No vivo en Galicia, pero A Ulloa me atraviesa: Altri y la defensa del territorio

Cuando la administración actúa más como comercial que como garante del bien común, el territorio queda en manos del que pone la pasta.
Manifestación Altri Ence Pontevedra 1 de junio
Alba Cambeiro Manifestación de este domingo en Pontevedra contra las celulosas de Altri y Ence.
2 nov 2025 05:00

“Hoy no queremos hablar sobre Galicia. Queremos hablar con Galicia. Porque lo que está en juego no es una empresa: es el derecho a decidir cómo queremos vivir”. Así abrimos Al Lío sobre Altri, la macrocelulosa que pretende instalarse en Palas de Rei (A Ulloa). Lo digo sin rodeos y lo pongo claro: no vivo en Galicia. Fui la presentadora del programa y soy activista, porque me atraviesan estas luchas aunque mi casa esté en otro mapa. Soy gitana, vengo de historias donde la memoria y la comunidad importan. Quizá eso no tenga nada que ver con Altri —o quizá tenga todo. Por eso me senté en ese plató y por eso escuché con atención a la gente de A Ulloa: por solidaridad, por oficio y porque desde mi identidad sé lo que vale decidir sobre la propia vida.

A simple vista nos intentan vender una inversión industrial cualquiera; en el fondo, quieren decidir quién manda en Galicia. ¿Los fondos de inversión? ¿O las vecinas que riegan sus huertas? ¿El progreso es producir y consumir más, o es vivir mejor?

Frente al relato oficial —empleo, modernidad, “oportunidad rural”— se ha levantado otro relato, humilde y potente: el de labradoras, mariscadoras, científicas, ganaderas, ecologistas y jóvenes que contestan con claridad meridiana: “Aquí no. Con el agua ni con el territorio se negocia.”

Altri se vende como una biofábrica textil de “nueva generación”: sostenible, circular, regeneradora. Suena bonito en folletos y en presentaciones con PowerPoint. Pero las cifras que recogimos en el programa no cuadran con ese discurso. El proyecto prevé extraer 46 millones de litros de agua al día del río Ulla y devolver 30 millones de litros de aguas residuales, contaminada y hasta tres grados más caliente de lo natural. En cristiano: no es impacto, es destrozo.

El emplazamiento está dentro de la Red Natura 2000 y al lado del Camino de Santiago, una joya ecológica y una joya rural que quieren convertir en un área industrial según denunció Manoel Santos de Greenpeace Galicia.

Y otra cosa: en la web del proyecto y en su discurso se jactan de “no usar combustibles fósiles”. En los papeles del proyecto aparece una planta regasificadora y el transporte será por carretera porque no hay tren. Como dijo Manuel en el debate: “Eso no es no usar combustibles fósiles.” Es, añado, tratar de embaucar a la ciudadanía.

Lo demás tiene nombre: greenwashing. Pintan el monstruo de verde para que no miremos la cola. Embustería verde, pa que lo tengas claro y no hagamos el paripé con anglicismos que suenan modernos. 

En el programa, Mónica Cea vecina de A Ulloa lo dijo sin anestesia: “Puede ser un beneficio ahora, ¿pero cómo dejas tú a tus hijos? Los dejas arruinados, los dejas en la mierda”.

Esa frase se queda. Puede que hoy haya unos contratos temporales, un pico de actividad y algún titular. Pero ¿y mañana? Muchas vecinas coincidían en algo que desmonta la táctica de la promesa: “en estas zonas apenas hay paro”. No es que no exista desempleo, pero la cuestión estructural no es el paro: es la falta de servicios, la precariedad de lo que queda y la soledad institucional. Prometer “2.500 empleos” como si fuera la cura milagrosa, cuando esos puestos pueden ir a subcontratas, ser temporales o sustituir empleos locales, es vender humo.

Y la huella no es solo laboral: agua caliente, vertidos, presión sobre los bosques que facilita el monocultivo del eucalipto —todo eso trastoca paisajes, economías y modos de vida. Manoel lo resumió crudo: “No hay futuro si las actividades económicas no están en armonía con la biodiversidad y la naturaleza; sin eso no hay futuro ni para los niños ni para las mujeres ni para los hombres del rural”.

El Ulla es río, pero también es memoria y comida. Riega huertas, sostiene pesca y marisqueo, desemboca en la ría de Arousa, una despensa para muchas familias. Cuando se altera un cauce, el efecto es cadena: peces, mariscos, praderas marinas, panes, mesas. Ningún folleto lo arregla.

En las conversaciones de Al Lío salió la memoria de otras heridas: Ence y lo que dejó en forma de monocultivos y degradación. “La presencia de Ence fue radicalmente importante para que más de medio país en Galicia esté degradado por monocultivos de eucalipto”, recordaron varias intervenciones. Esa memoria alimenta la desconfianza: cuando una región ya ha sufrido el precio del extractivismo, las promesas de “desarrollo” suenan como advertencia.

No podemos separar Altri de la política que lo facilita. Prórrogas, cambios normativos y cargos que van y vienen entre administración y consejos de empresas crean caldo de sospecha y dan forma a decisiones que afectan la vida cotidiana.

Javier H. Rodríguez, periodista de El Salto, lo dejó claro: “Este proyecto fue aprobado en su inicio por los tres grandes partidos en Galicia; luego cambiaron la estrategia, pero la connivencia inicial demuestra que no es un problema de un partido, sino de un modelo político que prioriza el lucro privado”.

