Estados Unidos
Trump, tras los pasos de Bush (y II)

El magnate-presidente ha puesto al frente de la CIA, de la Seguridad Nacional, del Pentágono y de la Secretaría de Estado a varios de los protagonistas del plan de torturas y de ‘Guerra contra el Terror’ durante la era Bush.

Bush Trump
El expresidente George W. Bush y el actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump.
20 jun 2018 06:00

“Hace tan solo 24 horas que he estado hablando con la gente en los niveles más altos de Inteligencia y les he planteado la pregunta: ‘¿Funciona de verdad la tortura?’. Y la respuesta fue: ‘Sí, absolutamente’”. Palabras de Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, en declaraciones a David Muir, el presentador de World News Tonight de la cadena estadounidense ABC News. Fue el 25 de enero de 2017, cinco días después de ser nombrado nuevo inquilino de la Casa Blanca.

El periodista lo había entrevistado un año antes y el entonces candidato presidencial republicano había asegurado que si llegaba a la presidencia reabriría las cárceles secretas de la CIA, llenaría de presos Guantánamo y se restauraría la tortura a los prisioneros, supuestamente abolida durante la era Obama.

Estados Unidos
Trump, tras los pasos de Bush (I)

El apoyo total a Israel y a Arabia Saudí; el recrudecimiento del acoso a Irán; la ruptura de acuerdos internacionales; el refuerzo del poder militar y la recuperación de personajes clave de la ‘guerra contra el terror’ parecieran querer concluir la obra inconclusa de Bush.

David Muir insistió sobre el tema: “Usted ahora es el presidente…”. Y el ya presidente de Estados Unidos le respondió: “(…) Cuando ISIS [Estado Islámico, o Daesh] hace cosas que nunca nadie había escuchado desde épocas medievales, ¿debo preocuparme tanto por el waterboarding [submarino]?”.

Trump dijo en esa, su primera entrevista, que aceptaría el criterio que tuvieran sobre el tema el general James Mattis (secretario de Defensa) y Mike Pompeo (entonces director de la CIA y actual secretario de Estado), sin olvidar añadir una coletilla que sonó a burla: “Siempre respetando la legalidad, claro”.

Cuando hace un año y medio Trump hizo esas declaraciones en Estados Unidos volvió a los principales medios de comunicación un debate que parecía ya superado. ¿Es eficaz la tortura? ¿Es legítimo torturar a un prisionero? Un debate que adquirió gran intensidad tras el 11-S y años posteriores, cuando se fue conociendo que la tortura sistemática con los prisioneros de guerra de Estados Unidos en Afganistán, Irak y otros países, era parte esencial de esa mal llamada ‘Guerra contra el Terror’ lanzada por George W. Bush desde pocas semanas después de los atentados terroristas en EE UU.

En aquellos años, como en el año pasado nuevamente, participaron del debate tanto agentes de los servicios de Inteligencia, militares, jefes policiales, congresistas o juristas, como médicos, psicólogos y un largo etcétera de personajes implicados de una u otra forma en el tema.

Llamativamente, buena parte de la polémica se centró en la eficacia o ineficacia de la tortura, acerca de si una persona sometida a tormentos de todo tipo —al ‘submarino’, semi ahogo con grandes cantidades de agua vertidas incesamente al prisionero con la boca abierta; a fuertes descargas eléctricas; brutales golpizas; violaciones; mutilaciones, etc.— termina declarando la verdad o dice cualquier cosa con tal de acabar el suplicio.

¿Y a qué tipo de prisioneros se le podría aplicar la tortura, según sus defensores?: a los terroristas. Pero ¿quién es terrorista?, se preguntaban otros. Algunos recordaron que en los años 80 Osama bin Laden y sus mujaidin eran aliados de EE UU y Europa en la lucha contra las tropas soviéticas en Afganistán, al punto que Ronald Reagan los comparó con “los Padres Fundadores” de EE UU y los calificó de “luchadores por la libertad”, pero sin embargo luego crearon Al Qaeda y pasaron a ser enemigos acérrimos de Occidente, los malos malísimos de la película.

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Otro tanto pasó con Sadam Husein, que de ser en los años 80 un aliado clave de EE UU para lanzar una guerra devastadora de ocho años contra la naciente revolución islámica de Irán, pasó a ser a partir de los 90 un enemigo a abatir con la mayor maquinaria bélica desplegada desde la II Guerra Mundial.

