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Literatura
Voces: un texto poético de Mariluz Secilla Souto
Porque creemos que nuestra relación (o pelea) con la Naturaleza, con nuestros cuerpos mamíferos y también culturales, lo impregna todo, cómo vemos el mundo, cómo nos relacionamos, cómo leemos las estrellas y también la poesía, queremos empezar una sección literaria. Vamos a pedirles a distintas voces creadoras que nos regalen textos. Poemas, relatos, cómics... ecofeministas. Para dejarnos sorprender y para hacernos reflexionar, sentir, luchar, disfrutar… de otra manera.
Mariluz Secilla Souto nos regala este texto poético, "Ciudad capitalista", que, según palabras de la propia poeta, "está pensado para acceder directamente al imaginario y hacer puente con la teoría". Conecta con nuestra experiencia de la ciudad, con nuestra vivencia, con nuestra forma de estar y vivirla. Para... ¿cuestionarla, cambiarla, abandonarla?
Concibe la literatura como una vía para hacernos conscientes del entramado entre la violencia estructural y la simbólica, para aportar a la sociedad "mi reflexión sobre la violencia que llevo años haciendo y que intenta conjugar la teoría con ejercicios prácticos en la literatura, buscando la manera de desbloquear la violencia simbólica que satura nuestro imaginario y nos condiciona cómo nos relacionamos y cómo vivimos."
La poeta es autora también de Rastrojos de mí misma. Nefoé. La ciudad gris. No hubo bailarinas y Sol negro en la ciudad
La rutina en la que muchas veces nos vemos inmersos nos conduce a movernos a tientas, buscando por entre los huecos de los coches y las siluetas que se entrecruzan con aspavientos, un poco de humanidad que se cuele entre los tubos de escape, los reflejos de las persianas, los insultos proferidos en cincuenta idiomas y el curry volcado que nos hace dar un brinco, para escurrirnos como un gato asustado, que ha clavado las uñas en el asfalto. Como un par de rodillas que se hincan en una jornada esférica a ritmo de los gritos tecleados en ocho horas, diez horas y la letanía de un traje negro que invoca la consumación de los números.
Buscamos un atisbo que nos recuerde que somos animales, que no nacimos en una ubre de hormigón destinadas a procrear para que la reina capitalista siga teniendo su enjambre de obrerxs. Y a veces esnifamos las verdes alfombras, bordadas de margaritas y enlatadas en cámaras compactas y móviles de última generación para poder colgar nuestro grito de resistencia a olvidar que más allá de las autopistas otra vida se desarrolla. Porque esa ciudad de la que dicen que no necesita de la naturaleza utiliza los mismos sistemas para mantenerse, pero lo que en la naturaleza es algo que se desarrolla sin ocultar, en la ciudad se le suponen otros matices diferentes.
Las tripas de la ciudad están ocultas, es una compleja red de tuberías y cañerías, sistemas de carga y descarga, ventilaciones y sumideros para deshacerse de los detritus. Todas estas son funciones que cualquier ser vivo necesita en su existencia, tanto si está solo como si pertenece a algún ecosistema. Pero hay seres vivos que no pertenezcan a un ecosistema? Puede la ciudad vivir sin formar parte de la naturaleza? Pero entonces ¿por qué tiene un sistema de suministro de agua, una porción de atmósfera donde respira, un sistema de secreción de residuos? ¿No es el mismo esquema que utiliza la naturaleza? Agua, aire, reproducción.
Entonces ¿por qué nos quieren hacer pensar que la ciudad capitalista no necesita del medio ambiente? En realidad las ciudades no son como pequeños ecosistemas dentro de un ecosistema mucho mayor? Quién puede afirmar que la ciudad puede prescindir del medio ambiente cuando ésta copia su estructura y funcionamiento?
Andamos sobre un suelo que no devuelve nuestras pisadas. Ponemos el pie con miedo a que nos devore la velocidad de la peonza sobre la que alguien nos ha puesto sin preguntarnos. Ubicados en nuestra cuadrícula. Con un trozo de cielo recortado que nos ha sido asignado para que volemos un cuarto de cometa, pero no más; asomados con los codos sosteniendo nuestra individualidad como si fuera una enorme bombilla que nos delata y nos ciega la visión de lo que nos rodea. Así nos sorprende que miremos al cuadrado que tenemos enfrente y no sepamos qué decirle. Cada cual abrumado en su propia distancia se observa y no se entiende.
