Félix Espinosa: “Salí de casa en busca de un futuro mejor, y me siento engañado”

El joven extremeño nos cuenta la precariedad y estrés que sufrió en la sede lisboeta de la multinacional Konecta.

Konecta
Escrache ante la sede de Konecta en Madrid.
1 may 2018 09:08

Félix Espinosa es uno esos más de 2.500 jóvenes extremeños que cada año emigra de su tierra, según los datos oficiales, en busca de trabajo. Tiene 24 años, es natural de Almendralejo y lleva trabajando desde los 16 en trabajos de todo tipo en el campo: plantando viñas, limpiando olivos, en las campañas de la vendimia, de la aceituna... y un largo etcétera, en los campos de su localidad y alrededores, con diferentes empresarios, y también en el sector de la hostelería, no solo en su tierra, sino en diferentes partes de la geografía española.

A finales del pasado año regresó de Castellón para trabajar de nuevo en el campo en su ciudad natal “y ahorrar algo de dinero para poder irme a trabajar a otro sitio, ya que quería cambiar de aires en lugares donde creía que había más oportunidades labores, y en otra cosa que no sea el campo, ya que es un trabajo muy duro”. Con esta idea en la cabeza, hace dos meses decidió hacer una entrevista de trabajo como teleoperador para el call center que la multinacional Konecta tiene en Lisboa, ya que tiene “varios amigos allí que llevan trabajando un tiempo, y parecía una buena oportunidad”. Ese trabajo “está lleno de extremeños y andaluces, sobre todo”, dice Félix.

Te meten en zulos. Te engañan, aprovechándose porque vienes de lejos, no conoces a nadie y tienes que tragar con lo que hay. Se aprovechan de las necesidades de la gente

Sin embargo, se sintió engañado por la multinacional desde el principio. “Los problemas empezaron nada más llegar, ya que Konecta me prometió que me iba a ayudar a buscar un piso en el que alojarme desde el principio, sin embargo, el casero que me habían buscado me dejó tirado en el último momento y gracias a que mis amigos me acogieron no me quedé a dormir en la calle. Al final acabé en un piso con diez personas más del trabajo, en una habitación en la que solo cabía mi cama. Aquí los caseros se aprovechan. De un salón hacen varias habitaciones”.

Nos cuenta Félix que esta situación es la tónica general para muchos trabajadores de la empresa: “Te meten en zulos. Te engañan, aprovechándose porque vienes de lejos, no conoces a nadie y tienes que tragar con lo que hay. Se aprovechan de las necesidades de la gente. Aquí hay gente que lo está pasando muy mal, padres de familia que no tienen otra cosa”. Y recrimina cómo trata a sus trabajadores Konecta: “Eso dice mucho de la empresa. Si metes a los trabajadores a vivir ahí, imagínate lo que pueden hacer contigo”.

Tras entrar a vivir en uno de esos “pisos patera”, como él los denomina sarcásticamente, empezó a hacer la formación inicial en la empresa y le encomendaron la labor de hacer encuestas de satisfacción en el periodo de pruebas para una multinacional de las telecomunicaciones. “Al principio parecía un trabajo sencillo, aunque estar ocho horas al día hablando por teléfono te deja muy cansado psicológicamente. Sales del curro sin ganas de nada, solo con ganas de cenar y acostarte”.

Pero un día empeoró todo en la empresa. "De repente, de un día para otro, sin avisar, nos cambiaron de departamento y nos pusieron a coger llamadas de clientes. Así cambiaron las condiciones iniciales. Es una presión muy grande la que tienes que soportar para solo cobrar unos 750 euros”.

Sufres una gran presión y encima con lo que nos pagaban apenas llegábamos a final de mes

El joven extremeño nos cuenta que su pareja también trabajaba con él en la misma empresa y lo pasó peor incluso: “Mi pareja no soportó la presión y sufrió un ataque de ansiedad el primer día cuando empezó a recibir llamadas con todo tipo de insultos y presiones de los clientes. Yo, a los pocos días, decidí irme un día del trabajo, porque no aguantaba más ese estrés. No podía más”.

Además, dice que no cumplieron con los requisitos que ponía en la oferta de empleo por los cuales decidió emigrar para trabajar ahí, y pone un ejemplo: “nos prometieron que nos iban a enseñar portugués. Pues era mentira. Te tienes que apuntar a una lista de espera de varios meses y encima, si finalmente te cogían, eran solo dos horas a la semana de portugués”.

