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David Graeber fue un antropólogo y activista anarquista estadounidense. Combinó su faceta académica como profesor adjunto en la Universidad de Yale con el activismo, participando en las protestas antiglobalización en contra del Foro Económico Mundial en Nueva York en 2002 y siendo uno de los primeros organizadores de Occupy Wall Street en 2011. Ver bio completa
Esta es la tercera y última parte de una entrevista con David Graeber, conducida por Lenart J. Kučić para la revista Disenz. En la primera parte, Graeber habla de Occupy y del capitalismo del Covid, la segunda trata sobre el autoritarismo versus la autoorganización en tiempos de pandemia y la psicología emocional de la deuda. Podéis encontrar más artículos de David Graeber traducidos al español aquí.
Sanitarios, trabajadoras en el sector de los cuidados, en fábricas y servicios públicos, los pequeños comerciantes… todos ellos fueron homenajeados durante la pandemia. Fueron ensalzados casi como si fueran héroes modernos. Pero sus salarios no han aumentado y son los más propensos a perder su trabajo una vez acabe esta crisis. ¿Por qué?
Porque la esencia de su trabajo reside en no hacer daño. Tomemos como ejemplo a los trabajadores de los servicios de emergencias y de cuidados que están ahí fuera, arriesgando sus vidas para que el sistema de salud no colapse. En teoría, un movimiento obrero es especialmente fuerte cuando su trabajo es esencial, ya que esto confiere a los trabajadores un gran poder de negociación. Así que si sanitarios y trabajadores del sector de los cuidados decidieran ir a la huelga para conseguir mejores condiciones y salarios, este sería precisamente el mejor momento para ello. Pero lo cierto es que las cosas no funcionan así.
¿Por qué?
En cierto modo tienen demasiado poder. Es un poco paradójico. Es un poco como lo de que si le debes al banco un millón, él te posee, pero si le debes cien millones, tú lo posees. Si tienes demasiado poder para hacer daño a los demás, y de forma inmediata, te conviertes en prisionero de tu propia utilidad. No puedes emplear ese poder, porque sería demasiado devastador.
Un mafioso o un director ejecutivo de una empresa de inversión de capital privado solo pueden hacerte daño, aunque pretendan lo contrario. Pueden ejercer el poder de manera despiadada. Tal y como señala el movimiento feminista, una huelga de cuidados sería totalmente devastadora; tan devastadora que las personas cuidadoras no la llevaría a cabo porque se preocupan demasiado por las personas, que empezarían a sufrir y morirían de forma inmediata como resultado.
Al menos quizás la crisis nos abra los ojos ante esta situación y el hecho de que una economía es, en última instancia, la forma en que cuidamos unos de otros, y que todo el trabajo de verdad es en realidad un trabajo de cuidados.
Hemos empezado a usar a gran escala herramientas de comunicación durante la pandemia: en el ámbito escolar, laboral y en eventos sociales. Nos hemos dado cuenta de que podemos vivir sin la mayoría de nuestros viajes de negocios y reuniones de trabajo. ¿Se convertirán estos cambios en algo permanente?
No cabe duda de que nuestras costumbres a la hora de viajar tendrán que cambiar, y esto también afectará a otras partes de la economía.
David Harvey señaló que desde el año 2008 la recuperación económica (asumiendo que haya habido una recuperación real, algo que muchas personas pondrían en duda) se ha basado en gran parte en el consumo de experiencias en vez de los productos de consumo. Durante décadas, el crecimiento económico se ha visto impulsado por la producción y la venta de cosas tangibles, como los coches o los teléfonos inteligentes. Luego el proceso se ha acelerado con la venta de coches que se averían en unos pocos años y teléfonos que se vuelven obsoletos. Pero en la actualidad el área que está en expansión es todavía menos tangible y se basa en la experiencia de, por ejemplo, un viaje a las islas Bermudas, comer fuera o, si eres uno de los consumidores más ilustrados, viajar a la selva amazónica para visitar a un chamán y probar alguna droga psicodélica.
