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Ecologismo
El último cartucho
Alicia Ramos nos trae unas líneas con aroma a pólvora y barrancos tinerfeños. Una reflexión muy personal sobre la caza a partir de un concepto novedoso que es casi un oxímoron (o que al menos suena muy raro): la munición ecológica.
Empecé a conocer Anaga muy joven, sobre todo la parte oriental. Lo primero que me cautivó fue, como es de prever, la laurisilva —una formación de plantas de hoja perenne, muchas de ellas lauráceas, que cubría los bosques europeos antes de la última glaciación y que encontró en la Macaronesia un refugio bioclimático frente a los hielos perpetuos— de la cumbre entre Chinobre, el Anambro, y Chamorga. Aunque enseguida aprendí a amar la costa norte, con especial predilección por Las Palmas de Anaga y sus roques, y luego todo ese paseo hasta Roque Bermejo. Un tiempo me encapriché con el barranco de Tamadite, me encantaba cuando corría agua, lo más parecido que había visto nunca a un río hasta que la vida me puso frente al Támesis por primera vez. Del sur de Anaga me enamoré más tarde a través de la playa de Antequera y de algunas prácticas de inventario florístico en la zona de Monte Aguirre. Y una vez hicimos una excursión mágica a Ijuana, tras las huellas de la obra de Isaac de Vega, por caminos sin camino, todavía recuerdo despertar en la playa con el sol saliendo de frente y Gran Canaria diáfana preguntándome qué hace usted ahí.
Teno lo exploré más talludita, ya con más método y el alma más cuajada. Solía irme sola tres días, subía por el barranco de Sibora, o Los Cochinos, ya no recuerdo, ¿o era Cuevas Negras?, alguno de esos amontonados, de una exuberante canariedad. Cruzaba de un barranco a otro por túneles de atarjeas, y dormía la primera noche en una casa abandonada, medio derruida. Al día siguiente paseaba hasta el valle de El Palmar y subía por Las Portelas hasta Teno Alto. Allí pasaba la noche en unas cuevas en el lado oeste de aquel páramo para coger de mañana por Las Barreras y por aquel sendero empinadísimo por donde bajaban los antiguos todos sus muertos siempre en el mismo ataúd, con sus apartaderos robados al abismo en el camino para que la caja pudiera dar la vuelta. Y de repente volvía a pisar asfalto unos kilómetros hasta Buenavista, donde cogía la guagua de vuelta a la vida que yo juzgaba urbana porque no conocía esta. También recuerdo una excursión mágica a Masca en que nos bañamos al llegar, ya de noche, y recuerdo aquellos puntitos de luz en nuestra piel morena y desnuda, como luciérnagas de mar. Alguien sabía qué eran, yo ya no me acuerdo. Éramos jóvenes, fuertes, y bastante salvajes para lo que se despachaba. Tanto era lo que confiaba en mi fuerza y en mi conocimiento del territorio que recuerdo un anochecer sobre La Fortaleza, en la entrada a Las Cañadas desde La Guancha, que miré hacia el oeste, olí el viento, y pensé “todo bien, no va a helar, podemos dormir aquí". Ahora duermo una noche en el suelo y me levantan con grúa.
el monte no necesita nada de lo que tú traigas
Pues en todos esos paseos encontraba siempre, en cualquier lado en el suelo, cartuchos de cazadores. La gente que fumaba que venía conmigo se guardaba las colillas para tirarlas al regresar. Para que se hagan una idea, la consigna era “el monte no necesita nada de lo que tú traigas”. Pero los cartuchos estaban siempre allí. Alguna vez me paré a examinarlos. Eran de un plástico duro, coriáceo, y a veces estriado, rojos, verdes, azules, feos siempre, y con un extremo de metal que recuerdo dorado. Me preguntaba cómo funcionaría aquello. Si era como un proyectil que viajaba desde el cañón de la escopeta hasta la presa o si era un mero cartucho que contenía los proyectiles, perdigones, que viajaban hasta atravesar la piel del animal mientras la vaina caía al suelo, como alguien me había intentado explicar alguna vez. Pero no podía entender por qué los cazadores, una vez disparado el cartucho, no se agachaban un fisquito y lo recogían en vez de ir regando el monte de porquería, que ya bastante daño haría el plomo de los perdigones que vaya usted a saber dónde caerían.
Nunca conocí a nadie que cazara y que me explicara con detenimiento el funcionamiento de aquello. Pero sí me acuerdo de que mi padre rechazaba la carne de conejo de monte porque le sabía a angustia y a balo (Plocama pendula, una planta que huele regular). Si fuera una articulista seria me informaría sobre este particular antes de enviar estos párrafos, pero no lo soy, así que no seré yo quien les explique de forma fidedigna si el cartucho cae allá lejos o a los pies de quien dispara. Y creo que es que prefiero no saberlo, porque como me entere de que los cazadores lo dejan allí porque no les da la gana de agacharse y doblar un poco el lomo me voy a rebotar muchísimo.
