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Posiblemente este es, pese a lo paradójico del momento político, el mejor momento para lanzarse a la lectura de Comuneros: el rayo y la semilla (1520-1521) que recientemente ha publicado la editorial Hoja de Lata. El autor, Miguel Martínez, no esconde sus intenciones en absoluto, lo que es de agradecer. Más ante la catástrofe madrileña, derrota colectiva de las izquierdas, que recuerda a la marea señorial que ahogó en toda Europa las revoluciones democráticas y populares de finales de la Edad Media. Pero en las noches más oscuras las estrellas, por solitarias que sean, brillan con más fuerza. Por ello, el pensar históricamente, deviene quizás la mejor manera de pensar la política en toda su complejidad porque nos arroja a un pasado que es más impredecible que el futuro, como dice cierto proverbio ruso. Y este pasado, como señalara José Antonio Maravall, aborda una revolución en que “la lucha contra el poder real se planteara sobre el tema de la libertad.”
Comuneros es, pues, una brújula política, y que nadie se equivoque no se trata de arqueología contemplativa del saber, sino de una invitación a las izquierdas madrileñas a tomarse en serio el republicanismo. O tan en serio, al menos, como lo hiciera Manuel Azaña en un inédito y olvidado ensayo sobre los comuneros. En definitiva, lo que se está planteando es, como indica Xavier Doménech en el prólogo; “una vía alternativa de republicanismo confederal propiamente castellano”. Es decir, con este recuperamiento político de la memoria y la historia comuneras se reivindica, como dice Martínez; “la mejor aportación de las Castillas a la posibilidad de una España confederal, la base simbólica sobre la que construir un castellanismo popular y democrático”.
Pero es que además no solo se trata de un libro con una intencionalidad estratégica acertada, sino que es, por encima de todo, un libro ameno y de lectura apasionada. Vertebrado con un sesudo análisis de todos los aspectos de la guerra de las Comunidades contra Carlos V Comuneros se coloca por méritos propios en el podio junto a las otras dos grandes obras sobre este tema como son Las comunidades de Castilla de José Antonio Maravall (Alianza editorial, 1984 [1963]) o La revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521) de Joseph Pérez (Siglo XXI, 1977). Tríada de obras que proporciona material suficiente para estructurar toda una amplia gama de actividades de formación: desde cursos que repliquen los hechos por Sin Permiso o Catarsi sobre el pensamiento republicano castellano hasta charlas sobre su legado o presentaciones del mismo libro. En la línea abierta, por cierto, por Abrigaño-grupo de estudios castellanos.
Desde Pi i Margall hasta Federica Montseny pasando por Azaña, Pestaña, Macià, Maurín o José Díaz, encontramos una completa identificación con la lucha por la libertad de las ciudades castellanas
Estamos, pues, ante una obra de cabecera de todo y toda militante de izquierdas que se precie, a causa de todas las oportunidades que ofrece para pensar el republicanismo de forma situada. Tal como hicieron los y las sucesoras de los Comuneros. Por ello no es de extrañar que el conjunto del movimiento democrático popular que conquistó la Primera y la Segunda República reivindicara la tradición comunera. Desde Pi i Margall hasta Federica Montseny pasando por Azaña, Pestaña, Macià, Maurín o José Díaz, encontramos una completa identificación con la lucha por la libertad de las ciudades castellanas. Una reivindicación política de todo este republicanismo morado empieza por su estudio tal y como han hecho todas las generaciones precedentes de militantes.
El partido de la plebe y su programa
Uno de los problemas que se nos aparece al abordar su estudio tiene que ver con las fuentes. La sistemática represión del rey también se ocupó de eliminar toda fuente escrita de sus adversarios. De modo que, como explica Martínez, todas las fuentes primarias que nos han llegado son desde el prisma de los enemigos. Aun así, es posible hacerse una idea de cómo era y que quería el llamado “partido de la plebe”. Partido también calificado como de «maldita secta de libertad» por parte de un cronista monárquico. Puesto que como dijera Maravall “para los comuneros, la libertad otorgada no era libertad”.
