Violencia sexual
El consentimiento es un concepto radical

Entrevista con Milena Popova, académica, activista y autora de El consentimiento sexual.

Milene Popova
Milene Popova
Traducción de Álvaro San José
4 dic 2020 07:00

A lo largo de los dos últimos años, el movimiento #MeToo ha dirigido la atención pública hacia el tema del consentimiento sexual de una forma sin precedentes. El movimiento, que comenzó  en 2017, vio cómo gente de todos los sexos y condiciones sociales compartía sus experiencias con el abuso sexual y la violación. A medida que crecía el número de personas que contaban sus historias, se produjo una  reacción previsible y muchas otras personas acudieron a la prensa para preguntar si ahora “flirtear” estaba prohibido. La cuestión del consentimiento es complicada. En su libro El consentimiento sexual (MIT Press), la académica y activista Milena Popova ofrece una introducción matizada al consentimiento sexual.

¿Por qué escribiste este libro y por qué ahora?
Llevo trabajando de una forma u otra en temas relacionados con la violencia sexual desde hace ya 10 años. En la mayor parte de este trabajo, el consentimiento previo (sobre todo una definición positiva y clara del concepto) ha estado ausente de la conversación desde hace mucho tiempo. Aunque comenzó a aparecer en algunos círculos feministas, y de hecho yo escribí mi tesis doctoral sobre cómo uno de esos círculos feministas (las lectoras y escritoras de fanfiction) utiliza la ficción erótica para explorar, de maneras realmente creativas e innovadoras, temas relacionados con el consentimiento.

#MeToo despertó la atención pública y mediática la semana que envié mi tesis a imprenta y el consentimiento fue uno de los pilares de esa conversación. Así que de algún modo, en mi activismo e investigación, he seguido el desarrollo de las ideas sobre el consentimiento desde grupos feministas especializados, en los rincones más oscuros de Internet, hasta el tipo de visibilidad de masas que tiene ahora.

En mi opinión, articular una visión positiva de la cultura del consentimiento para abordar la violencia sexual tiene un verdadero potencial. El consentimiento es un concepto radical. Nos permite cuestionar y desmantelar muchas estructuras sociales y sistemas opresivos que de otro modo normalizamos cada día. En definitiva,  de eso es de lo que trata el libro.

Existen actitudes profundamente problemáticas con respecto al consentimiento previo: la idea de que una forma particular de vestirse implica dar consentimiento para mantener relaciones sexuales.

Comienzas hablando del movimiento #MeToo. ¿Cuál crees que es el impacto más importante que ha generado tal movimiento?
Creo que el impacto más importante es que, al menos durante un corto período, el tema de la violencia sexual se volvió ineludible, hasta para las personas que antes tenían el privilegio de no saber cuál era el alcance del problema.

Nuestra sociedad sigue estando imbuida en la cultura de la violación, en los mitos sobre la violación y en culpar a la víctima; y, por tanto, durante mucho tiempo el estigma de ser una superviviente de la violencia sexual provocó que millones de personas que se habían visto afectadas guardaran silencio. Quizá le contaste tu historia a una amiga cercana o a un miembro de la familia. Si tenías suerte y formabas parte de una comunidad feminista solidaria, quizá hablaste de eso allí. Pero por lo general de esto no se hablaba en público, lo que, a su vez, permitía que el alcance del problema permaneciera oculto, escondido bajo la alfombra. Permitía que las personas pensaran que ellos, en su ámbito personal, no conocían a nadie que hubiera sufrido una agresión sexual.

Espero que después de la aparición del #MeToo, como mínimo, aquellos que no lo habían sufrido directamente se dieran cuenta de lo extendida y endémica que es la violencia sexual, y de que está mucho más cerca de sus hogares y sus familias de lo que pensaban. También espero que las supervivientes se sientan escuchadas y tenidas en cuenta, y al menos que se nos crea un poco más que antes del #MeToo.

Has escrito que «nosotros, como sociedad, no tenemos una idea clara e inequívoca de lo que significa el consentimiento sexual». ¿Podrías ampliarlo?
Piensa en algunas de las respuestas habituales que se dan (sí, ¡hasta después del #MeToo!) cuando alguien revela que ha sido objeto de una agresión sexual: «¿En qué estaba pensado cuando salió a la calle vestida de esa manera?»; «es un tipo grande, si no le apetecía podría haber hecho algo para evitarlo»; «¿tengo que conseguir que me firmen un contrato cada vez que tengo sexo?».

Todas estas preguntas son la prueba de que existen actitudes profundamente problemáticas con respecto al consentimiento previo: la idea de que una forma particular de vestirse implica dar consentimiento para mantener relaciones sexuales, de que un sexo y un tipo de cuerpo en particular significan que no pueden violarte, la idea de que el consentimiento sexual es algo que se puede dar mediante un contrato, en lugar de algo que es profundamente personal, que se decide en el momento y que tenemos la responsabilidad de asegurar que se da con libertad y que se mantiene durante todo el tiempo que estamos con esa persona. #MeToo y otras discusiones parecidas, como las reacciones a raíz de las acusaciones de violación contra Julian Assange, han visibilizado la diferencia en cuanto a las ideas sobre consentimiento entre las diferentes sociedades occidentales.

