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Italia
Sobre el funeral de Salvatore Ricciardi. Despedirse de un amigo y un compañero, volver a ocupar el espacio público
De entre las medidas tomadas durante esta emergencia, la prohibición de asistir a funerales es una de las más deshumanizantes.
¿En nombre de qué idea de «vida» se han tomado estas medidas? En la retórica dominante de estas semanas, la vida se ha reducido casi enteramente a la supervivencia del cuerpo, en detrimento de cualquier otra dimensión de éste. En esto hay una fortísima connotación tanatofóbica (del griego Thanatos, muerte), de un enfermizo miedo a morir.
La tanatofobia permea nuestra sociedad desde hace décadas. Ya en 1975, el historiador Phillipe Ariès, en su fundamental Historia de la muerte en occidente, constataba que la muerte, en las sociedades capitalistas, había sido «domesticada», burocratizada, en parte desritualizada y separada lo más posible de la categoría de los vivos, para «evitar […] a la sociedad el desasosiego y la emoción demasiado fuertes» de morir, y mantener la idea de que la vida «siempre es feliz o debe al menos parecerlo».
Para llegar a ese punto, proseguía, había sido estratégico «el cambio del lugar en el que se muere. Ya no se muere en casa, entre los familiares. Se muere en el hospital, solos […], porque se ha vuelto inapropiado morir en casa». La sociedad, sostenía, debe «darse cuenta lo menos posible de que la muerte ha pasado». He aquí por qué muchos rituales ligados a la muerte se consideraban ya impropios y en fase de dimisión.
Salvatore Ricciardi, de 80 años, era un pilar de la izquierda antagonista romana. Expreso político, se ha ocupado del tema carcelario, de las luchas en las cárceles y las condiciones de los presos
Ya antes del estado de emergencia que estamos viviendo, la ritualidad ligada a la muerte se había reducido al mínimo. Por ese motivo, nos han impresionado desde siempre las expresiones de su resurgimiento. Basta pensar en el éxito mundial de una película como Las invasiones bárbaras de Denys Arcand.
Hace cuarenta y cinco años, Ariès escribía: «Ya nadie tiene la fuerza o la paciencia de esperar durante semanas un momento [la muerte] que ha perdido parte de su significado.» ¿Y de qué habla la película canadiense del 2003 si no de un grupo de personas que espera durante semanas –en un contexto de convivialidad y ritualidad laica– la muerte de un amigo?
Hace ocho años nos esforzamos, junto a otras muchas personas, por construir un ámbito de convivialidad y ritualidad laica en torno a un querido amigo y compañero, Stefano Tassinari, en las semanas que precedieron y en la ceremonia que sucedió a su muerte. Muchas de nuestras reflexiones sobre este tema se remontan a entonces.
Si la ritualidad ligada a la muerte se había reducido ya al mínimo, con la prohibición de asistir al funeral de un ser querido ha sido aniquilada.
Ya el pasado 25 de marzo, difundimos la hermosa carta de un párroco de la región de Romaña, Paolo Tondelli, consternado por las escenas a las que le tocaba asistir:
«Y así me encuentro delante del cementerio, con los tres hijos de una madre viuda que ha muerto sola en el hospital, porque la situación actual no permite asistir a los enfermos. Y ahora ellos no pueden entrar en el cementerio, las medidas en vigor no se lo permiten. Y lloran: no han podido despedirse de la madre cuando ha dejado de vivir y no pueden despedirse de ella ni siquiera ahora mientras la entierran. Nos paramos ante la verja del cementerio, en la calle; me siento amargado y enfadado, me viene a la cabeza un intenso pensamiento: ni siquiera a un perro se le lleva así a la sepultura. Creo que se ha exagerado un poco en la aplicación de este tipo de normas, asistimos a una deshumanización de momentos imprescindibles de la vida de cualquier persona. Como cristiano, como ciudadano, no puedo callarme […] Me digo a mí mismo: estamos intentando defender la vida, pero nos estamos arriesgando a no salvaguardar el misterio que se une a ella.»
«Misterio» que no es una prerrogativa de la fe cristina o de una sensibilidad religiosa, que no coincide con la fuerza y con el creer en un alma inmortal, y sobre el que nos hacemos preguntas todos y todas: ¿qué significa vivir? Y, añadimos, ¿qué distingue el vivir del simple tirar pa’lante o del simple no-morir?
Dicho esto, quien es creyente y practicante ha vivido la suspensión de las ceremonias ligadas al culto –misas fúnebres incluidas– como un ataque a la propia forma de vida. No por casualidad, entre los ejemplos de organización clandestina de los que hemos hablado estos días, hemos incluido la persecución catacúmbica de la vida pública cristiana.
