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¿No les pasa que cada vez se cruzan con más personas que o bien no saludan o no les devuelven el saludo? No me refiero a situaciones a lo Cocodrilo Dundee (Faiman, 1986), donde el rudo protagonista recién llegado a la gran ciudad trataba de estrechar la mano a los sorprendidos transeúntes neoyorquinos, no. Me refiero a encuentros en espacios públicos donde se acostumbraba a saludar a propios y extraños: el portal del edificio, la sala de espera, la panadería, el gimnasio... Y no es un fenómeno que se limite a la ciudad, también lo hemos experimentado en el pueblecito de menos de quinientas almas donde mi familia y yo pasamos largas temporadas. En el barómetro de junio de 2022, el CIS incluyó una pregunta sobre diferentes prácticas de saludo con personas que no son de nuestro entorno familiar e íntimo. Pues bien, más de un 25% de promedio había dejado de cultivar alguna. Si cruzamos la pregunta por tamaño de municipio encontramos resultados similares, así que existe una posibilidad entre cuatro de que los cocodrilos dundees de 2023 ya no nos saluden si un buen día se nos ocurre perdernos por un manglar.
Detrás de este comportamiento pueden existir varias causas: hábitos adquiridos durante la pandemia, malas experiencias anteriores, personas más o menos tímidas o aquellas que no disponen de la función del habla y/o de la escucha o que no han recibido una mínima educación cívica. También habrán observado que la perspectiva de género está presente: en comparación con los hombres, las mujeres no suelen iniciar el saludo cuando se encuentran con otra persona del sexo opuesto, incluso en espacios en apariencia seguros como el colmado cercano a casa. De hecho, el estudio del CIS señala una diferencia importante de casi diez puntos en el porcentaje de mujeres que han dejado de saludar respecto a los hombres. Una vez transmutada la mortal gripe en fuerte catarro gracias a las vacunas y dado que la proporción de mujeres, de introvertidos, de maleducados y de personas con diversidad funcional no ha variado significativamente en este tiempo ¿por qué cada vez más nuestro amable saludo tiene como respuesta una desabrida indiferencia?
¿Qué puede justificar que alguien próximo a mi quinta, que por mi referencia fílmica ya habrán deducido que no es precisamente la millenial ni posteriores; no me devuelva el saludo?
Podemos explorar otras motivaciones meramente utilitaristas, como el pueril intento de protesta política en el caso de la presidenta de las Cortes de Aragón de hace unos días. También en la preferencia por la comunicación asíncrona extendida entre los jóvenes, aún cuando se relacionan con las generaciones que les preceden, padres incluidos. En mi caso, un guasap suele tener mejor efecto para llamar la atención de mi hija que una simple voz. Dejando al margen políticos trasnochados y adolescentes. ¿Qué puede justificar que alguien próximo a mi quinta, que por mi referencia fílmica ya habrán deducido que no es precisamente la millenial ni posteriores; no me devuelva el saludo?
Retrocedamos unos cuantos milenios. De acuerdo a Harari (2015) las primeras sociedades humanas prosperaron gracias a la cooperación flexible y amplia entre los miembros del grupo. Esto nos diferencia de otras comunidades de animales como las abejas, que son numerosas pero rígidas a los cambios del entorno; o a nuestros parientes homínidos, que son adaptativos pero rara vez alcanzan a formar grupos de más de un centenar de componentes. Para superar este umbral, los saludos entre personas desconocidas han actuado de minisondas que facilitan la expansión del grupo humano a nuevas relaciones cooperativas.
El saludo es una muestra básica de aceptación del otro: significa que soy consciente de tu presencia y te reconozco como semejante
A la mayoría de seres humanos nos gusta sentirnos aceptados, de hecho es una de las necesidades sociales de la manida pirámide de Maslow. El saludo es una muestra básica de aceptación del otro: significa que soy consciente de tu presencia y te reconozco como semejante. Por el contrario, negar el saludo sin una buena excusa es mostrarse indiferente y despreciarlo como igual. Para qué saludarte, si de nada me vas a servir y si alguna vez me hace falta sal ya me la traerá Amazon. El rechazo se ha convertido en un intento de quedar por encima del otro con el que es más probable la competencia que la colaboración en nuestras sociedades cada vez más individualistas y mercantilizadas, que empujan a mostrar algún gramo de superioridad, aunque sea impostado.
Esta presión social de mostrarse mejores emerge también en la propagación de basura informativa. Es el ‘yo sé algo que tú no sabes’. Y así, las vacunas son chips de seguimiento, el aterrizaje en la luna una farsa de los americanos y el cambio climático un invento para vendernos coches eléctricos. Lo ha dicho Internet. Por supuesto, parte de estas desinformaciones tienen origen en campañas deliberadas como las financiadas por la industria del tabaco para negar la relación directa entre su consumo y el cáncer. Todavía hoy las petroleras patrocinan estudios que dudan del vínculo entre las emisiones de carbono y el calentamiento global. Pero este es otro asunto.
Volviendo al tema que les ha llevado hasta este último párrafo, recordarán que no hace mucho las personas que practicaban asiduamente el saludo eran tenidas como gente de fiar. Qué raro que haya decapitado con un machete a sus compañeros de oficina, ¡si saludaba todos los días en la escalera! Hoy por hoy, y si no lo remediamos, todos y todas seremos sospechosos del crimen. Así que háganse un favor, déjense de ghosting y saluden.
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Tienes razón, pero yo aquí en Almería no he notado que la gente se salude menos.