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Crisis climática
La injusta asimetría del cambio climático
Los efectos del cambio climático no afectan a todas las personas por igual. Tampoco son los países responsables por igual
El desproporcionado nivel de acceso a los recursos implica a un tiempo una terrible desigualdad en términos de responsabilidades a la hora de contribuir al destrozo ambiental. Los países más ricos consumen de media diez veces más recursos que los más pobres. Frente a la idea de que nos hayamos en una nueva era geológica, el Antropoceno, donde la acción humana está dejando una huella indeleble en los estratos geológicos, parece más ajustado emplear el término Capitaloceno que, en lugar de asimilar a todos los seres humanos con una “falsa forma de sujeto universal”, identifica culpables y desenmascara las relaciones de poder, la existencia de opresores y oprimidos, de contaminadores y contaminados.
Cuando incorporamos la dimensión de la producción y el consumo en los impactos generados por cada país, vemos que muchos países centrales consiguen maquillar sus perfiles ambientales a base de externalizar impactos derivados de la producción a otros países periféricos, trasladándoles las fases más intensivas en uso de materiales y energía. Así, se les imputa a estos últimos la carga de generar un consumo de recursos y unas emisiones de carbono derivados de una producción que luego será consumida en aquellos. Por ejemplo China es el mayor emisor de GEI, pero al mismo tiempo es la fábrica del mundo. Si hiciéramos una atribución correcta de responsabilidad, habría que restarle al menos una quinta parte de las emisiones que habitualmente se le imputan y que corresponden a la fabricación de productos para la exportación que se disfrutan en otros países. El crecimiento de los países centrales se produce, por tanto, a base de generar una deuda ecológica creciente -también de carbono- con los países del Sur.
El crecimiento de los países centrales se produce a base de generar una deuda ecológica creciente con los países del Sur
Esta desigual responsabilidad es fundamental cuando hablamos de cambio climático. Hay países muy responsables y otros menos responsables. El espíritu de las responsabilidades comunes pero diferenciadas recogido en el Convenio Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (1992) es ignorado sin embargo por los países culpables cuando se trata de asumir compromisos de reducción y/o financiación. Un estudio realizado por la sociedad civil antes del acuerdo del clima de París de 2015 constataba la enorme distancia existente entre cuotas de responsabilidad histórica y compromisos de reducción de emisiones. Así, Estados Unidos o la Unión Europea han hecho promesas de reducción de emisiones que solo cubren una quinta parte de su responsabilidad sobre el problema climático. Incluso algunos países como Rusia asumen una contribución nula. Otros como Japón ofrecen reducciones que no cubren ni una décima parte de su responsabilidad.
Y aunque nadie queda a salvo de los efectos del cambio climático, los países más afectados son los que menos han contribuido. Las previsiones del IPPC pintan un negro panorama para muchas regiones del planeta: subidas del nivel del mar que anegarán estados insulares; sequías extremas en zonas del África Meridional que dificultarán el acceso al agua y la alimentación poniendo en riesgo a entre 80-120 millones de personas; intensificación de los huracanes en América Latina y el Caribe con alto riesgo para las zonas metropolitanas costeras -especialmente si tenemos en cuenta que 60 de las 77 ciudades más grandes de la región están en la costa-; aumento de las inundaciones y las sequías en la región Asia-Pacífico, donde a día de hoy se producen ya dos terceras partes de las catástrofes ambientales, etc.
Migración ambiental
El incremento de estos eventos provocará una oleada creciente de migraciones climáticas. Diversos estudios cifran en torno a unos 200-250 millones el número de personas que se verá obligada a migrar por estos motivos de aquí a 2050. Nadie duda de que el cambio climático será la causa número uno de migración en el mundo en los próximos años. Como ha señalado Harald Welzer, cada vez será más difícil diferenciar refugiados climáticos de refugiados de guerra.Conflictos como el de Siria, que también tienen raíces climáticas, empiezan a mostrar esta cara humana del sufrimiento provocado por el calentamiento global. Junto a los eventos metereológicos extremos, que pueden forzar a un abandono inmediato del hogar, están los procesos de degradación lenta (desertificación, sequías prolongadas, dificultad de acceso al agua y los alimentos,...) que acaban imposibilitando la vida. Estas situaciones, que aumentan la competencia por los escasos recursos, derivan a menudo en conflictos armados y en enfrentamientos tribales sangrientos por los pastos y por el agua,.... Ello provoca un éxodo rural de desplazados internos hacia las muy depauperadas y masificadas metrópolis y una pérdida de soberanía alimentaria.
En último término, parte de esa presión migratoria también acaba llamando a las puertas de los países centrales, aquellos que son principales responsables de la degradación de su medio de vida, para generalmente encontrarse con su indiferencia. La falta de un estatus internacional de “refugiado climático” dificulta aún más la protección internacional de estas personas, a las que políticas migratorias absolutamente inhumanas e injustas niegan el acceso a la posibilidad de una vida digna en otro lugar.
