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Domingo de Marisquiño. Estábamos recién llegados pero pronto nos dimos cuenta de la situación. Por un lado, Abel “The First", típico cacique local al que todo el mundo vota y que ha entendido muy bien la máxima de todo político: que lo más importante es lo bien que le caes a la gente para luego poder putearla.
Por otro lado, Bea Pelea, Buseta, Yung Beef y toda la tropa de la Vendición. Listos a tomar la ciudad por asalto desde el otro lado de la ría, la misma que nosotros teníamos que cruzar. Pero no nos podíamos ir de Vigo sin ver la huella dejada por El Sheriff en la ciudad. Nos referimos a la rotonda donde puedes ver los partidos del Celta o el Dinoseto, ese arbusto mal podado rodeado de más cámaras que la sección de priva de un Supercor. No nos faltaron ganas de llevar la cabeza del bicho este al concierto para profanar la obra maestra del alcalde, pero no era el día.
Esa noche quedó clara una cosa, que no necesitamos a los políticos para hacer lo que nos planteemos
Desechado el plan, en Vigo no había mucho que hacer, así que decidimos pillar el primer barco e ir pa Cangas. Ya subidos, el horizonte que veíamos era un poco turbador, la niebla lo entelaba todo, parecía un viaje hacía la nada. Aquella atmosfera sombría nos recordó una frase que decía algo así como: “Nunca fuimos tan lejos como cuando no íbamos a ninguna parte”. Después de esto, nos dimos cuenta que independientemente de que en la otra orilla estuviese el Nuevo Mundo o el infierno, nosotros no íbamos a dudar en vivirlo.
Pero vayamos al fondo de la cuestión. Tras ser censurado, Yung Beef intentó montar su bolo en otra sala de Vigo pero no hubo suerte. “The First” había movido sus hilos, consiguiendo que varios locales rechazasen su actuación. Cuando un artista es expulsado de un evento, lo habitual es que se dedique a aprovechar la situación para darse algo de publicidad y hacer su caso lo más mediático posible. Por suerte, hay otros que deciden apoyarse cuando tocan a uno de los suyos, para así hacer más daño a quienes les joden.
Estar al kite, mañana sacamos crónica de lo que pasó en Cangas el Domingo 14 de agosto de 2018
Desde que el cartel del bolo empezó a rularse por redes, quedó claro de qué bando estaba cada persona. Bea Pelea y Buseta decidieron mandar a la mierda su actuación en el Marisquiño y defenderse, conscientes de que mañana podrían ser ellos. Pero no vinieron solos. Hakim, Julián o Brat Star también eligieron estar al lado de su gente, apoyándola. De esta forma, quedó clara otra cosa, que no necesitamos a los políticos para hacer lo que nos planteemos. Nos bastamos teniéndonos cerca y enfrentándonos a la situación juntos. Esta muestra de solidaridad fue lo que convirtió el show de Cangas en algo diferente. Porque lo que se genera cuando la gente desobedece, se organiza y actúa, merece mucho más la pena que toda la comodidad que pueda ofrecerte la simple indignación por redes.
Bea Pelea: "Hacen falta unas Spice Girls en la música urbana"
Las posibilidades que se abren al estar juntas y unidas son infinitas, y si a esto le sumas talento pues te queda un potencial tremendo para reventar el panorama. Esto fue lo que pensamos cuando Bea Pelea nos comentaba que “hacen falta unas Spice Girls en la música urbana”, sobre una eventual unión entre mujeres de la industria. Sí, música urbana, porque como también nos decía Bea, “aburre” que se enmarque a todo el mundo bajo la etiqueta del trap, cuando a poco que te fijas, te das cuenta de que hay un montón de peña haciendo cosas distintas. Esto también pudimos verlo en el concierto, donde el reggaeton de Bea y el ritmo funky de Buseta se juntaron con “Beef Bxy” para darnos con 4 horas de show. Casi ná. Luego que si hacen playback, anda y que os jodan.
El bolo en Cangas no solo fue la contraprogramación del Marisquiño, fue también la evidencia de que el formato típico de concierto en la música urbana ha muerto. No había la típica distinción entre artista principal y teloneros, esto era una movida colectiva en la que todos interactuaban. Mientras, el resto bajaban hasta el piso ante el subidón de la peña que estábamos allí. Acabábamos de presenciar que ser feliz es algo subversivo cuando se hace en colectivo.
Una vez conseguimos llegar a Vigo vimos que quedaba algo en la bolsa, pero nuestros bolsillos estaban ya muy vacíos.
Terminado el concierto y con la perversión que se respiraba en la sala podía pasar cualquier cosa. El único límite era que teníamos que volver a cruzar la ría para seguir con el despropósito. La situación era un poco de guerra sin cuartel para poder subirse a un taxi, y luego pelearte con el conductor para que no te tangara. Para la espera decidimos coger prestada una botella de vino de un bar – ya le mandaremos la edición impresa de El Salto para compensar.Una vez conseguimos llegar a Vigo vimos que quedaba algo en la bolsa, pero nuestros bolsillos estaban ya muy vacíos. Como lo de coger cosas prestadas en los bares iba bien, tuvimos la brillante idea de hacerlo en el de al lado de la discoteca a la que íbamos. Nuestras manos cogieron lo que nuestros ojos deseaban y nos fuimos a comprar la entrada. A la que llegamos a la entrada estaba el puertas con el dueño – que casualmente era el mismo que el del bar, jugada maestra – diciendo que nos pirásemos, que no éramos bienvenidos por esto de prestarnos cosas a nosotros mismos. En ese momento empezó una chapa descomunal por nuestra parte que se saldó con el acuerdo de no entrar hasta el cabo de media hora y portarnos bien dentro, como si fuera el colegio. Gracias dueño por tu comprensión.
Lo que paso después fue una amalgama de sudor y temazos. Y una vez más – pasa mucho últimamente – la gente enloqueció con From darkness with love, será esto del suicidio comercial. Al final terminamos todos desperdigados por la ciudad y con la dirección de la kelly apuntada en la muñeca. Todo se torció cuando ya en la hora del vermut llegaron dos jambos cuarentones, con chandal, riñonera y unos piños de dudosa salud. Nos invitaron a terminar la jornada con ellos, pero eso mejor no lo explicamos que si no nos echan.
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Entre mentira y mentira, es verdad que visteis al dueño de una discoteca. Por cierto, decirle a Fernando que lo que le debo no se lo pago.
Cuando escribes en un lugar que no es un club de fans cerrado sino un medio con vocación de amplitud, conviene escribir con la idea en mente de que quienes lean requerirán pistas para entender de qué demonios se habla. Es un principio saludable de la comunicación.
"Para entender de qué demonios se habla". Tú eres un poquito Flanders no?