Brasil
La semiología de Lula da Silva y la nueva cara de Brasil

El 1 de enero de 2023 entrará en la historia en Brasil, al representar el día en que se restableció la democracia arrebatada por el golpe de Estado mediático-judicial-parlamentario de 2016. Fue entonces que se sentaron las bases para la entrada del país en los tiempos del oscurantismo fascista.
Toma posesion Lula Da Silva
Luiz Inácio Lula da Silva en el acto de toma de posesión de la Presidencia de la República Brasileña el pasado 1 de enero. Foto: Ricardo Stuckert / Lula Oficial
9 ene 2023 12:00

La invasión de las sedes del Parlamento, Gobierno y Supremo Tribunal Federal en la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia, el domingo 8 de enero de 2023, por miles de ultras seguidores del ex presidente Jair Bolsonaro, corona el aberrante ciclo político del país y representa el mayor desafío a las instituciones brasileñas desde la redemocratización en la década de 1980. Las imágenes salidas a la luz hasta el momento son aterradoras y no dejan dudas de que las intenciones de los partidarios del ex presidente eran las peores. Los invasores protagonizaron escenas de vandalismo degradantes. Por ahora, ya se sabe que además del mobiliario destruido, de los vitrales afectados, se han producido diversas perforaciones en el mural “As Mulatas” de Di Cavalcanti. El desprecio demostrado por los golpistas, no solo a la democracia, sino también al patrimonio cultural del país, ilustra bien con qué tipo de personas el nuevo gobierno tiene que lidiar de aquí en adelante. Resulta una contradicción que solo una semana antes la misma plaza fuera el escenario de una enorme y calurosa fiesta popular que celebró la posesión de Lula da Silva.

El 1 de enero de 2023 entrará en la historia en Brasil, al representar el día en que se restableció la democracia arrebatada por el golpe de Estado mediático-judicial-parlamentario de 2016. Fue entonces que se sentaron las bases para la entrada del país en los tiempos del oscurantismo fascista. Ahora, con la huida la huida del ex presidente, Jair Bolsonaro, a Orlando, en los EE UU se abre un nuevo ciclo político. Fue una jornada cargada de emociones en que se mezclaron lágrimas de alegría y gritos de entusiasmo, que llegó a su punto culminante con la simbólica entrada literal de los representantes de los segmentos invisibles del país en las más altas estancias del poder político. Tras más de 500 años en que los marginados de la nación sólo podían acceder a los palacios por la puerta trasera, el pueblo brasileño vuelve a exigir un lugar merecido en los grandes salones del centro del poder, en los que se decide el rumbo del país.

La ceremonia de toma de posesión de Lula, muy lejos de ser un acto frío y protocolario, fue un evento popular multitudinario que quiso dar un mensaje potente representando al nuevo Brasil que renace de las cenizas tras un período muy convulso y de muchas incertidumbres

La conciencia del grave momento por el que Brasil pasaba sentó las bases para construir un proyecto político electoral capaz de ganar al fascismo dentro de las reglas de juego de la democracia liberal, a pesar de que ésta estaba pervertida por el uso de métodos espurios y el abuso del poder económico por parte del anterior mandatario. La compra de votos, las amenazas de los militares, los asesinatos de militantes políticos de izquierda, el terror policial en contra de los electores, el acoso laboral, el uso de la máquina administrativa, fueron solo algunas de las arbitrariedades usadas que, gracias a la movilización popular en torno de la candidatura de Lula da Silva, fracasaron en su objetivo de mantener a los grupos violentos en el poder. Las clases bajas y los excluidos de Brasil se rebelaron y dieron una lección de ciudadanía y de respeto a las reglas del juego del Estado democrático y de derecho, mostrando al mundo que, aun jugando una partida difícil, frente a una arrolladora maquina de moler personas, es posible construir la unidad entre opiniones divergentes en aras de alejar el autoritarismo de las instituciones del país.

Tras sus difíciles circunstancias personales de los últimos años y la ajustada victoria del 30 de octubre, ya se esperaba una calurosa acogida al presidente Lula da Silva en Brasilia. La ceremonia de toma de posesión del cargo de presidente del país sudamericano, muy lejos de ser un acto frío y protocolario de los que estábamos acostumbrados, fue un evento popular multitudinario que quiso dar un mensaje potente representando al nuevo Brasil que renace de las cenizas tras un período muy convulso y de muchas incertidumbres. Pese al miedo por las amenazas de actos terroristas en los días anteriores a la toma de posesión, miles de personas se desplazaron desde diversos rincones del país hacia la capital federal, para celebrar el inicio de un nuevo tiempo. El regalo que los excluidos le había hecho al país liberándole de las riendas del fascismo, merecía una recompensa de fuerte carga simbólica. La organización de los actos de la toma de posesión no defraudó, ni se dejó amedrentar por las amenazas de la extrema derecha de sembrar la violencia y el caos en la capital federal. Al contrario, arropó a la población en el deseo de participar de la gran fiesta del renacimiento del país.

El traspaso de poder con más contenido simbólico que Brasil nunca había visto, fue coordinado directamente por Rosângela da Silva (Janja), la mujer del presidente, activa militante del Partido de los Trabajadores desde 1983, y una de las protagonistas de la campaña electoral. La fiesta popular contó con un concierto preparado por artistas invitados que cantaron y recitaron poesías de manera voluntaria. Sin embargo el punto álgido del programa fue sin duda la ceremonia de transmisión del fajín presidencial.