Y así sucedió con muchos más amigos-enemigos de EE UU según las épocas. El Congreso Nacional Africano (CNA) de Nelson Mandela fue considerado también durante décadas como una organización ‘terrorista’ por Estados Unidos y muchos de sus aliados…

El debate sobre la tortura se centró sobre su eficacia o ineficacia, no desde el punto de vista de la ética, la moral, los derechos humanos

Solo una parte de aquellos que más intervinieron en esa polémica sobre la tortura tras el 11-S, reavivada en 2017, abordaron el tema desde otra óptica, desde un punto de vista ético y moral, condenando la flagrante violación de los más elementales derechos humanos que supone la tortura física y psíquica de una persona.

Fueron muchos los congresistas que defendieron los eufemísticamente llamados “interrogatorios coercitivos”, para “casos excepcionales”, pero no solo provenían de las filas republicanas, sino varios también del Partido Demócrata. Y a su vez en las filas republicanas tanto en aquellos primeros años del siglo XXI como a inicios de 2017 cuando se reavivó la discusión, hubo una voz que se distanció rotundamente de los defensores de la tortura: fue el senador senior John McCain, que combatió en la Guerra de Vietnam, estuvo prisionero durante cinco años y sufrió torturas.

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La población de Estados Unidos, nada acostumbrada a ser afectada en su propio territorio por los efectos de las guerras mundiales ni por atentados terroristas, se vio conmocionada por el 11-S y poco después de esos atentados compró rápidamente el mensaje de la batalla de “el Bien contra el Mal” de Bush. Una encuesta de la CNN mostraba en los días posteriores a los ataques terroristas que el 45% de los entrevistados no veían mal el uso de la tortura con los terroristas.

Cómo podría extrañar que siendo la postura del propio presidente de Estados Unidos favorable al uso de la tortura terminara nombrando para algunos de los principales cargos de la Defensa, Inteligencia, Seguridad y Política Exterior a algunos personajes de la era Bush que tuvieron gran protagonismo en esa Guerra contra el Terror. Con la llegada de Obama al poder y sus promesas de cerrar Guantánamo y las cárceles secretas de la CIA, de acabar con los secuestros y traslado de prisioneros en aviones camuflados de la CIA y de abolir la tortura a los prisioneros, muchos creyeron que se acababa definitivamente esa otra página oscura del pasado de Estados Unidos.

Se equivocaban, la Guerra contra el Terror suavizó e invisibilizó varios de sus métodos y la llegada de Trump al poder los ha vuelto a poner sobre la mesa de operaciones de la CIA y el Pentágono.

Un Gabinete de ‘halcones’

Tras los muchos cambios de miembros de Gabinete y cargos de confianza en este año y medio al frente de la Casa Blanca, Trump ha terminado rodeándose de un equipo que no deja lugar a dudas de que la Guerra contra el Terror volverá con virulencia.

Al frente de la poderosa Secretaría de Estado, de la política exterior de EE UU, ha puesto a un verdadero halcón, a Mike Pompeo, exdirector de la CIA. Como secretario de Defensa (jefe del Pentágono), ha nombrado al general James Mattis. A cargo de la CIA, ha puesto a la primera mujer en ocupar ese puesto, a la hasta hace poco directora adjunta y espía durante cuatro décadas Gina Haspel.

Para completar el elenco Trump nombró como consejero de Seguridad Nacional a John Bolton. Ese cargo supone ser el principal asesor del presidente de EE UU en temas de política exterior, seguridad y planes estratégicos, y quien dirige el Consejo de Seguridad Nacional (NSC), órgano en el que participan el vicepresidente, el secretario de Estado y el secretario de Defensa.

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John Bolton, el más peligroso

John Bolton es el tercer consejero de Seguridad Nacional que nombra Trump desde que llegó al poder pero, sin duda, el más peligroso de todos, tal vez el más peligroso para la paz mundial de todo el equipo actual del magnate-presidente.

Cuando se conoció su nombramiento el exjefe de los letrados de la Casa Blanca en la era de Bush junior, Richard Painter, dijo en un tweet: “John Bolton de lejos es el hombre más peligroso que hemos tenido durante los ocho años de la Administración Bush”.

El columnista George F. Will, de The Washington Post tituló un artículo de opinión el marzo pasado “El segundo estadounidense más peligroso”, argumentando sólidamente ese título.

Bolton, sin ser de origen judío —pertenece a la iglesia luterana— es miembro del AIPAC (American-Israel Public Affairs Committee) y participa activamente en el JINSA (Jewish Institute for National Security Affairs) y en el CPMJO (Conference of Presidents of Major Jewish Organizations), al igual que en think-thanks ultraconservadores como el AEI (American Enterprise Institute), y por supuesto en la poderosa National Rifle Association.

