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Tecnología
Adicción a los ‘smartphones’
El uso de las armas destruyó la juventud de miles de personas durante la Segunda Guerra Mundial. La violencia dejó una irreparable huella en el crecimiento de una generación asolada por el miedo y el desconocimiento. Se había implantado un sentimiento patriótico que obligaba a los adolescentes a ceder su identidad y unicidad para convertirse en peones de un sistema en el que no habían elegido nacer. Condenados a vagar en una ilusión que les permitiera sentirse participes de una comunidad. De una forma u otra, el control psicológico se había establecido sobre las masas y, especialmente, en aquel colectivo joven que aún no había desarrollado una capacidad crítica para cuestionar el mundo. Esa artillería, que antaño sirvió para convertir al pueblo en un rebaño ignorante, ha pasado a ocupar el mejor lugar en las mesillas de noche. No solo les hemos concedido un sitio en nuestro día a día, sino que también les hemos permitido el acceso a nuestra intimidad. No matan, pero han entrado lentamente en nuestra vida convirtiéndose en una de las mayores plagas de la historia. Ejerciendo una crueldad silenciosa y muy difícil de reconocer. Se trata de la adicción a los Smartphones: nomofobia.
Según el Instituto Europeo de Salud y Bienestar Social, en 2020 7,6 millones de españoles se consideraban adictos a sus dispositivos. Estas tendencias han ido en aumento durante la pandemia, resultando en la conversión a una nueva era digital mucho más extrema que los 2000. Lo primero que hace, nada más levantarse, el usuario medio de las redes sociales es consultar las últimas actualizaciones y/o publicaciones. Antes incluso que despertarse, el consumidor amanece con el brillo de la pantalla, ingiere la primera dosis de información innecesaria y, tras esto, inicia el día. La nomofobia —tal y como establece la Fundéu, miedo a no estar con el móvil— se ha normalizado en gran medida. Asimismo, es verdad eso que dicen de que las pantallas nos acercan a los que están lejos y nos alejan de los que están cerca. Y, en suma, también nos alejan de nosotros mismos.
Es interesante analizar el por qué de este hecho. Nos hemos convertido en prisioneros de algo que consume nuestra vida sin que nos demos cuenta de ello. Por un lado, encontramos los beneficios que acarrea el uso de las herramientas digitales: entretenimiento ilimitado —ya sean libros, música, series, películas…—, conectividad instantánea alrededor del mundo, un nuevo espacio en el que crearnos, en el que aparentar algo que no somos… Por el otro, la presión que la sociedad ejerce sobre ti. Asumiendo esta premisa, podemos confirmar que el núcleo de este problema se encuentra en las redes sociales.
Hemos olvidado cómo relacionarnos
A los que pertenecemos a la generación Z —nacidos entre 1997 y 2015— se nos hace inimaginable un mundo sin tecnologías. No solo por la falta de distracción que eso supondría, sino por la manera en la que nuestros círculos sociales se verían reducidos. Esto es, las redes sociales nos conectan. Cada vez es más común encontrar un grupo de amigos con unos intereses comunes porque así lo permiten aplicaciones como Meetme o Skout. Es todavía más común utilizarlas para tener encuentros sexuales efímeros. Una consecuencia directa de esto es el conocido como “amor líquido”, una teoría de la que hablaré más adelante. Respecto a lo anterior, si las redes sociales desaparecieran, perderíamos las herramientas con las que hemos aprendido a relacionarnos. ¿Nos aislaríamos entonces en las escasas amistades reales que conservaríamos?
No nos queremos como somos, queremos lo que los demás quieren que seamos
Inevitablemente, debemos cuestionar también la realidad de la imagen que damos en los tejidos digitales. Nos permitimos crear un perfil insincero con el que pretendemos gustar a otros. Nos alimentamos de validación exterior porque hemos olvidado a hacerlo por nuestra cuenta. No nos queremos como somos, queremos lo que los demás quieren que seamos. Nos encerramos en un ideal propio que no nos permite desencasillarnos de lo que queremos mostrar y que tampoco nos deja hueco para nuestro verdadero yo. Elegimos nuestro mejor ángulo, fotos en probadores con ropa que no compraremos, canciones que ni siquiera escuchamos… Y así, adoptamos un comportamiento alienante que nos aleja de la esencia que nos hace únicos. Convirtiéndonos en un muñeco más de las redes sociales, a merced de unas tendencias y prototipos imposibles de lograr. Unos barrotes digitales que encierran nuestra verdadera identidad.
