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Brasil
Brasil vuelve a sonreír
El próximo domingo 2 de octubre, más de 148 millones de electores brasileños acuden a votar en las elecciones generales y legislativas. Será un día histórico no sólo porque se renuevan los principales órganos electivos de la república, si no por algo mucho más importante: después de cuatro años en el poder de la extrema derecha, se dilucidará si el pueblo brasileño quiere convalidar la experiencia extremista que ha devuelto el país al mapa del hambre con una profunda violencia política o prefiere demostrar al mundo que todo ha sido un grave error.
Nunca antes la disputa presidencial estuvo tan polarizada ya en la primera vuelta electoral. Hace más de un año que el escenario electoral es casi el mismo. Los dos postulantes para ir a la segunda vuelta son: el actual ocupante del cargo Jair Bolsonaro, contra el político más popular de Brasil, el expresidente Luis Inacio Lula da Silva.
Para la extrema derecha el desafío es mantener un gobierno cívico-militar de corte religioso con profundos trazos autoritarios. Bolsonaro fue electo en 2018 tras una ola de desinformaciones que cogió desprevenidos a actores políticos y judiciales, tras un golpe parlamentario, que había generado un profundo descontento hacia los políticos tradicionales, consolidando el fenómeno de la antipolítica. El cúmulo de estos factores y de la detención arbitraria de Lula, el principal contrincante en la contienda, provocó que un desconocido diputado de la llamada ‘alcantarilla’ del Congreso Nacional llegase a la presidencia pulverizando las opciones de los partidos de centro e de derecha tradicionales.
Para la izquierda democrática esta cita no es una más como las anteriores. El reto es gigantesco, se trata de elegir entre la civilización o la barbarie, democracia o autoritarismo, armas o libros, paz o violencia, poder seguir votando en el futuro o no. Lo alentador para todos los demócratas es que todas las encuestas dan victoria holgada para Lula da Silva, pero la verdad es que nadie en el campo popular quiere correr riesgos de llevar la contienda a la segunda vuelta.
El reto es gigantesco, se trata de elegir entre la civilización o la barbarie, democracia o autoritarismo, armas o libros, paz o violencia, poder seguir votando en el futuro o no
El Partido de los Trabajadores (PT) sueña con ganar la contienda ya el domingo 2 de octubre, porque el jefe del gobierno amenaza con no reconocer los resultados oficiales. Bolsonaro, con toda la maquinaria administrativa y militar a su favor, ya amenazó más de una vez que “si las elecciones son limpias él tiene que ganar”, que no confía en la justicia electoral. Pese a que todas las encuestas realizadas en el último año sitúan a Lula da Silva a la cabeza con holgura, el presidente insiste que ganará, de lo contrario no piensa e dejar el puesto. Las encuestas de esa última semana continúan la tendencia que dan posibilidades de victoria de Lula da Silva ya en primera vuelta con 52% de los votos válidos contra el 34% de Bolsonaro (según el reconocido instituto de sondeos IPEC). La campaña del PT pide a los gobiernos de todo el mundo un esfuerzo para reconocer con mayor prontitud posible los resultados que salgan de las urnas para evitar intentos golpistas y enfrentamiento en las calles.
Después del susto que produjo la victoria de Giorgia Meloni en Italia, ya no quedan dudas de que las próximas elecciones brasileñas son cruciales en la lucha contra el fascismo. Ahora elegir Bolsonaro es una prioridad para la consolidación del proyecto internacional de la extrema derecha. Por su tamaño y la importancia en el ámbito del continente americano, Brasil se reforzaría como elemento fundamental para el movimiento internacional extremista de los herederos de Trump y Steven Banon. Por suerte, las cosas se están poniendo muy difíciles para eso. Pese a que en los últimos meses el presidente saliente ha hecho de todo para seducir el electorado (ha regado dinero a los bolsillos de camioneros, taxistas, etc.), en todo caso el conjunto de su obra por sí misma le inhabilitaría para seguir en el cargo. Aun así, si no fuera por el contrincante que tiene delante, sería reconducido seguramente a la jefatura del estado. Su opositor es el más habilitado de los políticos brasileños para derrotarlo. Es un político experimentado, conocedor de los problemas del pueblo, cercano a la gente, dialogante, conciliador, demócrata, con credenciales más que suficientes para sacar Brasil de la oscuridad en que vive en los últimos años.
Aunque todos saben que no se va a acabar el bolsonarismo con la derrota de su líder, por lo menos, se les puede alejar de las instituciones. Lula da Silva sabe que es su última oportunidad
Hay consenso en que éstas no son unas elecciones normales. Se decidirá más que nunca el futuro de las instituciones democráticas del país. Se elegirá sacar a los aprendices del fascismo del poder o ratificar sus políticas excluyentes. Aunque todos saben que no se va a acabar el bolsonarismo con la derrota de su líder, por lo menos, se les puede alejar de las instituciones. Lula da Silva sabe que es su última oportunidad. No medió esfuerzos y buscó apoyo en todos los sectores democráticos. Estuvo siempre disponible a presentar ese impagable servicio al país. Él mismo reconoció que será la última vez que se presenta, puesto que en las próximas elecciones tendría 81 años.