El actual responsable de la Seguridad Nacional es quien tras el 11-S teorizó la existencia de un “eje del mal” y aseguró que Irak tenía armas de destrucción masiva

El nuevo consejero de Seguridad Nacional participó en la Administración de Ronald Reagan como en la de George Bush senior, pero su protagonismo principal lo tuvo durante la Administración de George W. Bush (2001-2009). Bush junior lo nombró en 2001 subsecretario de Estado para el Control de Armas, periodo en el que teorizó la existencia de un “eje del mal” integrado por Corea del Norte, Irán e Irak. Desde esa época —y hasta el día de hoy— comenzó a defender la tesis de los “golpes preventivos” contra esos países, teoría que terminarían abrazando tanto Bush como sus aliados Tony Blair y José María Aznar.

Bolton amplió luego esa lista incluyendo a Siria e incluso a Cuba, acusando al Gobierno de Fidel Castro de desarrollar un programa de armas biológicas. En un discurso ante el think thank conservador Heritage Foundation aseguró en 2002 que el programa cubano estaba muy avanzado y que había exportado incluso su tecnología a terceros países.

Esta fue la respuesta de Fidel Castro a su acusación: “Si un científico cubano perteneciente a cualesquiera de nuestras instituciones biotecnológicas hubiera estado cooperando con cualquier país en el desarrollo de armas biológicas, o hubiese intentado crearlas por su propia iniciativa, sería sometido de inmediato a los tribunales de justicia como un acto de traición al país”. 

Expertos estadounidenses en el tema refutaron también ante el Congreso la acusación de que el régimen de Sadam Husein contaba con armas de destrucción masiva. Tiempo después se conocería que Bolton amenazó a los peritos y a miembros de los servicios de Inteligencia con arruinar sus carreras profesionales si se atrevían a aportar alguna prueba que desmontara su acusación de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak

De hecho, al ser en ese momento el principal responsable en el tema de las armas de destrucción masiva por su cargo de subsecretario para el Control de Armas, es considerado el principal impulsor de esa teoría con la cual Bush y sus aliados justificarían en 2003 el inicio unilateral de la guerra contra Irak desoyendo el criterio de los más de mil expertos de la ONU que estaban sobre el terreno, y en contra de la postura del propio Consejo de Seguridad.

A diferencia de Bush, Blair y Aznar que años después de iniciada la guerra de Irak terminaron por reconocer que no existían las armas de destrucción masiva, que había sido un “error” de los servicios de Inteligencia, Bolton siguió teorizando que sí las había y reivindicando, cientos de miles de muertos después, que la invasión y la guerra fueron justas y justificadas.

Shaul Mofaz, ministro de Defensa de Israel entre 2002 y 2006, aseguró en un simposio organizado por el diario Yeditot Ahronot que cuando Bolton era embajador de EE UU ante la ONU intentó convencerlo para que Israel atacara a Irán.

Irán sigue siendo una obsesión para Bolton, como Corea del Norte.

A fines de abril pasado Bolton hizo sonar todas las alarmas del régimen de Pyongyang cuando en una entrevista con Fox News dijo que Estados Unidos estaba pensando en aplicar a Corea del Norte el “modelo libio” para su desnuclearización.

El consejero de Seguridad se refería al paquete de medidas que EE UU impuso al coronel Muamar el Gadafi en 2004 para levantar las sanciones contra Libia, por el cual el líder libio tuvo que enviar a EE UU todos los equipos y componentes con que contaba para desarrollar un programa de armas de destrucción masiva para que fueran destruidos.

La cúpula del régimen norcoreano recordó qué pasó años después de aquel “abandono voluntario” del programa nuclear libio con el coronel Gadafi. Siete años después de aquella negociación y tras ser reintegrado en la comunidad internacional, las protestas populares contra su régimen derivaron en una guerra en la que EE UU, Francia, Reino Unido y otros países europeos participaron activamente tanto política como militarmente, desembocando en su derrocamiento, linchamiento y muerte sin juicio.

Libia, desangrado por las luchas internas de sus numerosas tribus y por la injerencia de potencias extranjeras, es hoy un país fuera de control, un estado fallido.

La sola mención del “modelo libio” causa por lo tanto con razón pavor en el régimen del Corea del Norte.

‘Perro Rabioso’, el jefe del Pentágono

Pareciera un calificativo muy despectivo para dirigirse al titular de Defensa de Estados Unidos, al general James Mattis, pero el propio presidente lo llama así y a él le gusta.

