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Artes escénicas
Esnobismo: un caballo en el escenario
Ya ha llovido desde que Rodrigo García mató en directo a una langosta en el Teatro Pradillo en 2015, o desde que Castellucci subió un toro a las tablas del Teatro Real en 2016. 15 ovejas fueron hacinadas en la galería Theredoom en la calle Doctor Fourquet en 2017. Más reciente fue la obsoleta propuesta de Marta Izquierdo usando una gallina en las Naves del Matadero en 2018. Ahora toca el turno de Baro d’Evel, compañía catalanofrancesa que dirige Falaise, una pieza donde se emplean un caballo y varias aves, que se ha podido ver este fin de semana (11, 12 y 13 de noviembre) en los Teatros del Canal, en Madrid.
La obra trata de buscar la belleza, búsqueda que se sustenta en la belleza misma de un equino y el vuelo de pájaros, y que sin ellos, es de suponer que sería una pieza vacía de contenido y simpleza en las formas, sin originalidad alguna ni proceso creador que eleve el espíritu mediante el arte.
En la descripción de la obra aparece la palabra ‘inclasificable’, sirviendo del cajón del eufemismo para adjetivar una performance anticuada que tendría algún sentido a finales del siglo XX, donde era común emplear animales en salas de exposición, teatros y conciertos como reclamo de público, e incluso abrirlos en canal como hacía Hermann Nitsch en los 70, pero que a finales de 2022 supone una antigualla que a algún despistado puede resultar innovadora y alternativa.
Todos los papeles en regla y las autorizaciones pertinentes por parte del Ayuntamiento de Madrid, que contempla estos despropósitos mediante superficiales controles veterinarios. Al no suponer un maltrato explícito, se hace la vista gorda ante la violencia que supone desnaturalizar animales de sus hábitats y exponerlos en un escenario a modo de objetos. La cosificación de seres sintientes se estructura a nivel conceptual, educando nocivamente al público y inoculando su uso tolerable en el inconsciente colectivo. Exponer animales ante los focos, adiestrarlos bajo los más cuestionables métodos, es involucionar la maestría artística a lugares predemocráticos. Todo en pos de reducir su majestuosidad a mero atrezo viviente.
El oficio del artista consiste en devanarse los sesos para comunicar, para emocionar, para reflexionar, para elevar el alma más allá de lo físico y agrietar la realidad abriendo nuevos caminos a la imaginación, a los sentires, a las relaciones y nuestra forma de habitar el mundo. El arte es artificio y es hacer de la mentira verdad. ¿Qué tiene de laborioso o sublime exhibir un concepto sin desarrollo?
Se espera algo más de quien se hace llamar ‘artista’. Para representar una tragedia hay que rechazar matar a nadie, y los animales son alguien. Para circundar acerca de la crueldad está fuera de lugar talar un bosque o matar novillos en una película. Estos espectáculos quedaron superados hace décadas, insistir en ello es incultura y antiarte, ya que la selección cultural ha demostrado que es innecesario.
Con la polémica sobre los Teatros del Canal por censurar propuestas escénicas, es indecente que programen estas horrorosas muestras. El arte y la cultura educan y configuran la sociedad, emplear animales en su nombre apuntala el neoliberalismo y la jerarquía piramidal de consumo, donde todo tiene un precio y por el disfrute humano se admite la vejación de derechos aunque sea por el más banal de nuestros deseos.
Que los únicos animales artistas sean los de la especie humana.