Quizá para entenderse sería necesario coger la distancia de aquí hasta el punto desde donde poder ver con la perspectiva suficiente, que la presión de los cimientos de la ciudad puede llegar a oprimirnos si no empujamos las paredes y nos hacemos sitio. Hay que hacerse sitio para poder ver el global. Para que no nos sintamos como cabezas de alfileres aporreadas por martillos, tal vez haya que andar un poco por las lindes que bordean las ciudades y recuperar la autonomía como personas. Concederse espacio y concedérselo a los demás, no asumamos la concepción de las sumas y las restas, todo no son rectas que desembocan en un rascacielos, a veces hay círculos y a veces demasiada luz ciega.
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Notas a pie de página
Notas a pie de página La fantasía de las esposas perfectas
Del libro “Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo”, de Carlos Taibo:
Las ciudades se nos han ido, por lo demás, de las manos. Muy atrás ha quedado la condición de los burgos medievales que admiraba Lewis Mumford, producto de una historia muy larga y acompasada, de dimensiones reducidas que permitían llegar, caminando, a cualquiera de sus lugares, con calles irregulares y un espacio central en el que las gentes se veían, se reunían, hablaban y comerciaban en un escenario marcado por una vida comunal y asociativa. Frente a ese modelo acabó por imponerse la ciudad barroca e imperial, la de la disciplina y el poder, impregnada de líneas rectas y ejes visuales, rigurosa y geométrica, expresión de la era de la exploración y del auge de los Estados-nación, de su autoridad centralizada, de sus burocracias y de sus ejércitos. Bookchin recuerda que "en la sociedad burguesa la comunidad se disuelve entre mónadas que compiten y se ve permeabilizada por una mediocridad espiritual que esclaviza y genera inseguridad y unilateralidad". Uno de los rasgos constitutivos de las ciudades anteriores a la era barroca e imperial era, por añadidura, la fusión con el campo. El crecimiento del intercambio acabó, sin embargo, con las viejas relaciones y permitió que el mercado se convirtiese en el centro de la vida económica. A su amparo, y al convertir a los seres humanos en máquinas, se instalaron la monotonía y el tedio, mientras la vida social y cívica se deterioraba. Paquot recuerda que la ciudad del pasado, accesible a todos, se ha visto invadida por un sinfín de hábitos selectivos y segregadores, de tal suerte que en su seno se han forjado autárquicos fortines residenciales. La ciudad ha perdido su eventual carácter hospitalario, abierto y generoso. No sólo eso: se ha entregado a una genuina invasión de las tierras colindantes, a ambiciosas operaciones de desvío de los ríos, a la generación de montañas de residuos, a una formidable y enloquecida expansión de las carreteras colindantes, y, en suma, a un inquietante ejercicio de mercantilización de todas las relaciones que nos aleja de la identificación de un espacio común y propicia, antes bien, una "ciudad privada". La propiedad privada y el automóvil marcan poderosamente el derrotero de las ciudades, en detrimento de los espacios públicos y del transporte colectivo, y generan unas relaciones personales cada vez más difíciles en un entorno marcado por el dinero y la comunicación mecanizada. Las ciudades son, por añadidura, el escenario más adecuado para el despliegue de la democracia representativa y de las oligarquías políticas. El propio Paquot, que se guía en este caso por los análisis de Mumford, se ha referido al transito desde la "polis" griega a la "metrópolis", a la "megalopolis", a la "parasitópolis" del capitalismo desbocado, a la "patópolis" de las grandes aglomeraciones y, en fin, en pleno imaginario del colapso, a la "necrópolis".
Del libro ‘Eso’, de Inger Christensen (editorial Sexto Piso, traducción del danés de Francisco J. Uriz):
LA CIUDAD
Un mundo ha llegado al mundo dentro del mundo. Un mundo comprimido, una perspectiva petrificada, una determinada idea impracticable, muy bien construida, con cimientos de cemento, estructuras de acero, con masivos bloques soldados, con formaciones colosales, fijadas en una quimera de amplia expresión, ha llegado al mundo, se ha ordenado se ha asentado ha tenido lugar, una ciudad. Un caos estandarizado, con la ficción en orden.
Visto así la ciudad es una masa. Masa porosa. Un terrón con agujeros y grietas, con oquedades, pozos, canales y tuberías, con túneles, huecos, subsuelo y alcobas introvertidas. Cajas enlazadas colgadas a título experimental y funcionando por fin, especialmente adecuadas para conservar, que se cierran herméticas en torno a los habitantes diseñados para ellas. Los agrupan, los separan unos de otros, les proporcionan un lugar donde estar mientras esperan.