Cuando la administración actúa más como comercial que como garante del bien común, el territorio queda en manos del que pone la pasta. Y si ese que pone la pasta es transnacional, la factura nos la comemos todos: cuencas, rías, modos de vida.

En el programa acuñamos una expresión que no falla: embustería verde. Ponen la etiqueta “sostenible” y el resto es carbón y humo. Dejémonos de eufemismos.

Al principio hubo una sensación real de soledad. “Nos veíamos el mundo encima”, me dijo Mónica con esa mezcla de cansancio y coraje que te atraviesa. La Xunta, en vez de acompañar, parecía ponerse de parte de la promoción. ¿Qué hicimos? Nos organizamos.

Nació Ulloa Viva y todo cambió. Vecinas y vecinos, mariscadoras, jóvenes, cooperativas, ecologistas, periodistas: montamos asambleas, traducimos papeles técnicos, pedimos asesoría, dimos charlas en las aldeas. Nadie vino a salvarnos; nos salvamos entre todas. Hay una épica en eso: la épica de la supervivencia común.

Y funcionó. La movilización fue —dicen, con razón— la mayor que se recuerda en Galicia desde el Prestige. Puso el relato en la plaza, no en la sala de juntas. Pero tú, que me lees desde otra ciudad, igual no lo sabes: los medios no siempre han contado esto. Y cuando en la tele prima el último berrinche de una política madrileña, lo que cuentan de Galicia se queda corto. La verdad de A Ulloa se contó en plazas, en asambleas y en las manos de quien se quedó.

Una de las cosas que más me emocionó fue ver a tantas mujeres jóvenes al frente. No vinieron a posar: cogieron el micrófono, explicaron, cuidaron. Mónica lo resumió con una frase que me eriza cada vez que la repito: “Nosotras queremos vivir aquí porque aquí vivimos bien.”

Esa frase tiene la potencia de una ley. Rompe el mito de que la única salida es irse. Aquí hay madres respondiendo entrevistas con la niña en el coche, compañeras leyendo proyectos a las tres de la mañana y gente conciliando trabajo, familia y lucha. El ecofeminismo en acto: liderazgo desde el cuidado, horizontalidad, autocrítica y firmeza. No es blando; es estrategia pura.

Aprendizajes para otras luchas

Si de algo sirve A Ulloa, que sirva para que otras luchas aprendan. Yo me llevo esto:

  • Formarse es vencer el miedo. La industria creyó que nos encontraría desinformadas; se topó con gente que aprendió a leer proyectos y a desmontar promesas.

  • La transversalidad suma. Productores, ecologistas, sindicatos, periodistas y vecinas remando juntas hacen fuerza de verdad.

  • El liderazgo desde el cuidado transforma. No es blando; es el músculo que sostiene la lucha.

  • No basta la pancarta: hace falta ley, comunicación y movilización. Jurisprudencia, manifestaciones, información clara y relato público, todo a la vez.

  • Progreso no es lo mismo que crecimiento a cualquier precio. Producir más no equivale a vivir mejor. La evidencia está en la degradación y en la precariedad que deja el extractivismo.

¿Se para Altri? ¿Y después?

Hoy Altri no ha desaparecido: la presión y la visibilidad han ralentizado pasos, sí; pero la amenaza persiste. Vigilancia: imprescindible. No podemos bajar la guardia.

Pero la pregunta de fondo que lanza A Ulloa es otra: ¿qué país queremos ser? ¿Uno donde la hoja de ruta la marca el extractivismo y el beneficio de fondos extranjeros, o uno que protege su agua, su biodiversidad y el derecho de la gente a quedarse?

Nosotras ya hemos decidido: nos queremos quedar. No aceptaremos que nos vendan “progreso” a cambio de nuestras rías, nuestros ríos y nuestras vidas.

Si has llegado hasta aquí es porque algo te toca. A mí me pasa cada vez que pienso en el Ulla: me lo imagino en verano, a la gente en las huertas, las abuelas en la plaza, los niños que conocen el río como quien conoce la casa. Eso no es “un recurso” para poner en un PowerPoint. Es casa. Es vida.

Me dieron rabia y pena cuando me contaron las vecinas en el debate que les dijeron —con esa frialdad técnica— que “plantaremos arbolitos alrededor de una chimenea de 75 metros”. Plantar cuatro árboles no tapa un río al que le subes la temperatura. Es insultante. Y duele ver cómo hay quien, por ignorancia o por interés, se come esa propaganda.

Mónica lo dijo con una honestidad que no se olvida: “Puede ser un beneficio ahora, ¿pero cómo dejas tú a tus hijos? Los dejas arruinados, los dejas en la mierda.” Y las jóvenes de A Ulloa lo resolvieron con una frase que debería estar en la Constitución: “Nosotras queremos vivir aquí porque aquí vivimos bien.”

No hemos venido a ser un paisaje bonito para la foto de inauguración. Queremos escuelas, centros de salud, comunicaciones que funcionen. Queremos cuidar lo que nos cuida. Y si hay que plantarse, plantarnos, lo haremos con las manos llenas de tierra y las voces juntas.

Si te ha quedado una inquietud —si te ha saltado una rabia parecida a la mía— únete, pregunta, comparte, infórmate. Las luchas empiezan hablando, escuchando y diciendo “no” cuando hace falta. Aquí no: con el agua ni con el territorio se negocia.
Sobre este blog
El Salto es un proyecto formado por cerca de 200 personas y 10.000 socios/as que apuesta por un periodismo radicalmente diferente: sin financiación de empresas del Ibex35, democrático, descentralizado y de propiedad colectiva
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