“Vamos a nombrar a ‘Perro Rabioso’ Mattis como nuestro secretario de Defensa”, dijo Donald Trump a fines de 2016 en un acto multitudinario en Cincinnati, Ohio. Thomas Ricks, un periodista de The Washington Post recordaba en el libro Fiasco algunas de sus célebres frases que lo definen muy bien.

Dijo en 2003 tras la invasión de Irak: “Vengo en paz. No traje artillería. Pero con lágrimas en los ojos, les digo esto: si me fastidian, los mataré a todos”. O esta otra: “La primera vez que matas a alguien no es un evento insignificante. Dicho esto, hay algunos gilipollas en el mundo que simplemente merecen ser abatidos”.

El bravucón general retirado, que se jacta de su coraje en el combate, daba esta recomendación a sus subordinados: “Sé educado, sé profesional, pero ten un plan para matar a todo aquel con quien te encuentres”.

A James Mattis también lo llaman “el monje guerrero”, y decía: “Que dios tenga misericordia de nuestros enemigos, porque yo no la tendré”. “Se lo ruego —dijo en otra ocasión—, no se crucen en nuestro camino. Si lo hacen, los que logren sobrevivir escribirán durante 10.000 años sobre lo que hicimos aquí”.

Con más de cuatro décadas en el Cuerpo de Marines, intervino en la Guerra del Golfo en 1991 dirigiendo un batallón de asalto; lideró una fuerza de élite en Afganistán en 2001; participó nuevamente en Irak en la invasión de 2003 como comandante de la Primera División de Marines, y actuó en varias otras operaciones militares en Oriente Medio y Asia Central.

Fue sumamente crítico con la política exterior y de defensa de la Administración Obama, especialmente por su postura sobre Irán, algo que ha pesado mucho en la decisión de Trump para nombrarlo.

Respetado por los ‘halcones’ del Pentágono, para Trump es una persona clave para intensificar su política de acoso a Irán y para reconfigurar Oriente Medio.

Gina Haspel, la directora de la CIA

El nombramiento de Gina Haspel como directora de la CIA hizo temblar saltar todas a las ONG defensoras de los derechos humanos y los derechos civiles estadounidenses. Y no es para menos. Esta ex espía, con más de cuatro décadas en misiones en distintos países, fue jefa de estación en varios países de Europa Central, Asia Central, en Etiopía, Turquía y Tailandia.

Las acusaciones principales contra ella por autorizar el uso de la tortura con los prisioneros se centran en el periodo en el que estuvo al frente de la misión de la agencia de Inteligencia de Tailandia, durante la Administración Bush, tras el 11-S, cuando.

Varias ONG la acusaron de ser una criminal de guerra al existir pruebas contundentes de su papel supervisando una prisión secreta de la CIA, llamada en clave “Ojo de Gato”, donde se mantenía ilegalmente a numerosos sospechosos de ser miembros de Al Qaeda.

Haspel estuvo al frente de una prisión secreta de la CIA en Tailandia donde se torturaba a los prisioneros

Existen pruebas irrefutables sobre las torturas que se practicaron bajo su dirección a varios prisioneros, que pudieron ser identificados, como parte de la operación encubierta conocida como “los vuelos de la CIA” puesta en marcha por dicha agencia desde pocas semanas después de los atentados del 11-S.

Cientos de sospechosos de pertenecer a Al Qaeda fueron secuestrados por agentes de la CIA en connivencia con los servicios de Inteligencia de numerosos países aliados, entre ellos varios europeos, y luego trasladados en aviones camuflados de la agencia a black sites, a cárceles secretas en distintos países. Fueron las llamadas extraordinary renditions [entregas extraordinarias] de prisioneros.

España fue uno de los muchos países en los que dichos aviones hicieron decenas de escalas, como reconocieron en su momento los informes de comisiones de investigación tanto del Consejo de Europa como del Parlamento Europeo. En España dio lugar a una causa judicial.

En esas prisiones secretas los sospechosos eran torturados impunemente, lejos de cualquier tribunal, para intentar arrancarles información.

La actual directora de la CIA formó parte activa de ese amplio programa. Años después, en 2005, ordenó la destrucción de numerosas cintas de vídeo grabadas en esa prisión secreta cuando comenzaron a revelarse en la prensa los pormenores de las actividades que se realizaban en ella. En sus memorias reconoció ese hecho uno de sus jefes, José Rodríguez, exdirector del Servicio Nacional Clandestino.

