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Feminismos
Estados mórbidos. Desgaste corporal en la vida contemporánea
Conocí a Dresda Méndez de la Brena hace más de una década en Tijuana. Nos presentó Ingrid Hernández, una querida amiga en común. En ese momento ninguna de las dos imaginábamos que, algunos años después, aquel encuentro casual se convertiría en una gran amistad forjada por preocupaciones similares en torno a las diferentes violencias que nos atraviesan y que nos mantiene en diálogo e intercambio intelectual hasta el día de hoy.
En aquel momento yo tampoco sabía que Dresda escribiría este libro mayúsculo que usted lectore1 tiene entre sus manos. Sin embargo, desde nuestra primera charla pude entrever que me encontraba frente a una persona tremendamente creativa, elocuente e intelectualmente inquieta. Por eso, es un placer para mí escribir estas breves reflexiones en torno a una obra que considero necesaria, novedosa y erudita. Nos encontramos frente una obra interdisciplinaria, experimental y metodológicamente brillante en la cual converge el rigor intelectual más erudito que se revela a través –de su impecable manejo de autores y lecturas– de distintos campos de investigación como la biopolítica y la necropolítica en diálogo con la(s) perspectiva(s) (trans)feminista(s), los estudios decoloniales, el feminismo especulativo y los estudios sobre discapacidad con la investigación-creación.
En este libro Dresda pone de manifiesto que es posible realizar una investigación feminista éticamente comprometida con un rigor metodológico que no resulta pesado porque sus formas de acción no solo enuncian o describen el fenómeno que investigan sino que se implican en la co-creación del conocimiento encarnado.
Estamos frente a una autora valiente que se atreve a crear sus propios conceptos para indagar críticamente desde una perspectiva bastante inédita sobre la pregunta: ¿cómo sobrevivir al mundo neoliberal cuando tenemos un cuerpo herido, enfermo, culturalmente construido/destruido desde las estructuras estatales en convergencia con el capitalismo neoliberal?
El cuerpo ha sido la piedra angular en la historia de las luchas, las resistencias y las subversiones a los sistemas de opresión
A esta producción bio/necropolítica de la enfermedad la autora le denomina Estados Mórbidos y los define como: «las estructuras morbo políticas que dirigen sus esfuerzos al desgaste de los cuerpos de las mujeres a partir de técnicas disciplinarias relacionadas con las tareas de cuidados, la violencia en sus relaciones personales y familiares, las estructuras económicas que se manifiestan en la base de la doble o triple jornada que, de forma mantenida, son constantes en la vida de las mujeres». Cuya consecuencia es la aparición de dolor cronificado, específicamente de la enfermedad conocida como fibromialgia y que afecta mayoritariamente a las cis mujeres.
Como sabemos, el cuerpo ha sido la piedra angular en la historia de las luchas, las resistencias y las subversiones a los sistemas de opresión. Al mismo tiempo, ha sido objeto de expolio, de fascinación y de una relación desigual en la cultura Occidental, que basa su plusvalía en la negación radical de la materialidad de los cuerpos que explota.
Por ello, este libro vuelve a la cuestión de la importancia del cuerpo en su dimensión material/somática como algo insoslayable en la política contemporánea, la cual parece desmaterializar y espectralizarnos como una forma de neutralizar las críticas a las distintas violencias estructurales que brindan plusvalía a los Estados necro-patriarcales, racistas y neoliberales.
La autora muestra que no es baladí que históricamente se trate a los cuerpos en su dimensión somática como amenaza o que en un acto de prestidigitación extractivista se nos oculte y vivamos en nuestros cuerpos como esos grandes desconocidos.
En este sentido, este libro abre varias cajas negras sobre las consecuencias de la aceleración desbocada de la producción contemporánea y las demandas somáticas que se nos exigen en las sociedades del rendimiento, la (auto)explotación y la precarización. Como señalaba el poeta argentino Héctor Viel Temperley en su libro Hospital Británico, publicado en 1984: «Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo».
Retomo este poema porque fue escrito desde una cama de hospital y nos muestra de manera muy concreta la importancia de la espectralización del cuerpo y de cómo la vitalidad corporal nos ha sido robada. Denunciar esta expropiación cotidiana, más allá del trabajo asalariado y a través de múltiples cargas, es necesaria. Pensar en la relación entre la salud, la bio/necropolítica y la institucionalización y administración del dolor de los cuerpos con fibromialgia (como una de muchas enfermedades generizadas) es importante porque tiene correlato con la explotación que resulta muy tangible en nuestro contexto marcado por la producción de desechabilidad, la banalización de la violencia y el exterminio de ciertas poblaciones por vías indirectas.
Pese a que todes tenemos un cuerpo, en algunos sectores de la sociedad y del conocimiento, este cuerpo en su materialidad y en su potencia resulta peligroso. Porque, como ya lo advertía en el siglo XVII Baruch Spinoza: «Nadie sabe lo que puede un cuerpo» y es en esta incertidumbre sobre su potencia, siempre cambiante, donde el cuerpo propio y los cuerpos de otros constituyen el cuerpo social, en el cual reside la oportunidad de rebelarse y transformar la realidad. A través de estrategias de micropolítica cotidiana, las mujeres co-productoras de los saberes de este libro nos muestran cómo subvertir distintos mandatos de gobierno sobre sus cuerpos enfermos.
