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Literatura
Hunter S. Thompson: huevos, salchichas y droga para desayunar
Todo comienza cada día con cuatro Bloody Marys, dos pomelos, café, crepes Rangoon, media libra de salchicha, huevos Benedict, una rebanada de tarta de lima y cocaína de postre. También debe haber dos o tres periódicos, un teléfono y un cuaderno para planificar las próximas 24 horas.
De esta forma describía Hunter S. Thompson en una entrevista sus estrafalarios desayunos, alimentando una vez más al personaje que engulló al hombre detrás de Miedo y Asco en Las Vegas.
No tengo idea de qué pensar sobre Thompson. No me refiero a esbozar una opinión entre los cientos que apuntalamos cada día, hablo de dar una visión mínimamente acertada acerca de su vida y obra, diseccionar su personalidad, las compañías que lo influenciaron y su mensaje al mundo. Esa tarea me resulta vertiginosa, es fácil perderse en la maraña laberíntica de palabras, acciones y pensamiento que Thompson expuso en vida.
Así que trataré la figura de Thompson como dos personas opuestas que alquilaban a regañadientes la cabeza de la misma persona.
Hunter S. Thompson, el periodista voraz
De un lado el Thompson más desconocido, el joven alto y devastadoramente guapo con voz suave que lograba la confianza del interlocutor para sus mejores historias. El periodista que logró infiltrarse entre los Ángeles del Infierno para conocer de primera mano sus rituales y pensamientos que más tarde materializó en su mejor libro Ángeles del infierno una extraña y terrible saga.
Su caterva de seguidores admiramos la capacidad autodestructiva de Thompson, sin embargo poco se sabe de sus inicios y de los rasgos identitarios que lo llamaron a crear un nuevo paradigma en el periodismo.
Thompson trabajó durante su juventud como copy en la revista Time por 51 dólares a la semana y aprovechaba su tiempo libre para transcribir con una máquina El gran Gatsby de Scott Fitzgerald y Adiós a las armas de Ernest Hemingway. Lo que en realidad buscaba era impregnarse del estilo de los autores, palabra a palabra, sintiendo en sus manos la escritura mientras sucede.
El mensaje de Thompson es claro: busca tus influencias, aprende de los más grandes y roba lo que necesites para continuar tu camino. Más adelante, el autor reconoció en una entrevista que desde joven quiso ser “El nuevo Scott Fitzgerald”. Y es curioso, ni siquiera requirió el mismo talento para la escritura, se valió de un nuevo modelo periodístico, el de la escritura fluida donde él mismo es el protagonista. El periodismo Gonzo.
En cierta medida adoptó la premisa de Faulkner de que la ficción es a menudo el mejor hecho. Su escritura es esencialmente verdad, todo lo real que puede ser el subjetivismo puro. Bajo mi punto de vista, este fue su gran acierto: reinventar el periodismo y ofrecer a las generaciones venideras un nuevo camino.
Thompson no tuvo una vida para celebrar. Sus escarceos con las drogas eran constantes, de hecho formaban parte de su proceso creativo. En Miedo y Asco en Las Vegas realiza una apología del desenfreno, pero aún puede sentirse el humor afilado del autor y la sinceridad dolorosa que lo consumió.
El contacto con la realidad fracturó la existencia de Thompson. Como si en determinado momento se envenenase al comprender el mecanismo que da cuerda al mundo y no le quedase más remedio que vivir anestesiado para soportar los instantes venideros.
Teníamos aquella sensación de victoria inevitable sobre las fuerzas de lo viejo y lo malo. No en un sentido malvado o militar; no necesitábamos eso. Nuestra energía prevalecía sin más. No tenía ningún sentido luchar, ni por parte nuestra ni por la de ellos. Teníamos todo el impulso; íbamos en la cresta de una ola alta y maravillosa. Y menos de cinco años después, podrías subir a un empinado cerro en Las Vegas y mirar al Oeste, y si tienes vista suficiente, podrías ver la línea que señalaba el nivel de máximo alcance de las aguas… aquel sitio donde el oleaje había roto al fin y había empezado a retroceder. La Ola.
Thompson era consciente de la medida de las cosas, de su inevitable caducidad y por eso, en su escritura y en su paso por la Tierra, se dejó arrastrar por el presente. El periodismo gonzo es justamente eso, la apnea del autor en las profundidades de una historia: narrado sin dobleces ni tiempo para respirar.
El personaje que lo devoró
En Thompson hay que hacer un ejercicio constante de bateo, separar el pensamiento sustancial de los excesos, la extravagancia o las tendencias destructivas. Ese embrión de vida excesiva que lo acompañó siempre acabó colonizando su existencia. El personaje engulló al hombre.
El escritor es tristemente conocido por sus abusos sexuales. En 1990 Gail Palmer Slater lo denunció por agresión sexual y tirarle whisky encima. Para celebrar su liberación sin cargos organizó una orgía en Woody Creek Tavern. También su primera mujer, Sandy, mencionó en varias entrevistas que con frecuencia sufría brotes maníacos.
Su viaje hacia el abismo concluyó a los 67 años cuando decidió quitarse la vida con un disparo en la cabeza.
Thompson es la deconstrucción del sueño americano y, al final, solo quedan los retazos que algunos tratamos de unificar. Thompson obsesionado con la información de actualidad. Thompson amante de las armas. Thompson padre preocupado de sus hijos. Thompson drogado hasta las cejas mientras escribe. Thompson dejando su nota de suicidio. Sin tiempo para la pausa.
“No más juegos. No más bombas. No más paseos. No más diversión. No más nadar. 67 años. Han pasado 17 desde los 50. Son 17 años más de los que yo quería o necesitaba. Aburrido. Estoy siempre insoportable. No soy divertido para nadie. Me estoy volviendo codicioso. Compórtate de acuerdo con tu avanzada edad. Relájate. No te va a doler”. Nota de suicidio.