Opinión
Capitalismo racial y la batalla de los esencialismos: la industria editorial

En la industria del libro nos encontramos con que en Estados Unidos del total de autores solo el 6,28% de ellos eran personas negras para el 2020 según cifras de Wordsrated, siendo la población negra del país el 12% del total.
10 abr 2024 08:26

El otro día tuve la oportunidad ver la película American Fiction en la que Jeffrey Wright ofrece un notable trabajo a la hora de interpretar a un novelista negro estadounidense que se encuentra en la coyuntura de tener que encajar en las demandas editoriales marcadas por los estereotipos y los esencialismos raciales.

La película abarca un tema de lo más interesante y pertinente que nos puede ayudar a reflexionar sobre el campo de los esencialismos y los encasillamientos en un mundo marcado por los cajones raciales en los que se aglutina a los diferentes grupos poblacionales marcados por un capitalismo racial que hace de la distribución racializada de la mano de obra una de sus principales correas de funcionamiento.

En esa distribución que da forma a la composición racial de los organigramas de las diferentes industrias, la película nos muestra un mapa del mundo literario, de sus directivos, del mercado de los premios, de sus escritores, representantes, etc. Industrias como las de la literatura que son dominadas por personas blancas como principales directores del conjunto de conglomerados editoriales y que beben de las demandas de los lectores blancos pensados como los principales consumidores de lectura y, por lo tanto, como aquellos a los que se debe nutrir sus demandas, gustos y necesidades.

Vincular de forma constante, mediática y esencialista a la población negra con la pobreza hace que se cree una percepción de inmovilidad, de que es una condición natural que no puede ser cambiada

Son en esas demandas en las que se centra una parte de la película, y que tienen que ver con lo que es considerado como la literatura que debe tratar sobre las personas negras como sujetos homogéneos que comparten origen y futuro, del que no pueden escapar. Se desarrollan a partir de enfoques liberales de lo que representa el racismo a nivel individual y que no tocan o señalan las bases estructurales de un sistema que está por encima de cada una de esas historias que ya pueden ser de superación personal, o de la porno miseria-racial, pero que rara vez son expuestas como marcos de un sistema determinante como consecuencia de un proceso histórico concreto.

Vincular de forma constante, mediática y esencialista a la población negra con la pobreza hace que se cree una percepción de inmovilidad, de que es una condición natural que no puede ser cambiada. Se proyecta y asume que ello responde a la consecuencia natural de las personas negras de vivir en peores condiciones, de estar vinculadas a procesos trágicos, mientras que se explotan estos relatos como un recurso constante para conmover a las poblaciones blancas. Como explicaron Richard Jean So y Gus Wezerek en su artículo “Just How White Is the Book Industry?” esto ya se señalaba hace décadas en el ensayo de 1950 de Zora Neale Hurston “What White Publishers Won’t Print” cuando denunciaba cómo las personas blancas no podían concebir a las personas negras al margen de los estereotipos raciales y por lo tanto, dentro del mercado, los editores buscaban vender libros a partir de explotar esos estereotipos alimentando las expectativas de los lectores blancos.

Al final se alimentan por los mismos esencialismos negativos, paternalistas o exotizantes que reducen las experiencias de vida por un lado, y las capacidades humanas por otro, a campos marcados por moralismos invisibilizando que las condiciones estructurales no son esencialistas, sino que por el contrario pueden y deben ser cambiadas. En un ejercicio opuesto, los esencialismos son constantemente reforzados por la demanda del consumo blanco y del productor que pone el capital (también blanco) invisibilizando los elementos materiales e ideacionales que perpetúan tales condiciones.

Así, es habitual encontrarse con narrativas que relacionan constantemente, desde un plano hasta biológico, a las personas afrodescendientes con la pobreza, el deporte, el baile, la música e incluso con procesos deshumanizantes y exotizadores sobre la hipersexualidad. En definitiva, esencialismos que perpetúan estereotipos, imaginarios y refuerzan ideologías que se traducen en políticas, reformas, normativas, protocolos y en el sostenimiento orgánico de un modelo que sitúa unos cuerpos por encima de otros.

La esencialización constante de las personas negras en negativo viene de la mano del desarrollo de un esencialismo blanco en positivo

La construcción y definición de estos estereotipos que viene de un proceso histórico cambiante, y que no ha sido arbitrario o inocente, está determinado por una doble vía, es decir, la esencialización constante de las personas negras en negativo viene de la mano del desarrollo de un esencialismo blanco en positivo. Esencialismos que han situado históricamente a las poblaciones blancas en los campos del saber, lo intelectual, lo formal, lo civilizado, lo humano y racional del que han sido desprovistos el resto, y por lo tanto se auto sitúa, y así se justifica, en las posiciones de poder y de control hegemónicas.