¿Cómo definirías «la cultura de la violación»?
En su expresión más sencilla, es una cultura que no se toma en serio la violencia sexista, que no cree a las víctimas y que las culpa, y al mismo tiempo es una que se esfuerza al máximo por excusar y exculpar a los violadores. Como ejemplo, si una mujer está borracha y un hombre la viola, nosotros (los medios, el público y el sistema de justicia penal)  la culpamos a ella: no debería haberse emborrachado, no debería haberse ido con él, estaba “pidiéndolo a gritos”. Si un hombre se emborracha y viola a una mujer, no sabía lo que hacía, no la escuchó decir “no”.

“Una cultura de la violación es una en la que a pesar de que se produzcan múltiples acusaciones creíbles de agresión sexual, un poderoso hombre blanco puede ser nominado para la Corte Suprema y alguien que ha alardeado en público de agarrar a alguien “por el coño” puede ser elegido presidente”.

Pero va incluso más allá. Nuestras actitudes con respecto al género y la sexualidad, nuestra idea misma sobre lo que es el sexo y cómo debería producirse, son responsables de facilitar que alguien pueda ignorar y sobrepasar los límites y, al mismo tiempo, de dificultar que alguien pueda incluso decir no. Esto no se divide tampoco en función del género únicamente, sino en función de cómo nos relacionamos con respecto a la edad, la raza, la discapacidad, la homosexualidad, la clase, el trabajo sexual, el tipo de cuerpo, etc. Estas variables sirven para marginar a algunos grupos de personas y hacer que sean todavía más vulnerables a las agresiones sexuales.

En última instancia, una cultura de la violación es una en la que a pesar de que se produzcan múltiples acusaciones creíbles de agresión sexual, un poderoso hombre blanco puede ser nominado para la Corte Suprema y alguien que ha alardeado en público de agarrar a alguien “por el coño” puede ser elegido presidente.

¿Cómo puede la ley ayudar o perjudicar el concepto que tenemos del consentimiento previo?
La ley es un instrumento extremadamente tosco para encargarse de algo tan complejo como nuestros sentimientos, nuestra sexualidad y nuestro consentimiento. Para empezar, solo lo analiza en términos absolutos: establece una clara línea divisoria entre «violación» por un lado y «consentimiento» por otro. Pero en realidad, la mayoría de las situaciones son bastante más complejas. Puede que implique desequilibrios de poder, ya sea como consecuencia de la naturaleza de la relación interpersonal o como consecuencia de factores sociales y estructurales.

Un problema es cómo determina la ley si existió o no consentimiento previo: la acusación tiene que probar «más allá de toda duda razonable” que no existió, lo que hace que la obligación de probarlo recaiga sobre la acusación. Incluso en los casos  en que el defensor tiene que demostrar cómo obtuvo el consentimiento previo, los abogados defensores siguen atacando la credibilidad de la demandante e interpretando como consentimiento previo cualquier cosa que no sea «oponer la máxima resistencia». Si la demandante consideró que una situación constituía una violación, pero el acusado no, la ley solo puede admitir una versión de los hechos, y en la mayoría de los casos la respuesta es que no fue una violación.

En la práctica, la ley y el sistema de justicia penal también hacen que algunos grupos sean más vulnerables a las agresiones sexuales. Por ejemplo, las mujeres negras que denuncian agresiones sexuales tienen más posibilidades de que se verifiquen sus antecedentes penales y menos posibilidades de que se investiguen sus causas, ya que no se considera que sean lo suficientemente creíbles. Las personas cuyo atacante es del mismo sexo también se encuentran con problemas, ya que a menudo las autoridades no las creen. Existe un vacío legal en EE.UU. que hace que las mujeres nativas americanas sean extremadamente vulnerables a violaciones por parte de hombres blancos. Las trabajadoras sexuales que sufren violaciones también corren el riesgo de que se las criminalice o se las deporte si resulta que además son inmigrantes. Puede que no solo no se crea a las mujeres trans cuyo atacante sea una mujer cisgénero, sino que también podrían ser acusadas de ser el agresor, y al final terminar incluso en una cárcel de hombres. Las dificultades a las que se enfrentan los grupos marginados para acceder a la justicia a través de la ley hacen que sean mucho más vulnerables para los depredadores.

Incluso en los casos en que el defensor tiene que demostrar cómo obtuvo el consentimiento previo, los abogados defensores siguen atacando la credibilidad de la demandante e interpretando como consentimiento previo cualquier cosa que no sea «oponer la máxima resistencia».