Las clases trabajadoras también se beneficiaron de esta tendencia, añadió, porque se han construido muchos aeropuertos, hoteles, viviendas turísticas y otras infraestructuras nuevas para respaldar las vueltas al mundo de la clase media. Sin mencionar todas las plataformas digitales como Uber y Airbnb, que ayudaron a financiarizar el sector turístico y de la vivienda.
Aunque él no lo dijo, yo añadiría que es una ironía que, de forma paralela, la industria de la construcción, junto con las industrias extractivas, se hayan convertido en el apoyo principal de la derecha populista, que dice estar en contra precisamente de esa élite cosmopolita, en favor de la identidad nacional. Y, por supuesto, esa clase cosmopolita, los ricos y sus aliados, los profesionales y directivos, fueron quienes expandieron realmente el virus por todo el planeta, debido a su forma de consumo.
Quizás la crisis nos abra los ojos ante esta situación y el hecho de que una economía es, en última instancia, la forma en que cuidamos unos de otros, y que todo el trabajo de verdad es en realidad un trabajo de cuidados.
En Eslovenia y otros países europeos, el virus se propagó por esquiadores que volvían de pasar las vacaciones en Italia y Austria. Muchos eran médicos y otros, profesionales de clase media o media-alta. Sin embargo, para detener la pandemia, el gobierno quiso desplegar el ejército para impedir que los inmigrantes entraran en el país .
Sí, echarán la culpa a los inmigrantes o a los viajeros, el nombre que recibe la población gitana en Reino Unido, pero no a los que viajan por negocios, obviamente.
Por cierto, ¿conociste a Mark Fisher mientras ambos erais docentes en Goldsmiths? Mis compañeros de la editorial me insistieron en que te preguntara por Mark, porque muchos jóvenes intelectuales de Eslovenia y algunos de nuestros autores se identifican con su trabajo.
Me lo encontré con él y nos saludamos varias veces, pero nunca llegué a conocerlo. Es algo de lo que ahora me arrepiento mucho. Durante mucho tiempo pensé en él como una persona molesta que se las arreglaba para plagiar la mayoría de mis mejores ideas antes de que se me ocurrieran (risas).
La verdad es que ambos tenéis bastantes ideas en común.
Y es sorprendente que llegáramos a tener unas ideas tan similares porque nunca las pusimos en común.
A ambos os fascinaba la idea de los coches voladores. O, mejor dicho, el por qué todavía no existen los coches voladores.
El artículo sobre el coche volador que escribí para Baffler en el año 2012 fue originalmente un desvarío ebrio durante que me salió en una noche de fiesta. “Trabajos de Mierda” también.
¿En serio?
¿Supongo que conoces esa sensación de intentar impresionar o entretener a tus oyentes con alguna idea genial, y que al día siguiente recuerdes bien poco de ello? Yo tenía todo un repertorio de ideas así.
Me suena… Pero esos dos desvaríos los recordaste, claro está.
Casi nunca bebo en exceso.
Pero bueno, a lo que iba: el coche volador. ¡Cómo me molestaba! Yo crecí en los sesenta y por aquel entonces todo el mundo estaba fascinado por el programa espacial. Tenía siete años cuando llegamos a la luna. Todos sabíamos cómo se suponía que sería el futuro. Fue toda una decepción ver que el 2001 real no tenía nada que ver con el 2001 que todos vimos en la película. Y lo que me molestaba no era que no hubiera ocurrido de esa manera, sino que nadie hablaba sobre eso, sobre el hecho de que no hubiera ocurrido. Todo el mundo actuaba como si en realidad sí estuviéramos viviendo en esa era fantástica de maravillas tecnológicas. ¡Pero nada más lejos de la realidad!
Sí, teníamos puertas que se abrían solas y los comunicadores de Star Trek. Pero no teníamos ni los tricorders y ninguna de las cosas realmente chulas. ¿Dónde estaban las pastillas de la longevidad, los rayos de teleportación y los dispositivos antigravedad?
