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15M
El 15M como elogio de la incertidumbre
del CSC Luis Buñuel
@rebelda4
Indignación, rabia, rechazo. En mayo de 2011 abrimos una ventana por la que gritar. Una grieta en la que nos descubrimos acompañadas. Bajamos el cuerpo a la plaza, dejamos de pensar la revolución para sentirla, permitimos que nos atravesara para, desde ahí, generar experiencias de colectividad, de comunidad.
Simultáneamente, fuimos emoción conectada, impugnación colectiva, escucha, diálogo y construcción. No quisimos que nos representaran. No lo necesitábamos. Al mismo tiempo, explorábamos la fuerza de sentirnos en sintonía. Un terremoto alimentado de nuestra propia vibración en movimiento.
El movimiento 15M expresó una necesidad social, una demanda concreta: queríamos participar. Las plazas se llenaron de personas que querían hablar, expresar, opinar, cuestionar, trabajar en común por su barrio, su ciudad, su pueblo, su vida. Pusimos de manifiesto nuestra necesidad de relacionarnos, de componer afectos, de crear, de desarrollar nuevas formas de hacer y de construir comunidad. Necesidades no cuantificables, invisibles o infravaloradas y, sin embargo, imprescindibles para la vida.
Lo comunitario como “forma de hacer” no es nuevo ni reciente, pero el 15M abrió formas diferentes de concebirlo, de habitarlo. De los procesos compartidos y las experiencias acumuladas desde entonces, y especialmente de las vivencias habitadas por nuestros propios cuerpos en las acampadas, asambleas o espacios de cuidados, extraemos una serie de aprendizajes y otras tantas preguntas que nos empujan a seguir caminando.
¿Qué nuevas formas hemos generado y en cuáles nos hemos quedado atascadas? ¿Qué callejones sin salida habitamos? ¿Qué formas tradicionales de opresión reproducimos?
Nada nuevo contamos si expresamos que somos educadas en la necesidad de controlar, clasificar, aclarar u ordenar. De estructurar. Esa misma lógica aplicamos a nuestros procesos y proyectos colectivos, así como a las relaciones que establecemos con el afuera, ya sea con otros grupos o con la Administración.
Llegamos a un espacio (físico, emocional, psíquico…) y lo primero que hacemos es construir nuestra estructura de organización. Empezamos “por el principio”, gestando una nueva institución, una nueva “verdad”. Seguimos conquistando espacios de autonomía política desde una lógica colonialista.
Convertimos espacios politizados como las Asambleas (así, con mayúscula), en estructuras rígidas con fronteras claras dentro-afuera que generan relaciones de poder invisibilizadas. Nos ponemos a discutir ideas sin que nos atraviesen, opinando desde la comodidad que nos supone valorar propuestas antes de bajarlas al cuerpo y transitarlas.
El 15M supuso un desborde de afectos, incontrolables e impredecibles, que nos situaban inevitablemente en otra mirada. Una mirada encarnada desde la que sentipensar, que nos permitió resignificar los espacios cotidianos.
Da igual si nos acomodamos en una asamblea de barrio, en un sindicato o en un partido. Da igual si lo hacemos en un espacio laboral o con nuestras compas. Cuando las habitamos desde el privilegio, estas estructuras nos aportan seguridad, estabilidad y también placer consumista, del adictivo. Son lugares amables, pero nada nuevo crece ahí. Nuestro rol invade nuestro cuerpo-ser y dejamos de ser nosotras mismas para convertirnos en voces predecibles, potenciadoras de orden y miedo al cambio.
El 15M supuso un desborde de afectos, incontrolables e impredecibles, que nos situaban inevitablemente en otra mirada. Una mirada encarnada desde la que sentipensar, que nos permitió resignificar los espacios cotidianos. Además del Congreso o la Asamblea, convertimos la plaza, el bar o la escalera de vecinas en espacios politizados.
Sin embargo, se ha producido un retorno a la dicotomía entre estructuras politizadas y estructuras no-politizadas, dejando otra vez fuera de los espacios de participación a cuerpos diversos. Además, las consideradas estructuras politizadas han dejado de ser ruidosas, caóticas y espontáneas, para volver a ser calmadas y “serias”. Hemos dejado de probar, experimentar y, sobre todo, de jugar.
Si las reglas del juego están marcadas, cambiemos de juego
Las reglas del juego no nos sirven, están marcadas. Inventar nuevas no es fácil, pero no se nos ocurren mejores formas para no reproducir lo establecido que cambiar nuestras “formas de afectar y ser afectadas”. Devenir cuerpo colectivo, comunitario, explotando la contradicción que suponen los cuerpos incorpóreos.
Asumimos que el reto pasa por abordar lo emocional y lo espiritual, el cuerpo-espíritu. Esa dimensión del ser que nos conecta a unos seres con otros, que nos hace sentir, y no entender, que todos los seres somos lo mismo. Que cuando trato bien a otra persona nos tratamos bien a nosotras mismas, de igual manera que cuando lo hacemos con un gato o con una margarita. Desde esa sensación de interdependencia que implica formar parte de una red de personas que nos cuidan y a las que cuidamos, podemos crear(nos) colectivamente.
Poco a poco, lo emocional y lo corporal se hacen presentes en nuestros espacios politizados. Aprendemos de las experiencias en los Espacios de Cuidados, abordando los conflictos desde nuestros cuerpos. Generando saberes comunes que nos ayudan a observar nuestros procesos participativos desde perspectivas más integradoras, que buscan visibilizar lo reproductivo y colocarlo a la par de lo productivo. Incorporando el cuerpo-territorio, ligando nuestras experiencias a un espacio-barrio-pueblo-tierra común, en el que los procesos naturales están al mismo nivel de relevancia y pueden servir, además, como metáfora de nuestros procesos colectivos.