La Guerra de las Comunidades tiene en sus causas el abuso de poder y la corrupción del rey y su corte. Siendo el motivo del estallido la imposición de un impuesto extraordinario sobre los no privilegiados. La liga de ciudades castellanas se opone fervientemente a este exceso de cargas tributarias y a los impuestos indirectos que tanta mella hacen en los bolsillos populares y tan poca a los patrimonios de los grandes nobles.
El árbol de los Comuneros tiene raíces en la libertad y en la igualdad porque como señalaba el fraile Alfonso de Castrillo, en su Tratado de República, la fuerza que los movía residía en “la pasión por la novedad de ser todos iguales”. Resultando de ello una política fiscal republicana que pedía la igual distribución de las cargas económicas y la abolición de los privilegios fiscales de los nobles. Lo que les valdrá la honorable acusación por parte de uno de los cronistas monárquicos de “querer igualar las fortunas, anular la nobleza y derribar la monarquía”.
Ello da lugar a la confluencia de distintos sectores sociales en un bloque sociopolítico en el que coinciden caballeros, pequeños propietarios y campesinos, artesanos textiles, tenderos y comerciantes, letrados a modo de intelectuales y un clero que parece inspirado por la teología de la liberación. “No era mala misa morir por la república y estar en servicio de la Santa Junta” parece que afirmó el cura rojo que era el obispo de Zamora, Antonio de Acuña.
La Santa Junta que agrupa a las ciudades castellanas toma, por cierto, a modo de ejemplo de organización política y territorial, a las repúblicas municipales italianas. Sacando de allí la idea de una confederación de ciudades que tan atractiva habría de resultar al ecologismo político de Murray Bookchin o Janet Biehl y su concreción más moderna en la revolución kurda. No es ninguna casualidad, pues, que Martínez concluya que los Comuneros inician “un proceso que se toma en serio la confederación”. Así, este constituyó uno de los ejemplos más queridos de Bookchin ya que como explica Biehl en la biografía Ecología o catástrofe; “A los ojos de Bookchin, el municipalismo democrático y la confederación municipal, como alternativa al Estado-nación, eran el reducto final y definitivo del socialismo” (Virus Editorial, 2017).
Municipalismo libertario
El abecedario de Murray Bookchin
Un repaso de la obra de Murray Bookchin a través de 26 conceptos.
En cualquier caso, esta confederación municipal trata de una revolución urbana que no deja de prender también en el campo castellano, como menciona Martínez y aborda en profundidad Juan Ignacio Gutiérrez Nieto en Las comunidades como movimiento antiseñorial (Planeta, 1973); “no dejó lugar a dudas sobre el protagonismo del campesinado que se adhirió masivamente a la Comunidad para deshacerse de viejos yugos feudales”. Es más, “la revolución comunera supuso una violenta sacudida democratizadora en el campo castellano”, de la mano del obispo guerrillero muchos castillos de nobles y terratenientes ardieron en la hoguera de las vanidades a semejanza de la pira antiseñorial tan bien descrita por Engels justamente en el mismo período en que los campesinos alemanes se alzaban en armas.
Por otra parte, el fuerte protagonismo plebeyo, de artesanos y campesinos, genera una tensión en la orientación del movimiento
Por otra parte, el fuerte protagonismo plebeyo, de artesanos y campesinos, genera una tensión en la orientación del movimiento. Ya que, por un lado, la base social empuja hacia una revolución tal que va mucho más allá de rechazar las cargas fiscales indirectas o asegurar un papel constitucional del monarca. Mientras que, cierta parte del liderazgo se contenta con una solución regeneracionista imposible, la columna vertebral del movimiento pone en cuestión la oligarquización de los gobiernos municipales contraponiendo una democracia municipal de cargos electivos, rotativos y revocables por parte de asambleas abiertas.
Llegando en algunos casos incluso a plantear que el cargo de alcalde se ejerza únicamente de forma mensual. En cualquier caso, lo cierto es que:
“Los diputados populares eran elegidos democráticamente y mediaban entre las asambleas barriales y las juntas locales de cada ciudad. Ellos convocaban las asambleas parroquiales y a ellos acudía la gente con sus problemas y consultas. El protagonismo de los diputados populares en la vida política de las ciudades castellanas durante la revolución es sin duda uno de los aspectos políticamente más relevante de las Comunidades. Sus cargos eran revocables y la retirada de la confianza del común no era infrecuente”.
