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Ecofeminismo
Que nadie suelte la mano de nadie
La llegada de Bolsonaro al poder en Brasil amenazaba a las mujeres, a los pueblos originarios y al medioambiente. Lamentablemente, esas amenazas se están cumpliendo. Eso sí, los movimientos sociales planifican la resistencia, se reinventan, de la mano, para no volver ni un paso atrás.
La llegada de Jair Messias Bolsonaro a la presidencia de Brasil ha colocado en el horizonte la posibilidad de un retroceso exponencial en el área de derechos humanos y la protección del medio ambiente. No es casual que entre las primeras medidas adoptadas, por decreto, esté la exclusión de la población LGBTIQ de las políticas de derechos humanos. La referencia a estos colectivos ha desaparecido del nuevo Ministerio de la Familia, Ciudadanía y Derechos Humanos, dirigido por la pastora evangélica Damares Alves, lo que muestra la intención clara de dejarlos fuera de las políticas públicas. Sí, Damares es la mujer que declaró con alegría exuberante: “¡Atención, atención! Llegó una nueva era a Brasil, los chicos visten de azul y las chicas visten de rosa” provocando la reacción de la comunidad LGBTIQ que se vio obligada a recordarle, a esta altura del campeonato, que el color no tiene género. A esto le siguieron numerosas manifestaciones de artistas, como Caetano Veloso, que aparecieron con el color “incorrecto” en las redes sociales. Damares tuvo que vestirse de azul para salir al paso del escándalo.
Bolsonaro, como comandante del equipo de esta extrema derecha tan estancada en el tiempo, tiene una lista de declaraciones homófobas y misóginas espeluznantes que han dado protagonismo a un pensamiento que se consideraba residual. “La mujer debe ganar menos porque se queda embarazada”. Bolsonaro justificó esta declaración de 2015 explicando que cuando las mujeres vuelven de sus permisos de maternidad, van a tener otro mes de vacaciones, o sea, que al final trabajan cinco meses al año, generando perjuicios económicos, etc, etc.
Es imposible reflejar todas sus barbaridades en este sentido, puesto que ha declarado perlas como las de que preferiría que un hijo suyo se muriera a que fuera homosexual, que pegaría a dos hombres si los viera besándose, o que una diputada no merecía ni que la violasen, por fea.
La autodefensa feminista
Frente a esto, la comunidad LGBTIQ y los colectivos feministas no han dejado de reaccionar y articularse en redes de protección y autodefensa. “Ninguém solta a mão de ninguém” (“nadie suelta la mano de nadie”) es el grito que unifica las resistencias sociales. El movimiento feminista se ha fortalecido en los últimos años, no solo en Brasil, sino en toda América Latina y las nuevas generaciones de jóvenes no están dispuestas a volver al pasado. El grupo de facebook “Mujeres unidas contra Bolsonaro”, creado en plena campaña electoral, incorporó en pocos días más de cuatro millones de mujeres y siguió creciendo. Así como el movimiento #Ele Nao (Él No) que promovió las mayores manifestaciones de mujeres de la historia brasileña.
Este año sale la Marcha das Margaridas (marcha de las margaritas), una gran articulación de mujeres rurales y urbanas con una pauta de reivindicaciones en relación al acceso a políticas públicas. Su lucha es por derechos y en defensa de la democracia. Porque también la democracia peligra: no podemos olvidar que el gobierno Bolsonaro tiene la mayor representación de militares en cargos públicos desde la dictadura. No se puede dar ni un paso atrás, eso está claro, por lo que se busca continuar ocupando los espacios públicos, denunciando y reivindicando, sabiendo que en este campo de luchas el apoyo internacional adquiere una gran importancia.
Pero hay también un tipo de resistencia estratégica, original, que se da en el campo del discurso. La barbarie intenta normalizar su narrativa, busca instaurar otro sentido común. Bolsonaro habla de combatir lo “políticamente correcto”. Un ejemplo inteligente de resistencia es el Desbolsonário de bolso (ediciones clandestinas, 2018/vol1) creado por las filósofas Luisa Buarque y Marcia Sá Cavalcante, que desnuda de forma mordaz la narrativa bolsonariana. Los principales objetivos de Bolsonaro se recogen en él, de forma creativa, como si fueran las entradas de un diccionario surrealista. En él encontramos, por ejemplo, la definición bolsonarista para mujer:
“MUJER: 1. Apodo que quiere decir frágil, debilidad, naturalmente destinada al fracaso y a salarios más bajos que los mínimos que se pagan –con excepción de algunas pocas, porque, como dice Bolsonaro con expresión de espanto y sorpresa: “existen mujeres competentes por ahí”. 2. Única palabra del diccionario de la lengua portuguesa consultado por los bolsonaristas que incluye como principales sentidos: mujer sin nada que hacer, mujer de calle, mujer de la vida, mujer del putero, mujer perdida, mujer puta, mujer equivocada, mujer fandango, mujer de mala nota. [Traducción libre]”
También encontramos la definición del Amazonas que los bolsonaristas, “confundieron en sus clases de inglés, con Amazon, lugar de compra y venta”; o la de cambio climático que según la visión, defendida principalmente por el actual ministro Ernesto Araújo, es “una trama global de un supuesto `marxismo cultural´ para atacar la soberanía brasileña”; o la concepción de indígena como persona que, según los bolsonarianos, se encuentra en una etapa inferior y que quiere ser como nosotros, los blancos, lo que demuestra el absoluto desconocimiento de los pueblos originarios brasileños, sus luchas, culturas, deseos, y conquistas, incluso a nivel de comercio sostenible. Se explica así que otro de los decretos del presidente nada más tomar posesión en el cargo haya sido trasladar al Ministerio de Agricultura y Abastecimiento la responsabilidad sobre las demarcaciones, o la revisión de las tierras indígenas. Lo que está detrás son los intereses privados para explotar y apropiarse de estos territorios responsables de la mayor parte de la conservación ambiental y recursos naturales del país. La minería, los intereses madereros y el agronegocio están ansiosos, a pesar de la oposición de la opinión pública. Seis de cada diez brasileños, según una reciente encuesta de Datafolha, están en contra de la reducción de las tierras indígenas.
