Italia
Giulio Regeni: la memoria del cuerpo

A pesar de una vasta campaña pidiendo justicia, tras tres años de investigaciones y callejones sin salida, el llamamiento internacional para esclarecer la verdad sobre el asesinato de Giulio Regeni permanece aún sin respuesta.

Giulio Regeni Concentracion Londres
Concentración en la embajada egipcia de Londres para exigir responsabilidades por el asesinato de Giulio Regeni. Foto: Alisdare Hickson/AI
Traducción: Pedro Castrillo
3 feb 2019 06:00

El pasado 25 de enero se cumplieron tres años del secuestro de Giulio Regeni, doctorando italiano de 27 años de la Universidad de Cambridge, torturado y asesinado en El Cairo por miembros de las fuerzas de seguridad egipcias, mientras desarrollaba un trabajo de investigación sobre los sindicatos obreros independientes del país africano. El 3 de febrero, nueve días después de su desaparición y quinto aniversario del comienzo de la Primavera Árabe egipcia, su cuerpo sin vida fue hallado en una cuneta a las afueras de El Cairo. El fracaso, hasta el momento, en el intento de llevar a sus asesinos ante los tribunales, así como los numerosos esfuerzos realizados por diversos agentes para enterrar su memoria, muestran la magnitud de los intereses que unen a los Estados de Italia y Egipto.

A pesar de una vasta campaña pidiendo justicia, tras tres años de investigaciones y callejones sin salida, el llamamiento internacional para esclarecer la verdad sobre su muerte (#VeritàPerGiulioRegeni) permanece aún sin respuesta. Desde que tomara posesión el pasado junio, el nuevo gobierno italiano, formado por la Liga de Salvini y el Movimiento 5 Estrellas, no ha mostrado interés alguno en tomar medidas efectivas allí donde sus predecesores habían fracasado. Su preocupación por apuntalar los lazos comerciales con el capital egipcio y la campaña compartida para reprimir a las personas migrantes en el norte de África han llevado al total abandono en la búsqueda de justicia por la muerte de Regeni.

Durante el último año se ha escenificado la total normalización de las relaciones diplomáticas entre ambos países, las cuales sufrieron un momentáneo empeoramiento justo después de la muerte del joven investigador. Esto ha sido posible, entre otras cosas, gracias al lavado de imagen que se ha procurado al-Sisi, con la inestimable colaboración del Estado italiano, que ha incluido campañas depink washingy green washing(en las que el dictador egipcio se ha presentado a sí mismo a favor del “empoderamiento femenino” y como un “ecologista”).

En los primeros tres meses de mandato, los vicepresidentes del gobierno italiano, Matteo Salvini y Luigi Di Maio, así como el Ministro de Exteriores, Enzo Moavero Milanesi, han viajado en diversas ocasiones a Egipto. El Garante Nacional de los Derechos de las Personas Detenidas o Privadas de Libertad italiano ha señalado la existencia de un boom de las repatriaciones forzosas hacia El Cairo de personas “en situación irregular”. Los intereses económicos entre ambos países se han mantenido altísimos: hasta 2.000 millones de euros en exportaciones y 1.500 millones en importaciones. Además, Italia ha continuado con la venta de material armamentístico a Egipto durante todo este tiempo.

Las investigaciones de la Fiscalía de Roma sobre la muerte de Regeni han conducido a la entrega del 5% de los vídeos que las cámaras del metro de El Cairo grabaron el 25 de enero de 2016 (los cuales se revelarían posteriormente inútiles). Además, han sido imputados cinco agentes de los servicios secretos egipcios. Mientras tanto, en las cárceles de al-Sisi —reelegido Presidente del Gobierno en una farsa electoral en marzo de 2018— permanecen recluidas decenas de miles de personas, entre las que se encuentra Ibrahim Metwally, abogado egipcio de la familia Regeni.

El gobierno del cambio que no cambia nada

Igual que en otros casos, como la construcción del TAP (Trans Adriatic Pipeline), la historia de Giulio Regeni ejemplifica muy bien la evolución del lenguaje y de la praxis del nuevo gobierno italiano y demuestra que, en muchas cuestiones, ni la segunda (como a estas alturas debería estar claro) ni el primero (cosa que, al contrario, podría sorprendernos) han cambiado demasiado, si comparamos el antes y el después de las elecciones del pasado 4 de marzo.

Las coordenadas del “discurso institucional sobre el caso Regeni” fueron establecidas ya en las primerísimas intervenciones públicas de los representantes del gobierno de Matteo Renzi. El esquema básico preveía: uno, declarar la necesidad de la verdad; dos, dirigir a Egipto (“aliado y amigo”) una solicitud genérica de colaboración; y tres, insistir en la importancia de los intereses italianos en El Cairo (tanto políticos, contra el ISIS y las personas migrantes, como económicos).

