Filosofía
Se resiste repitiendo, pero en otra dirección

Partiendo de autores como Kafka, Althusser o Butler, analizamos cómo plantear resistencias e, incluso, cómo llegar al reconocimiento desde la interpelación del Otro y asumiendo nuestra propia vulnerabilidad.

Kafka
Franz Kafka
28 feb 2020 10:00

La primera interpelación que recibe K., personaje principal en El castillo de Kafka, trae por primera vez al personaje a la existencia en la aldea. La primera llamada viene después de que K. entre en la posada buscando alojamiento para dormir su primera noche. Poco durará su descanso, después de que el dueño le deje reposar en un jergón de paja. De repente, un hombre joven, vestido como de ciudad, le despierta diciéndole: «Esta aldea es posesión del castillo, quien vive o pernocta aquí, vive o pernocta de igual modo en el castillo. Nadie puede hacerlo sin la autorización del conde. Usted, sin embargo, no tiene dicho permiso o, al menos, no lo ha mostrado».

Esta primera llamada conecta, en algún sentido, con la primera escena de la que habla Althusser, aquella que trae al sujeto a la existencia, cuando el policía se dirige a la persona con un «eh, tú», momento en el que se reconoce y se gira para responder a la llamada. Uno entra en el ritual de la ideología sin importar lo más mínimo que se tenga o no una creencia sobre la ideología; o en el caso de K., éste entra en las costumbres, las prácticas y los rituales de la aldea sin poder ejercer, de momento, apenas resistencia.

No obstante, si bien es verdad que la primera interpelación puede ser terrorífica, culpabilizadora o injuriante, también lo es que no evita un elemento crucial que trabaja Judith Butler a lo largo de casi toda su obra: que, paradójicamente, al ser llamado por un nombre, se le inicia a uno en «la vida temporal del lenguaje», en la ocasión de una existencia social, lo que permite, de algún modo, que se abra también la posibilidad de una «agencia lingüística». Es decir, uno puede verse paralizado por la primera llamada, pero también puede ocurrir que la respuesta ante esa alocución pueda abrir nuevos caminos no esperados. Uno puede ser introducido en el lenguaje injuriosamente, o a través de recelos, amenazas, pero al ser introducido en el lenguaje, también se le da la oportunidad de hacer frente a esos pretendidos efectos ofensivos de la alocución. Cabría preguntarse, no obstante, si es posible resignificar o resistir por otros caminos que no sean los de la repetición traumática.

Uno puede ser introducido en el lenguaje injuriosamente, a través de recelos, amenazas, pero al ser introducido en el lenguaje, se le da la oportunidad de hacer frente a los efectos ofensivos de la alocución.

Para acercarnos más a la situación que vive K. en la aldea, sería interesante traer a J.L. Austin y la manera en la que Butler lo interpreta. Si para Althusser el acto de habla trae al sujeto a la existencia, para Austin, en cambio, el sujeto precede al lenguaje. Sin embargo, Austin va más allá de centrar los actos de habla solamente en el sujeto, y piensa la fuerza y el significado de los actos de habla que hacen lo que dicen (los «actos ilocucionarios») a través de la forma del ritual, repetidos en el tiempo. De ahí que se pueda decir que lo que se enuncia en un momento determinado va más allá de ese momento, excede el campo de acción del contexto en el que se enuncia, pues es un momento «ritualizado» y, por lo tanto, de memoria condensada. El sujeto en el que piensa Austin, según Butler, es un sujeto que habla con una voz convencional, es decir, con una voz que no es en ningún momento completamente suya, separada de contextos, rituales y convenciones.

En este sentido, el puente que se traza entre el sujeto austiniano y el althuserriano podría articularse en la idea de que ambos reconocen la imposibilidad de un agente soberano, ya que existe una vulnerabilidad primaria a un lenguaje que no nos pertenece pero del que, sin embargo, emerge a través de la llamada nuestro ser social y lingüístico. La idea de soberanía y de control se desvanece desde el momento en el que se comprende que nuestra existencia depende de la interpelación de un Otro, «de esa llamada de reconocimiento que concede la existencia», en palabras de Butler; pero no sólo es la llamada del Otro, sino que dicha llamada está, además, «ritualizada», forma parte de un tejido convencional que excede el «momento único» de su enunciación. El debate, no obstante, no se sitúa entre el binomio «determinismo» o «libertad», sino en repensar la «agencia lingüística» sin dejar de reconocer que dependemos inevitablemente de las formas en las que otros se dirigen a nosotros, y que es justo ahí, en ese reconocimiento, donde la agencia puede movilizarse.

La resistencia no se ejerce fuera de las restricciones, sino a través de ellas, pues sólo a través de sus repeticiones es posible la subversión.

Lo interesante de K. en El castillo es que ha comprendido que sólo como Dorfarbeiter («trabajador del pueblo»), confundiéndose entre los demás trabajadores y, por tanto, alejándose de los señores del castillo, podrá conseguir alguna cosa del propio castillo. La clave aparece casi al comienzo de la obra: «Zwischen den Bauern und dem Schloß ist kein Unterschied» («entre los aldeanos y el castillo no hay ninguna diferencia»). K. logra captar, a mi parecer, que toda capacidad de rearticulación, de resignificación y de agencia se desarrolla reproduciendo, inevitablemente, los términos traumáticos. La resistencia no se ejerce fuera de las restricciones, sino a través de ellas, pues sólo a través de sus repeticiones es posible la subversión.

En este sentido, es interesante acercarse al prólogo de Jordi Llovet para la traducción de Miguel Sáenz de El castillo, y sugerir que, si bien es verdad que la historia que se narra en El castillo es la historia de una renuncia, también es cierto que K. no dejará de intentar alcanzar las puertas del castillo, en un riesgo constante entre el empeño y el fracaso que forma parte de nuestra condición humana. El lugar en el que queda colocado K. tras la primera interpelación, como un personaje molesto, extraño y peligroso para la norma de la aldea, es limitante pero también posibilitante, pues se abre la oportunidad de una apertura para la agencia, para lo que en palabras de Butler sería «la repetición de una subordinación originaria con otro propósito, un propósito parcialmente abierto».

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