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Régimen del 78
Matar al padre, matar al rey
Si con Juan Carlos de Borbón hay, a día de hoy, funcionarios públicos, el Gobierno de España está poniendo medios que posibilitan la huida de Juan Carlos de Borbón y eso le convierte en cómplice, una vez más, de los desmanes del estafador del 78.
Las personas y las sociedades vivimos procesos de evolución muy parecidos. Avanzamos y nos estancamos, se nos atragantan emociones que nos dejan respirar. Volvemos la mirada a realidades de nosotras mismas que no nos gustan. Nos echamos a correr a los brazos de gente que nos quiere. Hacemos daño a quienes siempre están a nuestro lado. Hay dimensiones de las relaciones, como la que existe entre la dependencia y la autonomía o las relaciones con las figuras que representan el poder, en las que los caminos de las personas y los caminos de las sociedades transitan por los mismos senderos.
Nos acomodamos en relaciones que reconocemos incompletas, nos sirven pero sabemos que no son buenas. Buscamos en ellas una sensación de seguridad que, aunque sepamos falsa, nos ayude a sobrellevar el día a día de nuestra incapacidad de alcanzar el todo. Siempre es mejor buscar fuera la razón de por qué las cosas no funcionan, en lugar de encender la luz y mirar en el fondo del desván caótico y desorganizado que es nuestro interior. Encender la luz es enfrentar la contradicción, asumir la responsabilidad de nuestras imperfecciones, ponerse en relación con el límite de nuestra competencia. Encender la luz del desván es asumirse y asumirse es el primer paso para liberarse. Liberarse es matar al poder externo al que nos sometemos por no crear, y al que culpamos por no asumir la frustración de no alcanzar el ser. España, en su concepción de fenómeno social, es un conjunto de relaciones, la mayor parte de ellas tóxicas, que se apoyan en la entrega de su gente a un mal amor.
Hoy, al encender la luz del soberado, vemos que nuestro interior, el interior de la sociedad que conformamos, está repleto de mentiras a la que ya no nos queda más remedio que enfrentar para poder seguir adelante, libradas de la toxicidad que pudre cada rincón de la construcción falaz de la España en la que vivimos. Para salir de esas situaciones, en psicología dicen que es necesario matar al padre, en el proceso de evolución que debe acometer la sociedad española es necesario matar al rey, como si de una partida de ajedrez se tratara.
El futuro pasa por resolver tres cuestiones claves: la de la dignidad, la de las alternativas y la tercera; la de la construcción de la nueva relación. Detrás de todas las cuestiones y de las verdades sobre las que se proyectan está la relación conflictiva entre el poder y la vida. El poder como representación de la razón artificial, la vida como representación de sí misma.
La dignidad es una cuestión troncal en la construcción de nuestro esquema social. La dignidad y la indignidad a partes iguales. La dignidad es un valor inviolable, en realidad es único valor inviolable que debería existir en un escenario de relaciones sociales. Nos conforma y nos pertenece, pero ni siquiera cada una de nosotras podemos disponer de ella. Nuestra dignidad está por encima de todo, incluso de nuestra voluntad de entregarla. Seamos quien seamos, durmamos en palacios o en soportales, comamos con cubiertos de plata o bebamos vino en cajas de cartón, somos seres dignos y desde nuestra dignidad libres.
España, como concepto, está cimentado en el trato indigno que el poder ha dado históricamente a la dignidad del pueblo. Desde el alumbramiento del concepto, los poderosos han ido alimentando su crecimiento a base de tratar de matar las señas que la fortalecen. El pueblo de esta tierra, su gente, ha sido condenada por siglos al hambre, al miedo, al olvido, ha sido encadenada sistemáticamente a la mentira, a la imposición de estructuras de las que realmente nunca ha participado. Ha sido parte de una relación que, por etapas, como la de ahora, ha sido aceptada como útil, aunque sabíamos que no era buena.
