición generalizada”. Aparecer en la lista de seleccionadas supone subsistir y dejar de formar parte de ese ejército de profesionales de reserva que tanto necesita el sistema. Marina Garcés vuelve a resumirlo perfectamente: “Quien no se adapte, cae fuera. Es el éxito disciplinario de la precariedad”. 

Precariedad y éxito emotivista se mezclan indisolublemente. Anna Hickey-Moody en Failurist. When Things go Awry nos recuerda “las reflexiones de Raymond Williams sobre las estructuras de lo emocional: lo que “se siente” a diario está forjado con cuestiones estructurales y políticas. La intersección de todo ello es nuestra conciencia”. Los anhelos, los afectos y deseos, las emociones con las que celebramos el éxito precario, o con las que nos hundimos con el fracaso, las vivimos como personales y privadas. Sin embargo, en tanto formas aisladas no activan una serie de emociones y deseos construidos colectivamente. Cada vez que se resuelven las convocatorias de RRHH con los listados del personal seleccionado, las RRSS se llenan de alegrías y frustraciones personales que no van a explicar los retrasos en las convocatorias, los incumplimientos en el incremento de las partidas presupuestarias ni el derecho a poder desarrollar una trayectoria profesional organizada, clara y previsible. Santiago Alba Rico declara: “antes no éramos dueños de nuestros instrumentos de trabajo, ahora no lo somos tampoco de nuestros instrumentos de placer”. La mayor alegría del personal de investigación precario es ser seleccionado en una convocatoria competitiva, aunque signifique continuar en una nueva fase laboral temporal y precarizada. La mezcla de estas distintas expresiones del éxito justificado como meritocrático, pero vivido materialmente como precario, impulsa efectos como el del profesional impostor, que además incluye un importante sesgo de género. Es la propia respuesta de nuestros cuerpos, que advierten de forma intuitiva las propias contradicciones estructurales del sistema y nuestra autovigilancia emocional. 

Una consecuencia de mezclar las manifestaciones del éxito y el fracaso es la confusión que se deriva entre las situaciones de inestabilidad e incertidumbre. En un reciente artículo se analiza cómo las condiciones de precariedad en la etapa de investigación postdoctoral bloquean el desarrollo de los proyectos de vida personales. La autora hace uso del concepto de incertidumbre, señalando, por ejemplo, que dicha incertidumbre es la que impide el acceso a la compra de una casa. Con el aumento de precios, la incertidumbre ni siquiera permite predecir si la compra será posible en un futuro. Sobre el texto ronda la conclusión de cómo las condiciones laborales precarias empujan hacia un futuro incierto e impredecible. De dicha lectura deberíamos entender que la situación ideal sería aquella en la que todos aspiraríamos a un futuro dotado de plena certeza. Un futuro determinista. 

Si asumimos que vivimos tiempos inciertos y complejos, la precariedad no tendrá nada que ver con decisiones políticas, el reparto y la fiscalidad de las partidas presupuestarias

Esta conclusión está basada en una elección equivocada de los términos, que no es casual. El problema no es la incertidumbre intrínseca del devenir del futuro, sino la plena certeza de la inestabilidad laboral y vital del presente. A lo que aspiramos es a una estabilidad laboral que permita acceder a las condiciones materiales que posibilitan los proyectos de vida, no a ese futuro determinista. Asociar la precariedad con la incertidumbre, algo que hoy en día podríamos plantear como un efecto intrínseco asociado a la complejidad de las sociedades actuales, reduce la responsabilidad sectorial sobre el debilitamiento general de la estabilidad vital. De esta forma, si asumimos que vivimos tiempos inciertos y complejos, la precariedad no tendrá nada que ver con decisiones políticas, el reparto y la fiscalidad de las partidas presupuestarias o del funcionamiento equitativo de los sistemas retributivos. 

Abrazar ciegamente la certeza de la inestabilidad se relaciona con asumir plenamente la adaptabilidad y el cambio. Recordemos que la concepción meritocrática del fracaso productivo funciona a través de un eje principal: el cambio es la nueva estabilidad. El fracaso ha de entenderse como un elemento activo en la cultura dinámica y adaptativa de la empresa. Sin embargo, la inestabilidad se traduce como una situación de plena certeza para el precariado, que, sin embargo, debe asimilarla como impulsora de su futuro. La confusión es total. No existe incertidumbre en la asunción plena de la inestabilidad. La inestabilidad para la clase precaria es una certeza.