Muy destacable es también la introducción de formas de democracia directa como son las asambleas abiertas para controlar y dirigir los asuntos municipales. A semejanza del poder de los sansculottes parisinos con sus asambleas seccionales las cuadrillas comuneras ejercerán un indudable rol radicalizador en todo el proceso democrático. De hecho, el movimiento comunero no es ajeno a un espíritu de revuelta general antimonárquica que caracteriza la Europa de la baja edad media, planteando en el proceso una concepción democrática del régimen político, a tenor de Maravall:
“Así lo entienden los comuneros, en ajustada correspondencia con un estado de espíritu general en Europa, que durante todo el siglo XV no sólo fomentaría en todas partes la difusión de la doctrina del derecho de resistencia y del tiranicidio, no sólo impulsaría revueltas contra los reyes en casi todos los países occidentales, sino que apoyaría en su última fase el desarrollo de la democracia municipal”.
Como en el caso de Valladolid donde el protagonismo y la organización del pueblo da lugar a que “siempre las cosas arduas todas se consultan con las cuadrillas, porque todas las cuadrillas quieren saber lo que se hace”.
Sobre el papel de las cuadrillas decía Raul Zelik para el caso vasco, véase La izquierda abertzale acertó (Txalaparta, 2017), que era uno de los elementos fundamentales para entender una cultura y una práctica comunitaria. El acierto de la izquierda abertzale habría sido según Zelik ser parte de las cuadrillas defendiendo así la “vida comunitaria tradicional, sin dejar de demandar su democratización y transformación”. Asociación popular en el ocio y la política que aparece con un aire de familia en la dinámica de las ciudades castellanas en un momento en que “el Estado colapsó casi por completo y las democracias directas basadas en principios políticos comunalistas desempeñaron un papel hegemónico en los problemas sociales”, como resumió Murray Bookchin en la Conferencia Internacional sobre Municipalismo Libertario de Lisboa en 1998.
La república castellana de los de abajo
Como en la revolución francesa y en la ilustración radical, el movimiento político va acompañado de una fuerza similar en el campo de las ideas. Así, la resurrección del republicanismo clásico mediterráneo palpita en la revuelta comunera que es por ello también una revolución intelectual. El rescate de las ideas, y los ejemplos, de gobierno popular en la Roma republicana se concreta en el caso castellano con la reactivación de la tradición republicana revolucionaria. Poniendo sobre la mesa el mínimo denominador común del conflicto entre la monarquía y las ciudades. Esto es, el problema de la soberanía, tal como expone Martínez; “la revolución había planteado con sorprendente claridad el problema de la soberanía”.
El abuso de poder monárquico había desatado poderosas fuerzas. La ruptura de la vieja economía moral que establecía una suerte de equilibrio entre nobles, rey y ciudades, atizó una solución republicana a la crisis de soberanía. De forma no muy diferente a lo que habría de suceder en el caso inglés y las soluciones niveladoras de los republicanos de izquierdas.
Martínez es tajante y explícito para evitar confusiones interesadas; “la medula de la revolución comunera es republicana” y lo que plantea es “la posibilidad de una Castilla confederada en repúblicas municipales”
Martínez es tajante y explícito para evitar confusiones interesadas; “la medula de la revolución comunera es republicana” y lo que plantea es “la posibilidad de una Castilla confederada en repúblicas municipales”. Hasta el punto de que la Junta de Tordesillas que agrupa las ciudades confederadas llega a formular un proceso constituyente con la promulgación de la Ley Perpetua de Ávila. Ya lo había indicado Maravall ya que se trataba de “un innegable desplazamiento en la ideología de la revolución comunera, a medida que ésta avanza —fenómeno que se advierte siempre en el sentido de una progresiva radicalización”.
