Precariedad laboral
Un Glovo sonda

Tras la muerte de un "rider" en Barcelona y un juicio en ciernes en Madrid acerca de la regularización entre Glovo y más de 500 personas, la empresa destaca que no tiene "relación alguna" con el fallecido debido a que, posiblemente, haya cesiones de cuentas. Las estadísticas lo demuestran: con mas de 600 muertes al año en centros de trabajo, ningún empresario ha derramado jamás una sola gota de sangre por su proyecto de lucro personal. La sangre en la boca es un regusto para pobres.

Protesta muerte trabajador Glovo
Protesta por la muerte de un trabajador de Glovo en Barcelona. Foto: Paco Freire, La Directa
Abogado laboralista
4 jun 2019 11:32

Un globo sonda es un aparato no tripulado que se lanza a un espacio desconocido para recabar datos y hacer un estudio de su atmósfera. Son útiles para conocer el funcionamiento de las tormentas sin necesidad de mojarse y ayuda a minimizar el riesgo de ser salpicados. Este Glovo ha de ser capaz de testear si en esta atmósfera puede haber vida para este (no tan) nuevo modelo de economía de mercado. Una atmósfera viciada y revuelta donde la sangre nunca salpica hacia arriba.

Unos días antes de empezar el juicio para regularizar a los 500 riders de la ciudad de Madrid, un cliente en Barcelona llamaba indignado porque su pedido no llegaba. Llama a Glovo (no al rider), que ya está corrigiendo el algoritmo para sancionar a ese “colaborador” tan poco eficaz. Echa un vistazo al programa de geolocalización y ve que el rider está parado en la confluencia de Gran Vía con Balmes. En seguida se organiza todo para que otro “colaborador” haga efectivo el encargo: en las plataformas digitales no hay peor prensa que la constancia de las quejas, y hay que minimizar el impacto sobre la marca. Ese pedido acaba llegando, pero el rider continúa inmóvil en pleno Eixample de Barcelona. No coge el teléfono. ¿Se habrá dormido después de pedalear sin descanso durante horas y horas por 4 euros la entrega? No, yace inerte bajo una manta sobre el cálido asfalto barcelonés. Ya nunca volverá a casa.

A Oscar Pierre, CEO de Glovo, alguien le despierta de madrugada. Hay que poner en marcha la maquinaria para que esa sangre derramada sobre la calzada no salpique hacia arriba. Las estadísticas lo demuestran: con mas de 600 muertes al año en centros de trabajo, ningún empresario ha derramado jamás una sola gota de sangre por su proyecto de lucro personal. La sangre en la boca es un regusto para pobres. Tras 280 caracteres de frías y calculadas palabras de condolencia (como todos los que salen de un gabinete de crisis), Oscar barre la sangre hacia abajo con fuerza: ese rider no estaba registrado como repartidor de Glovo. “Que llevara la mochila de la marca hace pensar que estaba usando la cuenta de un tercero”, reza el comunicado de un folio. Quizás ese tercero no sea un pobre desgraciado que puso a disposición su cuenta para no ser sancionado con un menor reparto de horas por bajar su carencia de disponibilidad para la empresa y poder así amortizar su cuota de autónomos a final de mes. No, es más probable que esa “práctica ilegal” (la cesión de cuentas) la haya hecho uno de esos repartidores que viven a todo trapo ganando 100.000 euros al año, dato económico que proporcionó muy oportunamente el abogado de Glovo, porque, en las empresas modernas, la sangre se barre en equipo. La respuesta ejemplar de los trabajadores de la empresa no se ha hecho esperar: paros, protestas y movilizaciones sentidas exigiendo responsabilidades a la empresa, que observa y anota desde la ventana como las fuerzas de orden público contienen la tormenta.

Tras años desolando el fértil terreno histórico de la movilización obrera, parece un buen momento para lanzar este Glovo sobre las relaciones laborales: un pequeño aparato no tripulado, irresponsable, encargado de sondear las pulsiones sociales que puedan derivarse de un nuevo cambio de modelo en las relaciones socioeconómicas, donde definitivamente se imponga, sin ambages, la figura del empresario y se extermine el valor del colectivo para contar la suma de necesidades individuales incapaces de ver beneficios en su mutua asociación. Ante la lógica del mercado, todos son competidores por la subsistencia. La asociación está proscrita, ya que atenta y altera las reglas de la competencia. Está prohibido echar la vista a los orígenes, donde las palabras construían su significado. La supervivencia es un lujo sin canapés. Bajo el yugo del mercado, el trabajador es despojado de todo menos de su condición de subalterno y la empresa puede gobernar de nuevo valorando únicamente su cuenta de resultados, donde se diluye la vieja problemática de la lucha de clases. Porque el Sindicato ha acabado de mutar, perdiendo su sentido etimológico para convertirse en una mera asociación de consumidores en busca de las mejores ofertas. La presión colectiva está reorientada a los beneficios para el consumo. Solo hay que esperar que no necesitemos ni un muerto más para desaprender, y recordar que “Sindicato” viene del griego “Syn-“, que significa “con, contigo, conmigo, con vosotros”, y “-dikos”, que significa, simple y llanamente “hacer justicia”. Tenemos dos días para asimilarlo, antes de que la sangre vuelva a salpicar hacia abajo.

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Sobre este blog
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