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Memoria histórica
El árbol partido
La búsqueda de información genealógica nos lleva, en muchos casos, a la más profunda desazón. No sabes quién eres porque no sabes quiénes fueron.
Nacemos incapacitados. Cuando alguien te pregunta ¿quién eres?, tienes dos opciones: mentir o creerte la respuesta que estás dando. Vivir impasible es muy difícil. Siempre ronda algo por ahí, no sabremos muy bien por dónde, una sensación tremendamente molesta que nos perturba. Nos reímos de las preguntas existenciales. Imaginemos a un amigo que pone sobre la mesa aquello que le incomoda en un momento de lucidez y cuestionable sobriedad: “¿De dónde venimos? ¿quiénes somos? ¿y, después de la muerte, qué?”. Reprocharíamos su trivialidad. Muy manido. Tampoco analizamos de verdad de la buena lo muy inservibles que pudiéramos llegar a ser aquí, en el planeta Tierra, como individuos. Motas de polvo y bla blá. Nos importamos poco porque nos resbala la realidad, es decir, que venimos de muy atrás y de muy lejos, y que somos lo que comieron aquellos, que con suerte fue pan y patatas.
Este verano he vuelto al lugar donde todo empezó. Al menos donde empezó un 75% de lo que, si pudiera, contestaría al quién eres. Donde habitaron y vivieron al menos tres cuartas partes de mis antecesores. Donde la tierra cubre parte de mi apellido. Allí nacieron los abuelos de los abuelos de tres de mis cuatro abuelos y abuelas. Y allí queda lo que queda: más bien nada.
Estando en el lugar, que reconozco como la tumba de elefantes de mi genealogía, pasé por delante de lo que ahora es un parque y antes fue una escuela para niñas. Donde entonces había tierra y ahora existe una orilla peatonal vi el mismo sauce llorón gigantesco de siempre. Una mata verde que un verano quedó medio calva tras una tormenta de verano tropical en el centro de la meseta castellana. Ese sauce había estado siempre ahí para mí, nació como conmigo y en mi imaginario, en mi experiencia vital tiene esa forma arbórea triste, pero mansa y reconfortante.
TIRAR DEL HILO
Con la imagen del gigante verde en la cabeza, pasé por la casa donde mamaron y crecieron mi padre y sus cuatro hermanos, lo que me permitió chocarme de bruces con un árbol realmente fragmentado: mi familia. Y ahí comenzó todo. Las fotografías con ese tono sepia abrieron en canal lo que ahora yo formo, abrió las carnes de lo que no sé y dejó en evidencia lo que miento cuando pretendo contestar a un quién eres. No solo retratos de gente desconocida, también cartillas de reclutamiento, cartas de amor, postales desde la garita y solicitudes de dinero a unos padres a miles de kilómetros. Me tropecé, en definitiva, con quienes fueron concebidos para concebir a quienes me concibieron. Saber quién eres —pensé— es la única forma que tiene el ser humano de hoy para dejar de mentir, pero conlleva dolor. Quien haya visto morir a un cochino en un corral podrá acercarse a la desazón de no saber realmente contestar. No, no sé quién soy. Tiro del hilo.Por parte de mi padre, la abuela ha perdido la cabeza y no me reconoce, ni a mí ni a sí misma en el espejo. El abuelo no tiene ganas de hablar, está cansado. Las pistas que hay no son suficientes como para desenredar la madeja. Tiro del hilo. Recuerdo pequeños detalles en sus curriculum vitae: ella sirvió para marquesas o condesas, no lo tengo claro, y luego cuidó de seis hombres: cinco hijos y un marido. Él trabajó desde niño como labrador, condujo un camión más tarde y enseñó a sus hijos a ganarse el jornal y el plato de comida. Me llaman ‘Habanero’ porque el abuelo de mi abuelo estuvo en La Habana durante la Guerra de independencia cubana. Como militar. Nunca supe si fue a morir o a matar y nadie sabe sacarme de dudas. Consulto con el Archivo General e Histórico de Defensa y con el Archivo Militar de Madrid, pero no pueden ayudarme. Pruebo con la Sección de Ultramar. Intercambio datos con los centros de emigrantes del lugar. Pero no. Me invitan a contactar con la Embajada. Prolongar el dolor y la inquietud. “Lamentablemente, este centro no dispone de la información que está buscando”, es un mensaje que se repite constantemente. Con los datos que tengo (apellido, fechas aproximadas y lugar de reclutamiento) es difícil incluso para ellos que manejan millares de listas. Consiguen ofrecerme dos posibles resultados desde la asociación Regreso con Honor, pero las piezas no encajan. Los listados no siempre fueron actualizados, hubo errores entonces que dificultan el trabajo de ahora. Consultar los archivos físicos sería el siguiente paso, algo costoso económica y mentalmente. De ella, de la abuela de mi abuelo, la mujer de quien fue a La Habana, lo desconozco absolutamente todo. La historia siempre ha sido igual con ellas. Por esta rama del árbol, probablemente iría a parar a un callejón sin salida, un callejón oscuro, un callejón con un cerdo abierto desde la garganta y desangrándose en una despensa de la casa donde todo empezó.
“Lamentablemente, este centro no dispone de la información que está buscando”, es un mensaje que se repite constantementePor la parte de mi madre me detengo sin ascender demasiado: su abuelo se alistó en un conocido sindicato. Lo hizo porque pretendía salir del campo y dar una mejor vida al que fue mi abuelo y a los que fueron sus hermanos. Sé que a él y a otras cinco personas se los llevaron en 1936 y no volvieron. Ni uno solo de sus huesos ha aparecido. Se recogió en acta que estuvieron una noche en la cárcel del pueblo más cercano y que la camioneta que salió de allí se desvió del trayecto. Su nombre apareció hasta diciembre de 2018 en las listas de represaliados. Ahora su nombre ha desaparecido también. ¿Han desistido hasta los que no desisten? Su reconocimiento se reduce a una pequeña placa en el cementerio que le vio ser secuestrado. De las mujeres de esta rama, de mis antepasadas, sé que murieron pronto y con enfermedades asfixiantemente cortas. No hay rastro.
Esta historia es la de todos. Un sauce atravesado por un rayo, un tronco quebrado y un pasado inexistente. Por todo ello, tenemos que mentir: de verdad, ¿quiénes somos? Nuestro árbol genealógico es menos conceptual de lo que pensamos y más físico que nunca: se puede tocar, oler, ver cómo ha quedado tras la tormenta de verano. Hay ramas inaccesibles y un laberinto en la corteza. Nunca sabremos quiénes somos porque nunca sabremos quiénes fueron los que echaron las raíces.
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Mi más sincera enhorabuena por el artículo. Un saludo cordial.