La industria del automóvil está tratando de convencernos de que los coches eléctricos son algo novedoso, fantástico y estupendo. Pero la verdad es que aparecieron por primera vez hace más de cincuenta años.
¡Eso es! Se suponía que ahora deberíamos estar explorando las lunas de Saturno. ¡Es muy frustrante! Quise escribir un artículo sobre esto en 1999, pero todas las revistas ignoraron mis propuestas. En cambio, celebraban el inicio de un nuevo milenio con artículos previsibles sobre nuestra vida en un mundo de maravillas tecnológicas sin precedentes.
¿Así que esperaste más de una década para publicar el artículo finalmente?
Bueno, por desgracia todo siguió igual, y con el tiempo llegué a estar en situación de poder publicar lo que quisiera. Así que se me ocurrieron algunas teorías que explicaran ese gran estancamiento tecnológico.
Fue curioso ver que después de escribir el artículo, hubo dos tipos de respuestas. El primero venía de los acólitos de la ciencia, que aparecían a menudo para regañarme por no saber nada de ciencia porque, de lo contrario, sabría de la existencia de las cosas tan fantásticas que estaban pasando o que estaban a punto de ver la luz. Los coches voladores llevan unos 60 años en ese estado de “a punto de ver la luz”. El otro grupo lo formaban los verdaderos científicos, que en casi todos los casos decían: “¡Si, es cierto! Ahora es imposible conseguir subvenciones para la investigación pura, sin una aplicación práctica inmediata. El sistema está organizado para garantizar que no haya ningún avance real”.
En realidad todo esto es muy triste. Enseñamos a nuestros hijos a creer que las cosas pueden mejorar, y que poco a poco lo harán. Pero entonces…. Al principio se dijo que los ideales de la Ilustración, de que el progreso y el avance tecnológico nos llevarían a una sabiduría mayor, fueron reducidos a cenizas en la Primera Guerra Mundial. Luego, por el auge del fascismo. O por Auschwitz. O por la bomba atómica.
Y luego Chernóbil...
Sí, y todas las demás grandes catástrofes tecnológicas del siglo XX. Pero hay que fijarse en el patrón. Si realmente hubieran desaparecido debido a la Primera Guerra Mundial, entonces no habrían estado ahí para ser eliminados de nuevo por el fascismo. O por la bomba. O por Chernóbil. Así que no han desaparecido, en absoluto. De hecho, reaparecen una y otra vez porque no hemos encontrado una historia diferente que enseñarles a nuestros hijos.
¿Cómo las mentirijillas sobre Papá Noel?
¿Qué vamos a decirles? “Lo siento, muchacho. La historia es una mierda, la gente es horrible y todo va a ir a peor”. Así que, casi por culpabilidad, seguimos fingiendo que creemos en un futuro mejor.
Todo esto se convierte en un círculo interminable. Los niños crecen aprendiendo esta versión utópica de la realidad, que es totalmente falsa. Poco a poco se van dando cuenta de cómo funciona el mundo y, como es obvio, se cabrean. Se convierten en adolescentes amargados. Algunos se transforman en jóvenes idealistas e intentan cambiar las cosas. Pero cuando tienen hijos se dan por vencidos, redirigen su idealismo hacia ellos y hacen exactamente lo mismo: tratan de construir una pequeña burbuja en la que pueden fingir que las cosas mejorarán realmente. Es la única forma de justificar los compromisos morales.
En La utopía de las normas planteas que existe todo un sistema responsable de hacer imposible cualquier pensamiento ambicioso.
Sí, la maquinaria de la desesperanza.
¿Te refieres al totalitarismo de la burocracia?