Pero lo más peculiar de esa campaña es la demostración de afecto del pueblo a su viejo líder popular. La región más pobre de Brasil es también la más entregada a los brazos de Lula da Silva. Allí es donde más se le reconoce el gran esfuerzo de los cuatro gobiernos de izquierda en dar visibilidad a los más excluidos del pacto social. Pese a que Bolsonaro distribuye una ayuda de 600 reales para la población de baja renta en los últimos meses antes de las elecciones, en la región más pauperizada Lula da Silva supera a Bolsonaro con más de 39% puntos de diferencia (según último sondeo del IPEC). Es casi un suicidio político hablar mal de Lula da Silva entre la franja de territorio que va de los estados de Bahía a Maranhão. De hecho, los candidatos a gobernador contrarios a Lula da Silva de esa región evitan mencionar algo negativo sobre el presidente. El candidato presidencial Ciro Gomes del PDT, se ha aventurado a atacarle y ha bajado en las encuestas electorales, además de tener a su aliado candidato a gobernador de Ceará casi fuera de la disputa.
En estos días se ha popularizado en las ciudades de Nordeste las llamadas pisadas del 13 (número del PT), en donde multitudes de personas voluntariamente salen a la calle en ritmo de carnaval para proclamar la vuelta del PT. Tal es la popularidad del presidente en el Nordeste de Brasil que en las últimas semanas la campaña de Lula da Silva decidió acudir lo mínimo necesario a esa región de Brasil, porque “no hace falta”. Los mítines se han concentrado en el Sur y Sudeste en donde el PT tiene más dificultades.
Después de casi 2 años en la cárcel la figura del expresidente se ha agigantado, el encuentro de Lula da Silva con el pueblo ha estado lleno de emociones. De hecho, él insistió en reunirse con la mayoría de los colectivos minoritarios, LGTBI, recolectores de cartón, cooperativas, religiosos de matriz africanas, indígenas, pobladores de la selva, afrodescendientes, artistas; en fin, con todos los actores menos visibles de la sociedad brasileña. En la mayoría de las veces había mucha emoción tras la larga ausencia, pero más risas que lágrimas, porque se espera que el tiempo del miedo dé paso al tiempo de la alegría, que tanto le hace falta a Brasil. Lula da Silva se comprometió en recuperar, y además dirigir personalmente, las llamadas conferencias nacionales, que son reuniones entre el ejecutivo y la sociedad civil para definir el rumbo de las políticas públicas en cada sector social.
Una avalancha de personas que jamás le han votado acuden al llamado de la candidatura de Lula da Silva para resolver las elecciones en la primera vuelta, fundamentalmente para impedir cualquier margen al golpe de Estado alentado por el actual presidente
Más de una vez Lula da Silva ha dejado bien claro al mercado financiero que no piensa cumplir el techo de gasto (la meta fiscal), porque según él urge dar comida a quien tiene hambre y estimular el desarrollo industrial del país. En la reunión con los economistas el pasado martes 28 de septiembre ha renovado su compromiso de alimentar los más de 35 millones de brasileños que están bajo el umbral de la pobreza. Repitió otra vez que esa es su obsesión, acabar con el hambre y ha nombrado a su vice Geraldo Alckmin coparticipe en esa lucha. Según el candidato, los esfuerzos serán ingentes para que todos los pobres del país puedan tener al menos tres comidas al día. En sus propias palabras dijo que el problema del “hambre no puede esperar”.
En los últimos días, una avalancha de personas que jamás le han votado acuden al llamado de la candidatura de Lula da Silva para resolver las elecciones en la primera vuelta, fundamentalmente para impedir cualquier margen al golpe de Estado alentado por el actual presidente, caso haya segunda vuelta en donde se pueda poner en riesgo el resultado electoral. Todos los días de esta semana artistas, políticos, intelectuales y anónimos cuelgan videos en las redes sociales haciendo la L de Lula, símbolo de su campaña. La ola Lula da Silva se ha convertido en un tsunami que amenaza difuminar la candidatura oponente y la de los pequeños candidatos que no tienen posibilidades de disputar la victoria. Si dependiera sólo de los más pobres, Lula da Silva se elegiría sin dificultades en el próximo domingo. Según el más reciente sondeo del instituto Data Folha, el 57% de los electores con hasta dos salarios mínimos (la franja salarial más baja de Brasil) prefieren el expresidente contra el 24% que votarán en Bolsonaro.
No hay más tiempo quw perder. Casi seguramente Lula da Silva saldrá electo el próximo domingo 2 de octubre, lo que alejaría las posibilidades de éxito en la contestación de los resultados por los golpistas. Sin embargo, si eso no ocurriera, la izquierda irá al ballotage segura de la vitoria, pero más temerosa en cuanto a la violencia que se pueda producir por los seguidores de un gobierno que ha armado a sus más fieles, en su gran mayoría policías, milicianos, militares y frecuentadores de los clubes de tiro. No hay más tiempo que perder, ahora mismo sólo Lula da Silva puede devolver la sonrisa a Brasil.
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No tenemos alternativa, la derrota del proyecto fascista y neoliberal debe ser la prioridad. Una vez logrado derrotar al odio bolsonarista, el PT y Lula deben de estar a la altura y mejorar los derechos laborales, generar una reforma agraria que fomente la alimentación local, reforma fiscales progresivas y defensa de las comunidades LGTBI, indígenas y afrodescendientes, totalmente discriminados en el gobierno autoritario de Bolsonaro