Para recuperar los libros de primaria, una maestra fue al centro, se llevó los libros escondidos en un carro de la compra y se los entregó a dos padres resto de padres y madres pudieran ir a recogerlos
Tenemos testimonios directos que cuentan que en muchas parroquias los fieles han seguido yendo a misa, a pesar de que los carteles sobre las puertas de las iglesias dijeran que habían sido suspendidas. El “núcleo duro” de la parroquia se reúne a pesar de todo, en el comedor del convento, en la casa del cura, en la sacristía y, en algunos casos, en la misma iglesia. Veinte, treinta personas, que quedaban a través del boca a boca. En especial el jueves pasado, para la misa de Jueves Santo.
Lo mismo se puede decir de los funerales. También en este caso tenemos testimonios directos de curas que han oficiado pequeños ritos, con los familiares cercanos, sin publicidad.
En los últimos días, hemos identificado tres tipologías de desobediencia a los aspectos más estúpidos e inhumanos del lockdown [distanciamiento social, N. del T.].
Desobediencias individuales
El gesto individual es a menudo invisible, pero en ocasiones resulta vistoso, como en el caso del corredor de la playa desierta de Pescara, acosado por los policías sin un mínimo fundamento epidemiológico. Un vídeo que se ha hecho viral, y que ha tenido el mérito de mostrar lo absurdo de ciertas normas y de su obtusa aplicación.
Seguir saliendo a correr ha sido, objetivamente y en su resultado, una performance muy eficaz, una acción de resistencia y de “teatro conflictual”. El hecho de haber seguido saliendo a correr distingue cualitativamente ese episodio de otros muchos que hemos publicado en Giap, que son “solo” testimonios de represión. Como ha escrito Luigi Chiarella «Yamunin», el vídeo recuerda «a un pasaje de Masa y poder de Elias Canetti respecto al acto de agarrar, el cual es, sí, un gesto de la mano, pero también y sobre todo el “acto decisivo en que el poder se manifiesta, de la forma más evidente y desde los tiempos más remotos, entre animales y entre personas”. Más adelante, dice –y aquí llega la parte pertinente al episodio del runner– que “existe, no obstante, un segundo acto de poder, no tan vistoso pero no por ello menos esencial. A veces se olvida, bajo la gran conmoción que suscita el hecho de agarrar, la existencia de una acción paralela y prácticamente igual de importante: el no dejarse agarrar”. El vídeo […] me ha recordado lo potente y liberatorio que es no dejarse agarrar. No olvido que, si se huye, se huye para volver con nuevas armas, aunque mientras tanto lo importante es no dejarse agarrar.»
Desobediencias clandestinas en grupo
Se trata de aquellas practicadas, como decíamos, por los parroquianos que se organizan para ir a misa a escondidas, por los familiares de un ser querido que ya no está y que se ponen de acuerdo con el párroco para oficiar aun así un rito fúnebre… Pero se trata también de colectivos que siguen, de una forma u otra, celebrando sus reuniones, de los grupos que siguen ensayando, y de los padres y madres que se organizan junto a una profesora para recuperar los libros del colegio de sus hijos. Éste último es un episodio, ocurrido en una ciudad de la región de Emilia, que contamos hace unos días.
Para recuperar los libros de primaria que llevaban un mes abandonados en el colegio, una maestra fue al centro, se llevó los libros escondidos en un carro de la compra y se los entregó a dos padres que vivían respectivamente cerca de una panadería y de una tienda de ultramarinos, de forma que el resto de padres y madres pudieran ir a recogerlos con la “tapadera” de comprar productos alimentarios, evitando así posibles multas. Los libros fueron entregados a los padres y madres bajándolos con una cuerda desde una terraza e introducidos en las bolsas de la compra o entre las barras de pan, como si fueran bombas de mano para la Resistencia. De esta forma sus hijos podrán, por lo menos, seguir el programa académico a través del libro junto con la maestra en vía telemática, y los padres podrán tener un apoyo al inevitable homeschooling.
Tras una fase de shock en la que prevalecían la obediencia incondicionada y la culpabilización recíproca, algunos sectores de la sociedad civil –e incluso “interzona” entre instituciones y sociedad civil– han empezado a reorganizarse «en clandestinidad». Dentro de esa reorganización resulta obligado considerar incongruentes, irracionales e indiscriminadamente punitivas algunas de las restricciones impuestas.
Por otro lado, al inicio de la emergencia, los chats de padres y madres se encontraban, en general, entre los peores focos de pánico, de cultura de la sospecha, llenos de mensajes de voz tóxicos e invitaciones a la delación. El hecho de que ahora algunos de esos chats se hayan usado para saltarse prohibiciones delirantes –¿por qué motivo una maestra no debería poder recoger los libros de texto que se han quedado en la clase? ¿Por qué para recuperar esos mismos libros una madre o un padre tienen que recurrir a subterfugios, manipular el formulario de autocertificación, etc.?– es la enésima demostración de que el mood ha cambiado.