Un mes después del asesinato de Regeni, el entonces primer ministro Matteo Renzi (primer líder europeo en visitar oficialmente a al-Sisi en El Cairo y acogerle en Europa) declaraba: “(...) Precisamente porque somos amigos. Nosotros de los amigos pretendemos solo la verdad” (en una síntesis de los puntos 1 y 2). En la misma intervención, añadía: “Considero totalmente estratégico el liderazgo egipcio para luchar contra el ISIS” (punto 3).

La línea dura del Partido Democrático de Matteo Renzi fue encargada al ministro de Exteriores, Paolo Gentiloni, que retiró al embajador italiano en El Cairo, aunque una vez ascendido a primer ministro se diera prisa en enviar a otro rápidamente. Gentiloni tomó infelizmente esa decisión el 14 de agosto de 2017, cuarto aniversario de la Masacre de Rabaa, ejecutada por los militares de al-Sisi. Ese hipócrita contraste entre lo que se declaraba y las acciones concretas que los representantes gubernamentales tomaban, llevaron finalmente a la implosión de las actitudes filo-institucionales de la familia Regeni.

En aquel momento desde la oposición, el Movimiento 5 Estrellas tomó en seguida un papel activo en la campaña por la verdad. Por un lado, la biografía de Regeni casaba bien con su concepto de “ciudadano”, mientras que, por otro, la actitud del Partido Democrático y de su aliado, el Nuevo Centroderecha [partido del exberlusconiano Angelino Alfano, N. del T.], hacia el caso permitía utilizarlo en clave antigubernamental.

La actitud del Movimiento 5 Estrellas en esta historia ha sido siempre poliédrica, cediendo por un lado a las retóricas de la derecha (evocaciones a la dignidad nacional, referencias a la ingenuidad del trabajo de Regeni, etc., aún sin caer en la insidia y la difamación) y poniendo el foco en las responsabilidades del gobierno, con el fin de presentarse como inocentes (“vuestras manos están sucias de sangre y petróleo, las nuestras están blancas”, acusaba el diputado Stefano Lucini al gobierno en 2016). Alessandro Di Battista [mediático diputado del M5E, N. del T.] se presentó desde el principio como portavoz del Movimiento en el caso Regeni. En noviembre de 2016, se indignó por “la farsa de Egipto en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU” (“¿En qué se ha convertido Italia, en el felpudo de todos los países del mundo?”) y meses después, no tenía ninguna duda “de que Renzi, Gentiloni, Minniti y Alfano son unos traidores a la Patria”. El mes siguiente, escribía al primer ministro, Paolo Gentiloni, insinuando que Giulio Regeni, igual que años antes el empresario del petróleo Enrico Mattei, había sido asesinado “para atacar los intereses italianos”.

En la presente legislatura, el relevo de Di Battista lo ha tomado el presidente del Congreso, Roberto Fico, que ya en otras ocasiones ha asumido el papel de lavandero de los trapos sucios del Estado. Fico se ha mostrado acogedor con los progenitores de Regeni, a los que ha recibido en el Congreso, y ha roto las relaciones de la Cámara italiana con el Parlamento egipcio. Esta decisión ha sido emulada por Ignacio Corrao y Fabio Massimo Castaldo, eurodiputados del Movimiento 5 Estrellas que han presentado una resolución para pedir la suspensión de las relaciones diplomáticas también con el Parlamento Europeo y denunciar la violación de derechos humanos en Egipto.

El esquema del palo y la zanahoria —en el que Fico es la nueva (hipócrita) zanahoria para el “ala izquierda” del Movimiento 5 Estrellas— tiende inexorablemente hacia el primer elemento. En su primera misión en el extranjero como ministro de Desarrollo Económico, Luigi Di Maio declaró a los periodistas que al-Sisi le había dicho: “Giulio Regeni era uno de los nuestros”. Mientras pronunciaba esas palabras, el también vicepresidente del Gobierno no era consciente de que al-Sisi se estaba apropiando, manipulando completamente su significado, de un eslogan que los opositores de al-Sisi, desde los muros de las cárceles y de las calles, habían dedicado a Giulio, asesinado como un egipcio.