La falta de un estatus internacional de “refugiado climático” dificulta aún más la protección de estas personas a las que políticas migratorias niegan el acceso
Estas oleadas migratorias suponen además una tensión adicional para los sistemas de protección pública de los países centrales, ya de por si degradados particularmente a partir de las crisis, por lo que estas personas son percibidas como una amenaza por parte la sociedades de estos países. Así, los migrantes climáticos enfrentan la doble injusticia de haber sido expulsados de sus territorios, y de ser al tiempo rechazados por parte de aquellos países que tienen la responsabilidad moral de acogerlos. Una vida vivible para todas las personas requiere por tanto no solo entender que vienen tiempos de escasez, sino que por imperativo categórico debemos compartirla.
Diferencia entre personas
En estos tiempos en que cada vez se habla más abiertamente del futuro en términos de colapso, hay que ser conscientes de que hay sectores de la sociedad que en cierto modo ya han colapsado o están colapsando. Y los hay repartidos por todo el mundo. Por ellos es importante poner bajo el foco el elemento distributivo Norte-Sur o países centrales-países periféricos, pero hay que aterrizar aún más y hablar de las personas, para reflejar la correlación directa entre desigualdad e impacto ambiental en toda su dimensión. Hay personas que consumen ingentes cantidades de recursos. Y al mismo tiempo hay amplias capas de la sociedad -de cualquier sociedad, también la nuestra-, que consumen muy poco y que contribuyen infinitamente en menor medida que sus conciudadanos a la generación del cambio climático; personas que son víctimas, por ejemplo, de la pobreza energética porque les han cortado la luz o el gas.Este enfoque es importante porque mientras la diferencia entre la responsabilidad de los distintos países siempre ha estado ahí, la brecha social de emisiones dentro de cada país ha ido aumentando. Hoy día el 10% de la población mundial emite el 45% de las emisiones, mientras que el 50% menos emisor (más pobre) de la población emite solo el 13% de las emisiones. Evidentemente las personas altamente emisoras están principalmente en países ricos, pero no solo. Ese 10% de personas super-emisoras vive en todos los continentes, un tercio de ellas en países emergentes.
Existen, como hemos dicho, países más vulnerables, no solo en función de su exposición a las condiciones climáticas (por ejemplo, en el caso de países costeros) sino, y aquí es donde entra el elemento de distribución de la riqueza, en función de su capacidad de adaptación. Tomando como ejemplo la subida del nivel del mar, habrá países como Holanda que dispondrá de recursos para construir diques y países con menos recursos donde la migración será sin embargo la única salida.
Pero volviendo a hablar de personas, esta diferente vulnerabilidad afectará igualmente a la capacidad de migrar. Como se puede apreciar en la gráfica anterior, hay un porcentaje muy importante de población en los países más afectados por el cambio climático que queda atrapada: esa población de la parte baja de la izquierda de la gráfica tiene razones para desplazarse, pero sus bajos ingresos o su mala salud no se lo permiten. De hecho, cuando vemos imágenes de migrantes en los medios de comunicación tendemos a pensar que se trata de las capas más pobres de la sociedad, pero a menudo son paradójicamente personas que al menos han podido permitirse migrar, que han conseguido algunos recursos para realizar el viaje, mientras que para otras será directamente imposible huir de las catástrofes. Esta población inmovilizada o atrapada correrá el riesgo de padecer situaciones humanitarias más graves aún que quienes emigran.
Y si la desigualdad es un factor de vulnerabilidad previa, también lo es el género. Diversos estudios muestran que las mujeres son más susceptibles de sufrir los impactos del calentamiento global. Los esquemas culturales, la distribución de roles, su menor acceso a recursos económicos, o su escaso nivel de empoderamiento repercuten en su capacidad de adaptación a los impactos del clima, lo que puede hacerlas más vulnerables a las sequías, las inundaciones, o las enfermedades propagadas por el cambio climático. El 90% de las víctimas mortales del ciclón de Bangladesh de 1991 fueron mujeres. Las razones concretas para esta mayor vulnerabilidad son muy diversas, y van desde una mayor probabilidad de ahogarse en caso de inundación por no saber nadar (al no haber sido enseñadas) hasta no disponer de un teléfono móvil para solicitar ayuda. En general el menor acceso a la educación condiciona una falta de capacitación general que permitiría una mejor adaptación.
Sin embargo como hemos visto, hablar de cambio climático es hablar de desigualdad. Y en esa desigualdad, hay todo un escalafón. A pesar de ser las encargadas de proteger el suelo y la biodiversidad, alimentar y cuidar a la comunidad y de, en definitiva, mantener la vida, las mujeres en países del Sur son por lo general las que más sufren los impactos de un cambio climático al que apenas han contribuido. Aun siendo conscientes de que los discursos maximalistas simplifican las identidades de género como si fueran fijas y uniformes, podemos concluir con trazo grueso que en las mujeres la desigualdad es doble. Si el célebre y certero poema de Galeano “Los nadies”, se titulase en realidad “Las nadies” e imaginásemos mujeres al leerlo, entenderíamos mejor esta doble condición.¡El 🌍 no puede más! ¿La culpa? DE TODOS, por el #CambioClimático
— Iberdrola (@iberdrola) 22 de octubre de 2017
Hoy (23:00), en @laSextaTV, #VigilantesDelPlaneta ➡ https://t.co/dhUkgxSoOu