Desobediencias provocadoras en grupo
Entra en esta casuística, por ahora escasa, la performance del trío de Rimini –un hombre y dos mujeres– que practicaban sexo en lugares públicos y colgaban sus vídeos en internet, aliñados con insultos a las fuerzas del orden.
Éstas últimas se lo han tomado especialmente mal, tanto que han considerado necesario señalar el execrable caso en sus redes sociales oficiales.
¿Y qué faltaba, en este catálogo? Faltaba…
…la desobediencia reivindicada en grupo
Una desobediencia colectiva visible, no ya solo clandestina.
Por un momento, temíamos que los primeros en ponerla en práctica fueran los fascistas. Precisamente usando la consternación de los creyentes ante la perspectiva de una Pascua “a puerta cerrada” y sin Vía Crucis, Forza Nuova [partido neofascista sucesor del Movimiento Social Italiano, N. del T.] intentó forzar la situación, distribuyendo panfletos en Roma en los que convocaba una procesión hasta la basílica de San Pedro el 12 de abril. Todo ello acompañado por eslóganes como «In hoc signo Vinces [con este signo Vencerás]» y «Roma no conocerá una Pascua sin Cristo».
Pero no han sido los fascistas los que han realizado finalmente este tipo de desobediencia. Han sido las compañeras y compañeros de Radio Onda Rossa y de los movimientos romanos en general, en el barrio de San Lorenzo, que han despedido a Salvatore Ricciardi con la que es, de facto, la primera manifestación política en la calle desde el inicio de la emergencia.
Salvatore Ricciardi, de 80 años, era un pilar de la izquierda antagonista romana. Expreso político, durante muchísimos años se ha ocupado del tema carcelario, de las luchas en las cárceles y las condiciones de los presos. Lo ha hecho en algunos libros y en innumerables retransmisiones en Radio Onda Rossa –que ayer le dedicó un conmovedor directo de cuatro horas–, y ha seguido haciéndolo, hasta hace pocos días, en su blog Contromaelstrom, escribiendo de encarcelamiento y coronavirus.
Sobre los eventos de esta mañana se leen ya titulares de condena en la prensa mainstream. En esta llamada telefónica de una redactora de Radio Onda Rossa se puede escuchar [en italiano] una crónica más ajustada a la realidad, y acompañada por importantes valoraciones.
Entre otras cosas, la compañera señala que «tenemos filas kilométricas delante de las carnicerías todos los días, ¿y ni siquiera se puede despedir a los muertos? […] Estamos al aire libre, había pocas personas, en Roma no es obligatorio llevar mascarilla y aún así muchas la llevaban…». Y, a pesar de todo, la policía ha amenazado con utilizar los cañones de agua para disolver el rito fúnebre. La parte del barrio en el que se ha desarrollado la sediciosa concentración ha sido acordonada y todos los presentes han sido identificados.
Están preparados para usar instrumentalmente las normas sanitarias con el objetivo de impedir protestas y luchas colectivas
Durante esta emergencia hemos visto muchas escenas surreales –por poner solo un ejemplo, hoy mismo un helicóptero ha alzado el vuelo, derrochando dinero público a raudales, para echar de una playa siciliana a un solo ciudadano que paseaba–, pero el nivel de esta mañana todavía no se había alcanzado.
Por nuestra parte, solo podemos decir chapó y expresar nuestra solidaridad a quienes han corrido y corren aún graves riesgos por reivindicar su derecho a vivir juntos –en el espacio público que han atravesado desde siempre con sus cuerpos y que han llenado con sus vidas–, junto con el dolor y el luto por la pérdida de Salvo, pero también la felicidad de haberlo tenido como amigo y compañero.
«Porque los cuerpos volverán a ocupar las calles.
Porque sin los cuerpos no hay Liberación.»
Esto escribíamos ayer, publicando el Canto del campo di el-‘Aqila. Repetimos nuestra convicción: sucederá. Y lo teme también el gobierno: ¿será casualidad que precisamente hoy Lamorgese [ministra del Interior, N. del T.], se ponga en guardia contra los «focos de expresión extremista»? En su llamada, la redactora de Radio Onda Rossa dice que la actual situación durará, grosso modo, un año y medio. Quien está en el poder querría que durante ese año y medio no existiera la posibilidad de protestar. Están preparados para usar instrumentalmente las normas sanitarias con el objetivo de impedir protestas y luchas colectivas. Gestionar la recesión con los derechos civiles sub judice representa un ideal para quien gobierna.