Visto así la ciudad es una petrificación, una organización hueca, una esponja transatlántica de cemento esclerótico, cuyas ramificaciones laberínticas y callejones sin salida obligan a los habitantes temporalmente presentes a buscar. Esta búsqueda se extiende por redes de carreteras, de autobuses, de trenes, por portales a escaleras, ascensores, descansillos y siguiendo por vestíbulos, pasillos, y finalmente cruzando antesalas, trastiendas hasta locales donde se espera.
Visto así la ciudad es un laberinto. Un laberinto formado por pequeños laberintos cuyos habitantes temporalmente móviles mantienen la ficción en orden, se mueven con mesura, p. ej. en fábricas, adecuadamente adaptadas, se mueven con regularidad, atados, p. ej., mantenidos en tiempo y espacio por las cosas temporalmente presentes que se mueven con mesura, adecuadamente, regularmente, ligadas a la ficción mantenida por los habitantes.
Visto así la ciudad es una ficción. Un sistema de funciones que funcionan para funcionar, para que alguna otra cosa pueda funcionar y porque alguna otra cosa funciona. Un sistema de ficciones que fingen para fingir, para que alguna otra cosa pueda fingir, y porque alguna otra cosa finge.
La ficción que funciona temporalmente es mantenida en orden provisional por oficinas provisionalmente fingidas, etc. etc. hasta que la ficción funcione.
Visto así la ciudad es una oficina: una administración central de tendencias, movimiento, ilusión. Vida aleatoria, muerte aleatoria de habitantes aleatorios registrados, analizados, convertidos en cifras y diagramas, en estadísticas cuantitativas. Sobre una base suficientemente grande de aleatoriedad y con una acumulación suficiente de la vida y la muerte de elementos irracionales, se hace posible dar a la ilusión una forma lógica.
Visto así la ciudad es una forma lógica. Una producción que produce un consumo que consume una producción, etc. Producción de habitantes transitoriamente presentes que se consumen a sí mismos mientras producen las cosas temporalmente presentes que ellos consumen de la misma manera. Por medio de este doble consumo la ficción se mantiene en orden, lo que a su vez mantiene a los habitantes en orden de manera que puedan vivir lógicamente.
Visto así la ciudad es un doble olvido. Un sistema de consumo capaz de ocultar todos los pasajes ocultos entre vida y muerte. Un olvido que rehúye considerarse a sí mismo como olvido. Un olvido que está olvidado. Oculto bajo la presencia más próxima, las cosas temporalmente presentes en sus tiendas provisionalmente presentes y las sutiles estructuras de las cosas que organizan la inquietud de los habitantes como quietud.
Visto así la ciudad es calma y orden. Todos los habitantes presentes, que se caracterizan por movimiento e inquietud, mantienen una ocupación tranquila y estable donde cada movimiento, el movimiento de cada habitante individual, se ha adecuado a todas las cosas presentes y donde cada inquietud, la inquietud de cada habitante individual, se canaliza en una producción conjunta de todas las cosas presentes, que mantienen calma y orden.
Visto así la ciudad es un círculo. Los habitantes temporalmente móviles se ponen ellos mismos y mutuamente en marcha y de esa manera ponen el círculo en movimiento. A veces, mientras el círculo mantiene la ficción en marcha, los habitantes provisionales se mueven lentamente, se detienen en parques, plazas y mercados o se sientan en bancos, en restaurantes y cines, como si fuese una cuestión de libertad. Es pues una cuestión de libertad.
Visto así es una cuestión de libertad. De olvidar y ser olvidado. De cubrir la muerte aleatoria con la vida aleatoria. De colocar en su sitio laberintos que ocultan el lugar, los lugares donde la ciudad de paso se vacía de aquello que ha consumido: la doblegada disposición, el inmóvil movimiento y la desilusionada ilusión. Cantidad suficiente de vida aleatoria que da a la muerte aleatoria una forma lógica.
Son distribuidos en casas grandes o pequeñas, en pisos grandes o pequeños, en grandes o pequeñas cantidades de habitantes. Por ejemplo un gran número en un pequeño piso o al revés. La distribución es sólo aleatoria.
Esperan en el dormitorio, en el cuarto de estar, la entrada, la cocina, en el wc del patio, o esperan en el salón, en el comedor, en el cuarto de la chimenea, en el invernadero, el cuarto de la “tele”, el de juegos, el cuarto de baño, en vestíbulos, zaguanes y alcobas.
