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Elecciones generales del 28 de abril
Viernes, 19 de julio
El manto púrpura, de momento, no lo van a echar a suertes los que buscan heredar el espacio político que inauguró Podemos.
Juan 19:2, 5: “…y le vistieron con un manto de púrpura… Y Pilato les dijo: ¡He aquí el hombre!”.
Pablo Iglesias ha renunciado a ocupar un puesto en el Consejo de Ministros. Un viernes. Después de un jueves donde su aliado, Pedro Sánchez, le señalaba como máximo y único obstáculo para la conformación de un Gobierno de coalición entre PSOE y UP. Una tarde de viernes, en la que un vídeo en Twitter con una escenografía que recordaba las grandes movilizaciones del año 2015, cuando los cielos estaban algo más bajos, lo movió todo. Desprovisto de corbata, camisas remangada o americana de hombreras huecas, una enjuta camisa blanca junto al fondo nostálgico acompañaba la escena.
Pablo Iglesias, como líder político, sobrevive, y eso no estaba claro en los últimos días. Se modula el personaje; del agitador tertuliano, al aprendiz de estadista que regala mociones de censura, hasta llegar a una suerte de padre franciscano militante (esbozado en los debates electorales) que sitúa al SG de Podemos en un espacio, si no apolítico, sí políticamente difícil de homologar. Iglesias, gattopardo de la izquierda, trata de preparar UP para un ciclo económico y electoral incierto. Ya nada se parece al mordaz presentador de La Tuerka y, sin embargo, sus demandas, bajo la apariencia monacal, pueden retomar el camino de la indignación (si los vientos de la economía arrecian) desde fuera de un gobierno y con un capital político renovado y redimensionado. Adso de Melk en metamorfosis hacia Guillermo de Baskerville.
El manto púrpura, de momento, no lo van a echar a suertes los que buscan heredar el espacio político que inauguró Podemos. El elogio de Baldoví y sectores de Más Madrid al movimiento de Iglesias bloquea a corto plazo la plataforma estatal que Errejón experimenta en el Senado (con un grupo de la izquierda confederal con Més, Compromís, MM y los comunes). Se cierra el paso, también, a las tesis de Espinar. Para ese 30% de inscritos que no han apoyado la coalición en la consulta de Podemos, Iglesias también hablaba esta tarde. De puertas para adentro se refuerza como líder y orienta Podemos, que ha sufrido más convulsiones en los últimos ocho meses que en toda su historia.
De cara a la galería, el movimiento es igualmente efectivo. Los hay que esperaban con bandeja de plata la cabeza del Bautista tras unas elecciones en noviembre. Una vez verbalizado el veto de Sánchez el jueves en ARV, la plana mayor del PSOE auguraba un enroque sine die de Iglesias. Error. Tanto se nutrió el PSOE de ese relato hecho a la contra de Podemos y su SG desde 2016 que se lo acabaron creyendo. Si Iglesias era un ser ávido de sillones la renuncia no se contemplaría. Junto a una leve dosis de testosterona y soberbia que, según los mentideros de la capital, nunca le han faltado al líder de Podemos, el enroque asfixiaría a un Iglesias que sobreviviría con respiración asistida en una repetición electoral. Pero con el orgullo incólume. Error que se comenzaba a intuir por la mañana con Montero en Hoy por Hoy.
Es un paso atrás que huele a victoria en las filas moradas. Después de un Viernes Santo en plena canícula, comienza una octava de Pascua veraniega que puede acabar con Iglesias revalorizado (más cercano al que se percibió según el CIS en los debates) y con un gobierno de izquierdas en España, por primera vez de coalición desde la II República, previo vía crucis de negociaciones. España necesita Gobierno, y para eso puede haber servido esta jugada táctica. Lo mismo que para dotar de una vía de supervivencia, sea cual sea el resultado de la investidura, a UP.
Pirata Iglesias, el vigía vetado que acrecienta su leyenda, leyendo un mapa que intenta descifrar. Con un rabillo del ojo en el puente de mando y dos manos en el timón de su partido. Si entró en el 2019 con fuerte marejada, después de luchar pendenciero en una intensa campaña electoral y hoy renunciar al Gobierno, cojo, consigue controlar el barco y mirar cara a cara al capitán Sánchez, que, con el último golpe de las olas, ha perdido su bello juego de ajedrez (aleatorio) de marfil.
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