En una burocracia la promoción no se basa en el mérito, sino en tu voluntad de querer seguir fingiendo que la promoción se basa en el mérito. Ocurre algo muy similar en el entorno académico. En realidad no importa lo inteligente que seas. Es más importante fingir que las personas que se encuentran en la cúspide de la pirámide jerárquica merecen estar ahí, aunque tú (y todos los demás) sepáis que no es cierto. El mayor pecado es creer que tienes derecho a un determinado cargo académico solo porque eres realmente bueno enseñando o investigando.
El mayor pecado es creer que tienes derecho a un determinado cargo académico solo porque eres realmente bueno enseñando o investigando.
Particularmente si vienes del contexto social equivocado, aprenderás que sí, es posible ser aceptado como un miembro de la élite, pero solo si estás dispuesto a fingir que la mayor aspiración de tu vida es ser aceptado por ellos, independientemente de si ellos merecen realmente estar ahí.
Lo que nos lleva de nuevo a Mark Fisher. Dedicó gran parte de su obra al síndrome del impostor. Era de clase obrera y siempre sintió que no encajaba en los círculos académicos, ni en ningún otro grupo social. Siempre se sintió como un fraude.
Yo también provengo de la clase obrera, pero mi experiencia es algo diferente. Mis padres me educaron diciéndome constantemente que era la persona más inteligente en la faz de la tierra. En retrospectiva, eso era un tanto ridículo. ¡Nadie podía tener tanto talento! Así que nunca sufrí el síndrome del impostor en el sentido de que nunca sentí que no tuviera el talento intelectual suficiente para trabajar en el ámbito académico. Pero sí sufro constantemente el síndrome del impostor por no ser un adulto social. Me siguen tratando como “vale, sí, eres inteligente, pero no eres serio, no te comportas como un adulto. No eres una persona de verdad. Simplemente estás fingiendo”. Así que en ese sentido han hecho que me sienta como un fraude constantemente, y eso sí afecta sutilmente a tu autopercepción como persona.
¿Fue esa una de las razones por las que casi inventaste tu propia disciplina académica?
¿Te refieres a la antropología anarquista?
Así es.
Yo no hice eso. Mi antiguo mentor, Marshall Sahlins, estaba empezando una serie de panfletos, y sabía que yo estaba implicado en la Red Acción Directa. Le interesaba mi opinión sobre el concepto de la anarquía desde una perspectiva antropológica. Así que escribí el ensayo como un ejercicio hipotético, tratando de exponer cómo sería una “antropología anarquista”, así como las razones por las cuales no existe. El problema es que nadie lee el libro. Solo leen el título.
Así que no, no soy un antropólogo anarquista en el sentido en el que alguien podría ser un antropólogo marxista. El marxismo es un cuerpo teórico que existe dentro de la antropología. El anarquismo es el cuerpo de la práctica, y existe en el seno de los movimientos sociales. En ese sentido, no existe la antropología anarquista. Claro que puedes hacer antropología de forma que sea útil para los movimientos sociales libertarios, pero no es lo mismo.
Tu asistente me dijo que estás trabajando en tu próximo libro. Y que, ante todo, no es un libro sobre el coronavirus.
Sí, es algo en lo que llevo trabajando durante mucho tiempo con mi gran amigo David Wengrow, que es arqueólogo en la University College London. Seguimos cambiando el título cada dos por tres, pero por ahora es “El futuro: un prefacio de 50 000 años”.
Parece que te gustan los prefacios extensos.
¿Te refieres a Deuda: Los primeros 5000 años? Sí, supongo. Aunque este prefacio es aún más largo, porque estamos tratando de demostrar que la historia del ser humano, tal y como se suele presentar, no es más que una versión secularizada de la Biblia. Hubo un Edén y después la Caída. Al principio todos vivíamos en grupos felices e igualitarios compuestos por cazadores y recolectores. Eso era el Edén. Después inventamos la agricultura y todo se fue al garete. Creamos la propiedad privada y nos hicimos sedentarios. Y, en cuanto tuvimos ciudades, también tuvimos Estados e imperios, burocracias y plusvalías. Por el camino también conseguimos la escritura y la alta cultura, y todo ello vino como en un todo, así que o lo tomas o lo dejas.