Esperan en calles, pasadizos, patios. En sótanos, en buhardillas. En cobertizos, trasteros y urinarios. O esperan en jardines o en jardines de azotea. En patios, en solanas. Al abrigo en terrazas, junto al bar, junto a la piscina.
Esperan en casas altas, en adosados, filas de casas, en bloques nuevos o viejos, en barrios nuevos o viejos, en inalterables suburbios, en casas de vecinos y oscuros barracones. En casas de obreros. O esperan en los barrios de chalés.
Esperan en cines. Esperan en autobuses y grandes almacenes, esperan en salas de exposiciones, en rebajas y muestras o exhibiciones publicitarias. O esperan en teatros, en recepciones, conciertos y audiencias de gala.
Esperan en fábricas llenas del polvo del algodón, metales, miasmas de materias venenosas, ácidos y carbón, pasajes ocultos entre vida y muerte. O esperan en reuniones donde se levanta polvo de relucientes mesas.
Esperan en organizaciones sindicales, asociaciones. Como si fuese cuestión de una distancia interminable. Es cuestión de un punto superpoblado donde la muerte actúa solapada. O esperan en ayuntamientos, concejos y comités.
Son repartidos en grandes o pequeñas funciones de grandes o pequeños valores ficticios. Por ejemplo, en grandes funciones de un pequeño o mínimo valor ficticio. Para mantener viva la ficción social.
Funcionan porque funcionan o para que otros puedan funcionar, porque algunos otros funcionan. Porque la ficción funciona. Porque a la vida aleatoria, a la muerte aleatoria les da su sentido la ficción social.
Fingen porque es una sociedad lo que fingen, porque ellos no son los únicos que fingen y porque con sus vidas aleatorias como una única apuesta quieren mantener su muerte aleatoria al margen de la forma ficticia.
Fingen porque es una libertad lo que fingen, porque están obligados a creerse libres y porque ellos, cuando se creen libres, olvidan lo que es la libertad y olvidan su propia muerte aleatoria.
Fingen porque es un orden lo que fingen. Manteniendo orden en la vida, creen que pueden mantenerlo en la muerte. Ponen orden en la vida y estandarizan el caos y todo esto ocurre mientras la muerte organiza la totalidad.
Fingen. Como si hubiese algo de lo que alejarse. Como si la muerte en un sopor químico olvido acallado fuese otra cosa, como si un ser humano no fuese un ser humano. Como si la vida no fuese una función. De la muerte.
Fingen. Como si hubiese algo bueno que esperar. Como si la vida no fuese un constante profundo sopor químico olvido acallado, o un ser humano no fuese un ser humano, tirado al desgaire lanzándose en lo informe.
Fingen porque es una vida lo que fingen. Fingen tan libremente como sólo un conflicto finge su modelo estable. Tan sensiblemente como sólo una vida finge su duración, sus únicos solitarios movimientos. Su mortalidad.
Son distribuidos en vidas de diferente duración. Son colocados en un estado provisional de duración variable. Son colocados en situaciones cuya duración no conocen, cuyo abrupto fin ellos esperan todo el tiempo esperan.
Esperan en incubadoras, camas, coches de niño, guarderías, orfanatos y parvularios. Esperan en escuelas, cárceles, hogares y centros de acogida. Instituciones para jóvenes descarriados, adolescentes perturbados y de educación superior.
Esperan en polideportivos, picaderos, piscinas cubiertas. Esperan en coches y ambulancias, en urgencias de hospitales. Esperan y esperan en salas de operación y esperan en respiradores, en un profundo sopor químico olvido acallado.
Esperan en barracones para reclutas y objetores. Para enfermedades infecciosas y pobreza. Esperan en torres de control, en comisiones permanentes y en aviones supersónicos. En consejos de seguridad. En rampas de lanzamiento.
Esperan en campos de refugiados, voluntarios y soldados. En centros de rehabilitación, previsión social, cultura. En secretariados, administraciones, ministerios, en comités. En agencias de publicidad. Consorcios periodísticos.
Esperan en hospitales, escuelas superiores, residencias de recuperación. En clínicas de rayos X, medicina y órganos artificiales. Esperan en geriátricos y en secciones de atención a la atonía, insuficiencia respiratoria y cáncer.
Esperan en lugares donde viven mientras esperan. Esperan para vivir mientras esperan. Viven para vivir. Mientras esperan. Viven para vivir. Mientras viven. Mientras esperan. Mientras viven. Esperan. Viven.
Se ponen en contacto entre sí y por eso no pueden evitar, p. ej., devorarse mutuamente para poder consumirse mutuamente el resto de sus vidas.
