Culturas
El ramadán de Khaled, un refugiado sirio en Granada

Su pasado musulmán y una herencia multicultural de siglos han hecho de Granada un espacio integrador y tolerante. El noveno mes de asilo que cumple una joven familia siria en esta ciudad coincide con el ramadán, una situación que les hace vivir su mes grande de una manera especial.

El Ramadán de Khaled
Refugiado. Khaled abandonó Siria por miedo a las represalias del régimen de Bashar al-Assad. Carlos Gil
24 nov 2017 22:26

Huir de tu país no es tarea fácil. Bien lo sabe Khaled, uno de los sirios que llegaron a la ciudad junto a su mujer y su hija, y quien tuvo que dejar su Homs natal por miedo a represalias del régimen de Bashar Al-Assad. Dos años de lucha que pierden importancia si los recuerda desde el sofá de su nueva casa, situada en el popular barrio de La Chana, una de las zonas con mayor variedad de etnias de la capital nazarí.

Apenas nueve meses han bastado para que Khaled, de 25 años, y su familia se hayan adaptado a la nueva ciudad. Los primeros seis meses los pasaron en un albergue juvenil y desde hace cuatro viven en el piso donde ven crecer a la pequeña Hansa. Es 6 de junio y el calendario lunar se sitúa en la segunda semana del ramadán. Un ejercicio espiritual integrado en los pilares del Islam que se practica cada año durante 30 días y que destaca por un ayuno de 18 horas, además de suponer una estricta prueba de fe.

Para el joven sirio es su primer ramadán en España y el segundo fuera de su país —el primero fue en el campo de refugiados de Idomeni (Grecia)—. Afortunadamente, en estas fechas ya tiene un techo donde compartir momentos en familia. Entre los musulmanes, el ramadán es sinónimo de encuentro, por lo que se acostumbra a realizar el iftar —comida con la que se rompe el ayuno— entre amigos o familiares.

Ramadán de Khaled
Comunidad. En Siria, Khaled acostumbraba a comer con más de 15 personas en las rupturas de ayuno. Carlos Gil

Es la una de la tarde y Khaled se toma su tiempo para leer en voz alta el Corán ante la expectación de su mujer y su hija. Durante el mes de ramadán se suele leer el libro sagrado íntegramente, además de cumplir con los cinco rezos diarios que rigen el islam. La entonación del rezo es melódica —casi hipnótica— y dista mucho del tono con el que se establece una conversación normal. Una vez terminada la lectura y mientras Aya, la mujer de Khaled, habla con su madre por videollamada, él se coloca su galabia para acudir al dhuhr o rezo de mediodía. Debido a la numerosa comunidad musulmana residente en Granada, cada barrio tiene una mezquita y la de La Chana se sitúa a dos calles de la casa familiar. Una cercanía que le facilita su desplazamiento, ya que perdió una pierna durante la guerra y camina ayudado por muletas.

Aromas de comunidad

Un duro golpe que parece inexistente gracias a la fuerza y brío del sirio, que es el encargado de comprar los avíos para la cena durante las tardes. En la carnicería halal del barrio ya lo conocen, conversa con el carnicero mientras le despacha. “Rodearte de personas tan agradables y cercanas es lo que más te ayuda en una nueva ciudad”, asegura Khaled mientras sale de la tienda.

Faltan tres horas y media para la ruptura del ayuno y la casa huele a los aromas propios de la cocina siria. Aya está cociendo malva de judías blancas, una suerte de hoja parecida a la espinaca, pero con un perfume que nada tiene que ver con los de aquí. Khaled, sentado en la alfombra del salón, juega con su hija mientras pela ajos. Las videollamadas son continuas en la casa; la comunicación con sus familiares y amigos es crucial para seguir adelante. Es un mes grande y la casa del musulmán suele estar llena de amistades, por eso Khaled no duda en llamar a su vecino, Abdulatif, un joven de 23 años nacido en Granada y de padres sirios. La amistad entre la comunidad musulmana resulta una unión casi fraternal y los vínculos entre ellos son muy fuertes.


Se acerca la hora del maghrib, rezo tras la caída del sol y con ella, la del iftar. La alfombra comienza a llenarse de platos, bandejas y vasos. Entre los musulmanes, la tradición es romper el ayuno con dátiles para dar paso a la gran comida. En el centro se coloca la sopa de lentejas, el plato típico del ramadán. A su alrededor se disponen otros platos no menos apetitosos. Durante la cena, Khaled recuerda cuando en Siria se reunían entre 15 y 20 personas para cenar cada noche. Aquella eran seis, lo suficiente para sentirse como en casa.


