Andalucismo
Andalucía disputada: soberanía y justicia en vísperas de la gran prueba

El momento clave de estas elecciones viene dado por un marco del que apenas se oye en la campaña de los partidos hegemónicos: se está cerrando la ventana de oportunidad para evitar un grave colapso ecosocial de nuestro territorio, y está en juego si lo afrontaremos de manera justa y soberana, sin tutelas externas ni internas.
Andalucia Recursos David - 16
Fachada del Parlamento de Andalucía David F. Sabadell
Profesor de Filosofía Política en la Universidad Loyola Andalucía
13 jun 2022 16:00

Las próximas elecciones andaluzas se van a producir en un contexto altamente problemático que (cuesta creerlo) apenas sigue apareciendo de manera anecdótica y marginal en la campaña electoral de los partidos hegemónicos: el peligro de un grave colapso ecosocial en nuestra tierra exige amortiguarlo y prepararnos para su gestión justa y soberana. Sospechen si no se habla de esto. Porque las élites lo saben y prefieren gestionarlo ellas. Adivinen por qué leyendo un poco más.

1. El contexto global: una crisis ecosocial en el marco de una encrucijada de crisis

Es importantes tener muy presente el contexto global, en el que nos encontramos inmersos en una encrucijada de una serie de crisis civilizatorias, dentro de la cual a su vez despunta la intersección de muy diversas y complejas crisis ecosociales (de las que las más importantes son el caos climático y la crisis de los recursos, junto con la pérdida de biodiversidad). Este magma de crisis ecosociales (unido a esas otras crisis) apunta a la posibilidad inminente de un colapso civilizatorio en un medio plazo. Como explica Casal Lodeiro, un colapso socioambiental se refiere a una simplificación brusca e involuntaria de nuestras sociedades. Diversos investigadores (como Asier Arias o Gil-Manuel Hernández Martí) apuntan que ya estamos probablemente asistiendo al colapso del sistema-mundo conformado entorno a la globalización económica.

Los informes científicos más conservadores  ya advierten de la necesaria premura que debemos darnos para disminuir drásticamente nuestras emisiones de gases de efecto invernadero para evitar un colapso climático

Por otro lado, el hecho de que se están cerrando las ventanas de oportunidad para amortiguar esas crisis entrelazadas aumenta la gravedad de la situación. Estamos hablando de unos pocos lustros, y el margen para prepararnos y aminorarlo es estrecho. En efecto, los informes científicos más conservadores (como el del IPCC, el Panel Intergubernamental de Naciones Unidas para el Cambio Climático) ya advierten de la necesaria premura que debemos darnos para disminuir drásticamente nuestras emisiones de gases de efecto invernadero para evitar un colapso climático. Simultáneamente, y en paralelo a esta situación, nos encontramos con una cada vez mayor escasez de combustibles fósiles de calidad y baratos en un momento en el que, por ejemplo, gran parte de la Humanidad se alimenta mediante una agricultura que depende esencialmente de los mismos. Estas son sólo algunas de las razones por las que hay quienes hablan del siglo XXI como el de “la gran prueba” (Jorge Riechmann).

Ante este panorama nos encontramos cuatro esquinitas: cuatro posiciones, tres de las cuales son negacionistas directas o indirectas. La negacionista indirecta es la de Trump, es la del nacionalpopulismo de extrema derecha, incluido Vox: no existe la crisis ecosocial, es una conspiración para alimentar chiringuitos progres. Las dos siguientes posiciones no niegan el problema, pero aseguran que tenemos la solución (ergo, no hay problema): la tecnología. De este modo, se convierte la crisis en una oportunidad. En efecto, de un lado, para el capitalismo verde (el globalismo neoliberal encarnado por Biden; sitúen aquí al PP y a Ciudadanos), es la ocasión perfecta para el negocio (que supuestamente enriquecerá a toda la sociedad, conforme a la teoría del efecto derrame o goteo descendente). De otro, para la socialdemocracia y el Partido Verde alemán (ideas aquí asumidas por el PSOE y Más País), la coyuntura permitirá reconstruir el gran pacto social que fue destruido desde los años 70 por el neoliberalismo y el neoconservadurismo, a través de la distribución de la riqueza que las renovables y la electrificación del transporte generarán vía la creación de una ingente cantidad de puestos de trabajo (obviando las limitaciones y efectos colaterales de esta supuesta transición ecosocial). Sólo una cuarta posición advierte de que tenemos un problema pero no una solución clara e inocua, y dentro de ella se encuadran diversas posturas con matices diferenciales: decrecentismo, ecosocialismos, ecofeminismos, colapsismos…

Simultáneamente, nos encontramos que las dos primeras posturas defienden los intereses, respectivamente, de las élites locales (las que tradicionalmente han controlado las economías territoriales) y de las oligarquías globales (las que impulsaron, dirigen y se aprovechan de la globalización económica). De tal modo que, como si se tratase de una matrioska rusa, podemos ver que la actual guerra de Ucrania no es sino un enfrentamiento que encubre dentro de sí un contienda entre ambos grupos de élites, pero que, a su vez oculta, en lo más profundo de esta, un ataque de ambas contra el resto de la Humanidad, especialmente los pueblos y territorios más vulnerables. Esto es algo sobre lo que he escrito recientemente en un libro que Marcos Rivero ha reseñado en El Salto.