En primer lugar matan partes de sí mismos para asegurar que las partes restantes, aunque sean pocas, se conserven y eventualmente se utilicen.
Encuentran su propia inercia y pierden su inclinación por las relaciones libres con otros porque deben conformarse con la inercia mutua.
O tratan de alterar caracteres y necesidades mutuas, por ejemplo, para evitar alterar su propio carácter y rebajar sus propias necesidades.
Se capturan entre sí en un juego provisional y reducen sus mutuas vidas a detalles reservados de una vida, que sólo se ha expresado por casualidad.
Funcionan perfectamente pero sin tensión, sin fuerza y sin poner en juego sus partes individuales, sus reglas, para amarse mutuamente.
Se funden en sus roles para cerrarle la entrada al vacío y relacionarse libremente uno con otro, especialmente siendo extraños uno para el otro.
Entretanto, a veces mientras aún tienen abundancia bastante como para repartir la muerte tan despacio que parezca vida, tratan de amar el odio mutuo.
Encuentran un lugar en el mundo y dudan en otro mundo, encuentran justo un lugar, p. ej., el lugar donde dudan sobre encontrarse mutuamente.
Se abisman en las superficies mutuas, enmudecen en el sonido mutuo y funcionan como la muerte mutua, en un desasosegado mundo de anestesia.
Se mezclan unos con otros, se precipitan se hunden unos en otros, flotan, se desbordan unos en otros, pero no queman, son más mortíferos que eso.
Han llegado para permanecer uno en otro, mientras dure y para alcanzar su colocación final uno en otro, de preferencia para el resto de la vida.
Se han petrificado uno en otro, se han arreglado unos con otros, han conseguido poner la situación mutua bajo control y su ficción mutua en orden.
Han colocado estrato sobre estrato de ideas impracticables determinadas, uno dentro de otro, para alcanzar por fin un mutuo significado inamovible.
Llevan las máscaras unos de otros para jugar su juego hasta el final, su doble juego, y al fin matarse entre ellos simplemente.
Y pueden quitarse las máscaras y repetir: la vida es muerte. La vida bien puede ponerse en marcha. Arreglar su propia muerte para repetir la vida.
Después de haberse perseguido y encontrado mutuamente, respondido mutuamente, por ejemplo del mutuo asesinato, se reproducen.
Después de haber mantenido mutuamente sus vidas en forma reproduciéndose, se ponen a mantener informe la muerte mutua y a experimentar.
Experimentan con la libertad mutua y se ponen a hablar de la libertad mutua hasta que, a título experimental, hacen como si existiese.
Experimentan con los conflictos mutuos, con los conflictos comunes y formulan todos los conflictos mutuos en estables modelos comunes.
Experimentan con formulaciones mutuas, p.ej., con las mutuas formulaciones de la duración de la vida y sus eventuales oportunidades de futuro.
Experimentan con la frontera que hay entre ambos, la frontera entre movimiento y reposo aislado, la vida que invierten y la muerte que reciben.
Experimentan con las funciones mutuas, órganos sistemas tejidos y esqueletos mutuos, y extreman la mutua rutina humana.
Experimentan con el intento mutuo de sobrevivirse mutuamente, y se distancian del mutuo peligro de muerte, la incipiente informidad.
Experimentan con la no-vida mutua como si no fuese muerte y existiesen, por ejemplo, como seres humanos, como si no fuesen seres humanos.
Existen como un mundo dentro del mundo mutuo y sirven particularmente para la conservación mutua, para preservar una alucinación dentro de la otra.
Existen como laberintos dentro de los laberintos mutuos cuyos inabarcables movimientos ellos siguen como si siguiesen sistemas determinados.
Existen como ficciones mutuas, como imágenes amontonadas en las ilusiones mutuas, pero hacen como si fuese cuestión de formas lógicas.
Hacen como si su estable producción del consumo mutuo estuviese a la par con su más profundo anhelo de consumirse entre sí.
Hacen como si fuese posible olvidar la mutua muerte aleatoria en un mundo donde presencia, movimiento ilusión crean su propio mundo.
Hacen como si su vida aleatoria no fuese una función de la muerte, no fuese algo suelto arrojado al desgaire, ya informe, pero otro mundo.
Hacen como si la vida no fuese un sopor químico cada vez más profundo olvido acallado anestesia lenta caída y desaparición. Nada.
Hacen como si esperasen para vivir, para hacerle posible la vida a alguien, fingen a título experimental como en el sueño como si viviesen.