‘Los italianos primero... ¿y Giulio?’ preguntaba la pancarta expuesta por algunos activistas de Amnistía Internacional en un mitin de Matteo Salvini, antes de que se les confiscase la misma y fueran identificados. La Liga de Salvini y el resto de fuerzas de la derecha institucional, tras un primer momento de orgullo nacional, han mantenido una actitud de sospecha frente al caso Regeni (“no querríamos vernos obligados a tener que quitar una lápida”), basada en teorías conspirativas: Regeni ha sido, alternativamente, un espía británico o una víctima de los servicios secretos ingleses. Cuando la implicación de la intelligence egipcia se hizo demasiado evidente como para proponer hipótesis alternativas, la posición de la Liga se estabilizó en una genérica ordenación de las prioridades, donde antes que nada se colocaba la renormalización de las relaciones diplomáticas con Egipto. A ese interés político le ha acompañado un desplazamiento retórico del caso Regeni hacia una “cuestión familiar” (“entiendo bien la petición de la familia de Giulio Regeni, pero para nosotros, para Italia, resulta fundamental mantener las relaciones con un país tan importante como lo es Egipto”, declaró Salvini al Corriere della Sera).

La privatización forzada de una historia que se ha desarrollado siempre en el ámbito público representa un claro intento de despolitización de la misma, pero también, al mismo tiempo, una superación del contraste entre declaraciones verbales e intenciones. Ya no es necesario fingir. Llegados a este punto, lo terrible de los actos puede acompañarse con palabras igual de terribles.

La Liga y el Movimiento 5 Estrellas, con posiciones inicialmente distantes también en el caso Regeni, una vez unidas en el gobierno del país han virado de forma conjunta hacia un desinterés por el mismo. Este escenario no es solo consecuencia de una serie de inercias, sino también de una situación geopolítica que ha sufrido pocos o ningún cambio. El mantenimiento de relaciones positivas con el régimen autoritario egipcio resulta obligatorio por la influencia que al-Sisi ejerce en Libia, especialmente en los territorios controlados por el general Haftar, uno de cuyos comandantes tiene una orden de arresto internacional por crímenes de guerra, y que ha sido aun así considerado aliado clave por parte de ejecutivos italianos de distinto color político. Esta alianza fue escenificada en un encuentro en Palermo (Sicilia), que reunió a Haftar y Serraj (jefe del gobierno títere de Trípoli, del cual Italia es el primer patrocinador), con la bendición de al-Sisi. A esto se le añade el creciente protagonismo del dictador egipcio en materia de oposición a la inmigración “clandestina” hacia Europa.

En ese sentido, el gobierno italiano actual se posiciona en continuidad con el proyecto desarrollado por el ex ministro del Interior del Partido Democrático, Marco Minniti, a lo largo del 2017: desde la “diplomacia del desierto” con las milicias libias como proveedores de la corrupta Guardia Costera local para ejecutar operaciones de bloqueo de los flujos migratorios, hasta la cuestión del “cierre de puertos”, presentada por Minniti, y más tarde abrazada y ejecutada por Salvini como medida antiinmigración, aun habiéndose revelado, de facto, un mero (y potente) instrumento propagandístico. La estrategia actual es esencialmente la misma que cuando gobernaba el Partido Democrático en alianza con el Nuevo Centroderecha de Alfano: encargar a las facciones libias la represión de los migrantes que se dirigen hacia las costas italianas. En ese contexto, resulta fácil entender que, para mantener buenas relaciones con el aliado de El Cairo, hay que evitar contrariarlo con peticiones de verdad sobre el asesinato de Regeni.

No obstante, analizando más en profundidad, en estos tres años se han producido también novedades y rupturas con el pasado. En 2016, la ausencia del delito de tortura en el ordenamiento jurídico italiano se convirtió en una nota que desentonaba con las (tímidas) peticiones que Italia dirigía a Egipto: incluso si los responsables de la muerte del joven investigador hubiesen sido traducidos delante de un tribunal italiano, habría sido imposible, de facto, condenarlos por tortura. Desde hace menos de un año, el Estado italiano se ha dotado de una ley respecto esta materia (L. 110/2017), aunque con una serie de límites profundos. Por ejemplo, la ley califica la tortura no como un delito del funcionario público, sino como un delito genérico. Además, dificulta que se castiguen comportamientos omisivos (como la privación de comida o agua), no prevé indemnizaciones para las víctimas y se concentra en la reiteración de las torturas.

No obstante, el problema más grave de la nueva ley es que genera un marco en el cual resulta difícil perseguir la tortura perpetrada por quienes gestionan para nosotros los flujos migratorios en lugares como Libia o Sudán. En otras palabras: Italia está “delegando” la tortura en otros Estados, mientras se dota a sí misma de una norma interna contra esta.