La naturaleza de la incertidumbre es radicalmente diferente. Ha de entenderse precisamente como posibilidad de futuro. En el libro Militancia Alegre de Carla Bergman y Nick Montgomery se advierte como “la incertidumbre es el punto de partida [para la emancipación y la lucha por los derechos] porque la experimentación y la curiosidad son parte de lo que nos han robado”. Esta es una de las claves para desenmarañar la confusión. Asumir la certeza de la inestabilidad significa haber perdido la posibilidad de ese futuro abierto que ofrece la incertidumbre. 

Es importante señalar que lidiar con la incertidumbre es precisamente el objeto mismo de la actividad investigadora. Isabelle Stengers en su Manifiesto por una ciencia slow cita a Whitehead para recordarnos que “la tarea de una universidad es la creación del futuro. […] El futuro está cargado de todas las posibilidades de consumación y de tragedias”. Solo existe posibilidad de futuro si es una opción abierta, y por tanto incierta. Sin embargo, precisamente porque desde nuestra condición precaria estamos concentrados en sobrevivir, no podemos escapar de entender la posibilidad de futuro con comportarnos como máquinas que funcionan deterministamente para cumplir con las exigencias productivistas y el modelo de éxito disciplinario. Con todo ello no sorprende que el lema del Centro Español de Metrología, una institución encargada en definir precisiones y patrones de distintas unidades de medidas, como protocolos de calibrado de distinta maquinaria, sea “Innovando para un futuro más exacto”. 

La precariedad estructural no se explica por el devenir complejo e incierto de las sociedades contemporáneas, ni por supuestas divergencias generacionales, sino por una estructura de dominación política-económica basada en la certeza del control productivo. En el artículo Manifiesto por una vida mejor, Sarah Babiker nos recuerda como el sociólogo Jorge Moruno asocia la precariedad actual con un retorno a las condiciones de explotación laboral decimonónicas. Y el origen de ese retorno laboral, como explica Michael Sandel en La Tiranía del Mérito, no se produce por “una inadecuación de la inteligencia de los trabajadores, sino en la inadecuación de su poder”. Una vez reconocido el origen de la precariedad se pueden abrir vías de lucha, pero muchas veces estas mismas luchas acaban por adoptar los mismos preceptos del propio sistema de dominación. 

El lenguaje, como sabemos, forma uno de los territorios de estas luchas. El uso de nuevos vocabularios y jergas puede ayudar a esconder o desviar los mecanismos de explotación. La cultura empresarial usa distintos anglicismos para hablar de fenómenos como burnout, team building, onboarding, wellbeing, coaching… que lejos de ser inofensivas palabras de moda se usan como escudos que tapan otras expresiones más conocidas y crudas, como estrés, explotación, precariedad, individualismo... 

Algo similar sucede desde la contrapartida crítica. Hablamos de quiet quiting, great resignation, shit storms, … que en poco tiempo se convierten en significantes vacíos que pasamos a etiquetar como buzzwords, añadiendo otra capa más de abstracción que no consigue aterrizar sobre la problemática de nuestra cotidianeidad. En ciencia e investigación hemos saturado revistas y periódicos con denuncias sobre los fenómenos de “publish or perish”, “pay to publish”, “paper Mils”, “predatory Journals”, “highly cited researchers”, “phantom references”, “shadow CV”, o incluso de “fake Science”, entre otros términos. Las revistas científicas más prestigiosas y deseadas dentro del propio sistema de producción meritocrática son también impulsoras de estas mismas críticas. Las propias Nature y Science se hacen eco de los grandes problemas éticos que se asocian con la evaluación de los currículos al peso de la producción, o como este sistema productivista ataca precisamente a la replicabilidad científica que hoy ya podemos medir incluso como aumento en la cantidad de trabajos científicos retractados. 

