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Municipalismo
#VotaBancada: apuesta por una ciudad rebelde y radicalmente democrática
Tenemos que pasar de una cultura de la muerte a una cultura de la vida. La palabra “vida” ha sido víctima del uso abusivo de grupos religiosos y antiabortistas. Tenemos que reapropiarnos de ella. Es necesario devolver la vida al espacio que le corresponde.
Alisa del Re
Alisa del Re* pronunció estas palabras precisamente durante unas jornadas previas a las elecciones municipales que en 2015 llevaron a muchos ayuntamientos del Estado español a las candidaturas “del cambio”. Esa disputa por la palabra “vida” repunta ahora en las calles con el auge del postfascismo y el volantazo de las “otras” derechas (la neoliberal “conservadora” del PP y la neoliberal oportunista de Ciudadanos) hacia una manera de entender lo vital como algo, a la vez, únicamente biológico y fundamentalmente mercantilizable. El ejemplo de lo primero (la vida únicamente biológica) se despliega entre banderas de España y mensajes homófobos en la manifestación del Foro de la Familia del domingo 31. La condición para lo segundo (la vida mercantilizable) son las políticas de devastación neoliberales.
El ataque neoliberal a la vida es una ofensiva contra las condiciones materiales que hacen la vida posible, tanto la humana (que necesita guarecerse, alimentarse, curarse, aprender y vincularse a otrxs), como la medioambiental (que depende del desarrollo de economías ecológicamente responsables). Porque no se trata de vivir sin más, simplemente porque tu cuerpo ha sido concebido y hasta que los avances médicos permitan secuestrar tu dignidad entre una selva de tubos de respiración artificial. Se trata de alcanzar unas vidas plenas y emancipadas. Y esta disputa entre la vida (de los otros) entendida como sustracción letal de beneficio y la vida (de todos, de cada uno, de lo común) como proyecto de emancipación se dirime, también, evidentemente, a escala municipal.
El ataque neoliberal a la vida es una ofensiva contra las condiciones materiales que hacen la vida posible
A escala de una ciudad (pongamos que hablo de Madrid…) esta plenitud y emancipación dependen de unas condiciones tan aparentemente sencillas de entender como actualmente alejadas de nuestro alcance.
De entrada nos hacen falta políticas de vivienda que garanticen que ninguna persona carezca de un hogar donde soñar y compartir su vida cotidiana con otras. Casas con suficiente calor en sus estancias y comida en las neveras.
Necesitamos, además, un urbanismo que priorice la función social (y no el interés especulativo) de los espacios privados y públicos. Que devuelva a las calles y plazas su papel de geografías del encuentro, la socialización, los juegos y paseos, las expresiones de protesta y conflicto.
Otra condición imprescindible para unas vidas dignas de ser vividas es su acceso a una renta básica que, independientemente de la condición asalariada o no, redistribuya la riqueza que producimos entre todxs para que esta no se acumule, injusta y desproporcionadamente, en pocas manos.
Ahora bien, todas estas políticas de acceso universal a bienes básicos pierden sentido si no se aplican por igual a todas las personas que habitan la ciudad, independientemente de su estatus administrativo, color, lengua, religión, cultura, identidad de género, orientación sexual, capacidades funcionales, etc. Todas las personas que construyen en su cotidiano la compleja y heterogénea comunidad urbana han de disfrutar de los mismos derechos. Sus necesidades deben anteponerse, además, a los deseos de quienes solo andan de paso, de visita turística.
Pero, ¿cómo lograr esa distribución de la riqueza que haría posible la satisfacción de las anteriores condiciones para el desarrollo de unas vidas que merezcan la pena ser vividas? A mi juicio, la derrota de los intereses especulativos de las élites económicas que ahora gobiernan Madrid es la tarea cotidiana (y seguramente interminable) de los espacios e instituciones de autogobierno: de su capacidad tanto de organizar conflictos como de sostenerse y multiplicarse. El reto siempre es la redistribución del poder. Pero esta no se regala desde las instituciones, sino que se arrebata desde la potencia del contrapoder. Desde las luchas por la reproducción de la vida (por el derecho a la vivienda, por los derechos del trabajo doméstico, contra la precariedad de la vida), el antirracismo y el ecofeminismo.
Un pie en las instituciones debería servirnos para multiplicar el eco de los conflictos; apoyar la creación y permanencia de instituciones de contrapoder; generar horizontes comunes de lucha
¿Y qué pinta La Bancada en todo esto? Desde mi perspectiva, mientras no seamos capaces de generar organizaciones de base capaces de sustituir las actuales instituciones representativas por unas instituciones radicalmente democráticas, la apuesta por seguir teniendo un pie en las instituciones debería servirnos para multiplicar el eco de los conflictos, para apoyar la creación y permanencia de instituciones de contrapoder (centros sociales) y para generar horizontes comunes de lucha. Para imaginar(nos) a escala, al menos, de ciudad y proyectar(nos) al menos en el medio y largo plazo. Para dibujar la ciudad justa que queremos. La vida digna que merecemos.
* Fundación de los Comunes, Hacia nuevas instituciones democráticas. Diferencia, sostenimiento de la vida y políticas públicas, Madrid, Traficantes de Sueños, 2016, p. 39.
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