El mensaje dejado por el gobierno entrante no podía ser mas potente. Fue un brindis a la esperanza, el simbolismo del gran renacer del país de la mano de su pueblo; un país que tiene que enfrentar unos desafíos por la reconstrucción proporcionales as sus dimensiones territoriales. La subida de la enorme rampa del Palacio del Planalto en Brasilia ideado por el arquitecto Niemeyer, fue el momento más simbólico entre los actos presidenciales del día, más aún que la jura del cargo en el Parlamento. En la primera línea de frente del grupo que subía la rampa, estaba Resistencia, la perra callejera que fue adoptada por el presidente y su mujer en el campamento Lula libre, una vez salido de la cárcel tras 580 días de detención arbitraria. La emoción no faltó cundo los representantes de la sociedad civil con las manos dadas subieron la rampa del Palacio del Planalto en Brasilia, recordando aquella recomendación de que nadie suelta la mano del otro, lo que dice mucho de un país en que la pandemia del covid-19 se cobró una gran tragedia humana, en parte agravada por la desidia del gobierno en curso.

La representación del pueblo brasileño estaba compuesta por el cacique kayapó Raoni Metuktike de 90 años, histórico defensor de las causas ambientales de los pueblos originarios de la Amazonia; el DJ y obrero metalúrgico de la zona industrial de Sao Paulo, Weslley Rodrigues Rocha; el profesor Murilo de Quadros Jesus; la cocinera Jucimara Fausto dos Santos, Francisco, el niño negro que quiere ser Presidente de la República; el representante de la diversidad funcional, el anticapitalista Ivan Baron; el artesano Flávio Perreira; y por la persona que le puso la banda presidencial al presidente; Aline de Souza, 33 años, madre de 7 hijos, y tercera generación de recogedores de residuos reciclables en la Capital Federal y Secretaria de Mujeres del Movimiento de Recogedores, con quienes Lula da Silva celebra todos los años las fiestas de navidad en la ciudad se Sao Paulo.

Después de la agónica victoria del 30 de octubre, la entrada de año nos deja esa magnifica imagen de los representantes de la diversidad del pueblo brasileño subiendo la rampa del palacio más emblemático de Brasilia

Como si fuera poco, después de la agónica victoria del 30 de octubre, la entrada de año nos deja esa magnifica imagen de los representantes de la diversidad del pueblo brasileño subiendo la rampa del palacio más emblemático de Brasilia. La imagen es más reveladora cuando fija en el segundo plano, en donde aparece una marea humana roja y compacta, que parecía empujar hacia la cumbre de la rampa al grupo de enfrente para que ellos pudiesen entrar en el imponente salón de actos de Palacio del Planalto. Parecía por fin que llegaba el ansiado momento en que sería el propio pueblo que tomaría la posesión de la presidencia de Brasil.

El acto fue seguido de un discurso impecable del presidente, en que dijo que gobernaría para todos, al tiempo que homenajeaba a los que resistieron frente al Brasil del obscurantismo mientras él estuvo detenido injustamente. Lula da Silva no se olvidó del guiño al apoyo de las organizaciones de la sociedad civil en la lucha por su libertad en su aclamado “Buenas tardes, pueblo brasileño”. En una alusión a la vigilia Lula libre, cuando el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) organizó el campamento en frente a la prisión del ex presidente en la ciudad de Curitiba. La vigilia no fue un simple campamento que acompaño el presidente bajo lluvia y sol, frío y calor, deseándole buenos días, buenas tardes y buenas noches durante los 580 días en que estuvo detenido arbitrariamente, sino también una señal de resistencia en tiempos complicados. Fue un mensaje claro de que las organizaciones populares no estaban dispuestas a entregarse una vez más ante las imposiciones de las élites corroídas del país. Finalmente, después de muchas idas y venidas, el Supremo Tribunal Federal, humillado por Lula da Silva y por las organizaciones de la sociedad civil, fue obligado a reconocer el montaje de lawfare organizado por las élites brasileñas y llevado a cabo por los tribunales del Estado de Paraná.

Visto en perspectiva, la renuncia del anterior presidente de pasar el fajín presidencial al nuevo mandatario, brindó una oportunidad única para que entrara en escena la conocida capacidad de improvisación brasileña. Fue un lavado de alma, una bofetada en la prepotencia de las élites racistas, misóginas y opresoras neoliberales del país. Representó el retorno de los humillados, de los invisibles, de aquellos a quienes históricamente siempre se les ha negado el derecho a la participación plena en las decisiones sobre el país. Es también la vuelta de los que fueron castigados por rebelarse contra el hambre y las desigualdades en uno de los países más ricos de Latinoamérica, que ostenta uno de los peores índices de distribución de rentas del mundo. La historia fue implacable con los que conspiraron en contra de la democracia. Se han cumplido las previsiones de la ex presidente Dilma Rousseff, al salir depuesta por el golpe de 2016: “Volveremos”.

La grandeza demostrada por el pueblo en la toma de posesión de Lula da Silva reaviva la creencia de que es posible recuperar al menos una parte del país después el turbulento período controlado por las fuerzas de ultra derecha. Sin ingenuidades, todos son conscientes de los enormes desafíos que el nuevo gobierno tiene por delante para mantener a los sectores de ultraderecha arrinconados políticamente, pero la demostración de resiliencia del pueblo brasileño, invita al optimismo moderado, por lo menos en relación a la lucha en contra la barbarie fascista.

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Es curioso que en las imágenes del asalto en Brasilia, practicamente ninguno de los personajes era de tez oscura, siendo la población considerada negra más de la mitad.

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