Desobedecer normas absurdas es legítimo
Señalamos una vez más que, mientras se mantiene a una población en arresto domiciliario, se impiden funerales, se prohíbe de iure o de facto tomar una bocanada de aire –un caso casi único en todo Occidente, a excepción de España– y se culpabilizan conductas como correr, salir «sin motivo», hacer la compra «demasiadas veces»; mientras se tiene en pie ese espectáculo de tres al cuarto, Italia sigue siendo el país con la mayor mortalidad por COVID-19 de Europa. A pesar de todos los que se han llenado la boca de un «modelo Italia» que el resto de los países querría imitar. ¿Quiénes son los responsables de tal destrozo? Responder no es tan difícil: quienes no han establecido a tiempo un cordón sanitario en Alzano y Nembro [pueblos de la provincia de Bérgamo identificados como focos iniciales de la epidemia, N. del T.] porque la patronal no quería; quienes han infectado los hospitales mediante una serie impresionante de errores; quienes han transformado las residencias de ancianos en lugares de muerte en masa por Coronavirus. Y también quienes, mientras todo eso sucedía, han desviado la atención hacían auténticas tonterías y comportamientos inocuos, utilizando multitud de chivos expiatorios. Esas sí son conductas culpables, criminales.
En todo el mundo la emergencia del Coronavirus resulta una ocasión de oro para restringir los espacios de libertad, ajustar cuentas con los movimientos sociales molestos, extraer beneficios de los comportamientos a los que la población se ve obligada, realizar restructuraciones en detrimento de los más débiles, etc.
En Italia, como suele suceder, a todo eso se le añade un extra de delirios.
La excepcionalidad de nuestro “modelo” de gestión de la emergencia se encuentra en la completa inversión de la lógica científica. Porque una cosa es imponer –a las buenas (Suecia) o a las malas (cualquier otro país)– el distanciamiento físico, necesario para reducir la posibilidad de contagio, y otra muy distinta confinar a la población en sus viviendas e impedirla salir si no es por motivos comprobables por parte de las autoridades policiales. El salto de una cosa a la otra se ha impuesto junto a la idea –infundada– de que “en espacios cerrados” se está a salvo del virus, mientras que “al aire libre” se está amenazado.
Todo lo que sabemos de este virus nos dice exactamente lo contrario, es decir, que la probabilidad de contraerlo al aire libre es inferior y que, si se mantiene la distancia de seguridad, ésta se vuelve casi nula, en comparación con los ambientes cerrados. En base a esa obviedad, la mayor parte de los países afectados por la pandemia no solo han considerado innecesario impedir a las personas salir al aire libre –como mucho han limitado el radio de tal posibilidad, como en Francia–, sino que, en ciertos casos, incluso lo han aconsejado explícitamente.
En Italia el mencionado radio es, en la mejor de las hipótesis, de doscientos metros desde la propia vivienda, pero existen ayuntamientos y regiones que lo han reducido a cero metros. Para quien vive en una ciudad, un radio semejante equivale a media manzana de calles de asfalto que, por otro lado, son mucho más propensas a las aglomeraciones respecto a un espacio abierto fuera de la ciudad. Por otro lado, para quien vive en el campo o en áreas poco pobladas, un radio de doscientos metros resulta igualmente absurdo, puesto que la probabilidad de encontrarse con alguien y de tener que pasar cerca es infinitamente menor que en un centro urbano.
Pero no solo: hemos visto que poquísimos países han introducido la obligación de tener que justificar la propia presencia al aire libre con un formulario de autocertificación, tickets de la compra y un preciso cálculo de las distancias con Google Maps. También éste es un pasaje importante, ya que implica poner a la ciudadanía a la merced de la policía.
Hemos recogido casos de personas hipertensas con prescripciones médicas que recomendaban el movimiento cotidiano por motivos de salud ser multadas con 500 euros; o personas multadas porque paseaban con la compañera embarazada, a la que el médico había aconsejado caminar. La lista de abusos y estupideces es larga, en nuestro blog hemos coleccionado muchísimas.
La incertidumbre jurídica, el comportamiento arbitrario de la policía y la limitación ilógica de comportamientos para nada peligrosos son elementos esenciales del Estado policial.
Tener que respetar una norma ilógica, irracional, es el ejercicio de obediencia y sumisión por antonomasia.
Nunca será «demasiado pronto» para rebelarse a esa obligación.
Hay que hacerlo ahora, para que después no sea demasiado tarde.
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No sé en qué tipo de disidencia encajan los rebeldes de Ohio y Michigan.
Gracias, gracias, gracias por el artículo.
¡Arriba la disidencia!