Como ocurría con la experiencia del fracaso, también debemos preguntarnos por quién puede permitirse el privilegio de denunciar las dinámicas de la precariedad y qué conseguimos con ello

Esta denuncia y visibilidad de la precariedad puede resultar necesaria para señalar el fraude y el lado más oscuro del sistema productivista en la ciencia. Pero, como ocurría con la experiencia del fracaso, también debemos preguntarnos por quién puede permitirse el privilegio de denunciar las dinámicas de la precariedad y qué conseguimos con ello. Irene Ortiz Gala responde a esta pregunta a través del pensamiento de Susan Sontag, recordándonos que “la exhibición del sufrimiento ha de ir acompañada de un intento de movilizar la conciencia porque, si no, produce un efecto anestésico y acabamos percibiendo “hermosa la miseria humana”. Eudald Espluga describe extensamente en su libro No seas tú mismo esta tendencia a la “romantización mediática de la vulnerabilidad y la inestabilidad”. 

Todas estas señales de alarma entre la necesaria denuncia, la respuesta y la movilización crítica y esta absorción por el propio sistema de dominación, bien las podemos entender como producto de la disonancia existente entre el binomio éxito-fracaso meritocráticos y la realidad cotidiana de habitar los éxitos y los fracasos. Elisa Coll, entrevistada por la propia Sarah Babiker, afirma que los resultados son “lo único que las narrativas de éxito y fracaso dejan ver, […], pero nunca se habla de cuáles son los caminos que recorremos las personas y en compañía de quién”. Esta afirmación que posiciona un origen material de nuestras acciones sobre la cotidianeidad, el día a día de nuestras prácticas, precisamente recupera el debate sobre las metodologías de investigación y de la ciencia, más allá de la competición por sus productos. Es la vía para volver a hablar sobre cómo construimos y formamos conocimiento robusto. Así lo declara Jesús Vega Encabo en el libro Ciencia, Tecnología y Sociedad, editado por Eduard Aibar y Miguel Ángel Quintanilla: “no hay nada especial respecto a los conceptos de la ciencia que no esté ya en los conceptos de la vida cotidiana”.   

El artículo de Sarah Babiker y Elvira Megías viene subtitulado con un guiño famoso: “¡Víctimas del régimen del demasiado, uníos!”. Más allá de la cita al popular texto de Marx y Engels, esta declaración asume una toma de acción. Una exclamación que exige materialidad vivida como pies que andan. Un grito que implica conciencia, pero, como advierten Carla Bergman y Nick Montgomery, también implica confianza y alegría como capacidad de afectar en común. Son esos pasos andados en el día a día los que han conseguido que los sindicatos de investigación predoctoral y postdoctoral aumenten su representación en los últimos años. Un aumento y refuerzo de la organización colectiva que no busca ni victimizarse, ni nadar en las confusas aguas de la hedonia depresiva, sino consolidar derechos participando en la acción política colectiva que define los contextos de la ciencia y la investigación. 

En nuestro país, el pasado 29 de junio se produjo el acto de firma pública del texto Nuevo Pacto por la Ciencia, impulsado por la coordinadora estatal Marea Roja de la Investigación. Un pacto firmado por la mayoría de los partidos políticos. El texto, de acceso abierto, aborda cuatro pilares fundamentales como recetas para combatir la precariedad laboral en ciencia e investigación: el diseño y desarrollo de las trayectorias laborales y los estatutos para todo el personal de investigación, incluyendo al personal técnico y de gestión; la reducción de la burocratización y la cultura credencialista asociadas al sistema meritocrático; la apuesta y la consolidación de programas y protocolos que apuntalen una ciencia responsable, en base a criterios de transparencia, integridad, diversidad y complicación; y un compromiso por el aumento del presupuesto de la ciencia e investigación al 3% del P.I.B. durante la actual legislatura. Estas medidas, firmadas por los representantes políticos y por más de 40 organizaciones de representación del personal de investigación, suponen la base para abrir próximas negociaciones con todos los agentes y actores políticos del SECTI (Sistema Español de Ciencia, Tecnología e Innovación). 

Como señala Elisa Coll en su entrevista, “la ansiedad de la precariedad es un goteo lento”. Pero también advierte que otra forma de entender y habitar el fracaso enlaza las pequeñas cosas del día a día con nuestra frustración precaria, así como con nuestros éxitos colectivos. Frente al binomio del éxito y el fracaso individual, existe espacio para estos otros éxitos y fracasos colectivos que solo un futuro incierto permite imaginar.

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