Crisis energética
La guerra de las élites contra los pueblos ante el colapso de la globalización industrial
Pablo Font acaba de publicar un libro titulado “La batalla por el colapso. Crisis ecosocial y élites contra el pueblo” editado por Comares, que pone el dedo en la llaga sobre una cuestión de máxima relevancia y actualidad: la guerra. Una contienda, discursiva y real, que se está librando en este contexto histórico definido por la posibilidad de un colapso civilizatorio.

2. “La colonia feliz y el señorito de Madriz”

Andalucía no sólo se caracteriza por una mucho mayor pobreza, desempleo, precariedad y desigualdad que el resto del Estado español. Como sugiere Manuel Rodríguez Illana en el título de su último libro (El esclavo feliz. La alienación mediática del pueblo andaluz), Andalucía es, desde muchos puntos de vista, una colonia. Una colonia a la que se presupone feliz (lo que no empece en absoluto que podamos serlo, a pesar de nuestra condición colonizada) desde los arquetípicos clichés desarrollados por el nacionalismo centrípeto español. En efecto, el pensamiento andalucista, crítico o decolonial ha constatado la subalternidad colonial andaluza, tanto en el plano socioeconómico (como defienden Carlos Arenas o Manuel Delgado Cabeza ) como sociocultural (sin ánimo exhaustivo, es algo que, en la estela del propio Blas Infante y su círculo, han defendido desde destacados intelectuales de la ola andalucista de los años 70, como Pepe Aumente o José Acosta, a históricos actuales como Isidoro Moreno, Pura Sánchez, Manuel González de Molina o el propio Antonio Manuel, junto con jóvenes como Javier García Fernández o José Carlos Mancha).

Hay también cierto consenso entre el pensamiento mencionado sobre el hecho de que cabe calificar como élites coloniales tanto a las propiamente externas (y residentes en las metrópolis) como las oligarquías supuestamente internas

Hemos hablado antes de élites, y se da la circunstancia de que muchas de las investigaciones apuntan a que la vulnerabilidad socioeconómica y sociocultural andaluza tiene una de sus más importantes fuentes en las élites que la manejan como una colonia. En ese sentido, hay también cierto consenso entre el pensamiento mencionado sobre el hecho de que (como consecuencia de circunstancias que se remontan a la conquista castellana pero que se agudizan en los siglos XIX y XX) cabe calificar como élites coloniales tanto a las propiamente externas (y residentes en las metrópolis) como las oligarquías supuestamente internas. Estas últimas son en realidad castas desterritorializadas, que son también por tanto ajenas al bienestar del territorio y la población local (desde una lógica arcaica pero eficaz, de cuanto peor el territorio, mejor para ellas), y son también por tanto coloniales (aunque sean señoritos de nuestra tierra, se identifican con las metrópolis). Y lo que es más grave aún, estas élites despliegan una identidad que (como apuntara Frantz Fanon respecto a toda persona subalternizada en general), es asumida por gran parte del pueblo, que introyecta su condición de colonizado.

De aquí podemos extraer la conclusión de que los problemas de nuestra tierra requieren claramente una mirada soberanista, andalucista, que atienda a sus problemas sin dependencias (incluso bienintencionadas) ni injerencias externas. Necesitamos empoderarnos para que las decisiones relativas Andalucía se tomen aquí y que los procesos adecuados sean trabajados desde nuestras singularidades y poniendo en valor nuestra forma de enfocarlos (lo que no significa, por supuesto, una cerrazón hacia todo lo que venga de fuera o un rechazo a los aportes culturales, pues precisamente la andaluza es una cultura construida desde una constelación de tradiciones diferentes que han dejado su impronta enriquecedora en nuestro modo de entendernos y de vivir).

