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Medio rural
“Nuestros mayores aquí son muy importantes. Lo son todo, los necesitamos y queremos”
El vecindario de Soto de Agues (Asturias) alerta sin contemplaciones a los miles de senderistas de la Ruta del Alba para preservar la salud de sus ancianos.
Forma parte de los usos y costumbres caminantes de quien esto escribe visitar y realizar con cierta regularidad -menos de la que quisiera en todo caso- la llamada Ruta del Alba, en el concejo de Sobrescobio (Parque Natural de Redes), máxime cuando esta querencia lleva consigo el añadido regusto de mostrarla a quien no conocía una de las sendas de montaña más atrayentes y hacederas de Asturias. Discurre paralela al río Alba por un antiguo sendero de pastores y arrieros que comunicaba Sobrescobio con el vecino concejo de Aller. Posteriormente esta vía sirvió para la evacuación del hierro procedente de la mina Carmen, en pleno monte de Llaímo, de la que queda algún vestigio en el camino.
En mi última andadura, bien avanzado este verano, me sorprendió grata y refrescantemente que el caudal de agua del Alba, al que también se le da el nombre del monte, fuese de la suficiente entidad como para que su eterna estrofa tuviera aún buena parte de la rotunda sonoridad que se advierte en varias de sus magníficas cascadas y que es especialmente ensordecedora en otras estaciones del año, como la que recuerdo con motivo de mi anterior visita hace unos cuantos inviernos, con unos pocos versos a modo de evocación lírica a pie de ruta, a propósito del viejo lavadero ubicado al inicio de la caminata:
Lavandera del querer/que en el agua dejas limpio/todo cuanto duele y mancha,/llévame al alba del río/en una mañana clara,/para ver el día nacer/en los ojos que me aman./Si en el alba me mojara,/no dejes que coja frío: /tiende mis sueños en alas/para que puedan tener/un corazón de alta llama, /lavandera del querer,/en los ojos que me aman.
Algo que siempre me sorprenderá también, aunque lo busque y encuentre en cada caso -consciente de su presencia habitual en las límpidas aguas de estos altos ríos-, es el hallazgo del mirlo acuático, al que se le suele descubrir por el blanco fulgor de su babero al revolotear sobre las aguas. Esta vez tuve además la oportunidad de observarlo con un cierto detenimiento durante al menos tres o cuatro minutos, los suficientes para advertir como se desparasitaba, picoteaba el musgo de las rocas e incluso nadaba y se medio sumergía, algo que creo no había visto nunca en directo. Para una observación tan prolongada se requiere silencio y la máxima discreción, pues los mirlos acuáticos son de una perspicacia muy aguda para echar el vuelo en cuanto atisban el más mínimo y repentino movimiento no previsto a su alrededor.
No encontraremos la silueta oronda y vivaz de esta ave de color negro y cola corta y levantada más que en aquellos ríos de montaña media y alta donde la calidad del agua sea máxima y el ambiente apacible, pues su hábitat así lo requiere para discurrir en cortos vuelos entre chorreras y torrentes. Su querencia por las alturas la lleva a ascender hasta los 2.500 metros, por lo que no es raro ver ejemplares erráticos en los ibones y cubetas de las lagunas alpinas. Su vida, crianza y costumbres requieren la mayor calidad ambiental en el entorno, por lo que es de lamentar que el número de mirlos acuáticos sea cada vez menor, dando con ello una señal de alarma más a las muchas que suma la creciente contaminación del planeta. “Miradme con discreción y tenedme en cuenta -parecía decirnos-, porque conmigo y con el vuelo que habito están las fuentes de la vida, de las que depende nada menos que el aliento fecundo de la madre Tierra”.
Una tercera sorpresa -en este caso no predecible- me esperaba en este último recorrido de la ruta, en la grata compañía de Manu Pinzón, uno de los músicos del magnífico grupo onubense Planeta Jondo, desconocedor hasta ese día de la Asturias montaraz. Queda constancia de esa tercera sorpresa en el tosco cartel manuscrito que los numerosos andarines de esta senda –cada vez más transitada por su accesibilidad y belleza- pueden advertir en esta ocasión en la localidad de Soto de Agues, antes de iniciar el camino, y donde ya hay hasta dos restaurantes para abastecer a quienes hacen la ruta de ida y regreso muy de mañana, y prefieren mesa y mantel al socorrido bocata de tortilla con unos tomates en las áreas de descanso habilitadas en el transcurso y al final del trayecto.
El texto de los rústicos cartones es toda una declaración de conciencia cívica en defensa de la vida de quienes nos precedieron, al margen del error que se comete en su redacción con el uso verbal de aprender por enseñar: “Nuestros mayores aquí son muy importantes, lo son todo. (...). Nosotros los necesitamos y queremos”. Toda una lección de humanismo primario y esencial, desprendida del trágico balance de muerte vivido en este y otros países con el fallecimiento por causa de la pandemia de la COVID 19 de casi veinte mil ancianos en la soledad de sus habitaciones en residencias y geriátricos , especialmente en las comunidades de Madrid, Cataluña y Castilla y León.
Si todavía hoy podemos advertir la belleza y sutileza de los mirlos acuáticos en nuestros ríos de montaña –con todo lo que representan como testigos y testimonio latentes del pulso de la vida- es porque nuestros mayores del ámbito rural preservaron la vida natural que se daba en su territorio de existencia y trabajo, y que ha llegado hasta nosotros. Les iba la vida en ello y deberíamos tener la conciencia de que ese legado nos obliga a que al menos tengamos la atención de respetar la suya y defenderla a toda costa y en toda circunstancia, sobre todo cuando estas son tan dramáticas como las vividas esta pasada primavera.
Algo muy grave debe de estar ocurriendo en la civilización del llamado estado de bienestar cuando no hemos podido hacer absolutamente nada para evitar esas miles muertes en unas cuantas semanas y en condiciones propias de una guerra repentina. Extraña y silenciosa, con nuestra precarizada y recortada sanidad pública colapsada e impotente para auxiliar a los enfermos de mayor edad. Una gran parte de las víctimas fueron los abuelos y abuelas que nacieron y crecieron precisamente durante nuestra atroz guerra y posguerra, levantando un país arruinado en medio de la miseria y el hambre.
“Nuestros mayores aquí [Soto de Agues] son muy importantes. Lo son todo”, dice el cartel que nos grita para que se hagan cargo los sordos: “Respétennos o dense la vuelta”. Como para recapacitar si habrá que darle la vuelta a un mundo en el que todo se justifica bajo la frase de un potentado presidiario: “Es el mercado, amigo”.
Fotos de Alicia Población
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Supongo que lo de aprender en lugar de enseñar será que en asturianu - ¿o se dice bable? - es el verbo que se usa para eso, al igual que en el galego.