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Literatura
Vivir
Plantar
Cuando era pequeña, mi abuela plantó dos árboles, más diminutos que yo, en un campo cercano a su casa.
–Estos árboles crecen muy lentamente –me dijo–. Cuando tú seas como yo de vieja todavía no serán muy grandes.
–Pero abuela –le pregunté–, ¿por qué plantas estos árboles ahora? Si crecen tan lento tú ya no vas a poder sacar nada de ellos.
–Es que no los planto para mí –dijo–. Los planto para ti y para todas las personas que vendrán después de ti.
Dar
Yo formaba parte de una red solidaria que habíamos organizado en el colegio. Recaudábamos dinero y comprábamos comida. Después, se la llevábamos a las familias que lo necesitaban. Me gustaba participar, ser solidaria es algo que te hace sentir bien.
En una de esas entregas de comida conocí a Naima. Ojos verdes. Pañuelo cubriendo el pelo. Sonrisa infinita. Vivía en una habitación con toda su familia. Toda la casa era una habitación.La primera semana que le llevé la comida me lo agradeció con los ojos. La segunda, me dio un pan que había hecho esa misma mañana, temprano. La tercera me había preparado una tortilla de patata con parte de las patatas que le llevé la semana anterior.
Otros compañeros de la red solidaria me decían: «No tiene sentido que le demos comida y que ella te dé a ti parte de la comida que le llevas».
Pero Naima me enseñó que sí lo tiene.
Con ese pan y esa tortilla me mostró lo que es la generosidad verdadera, esa que consiste en dar lo que realmente necesitas y no lo que te sobra.
Despertar
Hubo un tiempo en el que a las niñas no se les preguntaba nunca: «¿Qué piensas sobre esto?».
Hubo un tiempo en el que, cuando se quería castigar a una niña, le decían: «Si te portas mal no vas a la escuela». Y portarse mal era desobedecer las normas puestas por hombres.
Hubo un tiempo en el que a las maestras se les juzgaba porque enseñaban a pensar.
Hubo un tiempo en el que cuando alguien no se aguantaba las palabras y preguntaba: «¿Por qué mataron a la maestra?». Una persona gris, sin apenas levantar la voz, sentenciaba: «De eso no se habla».
«Si no te dejan preguntar en alto», me decía mi abuela, «guarda las preguntas en tu cabeza y busca la manera de encontrar las respuestas. No te rindas. No las olvides».
Eso le enseñó su maestra republicana.
Me pregunto cuántas preguntas hemos dejado de hacernos. Cuántas cosas nos han dejado de contar. Quién nos convenció de que nos rindiésemos frente al olvido.
Textos del libro Vivir, de María González Reyes, con ilustraciones de Virginia Pedrero.