¿Y esa historia es falsa?
Esa historia es objetivamente errónea, y ni siquiera se acerca a lo que ocurrió realmente en nuestra historia. Los cazadores y recolectores en realidad no vivían de forma exclusiva o ni siquiera predominantemente en pequeños grupos igualitarios de veinte o treinta personas. Parece ser que, a lo largo de la historia, fueron alternando entre pequeños grupos y pequeñas microciudades. Es posible que establecieran unas estructuras sociales muy elaboradas, y que incluso tuvieran policía y reyes ocasionalmente, pero solo durante unos pocos meses al año. Después se dispersaban y vivían en pequeños grupos. La agricultura casi no supuso ninguna diferencia en este aspecto, y las primeras ciudades fueron en realidad muy igualitarias.
Todo esto es parecido a lo que cuenta el historiador israelí Yuval Noah Harari, quien popularizó la idea de que el paso de la sociedad de cazadores y recolectores a la sociedad agrícola fue la fuente de todos los males.
Sí, es bastante irritante. Y no es solo él, pero está haciendo una extraña versión actualizada de lo que vendría a ser un Jean-Jacques Rousseau moderno hoy en día. Rousseau fue probablemente uno de los defensores más importantes del ideal romántico del noble salvaje, un ser humano puro y libre que todavía no ha sido estropeado por la civilización europea.
¿Por eso Rousseau hizo un llamamiento a sus conciudadanos para que volvieran a la naturaleza?
Así es. Esta parte de la historia me resulta fascinante. Resulta que Rousseau escribió su famosa pieza sobre el origen y la base de la desigualdad entre hombres como respuesta a un concurso.
¿Un concurso?
Sí. La Academia de Dijon invitó a los autores a escribir sobre la desigualdad social. Dicho sea de paso, Rousseau no ganó, pero yo quería saber por qué los intelectuales franceses del siglo XVIII asumían que la desigualdad social tenía un origen. Por aquella época, Francia era la sociedad más jerárquica que cualquiera se pueda imaginar. ¿Por qué asumieron que las cosas no habían sido así siempre?
¿Alguna idea?
No quiero revelar demasiado, pero tiene mucho que ver con la crítica que se hizo en la América indígena de la sociedad europea, una crítica que se tomó sorprendentemente en serio en Europa. Será mejor que esperemos al libro.
¿Qué es lo más aterrador que podría convertirse en la nueva normalidad tras la pandemia?
Prefiero hablar de las cosas buenas, ¿no crees? De repente hemos entrado en la zona en la que la agencia histórica ha vuelto a aparecer. La humanidad acaba de recibir lo que quizás sea la mayor llamada de atención de la historia. Nunca había sucedido a una escala tan grande como para que gran parte de la humanidad se parase y dijera: “¡Ostras...! Pero, ¿qué estamos haciendo?”
Estas son potencialmente noticias excelentes, ya que básicamente íbamos de camino al suicidio masivo.
¿Y las malas noticias?
Bueno, la otra cara de la moneda es el suicidio en masa per se. Nos dirigíamos hacia el apocalipsis, convencidos de que no había nada que pudiéramos hacer para evitarlo. Lo que me asusta es que podamos decir: “Uf, menos mal que todo esto ha acabado ya... Ya podemos volver a nuestras vidas de siempre.”
Hemos visto que el mundo no se acabará si viajamos menos, consumimos menos y producimos menos. De hecho, el mundo, o, bueno, el mundo que conocemos hasta la fecha, se acabará si no hacemos nada. ¿Cómo podemos convencer a una población de moralistas de que lo más importante que podemos hacer ahora es dejar de trabajar tanto? Si no lo hacemos, muy pronto acabaremos teniendo que elegir entre desastres tan colosales que van a hacer que esta pandemia parezca un juego de niños y algún tipo de solución tecnológica de ciencia ficción que podría acabar muy pero que muy mal.
