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Ecofeminismo
Encontrarse a una misma en Cercedilla
Este año el premio Caballo de Atila de Ecologistas en Acción ha sido para Ryanair, y desde Saltamontes queremos reflexionar sobre esas escapadas kilométricas que a veces hacen falta para olvidarse de todo... y sobre si podemos sustituirlas por otras en las que nos acordemos de algunas cosas importantes.
Mirar el mundo con las gafas verdes y moradas a la vez a veces trae conflictos que hacen que te quedes bizca unos segundos. Algo que te parece estupendo desde un punto de vista feminista no lo es desde el ecologista, y viceversa. Esto es lo que me ocurre cuando llega el buen tiempo y empiezo a ver a tantas mujeres valientes que se lanzan a conocer el mundo para conocerse mejor a sí mismas, o para reencontrarse después de un período difícil. Amigas que sé que por fin se han deshecho de una directora de tesis insufrible, de una pareja tóxica, de un trabajo de esos que te drenan la sangre… y que aparecen de repente en mi feed, con un corte de pelo nuevo y subidas encima de un elefante. O me cuentan, llenas de emoción – y con razón – que se van a pasar el verano de mochileo por Bolivia.
Mi primera reacción es, por supuesto, de alegría genuina, porque tengan la capacidad de “resetear” y repensar qué es lo que quieren en su vida, recordar cuáles eran sus metas a largo plazo, pa-sár-se-lo-bien. Hace poco nada de esto era posible. Prácticamente ninguna mujer podía irse por ahí sin el permiso de su padre o marido, ni tenía el dinero para hacerlo, ni se veía a sí misma lo suficientemente empoderada como para ponerse a ello. La mayoría de mujeres en la mayoría de países aún no pueden, simplemente, desaparecer de su vida cotidiana, ya sea por su situación familiar, física, económica, social, o por la percepción que tienen de sí mismas. Los casos de mis amigas son un oasis en la Historia. El que algunas podamos coger nuestro mes de vacaciones y pasarlo torrándonos al sol en Bali es, en cierto modo, un triunfo civilizatorio (en este caso un triunfo de los movimientos feminista y sindical).
Pero inmediatamente después llega la otra reacción, directa en el estómago, de “esto no está bien”, de “la aviación civil supone el 2% de las emisiones”, de “en ese sitio la gente se está teniendo que ir de sus casas para que pongan AirBnB”, de “así es como nos vamos a la mierda”. Seguido, obviamente por un “cállate, no puedes decir esto, no seas aguafiestas”. Si eres amiga mía, coges muchos aviones y estás leyendo esto, supongo que lo siento por estar diciéndotelo ahora. Si te sirve de consuelo, cuando yo tengo que cogerlos me lo digo a mí misma mucho más fuerte.
Supongo que la única manera ecofeminista de abordar esto es pensar: ¿qué función están cumpliendo estos viajes? Y, seguido, ¿podría cubrirse esa misma función generando un impacto mucho menor?
Una “función” o beneficio innegable del turismo es la de ayudarnos a entrar en contacto con otras culturas, costumbres, pueblos… diferentes al nuestro. Hay quien habla de una curiosidad, una pulsión innata que nos empuja a ver sitios lejanos. Sin embargo, el turismo acelerado en el que consisten la mayoría de nuestros viajes a larga distancia no permite realmente conocer un lugar. Permite si acaso marcar un tic en sus principales monumentos, en los platos típicos, en las tres o cuatro diferencias curiosas que vemos en la calle o al hablar con sus locales. Eso a lo que se refiere la gente cuando habla de que “se ha hecho” un país, como si se acabara de “hacer” a Eslovenia en el baño de un bar.
Cuando somos turistas pagamos para no tener que hacernos cargo de cuidar del lugar al que visitamos y poder simplemente consumirlo, mientras otras personas – que son las que se van a quedar allí – lo cuidan por nosotras. Si el turismo destruye ese destino, el mercado hace que el flujo de personas se dirija a otro, como ocurre con el agotamiento de un recurso natural. Puede que seamos a la vez víctimas y verdugos, huyendo de un barrio gentrificado para ir a idealizar el escaparate de otro barrio en algún otro lugar. El turismo exige un escenario siempre cómodo, siempre palatable, rentabilizable a corto plazo; a cambio, puede destruir la esencia de ese sitio, lo que lo hacía verdaderamente auténtico y le daba valor y, una vez exprimido, moverse a otro y dejar atrás sus cenizas.
El turismo también nos permite – a quienes podemos – alejarnos de la “visión de túnel” de nuestras situaciones diarias, caer en un entorno completamente nuevo y reconfigurar nuestra perspectiva. Repensar las cosas, darle la vuelta a todo. Esto puede hacerse con amigas, pero a mi entender como se hace verdaderamente bien es cuando se está sola – sobre si se puede considerar que una está “sola” si a la vez lo está retransmitiendo por las redes sociales podemos hablar otro día.
Podríamos probar, entonces, a conocer – verdaderamente – un sitio cercano, un sitio poco exótico, un sitio al que verdaderamente pueda hacerle bien nuestra visita. A conocerlo despacio – quizá con la ayuda de alguien de allí, que pueda contarnos también algo de los trapos sucios que hay más allá del rollo rural-cuqui – a situarnos realmente en una perspectiva distinta a la cotidiana, con la que ver también, más despacio, nuevos ángulos dentro de nosotras mismas.
Podríamos encontrarnos a nosotras mismas en Cercedilla (o en Ciudad Real, o en Liébana, o en Jerez de la Frontera), y a la vuelta, si nos quedan ganas, aprender sobre los elefantes en la Wikipedia.
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Quien escribe, pertenece a un grupo que se siente impotente, desamparado, va de "paquete" en este loco viaje. Es duro y valiente, es frustrante, alzar la voz entre todo este griterío, y decir lo que nadie quiere escuchar. Quemar la gloria en un intento desesperado de parar el tren. Mis respetos, ese es el camino, lleno de piedras, pero también de significado. Un abrazo, suerte y gracias.
Gracias por el artículo, has puesto en palabras lo que llevo tiempo queriendo leer. Ya llevo mucho tiempo pensando que algo va muy mal con el modelo de turismo actual, y recientemente he vivido este dilema con mis amigas mujeres empoderadas que viajan. Supongo que, al final de todo, seguir el estilo de vida que marca el mercado neoliberal no beneficia realmente a nadie que no sea de los más privilegiados del planeta.