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¡¡Nos comen los memes!! ¿No os pasa que a veces sentís como si despertarais de un coma profundo y descubrierais que todo cuanto conocíais se ha reducido a una pequeña viñeta de Chuck Norris o Julio Iglesias? Pregunto al médico por las secuelas de mi largo trance. Su respuesta: “Yokese, no soi 100tifiko xd”. Le miro con ojos de pirómana infantil que acaba de incendiar su casa y él comenta, animado, que le recuerdo a una broma muy graciosa de Internet. ¿Cuándo comenzamos a reaccionar con gatitos a todos los estímulos de nuestro entorno? ¿Desde cuándo una imagen vale más que mil palabras? ¿Alguien recuerda dónde he aparcado mi rigor periodístico? John Berger definió a los memes como un “lenguaje de imágenes”. Este nuevo lenguaje ha colonizado buena parte de nuestra acción comunicativa, transformando nuestra manera de codificar la realidad. Nada se resiste al meme, nadie es ajeno a la memeización. ¿Cuál es el secreto de su éxito? ¡Tenemos la respuesta! El meme triunfa por su gran capacidad de síntesis y su sencillez formal y discursiva, lo cual asegura un entendimiento instantáneo y una fácil elaboración y reproducción. Estas características (inmediatez, fugacidad, simplicidad) son, a su vez, las propias de estos tiempos líquidos. El meme responde fantásticamente a las nuevas necesidades expresivas e intelectuales que traen consigo la Web y las redes sociales. El meme nos escucha y entiende, y nosotras nos entendemos mejor gracias a él.
El enorme poder viral del meme —constantemente subestimado por su aparente inocencia— ha sido sagazmente aprovechado por el universo político, empleándolo a su favor para promocionar ideología, generar polémica, imponer temas y orientar la opinión pública. Los partidos crean y difunden sus propios memes o se sirven de los que generan los internautas —en su contra o en su favor, no importa—. La contienda no se basa tanto en argumentos como en audiencias, en alboroto, en ruido. En opinión de Daniel Treviño (@27.07.92), la memeización de la política consiste esencialmente en eso: trasladar el discurso a un segundo plano para dar paso al espectáculo; fabricar personajes cuyo “atractivo” mediático eclipse el contenido gubernamental. ¿Alguien notaría la diferencia si sustituyésemos a Donald Trump por John Cobra?
Por otra parte, el meme como transmisor de ideas influye inevitablemente en la esencia de dichas ideas: estas se tornan tan superficiales y efervescentes como el canal que las propaga. Los memes, emocionales por naturaleza, se retroalimentan y apoyan a través de formatos que también privilegian las emociones por encima de la razón (programas del corazón, prensa rosa…). El último fichaje del meme de sátira política han sido las revistas adolescentes de la generación Millennial (Bravo, Super Pop, Loka), principal productora y consumidora de memes. Al igual que en aquellos magazines, estos memes sobredimensionan el aspecto más íntimo y naíf de la vida de nuestros gobernantes. Así pues, podemos encontrar montajes de Pablo Iglesias, Santiago Abascal o José Luis Martínez-Almeida enviando y recibiendo «los sms que lo volverán loco»; o un encumbramiento de la figura de Pedro Sánchez como fuckboy inigualable. A la recomendación por parte de la OMS de hacer más test COVID-19, la cuenta de Instagram de @stnfe responde con dos test de la Super Pop: «¿Les caes bien a los chicos?» y «¿Cuál es tu arma oculta para ligar?». Esta clase de memes convierten a los políticos en una suerte de estrellas de la música adolescente, en los Back Street Boys del Congreso. Y a la política en una pegadiza e irritante canción pop. ¿O ya lo era y los memes sólo se limitan a mostrarlo sin filtros?
Sea como fuere, ¿cuáles son las repercusiones de esa “lectura teen” de la actualidad política mediante el meme? Como siempre, negativas y positivas. ¡Ah! ¿¡Por qué La Verdad™ nunca es un monolito indestructible e irrefutable!? Empecemos por las negativas. A mi parecer, si nuestra relación con la política se reduce a emociones, ésta muta en un mero entretenimiento, en una simple cuestión de simpatías y antipatías, hasta el punto de que los partidarios de un político o partido actúan en calidad de fans en lugar de como votantes. La política actual no quiere militantes: quiere grupis. Y la analizamos como si fuésemos Jorge Javier Vázquez (y mola un montón, todo sea dicho). Sin embargo, sus consecuencias pueden ser demoledoras: un agudizado descreimiento político y una frivolización de los asuntos sociales que den lugar a un inmovilismo y a un estéril movimiento fan, entre muchas otras. No es fácil ser imparcial con tu ídolo: cuesta reconocer que alguien a quien admiras es un completo indecente. La idealización y el fanatismo son peligrosos y detestables en cualquier ámbito, pero en política deberían ser especialmente inaceptables. Asimismo, en ocasiones, el componente crítico del meme -en caso de que pretenda haberlo- es engullido totalmente por el formato y el entorno digital. La militancia política del meme, al igual que el pasodoble, «hace alegre la tragedia», lo cual combina muy bien con el cinismo posmoderno, pero, ¿es alentador, o simplemente anestesiante?
Como millennial ingenua alegaré que, tal vez, esa “humanización sensacionalista” de nuestros representantes podría ayudar no sólo a una aproximación más desahogada a las espinosas cuestiones políticas, al tedioso academicismo que tanto ha perjudicado a la izquierda, sino también a desgastar ese halo de inviolabilidad regia a la que tan acostumbradas nos tienen y el cual nos hemos visto obligadas a asumir por puro agotamiento, tras atentados constantes a la libertad de expresión. No debemos olvidar que ellas son tan intrascendentes y pueriles como nosotras, que también piensan en el chic@ que les gusta, también quieren saber qué clase de bocadillo son según su signo, cuál es su peinado ideal, y cómo dar un buen morreo. Si no consentiríamos que nuestra Best Friend Forever nos arrebatase nuestro gloss favorito, ¿por qué íbamos a permitir que un señoro en traje utilice nuestro dinero para subvencionarse viajes, comidas y hoteles de lujo?
Necesitamos el meme pop-político. Necesitamos salseo y drama. Es síntoma de buena salud fantasear con un romance oculto entre nuestro presidente y la reina Leticia, especular en torno a la posibilidad de que La Constitución de 1978 sea una copia barata de una canción de Alberto Gambino y equiparar a Esperanza Aguirre con Bad Gyal. Sí, es imprescindible un póster a tamaño real de Miguel Ángel Revilla. Pero, ¡¡cuidado!! No nos dejemos obnubilar por el paquete desmedido de Sánchez, los abdominales de Aznar o la melena al viento de Iglesias; no permitamos que el contoneo de Miquel Iceta nos ciegue, ni mucho menos los pantalones ceñidos de Abascal. Vivimos una época donde los gestos han desplazado a las acciones: performamos una democracia que se desmiente a cada escándalo. No consintamos que los símbolos sustituyan enteramente a la política y a su militancia; comprometámonos y exijamos responsabilidad más allá del like y el retweet. Hagamos historia y no sólo farándula.
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Me ha gustado este post y és muy interesante su enfoque.
Solo una cosilla... Quizás la berlusconización de los debates y espacios públicos fueron la antesala.