Al terminar su trabajo en Tailandia fue nombrada jefa de estación en Londres. Luego trabajó en Nueva York, fue Directora Adjunta del Servicio Nacional Clandestino para la Inteligencia Extranjera y la Acción encubierta. En 2013 fue promovida al cargo de directora del Servicio Nacional Clandestino, especializado en operaciones encubiertas y posteriormente ocupó el cargo de directora adjunta de la CIA.

Al ser nominada por Trump para el cargo de directora de la CIA, la primera mujer en ocupar ese puesto, Haspel tuvo que pasar por el control del Senado, y dar explicaciones sobre su turbulento pasado. Mientras tenía lugar su comparecencia en el Capitoll Hill cientos de manifestantes gritaban en la calle: “¡Gina sanguinaria! Eres una torturadora”. Evitó pronunciarse cuando le preguntaron si consideraba inmoral el uso de la tortura, y cuando la senadora republicana Susan Collins le preguntó qué haría si Trump le ordenaba utilizar el ‘submarino’ con un prisionero esquivó así la pregunta: “Senadora, yo no creo que el presidente vaya a pedirme algo así”.

“Actualmente en Estados Unidos tenemos otros organismos que se encargan de los interrogatorios”, dijo. El demócrata Martin Heinrich insistió en la misma pregunta de la senadora republicana y Haspel aseguró que “bajo ninguna circunstancia restauraría el programa de interrogación de la CIA”.

Se dio la paradoja de que en ese examen a la entonces candidata a dirigir la CIA, un demócrata, el senador Joe Manchin, anunciara que votaría por ella —“Veo que Gina Haspel es una persona con gran carácter”, dijo— mientras el senador republicano John McCain instó a rechazar la candidatura de Haspel. McCain dijo que a pesar de que Haspel era “una patriota” que había dedicado su vida a servir y defender a EEUU, “ha rechazado reconocer la inmoralidad de la tortura” por lo que consideraba que no era digna de ocupar ese cargo.

Pero Gina Haspel superó finalmente el examen del Senado, al igual que John Bolton, ‘El Perro Rabioso’ James Mattis y Mike Pompeo.

Mike Pompeo, el hombre que dirige la política exterior de Trump

“Estos hombres y mujeres a los que se acusa de ser torturadores en realidad son unos patriotas”, dijo Mike Pompeo en 2014 cuando se conoció el informe demoledor sobre la tortura elaborado por el Comité de Inteligencia del Senado. A pesar de las numerosas evidencias sobre la ilegalidad y brutalidad de la actuación de la CIA con los prisioneros, Pompeo aseguró aún antes de ser nombrado director de la agencia que esta “siempre respetó la ley y la Constitución”.

Empresario relacionado con la industria del petróleo, graduado en la academia militar de West Point, miembro del ala más dura de la Cámara de Representantes y del Tea Party, Pompeo se destacó por su islamofobia, por su rechazo al Acuerdo Nuclear con Irán firmado durante la Administración Obama, por promover un cambio de régimen en Corea del Norte “por el medio que sea” y por rechazar igualmente el cierre de la prisión de la base naval de Guantánamo.

Como congresista, en 2015 Pompeo fue uno de los promotores de la Cuban Military Transparency Act, que dio marcha atrás al acercamiento que Obama había tenido con Cuba, y prohibió los intercambios financieros con todas aquellas empresas cubanas que estén gestionadas por militares cubanos, que son muchas.

También en relación a Cuba se le atribuye, durante su corto periodo al frente de la CIA, la acusación de que los servicios de Inteligencia cubanos habrían llevado a cabo un ataque acústico contra funcionarios de la embajada de EE UU en La Habana.

A pesar de no haber presentado jamás pruebas de la existencia de ese inusual ataque, y a pesar de que los peritos no encontraron indicio de ello, fue la excusa utilizada por el Gobierno Trump para retirar a 24 de sus diplomáticos de la isla y para expulsar a su vez de EE UU a 15 diplomáticos cubanos.

Esa reducción del personal de la embajada de EE UU en La Habana ha llevado a una ralentización de los trámites de visado de cubanos que quieren viajar a Estados Unidos, con la consiguiente irritación social. Objetivo logrado.
Trump ha conformado así un equipo de halcones a su imagen y semejanza al frente de la Seguridad Nacional, la CIA, la Defensa y la Política Exterior, que en agresividad y espíritu imperialista poco parecen diferenciarse de esos gabinetes de George W. Bush que tanto contribuyeron a que el mundo fuera aún más inestable, desigual y peligroso.

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