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Palmolive aprendió a tocar la batería porque era lo que más se parecía a bailar. El punk empezaba a tomar forma en conciertos autogestionados y casas okupadas y no quería quedarse al margen. Conocía demasiado bien toda aquella rabia, toda esa ira contra un mundo que no tenía nada que ofrecer. Era la misma rabia que la había empujado a dejar Málaga con 17 años y llegar hasta aquella casa del sur de Londres que se caía a pedazos pero en la que podía ser lo que quisiera. Sid Vicious le pidió que fuese la batería del nuevo grupo que había montado, Flowers of Romance. Ella aceptó, pero no tardó mucho en arrepentirse. Harta del acoso constante al que la sometía Vicious por no querer acostarse con él, Palmolive dejó el grupo tres semanas más tarde. A partir de entonces lo tuvo claro, solo tocaría con mujeres.
La historia de él siguió con Sex Pistols, la de ella con The Slits. En un concierto de Patti Smith, Palmolive conoció a Ari Up y formaron la primera banda punk compuesta exclusivamente por mujeres. Las Slits cantaron contra los estereotipos machistas en temas como “Typical Girls” pero también los sufrieron, dentro y fuera del escenario. Dentro porque la violencia y la rabia punk que en los hombres era provocadora en ellas resultaba amenazante, fuera porque trataban una y otra vez de sexualizarlas. Cuando el mánager les dijo que tenían que salir desnudas en la portada del disco, Palmolive dejó el grupo. Después vino la búsqueda y el retiro espiritual en India, lejos de todo aquello.
Fiona Apple sí decidió aparecer desnuda en el videoclip de su canción “Criminal”. El tema, que trataba sobre la culpa por la forma en que se relacionaba con el sexo, había estado 20 semanas seguidas en las listas de éxitos. Con solo 18 años, Apple había vendido tres millones de copias de su primer disco y estaba nominada a algunos de los premios más importantes de la industria musical. Pero nada de eso evitó que cuando salió el videoclip la prensa se lanzase sobre ella. En aquel momento, Apple arrastraba trastornos de alimentación derivados de una violación y tenía dificultades para relacionarse con su cuerpo y con su sexualidad. Para ella, aparecer desnuda era una forma de reflejar esa dificultad y esa culpa, pero los medios no lo entendieron así. El New York Times dijo que “parecía una Lolita en la fiesta de una urbanización”, el New Yorker que tenía pinta de “modelo desnutrida de Calvin Klein”. Cuando subió a recoger el premio de la MTV, Apple se defendió diciendo en directo que el mundo era una mierda, pero eso también fue interpretado como la pataleta de una niña malcriada.
En realidad da igual lo que hagas. Billie Eilish decidió vestir con ropa holgada para evitar la sexualización. Era una decisión política, no quería que su imagen estuviese condicionada por las opiniones negativas o positivas sobre su cuerpo. Pero un día le hicieron una foto con una camiseta ajustada y las redes sociales se llenaron de comentarios que la sexualizaban. Por entonces Eilish ni siquiera era mayor de edad, pero el acoso duró semanas. Su decisión era valiente en una industria que cosifica de forma permanente a las mujeres, pero su acoso mostraba que daba igual lo que hicieras. Daba igual que te desnudaras o no, que decidieras mostrar tu cuerpo o no, el problema estaba en la mirada.
Shawna Potter, la cantante de War on Women, había entendido esto desde que empezó a militar en una organización feminista que concienciaba sobre el acoso callejero. Después empezó a llevarse los materiales y las charlas cuando estaba de gira, sabía que muchas veces los conciertos no eran sitios seguros. Todo aquel trabajo cristalizó en un libro llamado Cómo crear espacios más seguros (Orciny Press, 2020), en el que habla de qué se puede hacer cuando se dan situaciones de acoso entre el público o cuando alguno de los asistentes escupe cerveza a la cara de la vocalista mientras canta, como le había pasado a Kathleen Hannah, de la banda Bikini Kill.
En el Estado español, muchas de las reflexiones sobre el machismo en la música se han recogido en el documental Sin tu permiso. Nosotras en la escena harcore y punk estatal. En él se habla de iniciativas como los Lady Fest o los puntos violeta y se reflexiona sobre asuntos como la ocupación de la pista de baile y los pogos. El documental, como el libro de Potter, permite ver todo lo que se ha avanzado en este tiempo gracias al trabajo de numerosos colectivos feministas, pero también que el grito “Girls to the front!” que Hannah lanzaba al comienzo de los conciertos sigue siendo necesario.
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Muy bien! Mujeres que ejercen la libertad (sin pedirla).
Viva la música, que no sabe de sexos.
Lo potente y bueno viene de gente creativa y valiente.
[Por eso, quizá, tan poco comentario a este artículo]