Armas nucleares
Seis millones de muertes

El Holocausto del Congo comienza con el expolio occidental de sus reservas de uranio.

Soldados de las Fuerzas Armadas realizando patrulla en el Congo, 2015. Fuente: Beyond Nuclear International
Soldados de las Fuerzas Armadas realizando patrulla en el Congo, 2015. Fuente: Beyond Nuclear International Linda Pentz Gunter
Beyond Nuclear International
28 nov 2022 02:13

Artículo publicado originalmente en Beyond Nuclear International.

Nunca se va el dolor de haber perdido familiares en los campos de exterminio nazis. Seis personas de mi familia fallecieron de esta manera, otros cuatro acabaron ejecutados en los guetos polacos y en Forli. Murieron antes de nacer yo, pero tenemos sus fotografías y en vez de ver sus rostros nos parece que vemos su dolor, crónico. 

Pero, ¿de qué sirve el luto perpetuo si no se aprende ninguna lección? La más importante es que no puede repetirse ningún Holocausto más. Y, sin embargo, sigue sucediendo. Ante el silencio del mundo. Nadie habla de los seis millones de cadáveres en el subsuelo de la República Democrática del Congo (RDC), también rica en minerales. Permanecen invisibles, sin llorar, más allá de las fronteras de su país. 

“El Holocausto del Congo sigue en pie ante la complicidad de la comunidad internacional”, me dijo Rodrigue Muganwa Lubulu en un email. “Se viola a mujeres y niñas a diario, hay decenas de muertos todos los días”. Es el director de programa de CRISPAL Afrique y lo conocí en una charla por Zoom de ICAN Alemania en 2020.

La tragedia de la RDC, el segundo país más grande de África, comenzó con el descubrimiento del depósito de uranio de Shinkolobwe de 1915, el mayor hasta la fecha. Su expolio comenzó en 1921 y se mantuvo hasta su cierre en 2004. “Ha supuesto una condena para la comunidad desposeída alrededor de la mina”, en palabras de Lubulu, “porque no solo les han obligado a abandonar sus tierras, hogares y terrenos por culpa de la minería de uranio, sino que también obligaron a los hombres a cavar material radioactivo sin ningún equipo protector”.   

Los mismos cánceres y enfermedades que mataron a aquellos trabajadores del uranio siguen atormentando a sus descendientes a día de hoy, dice Lubulu, aunque la mina se haya cerrado. 

“El Holocausto del Congo sigue en pie ante la complicidad de la comunidad internacional”, me dijo Rodrigue Muganwa Lubulu en un email. “Se viola a mujeres y niñas a diario, hay decenas de muertos todos los días”.

Bélgica colonizó la actual RDC en 1908, pasando a ser conocida como Congo Belga, hasta conseguir la independencia en 1960. Se la conoció como Zaire entre 1971 y 1997. En seguida se convirtió en una tierra que despertó gran interés por parte de los Estados Unidos y la Unión Sovietica, inmersas en la carrera armamentística de la Guerra Fría. Entonces, como ahora, el país ofrecía riquezas al saqueador blanco. En la región oriental del país, escribió Armin Rose en un artículo del 26 de junio de 2013 en The Atlantic, “a poca distancia de la superficie hay suficientes minerales como para mantener en pie tanto la tecnología como la industria de defensa globales”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, el uranio extraído de Shinkolobwe se destinó al Proyecto Manhattan estadounidense. “Más del 70% de la bomba de Hiroshima procedía de Shinkolobwe”, dice Lubulu, cuya organización ha llevado a cabo talleres y eventos con el objetivo de que la RDC firmara el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares.

Le obsesiona pensar en si el ‘mineral de la muerte’, como llama al uranio, se hubiera quedado en el subsuelo. “Sin el uranio de Shinkolobwe, el 5 de agosto de 1945 hubiera sido un día productivo y fenomenal en Hiroshima”, declaró en su presentación para ICAN. 

Esto lo confirman las palabras del coronel del Proyecto Manhattan Ken Nichols, que escribió: “Sin la previsión de Sengler, que almacenó uranio en los Estados Unidos y, sobre la superficie, en África, no hubiésemos contado con la cantidad de uranio necesaria para justificar la construcción de plantas separadoras y reactores de plutonio”. Edgar Sengler fue en su momento el director de la Union Minière du Haut Katanga, y había acaparado 1200 toneladas de uranio en un almacén de Nueva York. Nichols compró este mineral, y otras 3000 toneladas adicionales guardadas sobre la superficie en la mina, para el Proyecto Manhattan.

Esta conexión entre el Congo e Hiroshima, y la tragedia de sus consecuencias, se expresan en los y las hibakushas de Japón. Así es como se conoce a quienes sobrevivieron la bomba. Es por ello que Lubulu y CRISPAL lucharon por la ratificación e implementación del tratado. 

“No se puede separar las armas nucleares del uranio”, en palabras de Lubulu. “Cuando tienes uno, obtienes el otro. Una vez lo excavas, se convierte en un monstruo que escapa de tu control”. 

“No se puede separar las armas nucleares del uranio”, en palabras de Lubulu. “Cuando tienes uno, obtienes el otro. Una vez lo excavas, se convierte en un monstruo que escapa de tu control”.

Por desgracia, este monstruo puede volver a salir de Shinkolobwe. Tanto Francia como China buscan obtener derechos de extracción allí. CRISPAL necesita moverse con rapidez para educar a la gente sobre este peligro reaparecido. Pero va a costarles mucho. 

Desde 1997, cuando los conflictos internos y externos se apoderaron de la RDC, al menos seis millones de personas han muerto. Intentar convocar eventos en comunidades congoleñas, especialmente si es desde la oposición a la minería de uranio, resulta bastante peliaguda, por no decir peligrosa. Nadie que le conociera olvida el trato brutal contra el activista antinuclear congoleno Golden Misabiko, que fue arrestado, preso dos veces, envenenado por su propio gobierno sn un supuesto intento de asesinato fracasado. Fue finalmente separado de su familia y enviado al exilio. 

Pese a este caso, Lubulu cree que, por encima de todo, el amor se abrira paso. “No existe puerta que el amor no abra”, dijo al concluir su presentación. Con suerte, el resto del mundo va a empezar a enviar su amor en dirección al Congo. 

Traducción de Raúl Sánchez Saura. 

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