Amor líquido
Nuestras relaciones también se han digitalizado. Lo estable aburre y cada vez se buscan conexiones más rápidas. Esto es conocido como “amor líquido”, un término acuñado por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman. Este explica que las nuevas relaciones carecen de calidad y solidez. Establece que se está desarrollando una inclinación cada vez mayor por los vínculos pasajeros. Las principales culpables de este hecho son las aplicaciones para ligar —Tinder, Grindr, Badoo…—, en las que nos vemos ofrecidos como productos de usar y tirar, propio de la sociedad consumista en la que vivimos. Buscar la persona ideal se ha convertido en un problema para muchos. Estas aplicaciones permiten la clasificación por gustos, lugar de residencia… provocando la ilusión de que tu pareja ideal está ahí fuera, a 500 metros de donde tú te encuentras. Hemos olvidado que no existe una “pareja ideal” y en la búsqueda de esta condenamos cualquier comportamiento con el que no estemos de acuerdo. Así entramos en un bucle en el que desechamos y nos desechan de manera constante.
Otra causa para la popularidad de este tipo de servicios es la necesidad que hemos desarrollado de gustar. En las redes sociales competimos por llamar la atención del mayor número de personas posibles. Muchas veces, si esto no ocurre como lo deseamos nos sumimos en una espiral de autoboicot de la que solo conseguimos salir subiendo otra foto. Esto ha llevado a miles de jóvenes a caer en la depresión y la baja autoestima. A pensar que no son suficiente porque el chico o chica que les gusta no les ha dado un like. Nos condenamos a nosotros mismos.
Suicidio como una de las primeras causas de muerte
Las consecuencias son evidentes: problemas psicológicos, desordenes del sueño, trastornos de conducta alimentaria y un largo etcétera. El año pasado el suicidio juvenil se convirtió en una de las primeras causas de muerte, por encima del Coronavirus. Estos datos son devastadores. Nuestra generación está mandando una señal de socorro que nadie percibe. En suma, muchas personas culpan a los propios adolescentes de este proceder, lo que agrava aún más la situación. ¿Quién culparía a un ludópata de su adicción sino alguien que no ve que el problema real son las casas de apuestas?
La fortuna económica que han generado a partir de este negocio no es lo más valioso que les hemos dado. Es la capacidad de consumir nuestro tiempo y nuestra atención, de absorber nuestra vida y energía sin una nimiedad de remordimientos
En este caso, en cambio, esas casas de apuestas tienen piernas, brazos y una insaciable devoción por someter a la población. Se trata de los creadores de los dispositivos digitales y aplicaciones como Mark Zuckerberg (director ejecutivo de Meta Platforms) o Zhang Yiming (creador de TikTok). Son estos, entre otros, los principales culpables de la situación que atravesamos. Son ellos los que te han pegado la pantalla a los ojos a ti que lees esto en este momento. La fortuna económica que han generado a partir de este negocio no es lo más valioso que les hemos dado. Es la capacidad de consumir nuestro tiempo y nuestra atención, de absorber nuestra vida y energía sin una nimiedad de remordimientos.
También he de mencionar que, como regla común, parece que la adicción a los dispositivos móviles solo es atribuida a los menores de 30 años, cuando la perspectiva debería ser mucho más amplia. Tendríamos que dar luz a aquellos padres que de igual manera comparten su vida y —lo que es aún peor— la de sus hijos digitalmente. Aquella tía que va por el nivel 4637 del Candy Crush y aquel portero que apenas levanta la mirada cuando cruzas el portal. Son realidades igual de invisibilizadas de las que deberíamos ser conscientes.
Posibles soluciones
Una vez mencionados todas las desventajas del uso de los Smartphones, sería incoherente terminar sin su contrapunto: las soluciones. Contra la llamativa gama de colores que inunda nuestra pantalla, muchos teléfonos dan la opción de volverla blanca y negra en los ajustes. Para combatir la incesante vibración de las notificaciones basta con silenciarlas. Si lo que buscamos en deshacernos de las redes sociales durante un tiempo, contamos con la opción de deshabilitar nuestras cuentas temporalmente. Igualmente, podemos eliminar nuestros perfiles permanentemente. Para rematar el abuso que hacemos en —y que nos hacen— las redes sociales siempre podremos optar por la terapia. Algo que siempre será de ayuda y aunque haya sido un tema tabú por muchos años puede resultar un gran punto de inflexión.
En resumen, la personas estamos luchando actualmente contra nuestra propia invención. Debemos ser conscientes de que combatimos contra una adicción invisibilizada. Esto solo lo lograremos mediante la educación y la sensibilización. Estamos frente a una guerra contra nosotros mismos. Nuestro deber es cambiar esta situación antes de que los futuros libros de historia se vean obligados a explicar que “el uso de los móviles destruyó la juventud de miles de personas durante el segundo milenio de la existencia humana”.
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"Es la capacidad de consumir nuestro tiempo y nuestra atención, de absorber nuestra vida y energía"
Un artículo excelente. Algo relacionado publiqué recientemente en el blog de socias.