Lejos de reinterpretaciones absolutistas que quieran ver un monarquismo popular donde no lo había o de sesgos liberal-monárquicos incapaces de distinguir una forma de gobierno de otra, la guerra de las Comunidades troca en guerra servil, como diría Antoni Doménech, es decir, en guerra de clases este soberano conflicto. En el que como ha señalado con todo lujo de detalles Joseph Pérez se ventilan distintos modelos económicos. Frente a los nobles, grandes propietarios ganaderos exportadores, los artesanos urbanos defienden la industrialización bajo dirección de los gremios y un mercado textil propio fuertemente protegido. Promesa abortada de una revolución industrial desde abajo fruto de la ilustración de los artesanos señalada por Josep Fontana en su póstumo libro Capitalisme i democracia (1765-1848) (Edicions 62, 2018). La victoria monárquica sería la victoria de la Mesta, la patronal latifundista, que con su política exportadora y de libre cambio arruinaría los telares gremiales castellanos, iniciando la desindustrialización y la larga marcha al desarrollo del subdesarrollo.
La derrota de los comuneros atajaría toda alternativa económica y política y además señalaría un momento constitutivo del moderno Estado centralista y absolutista que habría de ir saqueando América Latina, sembrando de guerras media Europa y avasallando a todos los pueblos ibéricos. Momento constitutivo labrado a base de terror, ejecuciones sumarias y una represión judicial que habría de durar más de una década.
Apuntes para la militancia
No nos ha de extrañar que por ello los y las republicanas de 1931 se vieran a sí mismos como los nuevos comuneros cuatrocientos años más tarde. Tal como había hecho el movimiento republicano de 1873. Curiosamente, mientras en Francia la Comuna es objeto de enconados combates en España no hay, por el momento, una conciencia de la importancia de los comuneros como proyecto utópico alternativo de sociedad e instituciones. Quizás es por ello, como denuncia Miguel Martínez, que los propios razonamientos de Azaña o Montseny sobre los comuneros quedan en el olvido mientras que se bombardea machaconamente al público con los tópicos sobre la España invertebrada por parte de toda la ralea de tertulianos absolutistas.
Sacar del desván del olvido a los comuneros es al fin y al cabo la propuesta que se encuentra en Comuneros pero de tal manera que en el proceso se signifique de nuevo un bloque político republicano que responda a la crisis de la monarquía y del régimen con voz castellana. Frente a la España vaciada puede que el recuerdo de una Castilla llena de gente sirva además para renovar una crítica al centralista Estado de las Autonomías y al descuartizamiento de Castilla en cuatro regiones y un paraíso fiscal. Y en el proceso alumbrar de nuevo un Madrid, y una Castilla, comunero tal como lo fuera en 1520. De modo que al auscultar el grito de Villalar, “¡Padilla, Padilla, libertad!”, recordemos el color de la libertad.
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Me da envidia tu labia. Lo único que no demuestras saber nada.
Para empezar "lxs comunerxs" debería estar en masculino ya que fueron machos los que impulsaron esa revolución.
En segundo lugar, ni señorial, ni para defender sus privilegios. Sino para defender los derechos DEL Pueblo.
Tercero. Parece que hayas salido de un manual del franquismo ya que Maraval no dijo nada de LOS comuneros excepto que eran tres machos.
Y, por último, si empleo el neutro adaptado es porque el castellano no tiene masculino. Tuvo y terminaba en "iou".
Querida Arcoiris, tu comentario canta, pero canta a olor de pies.
(Lo digo por el comentario de abajo).
¿Defender los fueros es defender los derechos del pueblo? ¿Sabe usted cuál es el origen de los fueros y a qué clases beneficia su normativa? ¡Nada que ver con el pueblo! Si tanto les gusta la defensa de los fueros de los comuneros pues hagan también loas al movimiento carlista que tenía intereses y demandas muy parecidos.. demasiado idealismo con los comuneros..
Lxs comunerxs fueron una rebelión señorial contra el centralismo de Carlos I, defendían conservar sus fueros y privilegios ganados en la conquista de Al-Andalus. Les apoyaron sectores populares por interés coyuntural. Su modelo no era liberal, era conservador. Libertad para lxs comunerxs es conservar sus privilegios (proteccionismo, leyes gremiales, etc). La recuperación de esta experiencia por los constituyentes de Cádiz y la II República es distorsionada y anacrónica, como lo es la interpretación liberal de Maravall y sus seguidores.