La reina del veneno
La amenaza al medioambiente y a los pueblos originarios es inminente y van de la mano. La nueva ministra de Agricultura, Tereza Cristina, que viene del mundo del agronegocio, fue apellidada por los movimientos sociales de “reina del veneno” por sus grandes servicios a las empresas de agrotóxicos. Ya ha declarado su total apoyo al sector que busca expandirse muchísimo más. Acaban de liberar, sin ir más lejos, cuarenta nuevos productos tratados con agrotóxicos en la mesa del consumidor, además de ampliar la gama de venenos para productores rurales, algunos de alta toxicidad. Por ejemplo, el sulfoxaflor, que ha sido relacionado con la mortandad de las abejas.Como explica la periodista Eliane Brum, para lograr todo esto, es necesario crear una ideología, como hace el bolsonarismo. Hay que lograr que la opinión pública crea que el indígena tiene la aspiración de tornarse “blanco”, o sea, que se piense que quiere tratar la tierra como mercancía por voluntad propia. Es necesario que el cambio climático sea considerado una farsa global, para justificar la devastación de la floresta amazónica y de ecosistemas como el cerrado, cuna de gran parte de los ríos amazónicos. Hay también que tener un “dios”, en este caso neopentecostal, que busque atraer a sus filas todas esas culturas y razas “inferiores y perdidas” o a esas mujeres “depravadas”. Que lo diga Damares Alves.
Redes de apoyo mutuo
Dentro de este panorama morboso, la violencia rural aumentará, así como la vulnerabilidad de pueblos originarios y de las entidades que los apoyan. La criminalización de las ONGs, especialmente las ambientalistas e indigenistas, así como el fin al acceso a la financiación pública están ya ocurriendo. La Mesa de Articulación de Asociaciones Nacionales y Redes Regionales de ONGs de América Latina y Caribe ha manifestado ya su preocupación por la reciente medida del gobierno que otorga a la Secretaría de Gobierno el poder de supervisar y monitorizar la labor de las organizaciones sociales.Sin embargo, estos colectivos tienen un poder de articulación y resistencia grande. En estos momentos, tanto las organizaciones ambientalistas como los movimientos campesinos siguen su trabajo. No pierden de vista que el panorama ha cambiado y que la represión y las persecuciones pueden ser muy agresivas. Sin abandonar sus labores anteriores, las distintas organizaciones (pastorales, campesinas, ongs…) están revisando el tema de la seguridad personal y el apoyo mutuo.
Los pueblos indígenas también han reaccionado. Por ejemplo, se está recurriendo a la justicia. Se ha llevado ante los tribunales (Procuraduría General de la Unión) la decisión gubernamental que transfirió la FUNAI (Fundación Nacional del Indio) al Ministerio de Agricultura, puesto que eso supone darle “el oro a los bandidos”, dejando en manos de los latifundistas las decisiones sobre las tierras. Se reclama que se revise si atenta contra los derechos de los pueblos indígenas. Seguro que en el mes de abril, muy importante para los pueblos originarios, especialmente el día 19, día del indio, habrá movilizaciones muy esperanzadoras.
Aunque los “bolsonarios” hayan ganado las elecciones, no consiguen darse la mano, están ocupados con armas e individualismos exacerbados. No entienden de colectivos ni de procesos y no tienen historia de lucha organizada. En cambio, los indígenas llevan resistiendo más de 500 años al igual que los negros, las mujeres, etc. Los apoyos en la cuestión ambiental y de derechos humanos en el universo de cooperación internacional están muy presentes y son fundamentales: este enfrentamiento entre visiones de mundo, como sabemos, no se limita a Brasil (ahí están Trump, Vox etc). Hemos ido construyendo lazos en procesos largos que permiten creer que nadie va a soltar la mano de nadie en esta lucha por recuperar la cordura humana.