Residencias de mayores
Desviejar la vida y perder la muerte

Al principio, no tenía miedo a salir, pero ahora a lo que sí tengo pánico es a las patrullas de la policía. En fin, serán los viejos reflejos.

Mujer mayor empuja carrito Iruñea
Una mujer empuja un carrito de la compra por las calles de Pamplona durante el confinamiento Ione Arzoz
Expresidenta del Observatorio de las personas mayores de Navarra
24 abr 2020 09:03

Lo primero, me presento un poco, pues creo que mi condición puede explicar mejor mi testimonio. Me llamo María Luisa, acabo de cumplir 84 años y, a estas alturas, no me considero una persona mayor ni una abuelita. Me gusta decir, con orgullo y una pizca de provocación, que soy una vieja. Pues viejos son estos huesos que a duras penas me sostienen.

Fui esposa pero no me considero una viuda, y soy madre y abuela, de eso tampoco se jubila una (ni quiero). Dedicarme a mis labores, como se decía entonces, no me impidió llevar una vida activa. De joven ejercí como maestra rural en el norte de Navarra y luego, durante la Transición, de monitora de los centros de cultura popular. Más adelante me metí en el mundo sindical y llegué a presidenta de la Federación navarra de jubilados y pensionistas de Comisiones Obreras. Finalmente, pasé una docena de años como presidenta del Observatorio de las personas mayores de Navarra, una pequeña asociación de estudio y denuncia. Media vida luchando por los derechos y la dignidad de los viejos y las viejas. Y, como a todos, me está tocando aguantar esta crisis. Aunque pasé los duros años de la posguerra y el franquismo, nunca había vivido nada semejante a esta cuarentena.

Más adelante me metí en el mundo sindical y llegué a presidenta de la Federación navarra de jubilados y pensionistas de Comisiones Obreras.

Todas las semanas hago una ronda de llamadas telefónicas entre mis familiares, mis amistades de la infancia y mis compañeros del curso de memoria. La mayoría es gente de mi quinta, encerrada a cal y canto en casa o en alguna residencia. Compartimos preocupaciones y novedades cotidianas: “la hija, bien”, “ni te cuento lo de tal residencia”, “no aguanto más”, etc. Pero, en general, no dejamos que el temor al virus nos domine.

Cada día limpio la casa a fondo con la escoba eléctrica, voy escaleras arriba y abajo, hago mi sopa de letras y leo a Séneca y Epicteto (en esto tiempos, mejor ser estoica). Y al atardecer disfruto dando una pequeña vuelta para tirar la basura o hacer la compra en el supermercado de al lado. Al principio, no tenía miedo a salir, pero ahora a lo que sí tengo pánico es a las patrullas de la policía. En fin, serán los viejos reflejos.

Al principio, no tenía miedo a salir, pero ahora a lo que sí tengo pánico es a las patrullas de la policía. En fin, serán los viejos reflejos.

Durante este encierro he tenido tiempo de revolver papeles y repasar el trabajo que durante décadas hicimos modestamente para contribuir a mejorar la situación de la Tercera Edad en Navarra. Conferencias, cursos y publicaciones, con mucho entusiasmo y sin un duro. Y sobre temas entonces inéditos, algunos polémicos: pensiones, participación, soledad, dependencia, memoria histórica, envejecimiento activo, malos tratos, muerte digna, etc. Y me sorprende cómo esta crisis ha puesto patas arriba unas cuantas convicciones, al tiempo que ha confirmado algunas críticas.

Reivindicábamos las residencias públicas, y ahora resulta que son un foco de infección y de muerte. Son hogares y no hospitales, sin personal cualificado para enfrentar estas situaciones, algunos convertidos en morideros. Todavía me acuerdo de aquel banquero canalla que decía que eran “una excelente oportunidad de negocio”. Ahora vemos las consecuencias tanto de los recortes en las residencias públicas como de la búsqueda del beneficio en las privadas.

Reivindicábamos las residencias públicas, y ahora resulta que son un foco de infección y de muerte. Son hogares y no hospitales, sin personal cualificado para enfrentar estas situaciones, algunos convertidos en morideros.