La reducción constante a cuerpos que bailan bien, que son buenos en los deportes, en la cama, también ha servido para alimentar la sobre explotación de la mano de obra y el extractivismo intelectual en industrias como el deporte o la música donde los trabajadores racializados suponen porcentajes sobre representados pero cuyas industrias siguen siendo capitalizadas por hombres (y cada vez más mujeres) blancos.

Nuevamente en la industria del libro nos encontramos con que en Estados Unidos del total de autores solo el 6,28% de ellos eran personas negras para el 2020 según cifras de Wordsrated, siendo la población negra del país el 12% del total. Pero lo que determina quizás aún más la distribución racial desigual en la industria es la sobre representación de las personas blancas en los puestos directivos de las empresas más importantes del sector, tal es así que como señalaban Richard Jean So y Gus Wezerek los directores de las cinco principales editoriales del país son blancos.

Al final, la mayoría de los que eligen lo que es publicable son personas blancas, los datos reflejan que el 83,2 % de los editores en Estados Unidos eran blancos para el 2021 frente al 5% de editores negros . Es decir, gran parte del contenido de autores negros sigue teniendo que ser validado por personas blancas lo que tiene un reflejo en el contenido de lo que se termina por publicar y que a la vez se nutre de los imaginarios y las necesidades de mercado establecidas por la blanquitud en la que se socializan. En este punto, la editora afro estadounidense Tracy Sherrod llega a señalar en el artículo del New York Times “‘A Conflicted Cultural Force’: What It’s Like to Be Black in Publishing” que dado el contexto donde se vende determinado contenido catalogado como negro hay editores blancos que buscan cumplir una cuota negra de autores porque les reporta un beneficio económico. Al final, las personas blancas siguen poniendo su sello en las obras de autores y autoras negras.

 A las personas afrodescendientes solo se les invita a hablar o se les considera voces autorizadas de “sus temas” que se reducen al racismo, migración, deporte, y esas otras “cosas de negros”

Este tipo de esencialismos que reproducen constantemente tesis genetistas o biologicistas, y que desconocen o simplemente niegan los elementos cultural y materiales, refuerzan muchos de los imaginarios que son pilares ideológicos del funcionamiento orgánico del racismo y su constante reformulación. Otro ejemplo de ello, es el de negar a las personas negras la capacidad de análisis o de tener algo relevante que enunciar sobre los diferentes temas que afectan a la sociedad. Así, nos encontramos, que a las personas afrodescendientes solo se les invita a hablar o se les considera – esto es algo reciente- voces autorizadas de “sus temas” que se reducen al racismo, migración, deporte, y esas otras “cosas de negros”. Pero su opinabilidad, como algo que precisamente denuncia de forma recurrente la periodista Lucia Mbomio, escapa de ser tenida en cuenta sobre del resto de áreas de lo político, económico, social, o cualquier otro tema relacionado con la vida cotidiana de las personas.

Dicho esto, no es cuestión de criticar el esencialismo per sé, y la crítica o señalamiento que se hace por ejemplo de determinados antirracismos como esencialistas desconoce que prácticamente cualquier lucha política se significa muchas veces a partir de determinados esencialismos. Frente al ejercicio constante que realiza la blanquitud de esencializarse en positivo, y como respuesta a la construcción negativa histórica de la negritud, es evidente que puede darse una tendencia, y que puede ser instrumentalizada, por parte del antirracismo de rescatar elementos políticos, culturales y sociales que se esencializan después de siglos de expropiación y demonización. El problema, que creo importante señalar, es la comercialización de ese esencialismo y como enriquece a los de siempre, propietarios blancos, así como a determinadas burguesías negras que buscan modelos alternativos de capitalismo negro. El punto es romper con el negocio de lo “negro” para blancos y negros capitalistas. Y frente a ello, qué duda cabe que un paso interesante está en la necesidad de editoriales independientes, antirracistas y sostenibles que no se vean sometidas por las demandas del mercado y consumo blanco y burgués. Porque no sé si existe lo que se denomina como “la culpa blanca” a la hora de consumir estos productos, pero sí que existe el enriquecimiento blanco como parte esencial del capitalismo racial, y está ampliamente documentado.

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