Las campañas feministas de los últimos 50 años han conseguido algunas reformas importantes: han mejorado el tratamiento de (algunas) denunciantes en el sistema de justicia penal; se ha reconocido a la violación conyugal como un crimen en la mayoría de las jurisdicciones occidentales; ocho países europeos (además de otras jurisdicciones occidentales) cuentan con definiciones de violación que se centran en el consentimiento. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer antes de que la ley y el sistema de justicia penal sean siquiera remotamente aptos para la tarea de abordar las agresiones sexuales.

Escribes en tu libro sobre la necesidad de ampliar nuestra definición de sexo y qué actos requieren un consentimiento previo. ¿Puedes ampliar esto?
Existe una idea generalizada (en la sociedad, en los medios y en la ley) de que el único acto que requiere consentimiento previo es la penetración. Y eso, a su vez, nos permite definir un gran abanico de actos adicionales como si no requirieran un consentimiento explícito, o incluso como si fueran maneras de manifestar consentimiento, en lugar de ser actos que requieren consentimiento en sí mismos. Besar, quitarse la ropa (o no oponerse a que te la quiten), aceptar ir a un lugar más privado con alguien, son situaciones que normalmente se consideran como manifestaciones de consentimiento previo a la penetración. Pero si realmente queremos respetar la autonomía corporal de cada uno de nosotros (la idea de que somos nosotros quienes decidimos qué hacer y qué pasa con nuestro cuerpo) necesitamos reconocer que el consentimiento concierne todo tipo de interacciones y actos interpersonales, ya sean  sexuales o no.

En las comunidades que normalizan este tipo de prácticas, es normal preguntar antes de tocar mínimamente a alguien, incluidos abrazos, apretones de manos o besos en la mejilla. E incluso cuando se trata de algo siquiera remotamente sexual, deberíamos asegurarnos de que nuestras parejas están cómodas con todo lo que estamos haciendo.

Creo que estamos viendo cambios como consecuencia del movimiento #MeToo, pero también creo que tenemos que permanecer atentos y seguir insistiendo.

Exploras también el «sexo no deseado». ¿Puedes explicar qué es y cuáles son los problemas que conlleva?
El sexo no deseado se produce cuando un individuo puede no querer tener sexo, pero acepta tenerlo de todos modos.

En algunos casos puede que esto sea relativamente poco problemático, por ejemplo cuando se está intentado concebir (¡aunque también en esos casos podría haber factores que complicaran la ecuación!). En otros casos, hay problemas más agudos: cuando sentimos que “deberíamos” tener sexo, sin tener en cuenta si nos apetece o no. Existen pruebas de lo que digo tanto en relaciones esporádicas como en relaciones de larga duración y, aunque la mayor parte de las investigaciones actuales se centran en las experiencias femeninas con respecto al sexo no deseado, también hay datos anecdóticos que demuestran que los hombres y las personas no binarias pasan por experiencias de este tipo.

Sentirse presionado para tener sexo (ya sea para conservar una relación, o para ser considerado el tipo adecuado de hombre, o por el motivo que sea) no es compatible con las ideas sobre consentimiento y autonomía corporal. Limita nuestras decisiones y opciones, y hace que nuestro consentimiento no se otorgue tan libremente. En algunas situaciones, decidir tener sexo no deseado podría ser la opción menos mala para poder ejercer nuestra voluntad, pero en un mundo ideal esas presiones sencillamente no existirían.

Se ha producido una reacción en contra del movimiento #MeToo y ha habido intentos adicionales por reconfigurar las ideas de la sociedad sobre el consentimiento previo. ¿Cómo de preocupante es este retroceso?
Es preocupante. Estamos viendo todo tipo de reacciones en contra (desde ridiculizar la idea de consentimiento explícitamente negociado hasta desviar el movimiento de manera que reproduzca otras formas de opresión como el racismo o la islamofobia). Y aunque algunos autores materiales hayan sufrido consecuencias, otros se han salido con la suya. El mayor jarro de agua fría que ha sufrido el movimiento es por supuesto el nombramiento de Brett Kavanaugh para la Corte Suprema, a pesar del creíble y poderoso testimonio de la Dra. Christine Blasey Ford.

¿Eres optimista sobre el hecho de conseguir cambios sociales reales en estos temas?
Los cambios sociales tardan décadas en conseguirse, a veces incluso siglos. La cultura de la violación está profundamente imbricada en todo tipo de sistemas alternativos de opresión: racismo y supremacía blanca, cisnormatividad, (hetero)sexualidad obligatoria, patriarcado, capacitismo y capitalismo.

Las feministas llevan décadas combatiendo la violencia sexual y otras formas de opresión, y ha habido ciclos de ganar terreno, conseguir resultados importantes, enfrentarse a reacciones en contra, suspensión temporal y reagrupamiento. Creo que estamos viendo cambios como consecuencia del movimiento #MeToo, pero también creo que tenemos que permanecer atentos y seguir insistiendo. Es una lucha por la que merece la pena luchar.


Samira Shackle (@samirashackle) es periodista independiente, editora y autora.
Traducción de Álvaro San José.
Original en New Humanist.

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