3. Andalucía: crisis ecosocial en territorio vulnerable

Geoposicionando a Andalucía, nos encontramos que no sólo nuestra gente es más vulnerable por su condición de dependiente y subalterna en términos socioeconómicos y socioculturales, sino también por la especial vulnerabilidad ambiental de nuestro territorio. En efecto, las características del hábitat andaluz en el marco de las graves crisis ecosociales que nos afectan a nivel global lo exponen de manera especial a un colapso que tendría graves consecuencias sociales (dada la propia fragilidad del tejido social andaluz, sobre todo de los sectores más débiles). Pero, además, la propia subalternidad colonial andaluza en términos socioeconómicos y socioculturales hace que no sólo esté en grave peligro nuestra gente, sino que además esa amenaza esté pasando de manera muy inadvertida en los debates sociales, hasta el punto de que siga siendo un elemento secundario en esta campaña electoral (¡que no haya aún un bloque sobre medio ambiente y crisis ecosocial en los debates electorales es buena muestra de ello!). Ante previsibles tensiones ecosociales a la vista (en terrenos como el hídrico, el energético, el alimentario, etc.), queda claro que, como ya dijimos, los principales interesados en esta omertá son las propias élites coloniales. De este modo, nuestra subalternidad (también en lo) ecosocial supone la falta de acción interesada (además de incompetente) ante, por ejemplo, las terribles previsiones climáticas para Andalucía en escenarios más o menos BAU (business as usual, es decir, si todo sigue igual). Y no será por falta de informes y estudios, algunos de la propia Junta de Andalucía, cuya inoperancia y negligencia (como en general en todo lo relativo a nuestro atraso) en este ámbito es ominosa, al igual que las del Estado español.

La UE cada vez se muestra más interesada en nuestra potencial capacidad generadora de una energía que extraerán desde su posición de superioridad

Igualmente, se percibe de manera claramente interesada lo que está ocurriendo en el plano de los recursos minerales y energéticos. Nuestra tierra es tradicionalmente una colonia cuyos recursos son arrancados por un extractivismo colonial (interno y externo). Pero al clásico papel de Andalucía como territorio de sacrificio en términos de extractivismo de materiales y minerales (este último incrementado en el marco de la supuesta transición ecosocial, que exige ingentes cantidades de minerales) se une el de la conversión explícita del territorio andaluz (como en general está ocurriendo con los territorios empobrecidos y especialmente los rurales del Estado español, sobre todo en el Sur peninsular) en colonias energéticas. En efecto, el destino de cada vez más extensiones de tierra a la generación de electricidad mediante energías renovables (que no verdes) es preocupante. Más aún cuando la capacidad generadora de energía que estamos implementando (con el consiguiente enriquecimiento de las élites, que no de las masas populares, aunque digan lo contrario) va destinada (como es obvio, dada la magnitud de todos los nuevos proyectos de renovables) a alimentar los grandes centros de poder, no sólo en la propia Andalucía, hacia las ciudades más importantes, sino sobre todo hacia el Estado español y Centroeuropa. Esto último ha quedado patente en estas últimas semanas: la UE cada vez se muestra más interesada en nuestra potencial capacidad generadora de una energía que extraerán desde su posición de superioridad, más aún cuando a la crisis energética cuya razón de fondo es el descenso del petróleo de calidad y barato (como decía aquella canción) se ha unido la coyuntura de la guerra de Ucrania.

Por último, y sin ahondar en otras cuestiones para no alargarnos más, no cabe olvidar el tradicional papel de Andalucía como basurero del Estado español (título de otro libro de Rodríguez Illana, por cierto), y últimamente también de Europa. La tradicional subalternidad de Andalucía en materia de desechos se acredita por múltiples ejemplos históricos que siguen candentes: el único cementerio nuclear de España (El Cabril, en Hornachuelos, Córdoba), que fue abierto por el Estado y estuvo operando muchos años de manera clandestina; la alta radioactividad remanente tras la no descontaminación de los residuos de la fábrica de concentrados de uranio de Andújar (que alimentaba las centrales nucleares de Zorita y Garoña); el suelo contaminado por radiactividad en Palomares (Almería), no limpiado desde 1966, y cuya peligrosidad sigue aumentando aún; el vertedero de residuos tóxicos de Nerva (Huelva); el vertedero de residuos peligrosos de Bolaños (Jerez); la balsa de fosfoyesos de Huelva (procedente del polo químico, fuente —junto con la zona industrial de Algeciras— del llamado triángulo de la muerte en Cádiz, Huelva y Sevilla; la propia ubicación de balsa es una amenaza por el hecho de estar en zona de peligro de tsunamis, como el Lisboa de 1755)… La lista es completita, y una vez más encontramos diferentes intereses de élites coloniales internas y externas y la acción negativa de los gobiernos central y autonómico ante estos hechos.

Nuevamente, cabe advertir que la mirada ante estos problemas ecosociales debería incluir una perspectiva andalucista, dada la subalternidad a la que las élites (reitero: externas e internas) someten a nuestro pueblo y su tierra.