Munición biodegradable y compostable
Por si acaso, ¡ha llegado la empresa que va a resolver todo esto! ¡BioAmmo Technologies! Una compañía que está empezando ya a operar en Santa María la Real de Nieva, Segovia, y que fabrica munición biodegradable y compostable. Una se pregunta si es compatible tener conciencia ecológica como para comprar munición biodegradable con seguir matando animales, que también forman parte del ecosistema, por diversión. La conciencia es un asunto elástico donde los haya y no atiende a modelos lógicos en la mayoría de los casos, pero el confinamiento del coronavirus nos ha traído algunos datos: el 18 de marzo Ecologistas en Acción denuncia que la Comunidad de Castilla y León incumple el Real Decreto 463/2020 sobre el Estado de Alarma al permitir la caza en grupo bajo determinados supuestos. Ese mismo día la Junta deroga la medida de “normalización de los procedimientos de autorización de controles poblacionales de fauna silvestre cinegética”, porque para los defensores de la caza, esta no es solo una actividad deportiva, también es una faena necesaria, alguien tiene que controlar las poblaciones de las especies consideradas “cinegéticas”. Hace cuarenta años que se prohibió cazar en el cantón de Ginebra, Suiza. No hay descontrol de la población de las “especies cinegéticas”. A lo mejor si no se caza tampoco pasa nada.
La empresa ha invertido más de ocho millones de euros en su planta de producción y se estima que va a crear unos cincuenta puestos de trabajo. Su propósito es fabricar munición respetuosa con el medio ambiente. Para ello llevan dos décadas investigando materiales alternativos a los plásticos y los metales que tradicionalmente se han venido utilizando en la fabricación de municiones tanto para la caza como para el tiro deportivo. En su propia página anuncian que las ventajas son:
NO se producen plásticos
NO tener que reciclar plástico alguno
NO vertemos plásticos
NO ingresan microplásticos en la cadena alimentaria
NO hay residuos tóxicos originados por tacos fotodegradables que usan materiales a base de Acetato de Polivinilo.
NO hay plásticos adicionales de un solo uso.
Spoiler, los perdigones siguen siendo de plomo. La ley, por lo que voy leyendo, prohíbe usar perdigones de plomo en zonas acuáticas porque pueden ser ingeridos por las aves que eventualmente sobrevivan a la cacería y envenenarlas. Ahí es obligatorio usar perdigones de acero. No sé qué control real habrá sobre estas cosas.
Todo un despliegue de rancio abolengo
Me puse a investigar quién estaba detrás de esta iniciativa y el presidente es un tal Enrique López-Pozas Lanuza. El rey actual lo distinguió con la imposición de las insignias de Comendador de la Orden del Mérito Civil, por todo esto, supongo. El acto fue de alto copete, como se decía cuando yo era pequeña, y “se hallaron presentes, entre otras autoridades y personalidades, la Subdelegada del Gobierno en la provincia de Segovia, el vice-delegado territorial de la Junta de Castilla y León, el alcalde de Santa María la Real de Nieva, el cronista de Castilla y León, el primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Segovia, el coronel subdelegado del Ministerio de Defensa, el coronel director de la Academia de Artillería, el coronel jefe del Parque, el jefe de Policía Judicial, el teniente coronel jefe de la Comandancia de la Guardia Civil y el Halconero Mayor del Reino. Les acompañaron también el presidente de la Unión Nacional de Asociaciones de Caza, y un nutrido grupo de empresarios segovianos y madrileños, miembros del Ejército y de la Guardia Civil, de la Maestranza de Caballería de Castilla, y otros conciudadanos, familiares y amigos del condecorado” según reza el blog de la Casa Troncal de los Caballeros Hijosdalgo de los Doce Linajes de Soria, ahí es nada.
La traducción práctica de todo este despliegue de rancio abolengo es, me da a mí, que aunque la empresa quiebre porque los cazadores no muestren una conciencia ambiental que les empuje a adquirir estos productos, este pavo no se va a arruinar; que aquí estaremos la masa contribuyente para sacarle los cartuchos del fuego.
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Los cartuchos no caen, hay que sacarlos de la escopeta con la mano.Y simplemente los tiran al suelo.Como los botes de bebida o las cajetillas de tabaco.
Muy bonita y amena la lectura. En el monte es cierto que si no cazas, él se regulará sólo, es mas, permitirá una mayor población de rapaces y depredadores en general. El problema es tener una zona de monte anexa a una zona agrícola, los jabalíes, como animales que no son tontos, prefieren dar paseos por los cultivos con consecuencias no trágicas, pero sí que molestan. Es un tema difícil, a veces se encuentran alternativas en los supuestos que hablo, otras veces el monte está tan fragmentado que es imposible que vivan un depredadores y por tanto conejos puedan vivir a sus anchas pasando a cultivos.