Insistimos en demandar que en la atención primaria hubiera geriatras y gerontólogos. Y seguimos atendidos, lo mejor posible, pero por los médicos de cabecera. Y pienso, ¿se hubieran dado cuenta a tiempo del peligro mortal que corríamos las personas ancianas en las residencias si hubieran contratado más personal especializado?

Las últimas movilizaciones han puesto encima de la mesa una vez más nuestra demanda básica: pensiones dignas. Y justo ahora, que parecía que empezaban a hacernos un poco de caso, vamos a volver a convertirnos, como en la crisis de 2008, en el colchón de la crisis para mitigar la precariedad y el paro de nuestras familias. Poco dura la alegría en la casa del pobre.

Sobran los ejemplos de cómo nos está afectando esta crisis para mal, porque no hemos hecho a tiempo los deberes. ¡Y que lo único ‘bueno’ de este confinamiento sea que nosotras, las abuelas esclavas, vamos a tener unas vacaciones a la fuerza! Pobres abuelas, felices y agotadas de cuidar a los nietos y, sobre todo, pobres nietos. ¡Qué futuro más negro les espera, sin trabajo y quizá sin pensiones!

Leo la prensa, veo el telediario y escucho horrorizada que hablan de algunas medidas drásticas: los hospitales colapsados han empezado a seleccionar a las personas que atienden. Si eso es cierto, yo lo llamaría, directamente con una palabra que suena fea, desviejar. Como cuando separaban a los corderos viejos de los nuevos, así parece que quieren relegarnos a las personas ancianas. Claro que lo comprendo, el personal médico y de enfermería hace lo que puede y va a privilegiar a los que tienen más posibilidades de sobrevivir. Pero lo que nunca comprenderé es que a las personas mayores desahuciadas se las obligue a morir solas, o que a sus funerales solo puedan acudir 3 familiares (y el cuarto, a esperar en casa). Esto es inhumano y, por mucho que intenten explicármelo, injustificable. Te arrebatan la vida y te arrebatan la muerte.

los hospitales colapsados han empezado a seleccionar a las personas que atienden. Si eso es cierto, yo lo llamaría, directamente con una palabra que suena fea, desviejar. Como cuando separaban a los corderos viejos de los nuevos, así parece que quieren relegarnos a las personas ancianas.

Además de mi osteoporosis, la tensión y mil y una goteras propias de mi edad, hace más de un año que espero a que me operen de cataratas (2 instancias he enviado ya, sin resultado), ahora me dicen que espere también para el chequeo de mi pleuresía y cada vez me duele más la espalda. ¿Y qué hará la sanidad navarra –‘la mejor del país’, dicen- con sus listas de espera una vez pase la pandemia? Así que, si sobrevivo al coronavirus, es posible que me quede ciega y en silla de ruedas. Y que entonces me envíen al desviejadero del asilo, a esperar el próximo virus.

Soy firme partidaria de la muerte digna y la eutanasia. Ya he firmado mi testamento vital y he donado mi cuerpo a la facultad de medicina (¡aunque sea del Opus Dei!). No quiero funeral ni esquela pero, por si acaso, estoy anotando mis últimas voluntades en un cuaderno. Ya no tengo miedo a morirme pero, después de esta experiencia, no me gustaría agonizar sola en el hospital, junto a desconocidos que me miran impotentes desde detrás de una mascarilla.

¿Y qué hará la sanidad navarra –‘la mejor del país’, dicen- con sus listas de espera una vez pase la pandemia?

Por último, y si sirve de algo, me rebelo, me rebelo contra nuestra clase política y no voy a votar a ningún partido. Ninguno se lo merece. Por eso salgo a aplaudir al personal sanitario que nos cuida, a las trabajadoras mal pagadas de las residencias y a esos ancianos y ancianas que se nos mueren en soledad.

Así que, a las supervivientes, viejas o jóvenes, cuando esto pase, os espero en la calle reclamando una sanidad pública universal y en condiciones, pensiones dignas y un poco de respeto y dignidad para las viejas como yo.

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