4. El pueblo al resto: construyendo alternativas ante el ataque. Los campos de juego

Como si en un partido de tenis se tratase, parece que el pueblo sólo le cabe por el momento defenderse. Para eso, lo primero es transformar todo el miedo y la rabia que puede generar este contexto en una palanca movilizadora: “be calm y organízate pa evitá un colasso en tó la boca”.

Podríamos decir que soñar es transformar, amar es actuar. Ya en un anterior artículo intenté suscitar motivaciones que nos muevan a actuar ante la urgencia de un ecosocialismo andalucista.

Andalucismo
Andalucismo Andalucismo, izquierdas y ecosocialismo: retos para el debate
La apuesta por la democracia y la justicia para la resolución de los problemas futuros, pero también de los actuales, exige disputar la hegemonía ideológica en la cuestión socioambiental.

Como ya apuntaba entonces, el futuro no está escrito, pero desde luego si no hacemos nada ya sabemos hacia dónde irá. La ciudadanía organizada puede hacer mucho y existen muchas propuestas viables (junto con lo que puedan ayudar las tecnologías, usándolas con precaución y sin idolatrarlas). En ese sentido, podemos citar todo lo que supone el paradigma ético de los cuidados, con el ecofeminismo que la atraviesa. O la vuelta a formas de vida tradicionales incorporando lo mejor de nuestra sabiduría popular que ya desplegaban nuestras abuelas; junto con otras que en muchos momentos hemos (a su vez) despreciado, subalternizado y colonizado (en lo que podríamos englobar como epistemologías del Sur [global], como las llama Boaventura de Sousa Santos), para evitar desperdiciar algo tan valioso como la experiencia popular. El aprovechamiento de toda esta experiencia pasa por una recuperar los lazos comunitarios, los cuidados mutuos, reconstruir el tejido social, desmercantilizar los espacios y las dimensiones público-comunitarias… Lo que, claro está, requiere todo un trabajo personal y colectivo para aprender a vivir con menos bienestar material y mayor bienestar socio-convivencial, espiritual y comunitario. En definitiva, por un cambio de cosmovisión, de matriz cultural. Sólo así podremos también atender a las necesidades reales de nuestra gente sin traspasar los límites biofísicos de nuestro territorio (como apunta la teoría de la economía rosquilla). Así, un cambio de mente (una auténtica conversión personal y colectiva en términos de asunción de límites y de pertenencia comunitaria abierta e inclusiva a la hora de asumirlos) nos permitirá también reincorporar una industria desde parámetros absolutamente antitéticos a lo que entendemos por planes de reindustrialización clásicos (de productos de primera necesidad, de proximidad, de reciclaje y alimentada sobre todo por energías tradicionales u otras como la termosolar a pequeña escala y en propiedad comunal).

La imperiosidad de un ecosocialismo andalucista supone también dar la batalla en este ámbito: el de la política de partidos

La estrategia de las élites coloniales internas y externas pasará por tratar siempre de atraernos desde sus engaños tecnoptimistas y tecnólatras, alimentados por una superestructura individualista y consumista. Pero no debemos cejar en nuestro empeño. Tampoco en el terreno de la política partidaria como espacio de disputa inabdicable. En efecto, el juego de los partidos políticos hegemónicos es claro: son la voz de su amo y despliegan un entretenido circo de Alaska en el nuestro imaginario colectivo, ya saturadamente colonizado. Por eso, la imperiosidad de un ecosocialismo andalucista supone también dar la batalla en este ámbito: el de la política de partidos. 

Habrá quien de manera honesta manifieste y deje constancia de lo estrecho del marco de la democracia liberal representativa partitocrática en cuanto a los cambios posibles y las dificultades de que propuestas decrecentistas, ecosocialistas y ecofeministas puedan obtener respaldo electoral en una sociedad que rechaza la propia idea de límite. Pero la trampa del apartidismo es el reverso de la del partidismo. No todo es por supuesto la política institucional, que no es más que parte de terreno de disputa. Pero, además de ser en muchos sentidos naíf, la pendiente deslizante del argumento que propugna la autoexclusión del marco de la democracia representativa liberal acaba conduciendo a la postre a convergencias con planteamientos tecnocráticos y, como prolongación, autoritarios. Por tanto, el ecosocialismo andalucista pasa también por la organización electoral y la participación y presión interna en partidos políticos. Y hay quienes ya lo están haciendo. Revisen los programas y lo verán.

En definitiva, defender nuestra tierra es defender nuestra gente. Y para evitar la trampa partidaria (la que, por el contrario, cifra toda su energía en la democracia representativa liberal), debemos ir pensando ya en el 20J. Ese día debemos seguir luchando por quienes no tienen voz: por los pueblos sacrificados (que ya han colapsado) y por las generaciones futuras. Tal vez así (como dice Roman Krznaric) podamos acabar siendo lo que es más esencial hoy: unas buenas antepasadas.

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