Tras estos acontecimientos, finalmente, esta última semana, ambos decidieron abandonar el trabajo tras el mes inicial de formación, debido a “la precariedad que sufrían en el trabajo” y los “problemas de salud” que le acarreaba la misma. “No me merecía la pena seguir trabajando de eso.

Sufres una gran presión y encima con lo que nos pagaban apenas llegábamos a final de mes. Además, vives prácticamente para trabajar, ya que te deja muy tocado el trabajo, no tienes ganas ni fuerzas de hacer nada más después de haber soportado tantas quejas de los clientes en el trabajo”, y compara este trabajo con el del campo: “El campo es un trabajo muy duro. Al principio, había mañanas que me levantaba y lloraba por lo duro que era para mí tener que ir a trabajar en unas condiciones tan duras. Pero una vez que te acostumbras es todo muy mecánico, y aunque es muy duro físicamente, no es tan duro mentalmente como este trabajo, no te deja tocado”.

Sobre sus amigos, que llevan algunos hasta varios años trabajando en esa empresa, comenta que nota cómo el trabajo les ha cambiado la personalidad: “No son los mismos que antes eran. Hablo con ellos y me dicen que están amargados. La gente está amargada en el trabajo porque no tienen otra cosa. No hay profesionalidad en la empresa, cada día te dicen una cosa diferente cuando surge un problema, me da la sensación de que está todo muy mal organizado. En realidad, la gente está aquí obligada porque no hay otra cosa. Toda la gente tiene fecha de caducidad, todo el mundo comenta que se quiere ir y lo tiene en mente, que es un trabajo pasajero. Si decido contar todo esto es para que quien venga de nuevo no le pase como a mí y sepa las condiciones reales”.

Nuestra empresa, que es española, se deslocaliza a Portugal para aumentar sus beneficios, lo que nos obliga a emigrar a nosotros

Trabajadores que llevan varios años trabajando en esa empresa empatizan con las sensaciones de Félix Espinosa al ser preguntados por este medio. G.C., nombre ficticio de uno de los trabajadores entrevistados, que prefiere mantener el anonimato, comenta que no le gusta su trabajo: “Voy a trabajar sin motivación. No me gusta ir al trabajo porque cogemos muchas llamadas al día, tienes que medir mucho tus palabras porque te están evaluando, te faltan al respeto… No merece la pena. Hay veces que llegas a fin de mes con 40 euros, como mucho, y otras con nada. No ahorras nada ningún mes salvo cuando cobras pagas dobles”.

Sin embargo, afirma que continúa en ese puesto de trabajo “porque no hay otra cosa. En mi pueblo estuve buscando trabajo dos años y no encontré nada, por eso tuve que venirme a Lisboa”. Además, al comparar sus condiciones con las condiciones del mismo puesto de trabajo en la misma empresa en España afirma que son peores, “aquí hay más precariedad todavía. Cobras menos y trabajas más horas”.

V.M, al igual que J.C., afirma que sigue en su trabajo debido “al paro que hay en Extremadura. Seguimos porque no hay trabajo en el pueblo. Estamos aquí porque está cerca de casa y podemos ir a ver a nuestras familias

V.M, otro trabajador extremeño anónimo de la empresa, explica el motivo de esa diferencia de condiciones laborales dentro de la empresa: “Nuestra empresa, que es española, se deslocaliza a Portugal para aumentar sus beneficios, lo que nos obliga a emigrar a nosotros”.

También se queja de los elevados impuestos para los trabajadores que hay en Portugal y del precio del coste de vida en Lisboa, que no es muy diferente al de las grandes ciudades de España. “Aquí te quitan el 11% del sueldo, con lo que se te queda en algo más de 600 euros limpios. Vivimos de forma muy precaria porque en alquiler se nos va un buen pico, 260 euros, más 42 de transporte en metro”. V.M, al igual que J.C., afirma que sigue en su trabajo debido “al paro que hay en Extremadura. Seguimos porque no hay trabajo en el pueblo. Estamos aquí porque está cerca de casa y podemos ir a ver a nuestras familias. Además, podemos llenar la nevera, no nos la tienen que llenar nuestros padres. Y aquí estamos cotizando para el día de mañana”.

Por último, V.M nos comenta que incluso han empeorado con el tiempo sus condiciones laborales: “al principio podías ganar hasta 500 euros más de incentivos si los generabas, sin embargo, lo limitaron a 150 euros, aunque generes muchos más”. Además, dice que esos incentivos “no depende de lo bien que hagamos el trabajo nosotros, sino de lo que el cliente te vote en las encuestas”.

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