La obra que leerá a continuación es valiosa por varios motivos y uno de ellos es porque a través de una metodología creativa nos hace reflexionar sobre la morbo-plusvalía generada por las enfermedades producidas en un contexto lacerante para las mayorías. Cabe entonces preguntarse: ¿Qué valor tiene el cuerpo más allá de los mercados de la belleza, el fitness y el wellness? ¿Qué sabemos de nuestros cuerpos? ¿De dónde provienen los marcos culturales, sociales, políticos, económicos, simbólicos para interpretarlos? Cuando se trata del cuerpo hay más preguntas que respuestas y esto es así porque el cuerpo tiene una historia política fluctuante y performativa que se despliega cotidianamente ante nosotres.
La separación del cuerpo de su contexto inhibe las potencias del cuerpo en relación con otros cuerpos y con la naturaleza y las reduce a pura potencia de trabajo que se transformará en plusvalía
En nuestros días, y desde mediados del siglo XX, el cuerpo individual ha sido sobrerrepresentado como imagen estética-cosmética altamente rentable porque vivimos en sociedades necro-capitalistas que han borrado la relación entre el cuerpo social y la naturaleza. O como apunta Silvia Federici:
«La naturaleza ha sido un cuerpo inorgánico y hubo un tiempo cuando podíamos leer los vientos, las nubes y los cambios en las corrientes de los ríos y la mar. En las sociedades pre-capitalistas la gente pensaba que tenía el poder de volar, de tener experiencias extra-corporales, de comunicar, hablar con los animales y tomar sus poderes y aún cambiar de forma. También pensaban que podían estar en más lugares que uno y, por ejemplo, que podían volver de la tumba y vengarse de sus enemigos.
No todos estos poderes eran imaginarios. El contacto diario con la naturaleza era la fuente de una gran cantidad de conocimiento [...]».
Recupero las palabras de Federici porque en el contexto actual el cuerpo se da por sentado, es decir, se deshistoriza y al mismo tiempo se convierte en el enemigo público número uno como amenaza política. Hago hincapié en que la separación del cuerpo de su contexto inhibe las potencias del cuerpo en relación con otros cuerpos y con la naturaleza y las reduce a pura potencia de trabajo que se transformará en plusvalía.
Las narrativas que Occidente ha diseñado para explicar el cuerpo durante su historia se centran en una lógica excluyente, de diferenciación atroz, que podemos constatar en el arte y la literatura pero también en las ciencias duras que emergieron durante los diversos periodos coloniales, mostrando la importancia del cuerpo en la configuración de los imaginarios culturales y dejando testimonio de cómo se construyen leyes de exclusión e inferiorización de otres, especialmente en relación a sus cuerpos, ya sea que las narrativas de estos han sido diseñadas en clave de raza, clase, género, lengua, corpo-diversidad, etc.
Retomo las palabras de Federici porque nos hablan de la historia política del cuerpo y su relación con el mundo del que somos herederos, es decir, porque nos habla del mundo capitalista que más que un sistema de producción ha sido un proceso de cercamiento y cercenamiento de los cuerpos humanos, animales y de la naturaleza, que ha traído como consecuencia la producción de una subjetividad capitalista (Guattari y Rolnik, 2006) y, por tanto, de una sensibilidad orientada a alimentar ese mismo capitalismo como norma social.
Hay muchas distopías dentro de la distopía de los Estados Mórbidos y su morbo-política. Sin embargo, una de la múltiples propuestas de este libro es volver sobre nuestro cuerpo para re-conocer sus potencias políticas incluso en la fragilidad, porque la vulnerabilidad compartida nos des-anestesia y nos hace ver también la importancia de la interdependencia para sobrevivir como sociedades y como especie. Indudablemente, Dresda nos hace pensar en otras imaginaciones políticas que han sido creadas desde el autocuidado y las redes de apoyo feministas. Porque ante el escenario de vulnerabilidad física y corporal en aumento, sabemos que el cuerpo importa y que, por ello, es necesario dejar claro que rehusamos a replicar las lógicas de la violencia que subyace al proyecto moderno colonial en el cual el legado histórico del trágico Occidente nos ha condenado a desgarrarnos (unos a otros) para ser verdad/ para ser reales.
Nos rehusamos a morir y, por ello, las comunidades vulnerables han creado ya unas gramáticas de resistencia histórica, que le han puesto nombre a las violencias y han puesto el cuerpo a las resistencias, colectivizado críticamente el cuidado y luchando por la producción de un cuerpo social que no ceda su materialidad, ni quiera regresar a la vieja normalidad, es decir, a la antigua sumisión corporal.
NOTA:
(1) He decidido utilizar la «e» en sustitución de la x porque, aunque prefiero la x como forma de dinamitar del binarismo de género, la propia autora de esta obra me ha comentado de la importancia de utilizar la «e» como una forma de volver accesible el texto para aquellas personas con diversidad funcional visual que utilizan herramientas de lectura en las cuales la x no puede ser leída.