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Ecofeminismo
Volvemos a ser brujas. Violencia contra las mujeres en el capitalismo ecocida
Vivimos una huida hacia adelante del capitalismo. Ante la creciente escasez de recursos, se sigue produciendo y sobreexplotando el planeta como si no existiesen los límites, con la seguridad de que siempre habrá unas élites que consuman, aunque sea a costa de la escasez de cada vez mayores sectores de la población mundial.
Siempre que el capitalismo se recrudece, se genera otra vuelta de tuerca en la opresión de las mujeres de varias maneras. Por un lado, desarrollando guerras sobre sus cuerpos para romper la cohesión comunitaria (entre otros motivos) y por otro, multiplicando el trabajo de cuidados al que deben hacer frente en su labor asignada de cuidadoras de la vida, especialmente a las que habitan lugares cercados por la codicia extractiva.
En numerosos lugares del planeta las mujeres se defienden, se organizan y reclaman, no sólo una vida libre de violencia y un reparto equitativo del trabajo de cuidados, sino otro modelo, un modelo que redistribuya la riqueza, que no deteriore más los ecosistemas y que no dañe más sus condiciones de vida. Y, mientras algunos sectores de la población empiezan a incorporar algunas demandas del feminismo, el sistema contesta con represión y violencia. Muchos hombres también, acostumbrados a unos privilegios que cada vez están más cuestionados, y de los que no están dispuestos a deshacerse. Esta violencia pretende recordarnos a las mujeres que no podemos aspirar a vivir en libertad, a participar en las luchas que deseemos, a disponer de nuestro cuerpo y de nuestro tiempo y a elegir nuestras relaciones.
En esta coyuntura, los sectores más poderosos se refuerzan en su tradición patriarcal para intentar que nada cambie, que nos conformemos con nuestras funciones impuestas: seguir sosteniendo la vida en condiciones cada vez más precarias y en un entorno cada vez más degradado. Las instituciones, presionadas para avanzar, se muestran defendiendo sin tapujos el patriarcado más rancio.
Si aterrizamos esta realidad en nuestro país, a menudo nos vemos en una situación donde, cuando las mujeres denuncian la violencia sufrida por parte de hombres concretos, la violencia institucional del propio proceso judicial, a menudo iguala en daño a la que se ha sufrido y denunciado. Como muestra, los últimos procesos judiciales que se han hecho mediáticos y donde se ha revictimizado a las mujeres, el de Juana Rivas y el del juicio a la manada, en los que se ha hecho patente cuán vigente sigue el patriarcado en el ámbito judicial.
A las mujeres no se nos cree. No interesa creernos, porque hacerlo supondría asumir la necesidad de cambios estructurales que no se desea llevar a cabo.
En el caso de las denuncias por violencia de género, no importa que se repita hasta la saciedad que según la propia Fiscalía General del Estado, el porcentaje de denuncias falsas es de menos del 0,2% El mito de la mujer arpía, que goza haciendo el mal a algún inocente varón, sigue gozando de buena salud. De modo que somos las únicas víctimas que, tras denunciar, nos convertimos en acusadas, sufriendo duros interrogatorios que toman como prueba en contra mostrarse tanto demasiado entera (tan traumatizada no estarás) como mostrarse afectada y dañada (estás haciendo teatro). La judicatura, abogacía, etc. no han hecho habitualmente la reflexión necesaria para deshacer sus propios prejuicios machistas, ni parecen en general tener un gran interés en hacerla, de modo que su comportamiento reproduce la violencia hacia las mujeres. No se investiga el delito: la responsabilidad de encontrar pruebas recae en la mujer y, en demasiadas ocasiones, ni siquiera estas se admiten. Cuando el agresor, usando una estrategia que se recomiendan unos a otros en foros de Internet, hace una contradenuncia a la mujer, a menudo consigue que se considere una pelea de pareja y ella también salga condenada.
Por otro lado está el tema de las custodias y regímenes de visitas, en los que se prioriza el derecho del padre a ver a sus hijas e hijos sobre cualquier otra consideración, como si es una figura positiva para las criaturas, si estas están traumatizadas por las escenas de violencia presenciadas, etc. Los derechos del pater familias se ponen por encima de los de las mujeres y de la infancia.
En cuanto a la violencia sexual, hay que empezar señalando que, salvo que se produzca en el ámbito de la pareja o la expareja, no está considerada legalmente como violencia de género. Por otro lado, este tipo de violencia apenas se denuncia: solo un 16% de los casos, según la Federación de Asociaciones de Asistencia a Mujeres violadas. Por lo demás, en su tratamiento judicial sufre de los mismos sesgos que los que tiene en el tratamiento de los casos de violencia por parte de la pareja o expareja. Las mujeres mentimos para dañar a los hombres, por odio, por maldad, por conseguir compensaciones económicas, etc. Al punto de seducir a unos pobres muchachos y arrastrarles a unos actos que denunciamos cuando éramos nosotras quienes los deseábamos. En resumen, seguimos siendo brujas, tal y como se difundió el mito en la Edad Media: hacedoras del mal, manipuladoras, mentirosas. Y, como tales, hemos de ser llamadas al orden con la violencia que sea necesaria.
Pero ahora ya sabemos que las brujas somos en realidad mujeres que resistimos, que peleamos en nuestro día a día, que migramos, transitamos los géneros, reivindicamos el espacio público, las relaciones en libertad e incluso (¡osadas!) la diversión y la sexualidad diversa.
Ante esta nueva ola de neoliberalismo, extractivismo y patriarcado, hay resistencias por todas partes. A pesar de todo su poder, no logra imponerse completamente, gracias a la fuerza de los movimientos sociales, y especialmente, cada vez en más sitios, de las mujeres organizadas y del movimiento feminista.
El capitalismo y el patriarcado no conseguirán del todo sus objetivos, mientras, entre otras cosas, sigamos existiendo nosotras. Defendiendo el planeta, la vida, nuestros cuerpos. Defendiendo todo aquello por lo que merece la pena vivir. Por todas partes. Somos las brujas del siglo XXI y la violencia no nos detendrá.
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el sexo debería estar considerado legalmente como violencia de genero sin importar las circunstancias, pues rompes 2 escensiales reglas sociales, por un lado exibis tu cuerpo y eso debería ser un crimen sin importar las circunstancias porque hay un dicho que dice: para que algo sea justo tiene que ser para todos por igual, segundo te tiras encima de la otra persona y volvemos a lo mismo.
Que vivan las mujeres que saben lo que quieren,un abrazo a todas ellas.