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El título de este artículo, intencionalmente provocador, pretende describir una realidad más que defender una posición política determinada. Hoy en día nada está más lejos de la voluntad del autor que la de identificarse con el Estado criminal de Israel. No obstante, y muy a su pesar, percibe por los acontecimientos de las últimas semanas que nuestras sociedades están cada vez más cerca de verse arrastradas por la espiral de miseria moral por la que el Estado hebreo se está precipitando.
Aunque a tenor de las declaraciones de los líderes occidentales no lo pareciera, las atrocidades que están teniendo lugar en la Franja de Gaza desde el fatídico 7 de octubre, por su entidad y magnitud, son algo sin precedente en la historia del siglo XXI. Salvando las distancias, y siendo conscientes de la existencia de matices, no deja ser preciso decir que los actos criminales de Israel son equiparables a episodios de genocidio tan horribles como los de la Guerra de Bosnia, el genocidio de Ruanda o el mismo Holocausto judío. Ni a la ONU ni a sus enviados especiales les ha temblado el pulso a la hora de definir la situación en términos de “limpieza étnica” y “riesgo de genocidio”, lo que ha despertado el enfado de Netanyahu y otros miembros de su Gobierno.
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No parece que la banalidad del mal sirva para explicar lo que están haciendo estos líderes, no al menos en el sentido estricto de este término. Hannah Arendt acuñó el concepto para describir el estado de Adolf Eichmann cuando se encargó de llevar a cabo la Solución Final contra el pueblo judío en la Alemania nazi, un estado de frialdad burócrata bajo el que la irreflexividad permitía al hombre alienarse de los horrores que estaba provocando. Es difícil pensar que los ejecutores de la masacre contra el pueblo palestino sean ajenos al profundo dolor humano que están provocando; por un lado, porque las imágenes que circulan de la situación en la Franja de Gaza no dejan lugar a dudas del horror que allí se está viviendo; pero también, y sobre todo, las propias declaraciones de políticos y militares israelíes dejan entender que son plenamente conscientes de las consecuencias de sus actos y que, de hecho, las persiguen.
Tanto los nazis en su momento como el ejército israelí hoy en día se nos presentan despojados de todo atisbo de humanidad, degradándose moralmente hasta puntos estremecedores
Aunque, en realidad, es indiferente si existe o no una suerte de banalidad del mal tras los crímenes del estado sionista para poder juzgarlos. La propia Arendt admitió que su tesis no defendía la absolución de Eichmann, al igual que negó que la banalidad hiciera referencia a la entidad de los horrores cometidos. Se está perpetrando un genocidio mediante prácticas de limpieza étnica y terrorismo estatal, lo que por sí solo ya es del todo reprobable. Tanto los nazis en su momento como el ejército israelí hoy en día se nos presentan despojados de todo atisbo de humanidad, degradándose moralmente hasta puntos estremecedores.
No obstante, una diferencia muy importante la marca si con su degradación moral los líderes de un Estado arrastran al resto de la Humanidad con ellos. En el caso de la Alemania de Hitler, parece justo decir que buena parte del mundo supo aislar estos reductos de miseria humana para combatirlos y, finalmente, vencerlos. La actitud agresiva de los Aliados contra los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, si bien estuvo decisivamente influenciada por cálculos geoestratégicos, no quedó exenta de justificaciones ideológicas. Más o menos tarde, con mayor o menor firmeza, en última instancia el mundo y buena parte de sus líderes no tuvo reparos en denunciar el exterminio de judíos y otras minorías.
Lo único que impedirá que la Humanidad termine por tocar fondo, es que los ciudadanos de todo el mundo sepamos demostrar que no somos nuestros gobiernos
Nada de esto, es evidente, está ocurriendo ahora. La Comunidad Internacional, hoy mucho más consolidada tras más de 75 años de existencia de Naciones Unidas, no solo no se opone a las atrocidades, sino que las justifica, apoya e incluso financia. Es vergonzoso ver a Ursula von der Leyen o a Joe Biden secundar los argumentos de Israel y fundirse en el abrazo de su causa.
Es en esta efeméride que resulta cada vez más difícil no ver que todos somos Israel, que la Humanidad va camino de tocar fondo. Los crímenes de Israel no hablan por todos hasta el momento en el que el mundo entero empieza a tolerarlos. La gangrena de inhumanidad se esparce por los países occidentales cuando sus líderes pasan a ser cómplices de la barbarie sin pudor alguno. La única esperanza que queda, lo único que impedirá que la Humanidad termine por tocar fondo, es que los ciudadanos de todo el mundo sepamos demostrar que no somos nuestros gobiernos; es más, que seamos capaces de moverlos de sus posiciones. La causa palestina es, por todo ello, la causa de la Humanidad. ¡Viva Palestina libre!
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