15M
Rumores de mayo: el 15M y la década de lo posible
La naturaleza tiene todas las energías. Femenina y masculina, constructora y destructora, cálida y fría, húmeda y seca. Ninguna es mejor que otra, todas son necesarias y complementarias. Ninguna gana o pierde, sencillamente se mueven. No hay nadie regulando nada, todo se equilibra orgánicamente. Es la danza del cuerpo incorpóreo, que abre la posibilidad de sentipensar un “nosotrxs” que va más allá de mis grupos de referencia o cercanía (familia, amigos, grupos, equipos, colectivos…), que no busca ir a un sueño más alto sino más profundo, que abre la capacidad de vincular(nos).
El cuerpo incorpóreo trasciende el sentir individual y nos conecta con el sentir comunitario, moldeando un cuerpo que se sabe vulnerable e impredecible. No se enreda en debates estériles sobre si es esto o aquello, ya que no están claras las fronteras dentro-fuera, ni tiene límites físicos. No es esencia, sino potencia. No tiene respuestas sino preguntas, y su estructura es orgánica y en constante movimiento y transformación.
¿Cómo devenimos cuerpo incorpóreo? Juego y conflicto
Dicen que el juego es una de las formas más sencillas de crear comunidad, ya que permite maneras alternativas de mirarnos y expresarnos, posibilitando la participación de quien no se siente llamado por una asamblea, pero sí por el juego con sus vecinas.
El juego nos ayuda a pensarnos cuerpo comunitario, cuerpo incorpóreo. El juego como no-saber-lo-que-va-a-pasar, como incertidumbre, como abandono del control, como improvisación constante, como experimentación. El juego como incomodidad, como tensión. Lanzar una propuesta sin saber qué va a pasar después. Sin necesidad de saberlo. Un juego que implica confianza (en nosotras mismas, en nuestra propuesta, en lo que llegará…) y la explicita.
Conscientes de que lo nuevo emerge de lo desconocido, y que lo desconocido a veces da miedo, quizá necesitamos aprender a transitar el miedo. Todo miedo implica miedo a perder algo. ¿Qué tememos perder en el descontrol y el caos?, ¿qué tipo de estabilidad y seguridad nos da la estructura?, ¿cómo podemos transitar la incertidumbre y el miedo juntas?
Diez años después del desborde quincemero, en plena ola pandémica, tan desbordante, impredecible y contagiosa como el 15M, tan llena de incertidumbre, podemos tomar conciencia de la imposibilidad de vivirnos separadas, ya que nos afecta a todas.
Cambiemos el foco, la perspectiva. Atendamos a la incomodidad, a la necesidad de tensión constante y al conflicto. El conflicto es un territorio a resignificar. Es el motor de cambio que nos hace aprender de nosotras y de las demás. El doloroso e inquietante camino que nos lleva a trascender del predecible bucle a la espiral, que nos invita a desapegarnos de nuestra(s) verdad(es).
Dejemos de producir y re-producir incansables. Sintamos el agotamiento, y descansemos para poder crear. Dejemos de movernos reactivamente e iniciemos un baile de ritmo lento, el ritmo de los cambios que perduran en el tiempo. Paremos cuando haya que parar. Demos tiempo-espacio al silencio, a la duda, al no saber responder ahora mismo. Silencio que acoge, para que el espacio donde ser escuchadas no sea un terreno a conquistar sino un espacio que saborear.
Seamos tribu. La tribu que inventa su mundo. Con toda su cosmogonía. Con sus palabras-movimiento-símbolo. Con todas sus contradictorias voces que, a veces, suenan a la vez y generan armonías hasta ahora nunca escuchadas.
La tribu con la que resuenas y caminas con los ojos cerrados porque la confianza te permite ver mucho más allá. La tribu con la que saltas desde el abismo porque sabes que no saltar te dolerá más. La tribu con la que compartes sueños y miedos, para que los unos vuelen y los otros mueran.
¿Y ahora?
Y ahora, diez años después del desborde quincemero, en plena ola pandémica, tan desbordante, impredecible y contagiosa como el 15M, tan llena de incertidumbre, podemos tomar conciencia de la imposibilidad de vivirnos separadas, ya que nos afecta a todas. Quizá es el momento de aventurarnos a despertar a la realidad de que no hay posibilidad de no-convivencia, ya que compartimos la vida misma.
De nosotras depende aceptar el reto de construir nuevas formas de relación que nos permitan habitar el mundo sintiéndonos vinculadas. Hemos observado la importancia que tienen los espacios informales en los procesos políticos, pero las políticas de emergencia actuales los dificultan e incluso prohíben. ¿Qué nuevas grietas necesitamos habitar?, ¿cómo nos tocamos sin tocarnos?, ¿cómo generamos experiencia de que el otro no es un potencial enemigo?, ¿cómo nos contagiamos de ganas de transformar(nos)?, ¿cómo caminamos sin una meta concreta?, ¿cómo cultivamos la confianza y nos dejamos guiar por la sabiduría corporal?
Ahora que habitar la incertidumbre forma parte de la cotidianidad, quizá podamos rendirle homenaje y aceptarla como una más, y quizá toca agrandar las grietas de las corazas corporales para abrazar y potenciar nuestra propia diversidad.
15M
Diez años del 15M: seguimos indignadas
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