Hoy ese maltrato se evidencia en las diferentes formas en las que los poderes estructurados tratan de manipular la realidad, de subvertirla, de ocultarla. Hoy, con Juan Carlos de Borbón huido del legítimo juicio de la ciudadanía desde el 3 de agosto, su heredero, parece que al margen del trono al que no ha renunciado como parte de la herencia de la que no quiere saber nada, también ha recibido de su padre los ademanes de borbónicos de la corrupción que la dinastía tiene en su ADN. Quien facilita la huida, quien presta los medios para que se produzca es cómplice y corresponsable. Esto mismo es extensible a la responsabilidad del Gobierno de España y de sus representantes. Si con Juan Carlos de Borbón hay, a día de hoy, funcionarios públicos, el Gobierno de España está poniendo medios que posibilitan la huida de Juan Carlos de Borbón y eso le convierte en cómplice, una vez más, de los desmanes del estafador del 78.
España es el resultado del juego macabro de los que cambiaron poder por impunidad, de los que vendieron nuestras expectativas de libertad para llenar sus alforjas a costa de nuestras vidas
Todo esto, todo lo que está presente en nuestras vidas como consecuencia del pacto del 78; las leyes, las instituciones, los personajes que ahora vemos tratando de defender lo indefendible, atentando una vez una vez contra nuestra dignidad, con argumentos manipulados y falaces, es un ataque continuo a nuestros derechos fundamentales. La evidencia de la actitud real del Borbón, el interés por bloquear el debate en torno al cambio constitucional, el panfleto publicado hace un par de días y firmado por setenta y tantos exministros de los partidos del pacto con el heredero del genocida. Todo son evidencias de que España es el resultado del juego macabro de los que cambiaron poder por impunidad, de los que vendieron nuestras expectativas de libertad para llenar sus alforjas a costa de nuestras vidas.
Desde la defensa de la dignidad debemos cuestionarnos las alternativas, ¿qué alternativas nos quedan? Parece evidente que los agentes del pacto vergonzoso del 78 no van a poner fácil el proceso de emancipación del régimen institucionalizado después de la muerte del dictador. La respuesta a la cuestión de la alternativa parece clara: ir a un proceso constituyente. El primero que existiría en España desde la declaración de la República. Nos debemos la posibilidad de elegir que tipo de sociedad queremos ser, algo que la historia nos hurta continuamente.
El sistema social, político, constitucional, en definitiva, necesita de una revisión profunda. Nuestro futuro no puede estar por más tiempo en manos de un estamento político, que cuando no es heredero directo del pacto 78, es fruto de la degradación que proviene del abandono total de los valores democráticos y sociales a la que nos someten los poderes estructurados. Poco se salva de un estamento político que constituye la tercera de las cuestiones a resolver.
Si la relación de la política con la vida se debe basar en la búsqueda de consensos que aglutinen a la ciudadanía en torno a unas propuestas políticas que den respuestas a las necesidades desde la justicia social, ¿qué podemos hacer con un estamento político que antepone su supervivencia alcanzada en la confrontación continua?
El colapso del sistema del 78 deja a las claras que nuestra clase política es parte del problema y por lo tanto no puede ser parte de la solución, al menos en su mayoría, que por otra parte es la mayoría que bloquea
El colapso del sistema del 78 deja a las claras que nuestra clase política es parte del problema y por lo tanto no puede ser parte de la solución, al menos en su mayoría, que por otra parte es la mayoría que bloquea. Se tiende a tratar de confundir interesadamente a la gente haciendo de la parte el todo. El constitucionalismo no es el setentayochismo. Estar en el marco de la constitucionalidad es estar en la voluntad del pueblo, es estar en la capacidad de decidir, es estar en el carácter efímero de las generaciones y de las constituciones que estas alumbren. No hace falta más que la voluntad de la gente para cambiar una constitución, todo lo que esté fuera de la voluntad de la gente está subordinado a la voluntad de la gente.
Nuestras vidas no pueden estar condicionadas por la voluntad del heredero de un genocida, por las ansias de poder de quien pactaron con él, no pueden estar en las manos de los poderes que apoyaron y se lucran hoy en día de ese pacto. Nuestras vidas solo deben de estar en manos de nuestra propia voluntad y esta se hará si hacemos confluir nuestra capacidad de poder transformar el hoy, y desde el hoy nuestro mañana.