Hemos visto que el mundo no se acabará si viajamos menos, consumimos menos y producimos menos. De hecho, el mundo, o, bueno, el mundo que conocemos hasta la fecha, se acabará si no hacemos nada.
¿Cómo de mal?
Bueno, digamos que solo hay una cosa más aterradora que un fascista que niega el calentamiento global: un fascista que no niega el calentamiento global. Solo Dios sabe qué soluciones pueden ocurrírsele a este tipo de persona.
En cierta forma podemos tomar lo que ha estado ocurriendo como un ensayo de la solución fascista al tipo de emergencia climática que tendremos que afrontar en cinco o diez años si no detenemos toda esta producción de carbono sin sentido: el cierre de fronteras, la culpabilización de los extranjeros, el triaje de la población entre válidos o inválidos, la normalización del autoritarismo, etc. Y entonces intentarán alguna solución tecnológica como sembrar el océano con cristales, la ecoingeniería, etc.
Hace algunos años hablé con Bruno Latour y me dijo que estaba verdaderamente preocupado con este escenario, porque las únicas instituciones lo suficientemente grandes como para operar a la escala necesaria son los ejércitos de Estados Unidos y de China. Y debemos esperar que trabajarían juntos, y no el uno contra el otro. Hace poco estuve hablando con Steve Keen, y me dijo que quizás podría darse esta segunda situación ya que, después de todo, si el planeta se calienta mucho más, habrá grandes partes del Este Asiático que se volverán inhabitables y… ¿de verdad esperamos que China se quede de brazos de cruzados si esto sucede? ¿Van a evacuar sus provincias del sur sin hacer aspavientos, simplemente porque los estadounidenses no quieren reducir su consumo de carbono? Pero si realmente acaban cambiando la composición de la atmósfera, quizás acaben haciendo que Europa y Norteamérica vuelvan a la Edad del Hielo. ¿Quién sabe?
Pero, a pesar de todo esto, ¿sigues confiando en que la humanidad hará caso a lo que puede haber sido la mayor llamada de atención de la historia?
Tal vez lo más inteligente que he leído al respecto sea un físico que señaló que nuestro verdadero problema es que no reconocemos que nosotros mismos somos parte de la naturaleza. Sí, por supuesto, el cambio climático es el resultado de la idiotez humana. Quienes dicen que es un fenómeno natural están negando la realidad, simple y llanamente. Es cierto. Pero en el pasado remoto, antes de que los humanos rondaran por la faz del planeta, hubo momentos en los que la temperatura de la Tierra aumentó y disminuyó varios grados. Si sobrevivimos lo suficiente, quizás unos cientos de miles de años, y eso empieza a ocurrir, entonces tendremos que hacer algo al respecto, ¿no?
Pero si somos la “conciencia de la naturaleza”, tal y como se decía en el siglo XIX, quizás sea el momento de deshacernos de los políticos, porque son seres extremadamente inconscientes. Las decisiones de ese tipo solo pueden tomarse mediante alguna forma de deliberación colectiva.
La buena noticia es que los experimentos con las asambleas ciudadanas demuestran que cuando se presentan hechos científicos, incluso los ciudadanos normales y corrientes seleccionados al azar son, casi de forma invariable, mucho más sabios a la hora de tomar decisiones que sus representantes electos. Es posible hacer que la gente, como colectivo, sea mucho más inteligentes que cualquier miembro individual de esa masa, en lugar de más estúpidos. De alguna forma, de eso trata precisamente el anarquismo, de idear formas de hacer eso posible. Es algo que puede conseguirse, pero tenemos que ponernos manos a la obra.
INFORMACIÓN ADICIONAL
Traducido por Lara San Mamés, editado por Marta Cazorla Rodríguez para Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.
Artículo original publicado en DISENZ.
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Nota: Cuanto echamos de menos a D. Graeber
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