Ejerce de perfecto embajador de Oriente Medio. El cariño con el que cuenta anécdotas de su vida antes de la guerra es admirable, su mirada denota nostalgia pero su ilusión la disfraza de recuerdo. Tras varias pausas para reposar la comida, la fruta y el té despiden la ruptura del ayuno hasta las cinco de la madrugada. Aunque ya es hora de volver a casa, Khaled —aún sin trabajo— parece no tener ganas de que la noche acabe ni de que sus invitados se marchen.

Tradición fuera de casa

En unos soportales del barrio de La Cartuja se encuentra la mezquita del Distrito Norte, una de las preferidas de Khaled. Una mirada es suficiente para descubrir que no estamos ante un edificio cualquiera, pues justo en la entrada tienen dispuesto un zapatero y varias alfombras donde los fieles depositan su calzado para adentrarse en el local. La mezquita la conforman tres zonas: cocina, zona de rezo de hombres y de mujeres con sus respectivos aseos. El olor a comida persigue al musulmán hasta en territorio sagrado, ya que mientras unos descansan en la zona habilitada para el rezo —bien leyendo, bien meditando— otros se encargan de preparar los ingredientes para el iftar.

Son las 20.45h cuando Khaled llega a la mezquita, accede sin problemas con sus muletas y saluda al imán y a los mayores del lugar. El trato con ellos recuerda al de un padre o abuelo con su sucesor, y es que la historia de Khaled ha conmovido sobremanera a la comunidad. Se sienta a leer junto a sus compañeros mientras otros se encargan de preparar los manteles y platos para la esperada ruptura del ayuno. Minutos antes de la última llamada al rezo antes de la cena, Khaled sale junto al imán y otros hombres para conversar en uno de los bancos de la plaza donde se encuentra la mezquita. El de Homs, mientras se lía un cigarro, escucha atento las palabras del imán, junto a la mirada expectante de muchos otros, así como si estuviese contando el mejor de los cuentos. Una escena que refleja el absoluto respeto jerárquico existente entre la comunidad.

La salida a la mezquita no hace más que testimoniar la confortable adaptación que está teniendo Khaled en Granada. Cabe destacar que la comunidad musulmana de la provincia no la integran exclusivamente árabes, sino gentes de las más diversas procedencias. Entre ellas está Mariam, presidenta de la asociación Dar Al Anwar y piedra angular en la recepción de refugiados en la provincia granadina.

Apenas ha terminado la cena cuando Khaled recibe la llamada de Taher, un amigo sirio que lleva más de 15 años en Granada y que le invita a tomar un té en su casa. El reloj marca casi la medianoche cuando llega a su casa y el salón parece una fiesta de cumpleaños. Allí también se encuentran Mohammed, Ahmad, Seba y su hija, la otra familia siria que llegó a Granada desde Idomeni. Entre niños y adultos el salón suma 12 personas, un total que ya se acerca a la imagen a la cual Khaled estaba acostumbrado en su país. La mesa está llena de pasteles de dátiles, té y shisha (cachimba), aunque lo más llamativo se encuentra en la televisión: un canal 24 horas retransmitiendo desde La Meca. La casa de Taher es una gran familia que no solo la forman su mujer y sus hijos, sino en la que tienen cabida los siete miembros de las dos jóvenes familias refugiadas que viven en la capital.

Ramadán como agradecimiento

La buena acogida que está teniendo Khaled y su familia en Granada no solo depende de sus paisanos. Son muchas las personas y asociaciones volcadas en que su adaptación sea lo más confortable posible. Es aquí donde el sirio encuentra en el ramadán una vía para agradecer la ayuda recibida durante estos nueve meses. Una reunión —el iftar— que para él no solo se limita a la comida, sino que representa, también, compartir un rato entre nuevos amigos, aprender de ellos y conocer la diversidad de cada costumbre. La sonrisa de Khaled no se apaga mientras los invitados sigan comiendo: “Reunir a mis amigos españoles para cenar platos típicos de mi tierra es todo un orgullo; la mejor manera que tengo de agradecer lo bien que se están portando conmigo aquí en Granada”, asegura mientras rellena los platos vacíos.

Este es el testimonio de un joven sirio que anduvo durante meses por montañas para escapar de su país; que cruzó el Mediterráneo a expensas de lo que pudiera pasarle a él y a su familia; que tuvo como hogar un campo de refugiados para encontrar finalmente asilo en Granada. Un lugar que ha conseguido que pueda sentirse cerca de los suyos, aun separándoles miles de kilómetros; un mes grande —el ramadán— que le ha permitido agradecer todo el apoyo recibido, y un momento para afianzar lazos de amistad con las personas que siempre estarán a su lado, sin distinción de raza, cultura o religión.

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