Son ya irrefutables los datos sobre las gravísimas violaciones de derechos humanos que tienen lugar en los centros de detención para migrantes gestionados por las autoridades libias: desde aquellas documentadas por ONG como Médicos por los Derechos Humanos y Amnistía Internacional, a las denunciadas por las Naciones Unidas. A estas se les añade una sentencia histórica con la que el Tribunal de Jurado de Milán ha condenado recientemente a un ciudadano somalí por las violencias infringidas a personas encerradas en el campo libio de Bani Walid. También en esta cuestión el nuevo gobierno italiano continúa la línea de sus predecesores: la visita de hace unos meses de Salvini a un campo de detención libio en construcción (“[...] para desmontar la retórica según la cual en Libia se tortura y no se respetan los derechos humanos”) forma parte de las excursiones farsa en localidades creadas adhoc para invitados extranjeros que llevan tiempo realizándose. Por otro lado, el Decreto Ley sobre Seguridad e Inmigración (más conocido como ‘Decreto Salvini’) aprobado en noviembre del pasado año endurece aún más la actitud ya represiva de los precedentes ministros del Interior.

La amnesia colectiva

En una agenda política de ese tipo no parece que haya espacio para una petición seria de verdad y justicia para Giulio Regeni. Más aún, la actual mayoría parlamentaria puede permitirse el inmovilismo respecto al caso pagando un precio político menor que sus predecesores.

Dentro de una retórica nacionalista y obsesionada con la seguridad, hostil al europeísmo y al cosmopolitismo en cualquiera de sus formas, y cada vez más propensa a considerar los derechos como simples adornos también dentro de las fronteras italianas, una figura como la del doctorando de Cambridge resulta casi alienígena. Así, no resulta difícil “domesticar” la memoria de Regeni, abstraerla de los últimos acuerdos con Egipto y Libia, de las violencias continuamente perpetradas en aquellos lugares: el silencio y la inacción son suficientes para un electorado que tiene otras prioridades.

Debemos por tanto interrogarnos sobre el significado de una memoria que, tres años después de la muerte de Giulio, no se reduzca a una mera conmemoración de la comunidad de pulseras amarillas, sino que continúe siendo políticamente radical.

Hasta el año pasado, parecía posible que el recuerdo de Regeni sirviese para ejemplificar el destino de los miles de egipcios y egipcias que han pagado con la privación de libertad o con la muerte su oposición al régimen de al-Sisi. Así, la petición de justicia para un europeo asesinado como un egipcio habría podido iluminar el contexto en el que su homicidio y el de otros ha tenido lugar, visibilizando los peligros y las violencias a las que están sometidos los y las activistas en Egipto, y desmantelando definitivamente las reconstrucciones, absurdas y ofensivas, que presentan la muerte de Regeni como un evento inexplicable, o reduciéndolo, por ejemplo, a una simple historia de novela de espías.

En la actual situación política italiana observamos una inversión completa de esa dinámica: la horrenda muerte de un compatriota no solo no ha generado un aumento de la atención hacia los derechos humanos en Egipto, sino que ha sido cubierta con el mismo desinterés que invisibiliza las vidas (y las muertes) de quienes se encuentran más allá de nuestras fronteras. En una situación en la que retóricas racistas y xenófobas se han integrado totalmente en el mainstream, Regeni podría convertirse en uno “que se lo estaba buscando” porque ha tenido la osadía de atravesar las fronteras (geográficas y no) para investigar sobre la realidad social egipcia: un intelectual de izquierdas movido por nobles ideales pero incapaz de “salvarse a sí mismo”, utilizando una expresión usada últimamente en vomitivas columnas sobre Silvia Romano, cooperante secuestrada en Kenya hace unos meses.

Giulio Regeni no puede y no debe interesarnos, por tanto, porque su final nos recuerda demasiado a otros tantos miles que hemos decidido no ver. Una vez más, la Liga y el Movimiento 5 Estrellas recogen los frutos de las fatídicas políticas del Partido Democrático: sacrifican la búsqueda de la verdad para el joven investigador a cambio de una operación de amnesia colectiva que permita hacernos olvidar las vidas truncadas en el Mediterráneo y en la periferia del imperio.

Recomenzar desde el cuerpo

Si aun así decidimos no resignarnos al horror del presente, tendremos que identificar una modalidad de resistencia que nos permita mantener viva la memoria, no cerrar los ojos al mundo. Podríamos recomenzar desde el grado cero de la política o, lo que es lo mismo, el cuerpo. Se ha hablado mucho en los últimos días del cuerpo de un adolescente de 14 años proveniente de Mali, que fue encontrado en de un barco naufragado no muy lejos de la costa italiana, el 18 de abril de 2015. Como explicó en su momento la anatomopatóloga Cristina Cattaneo, el joven tenía cosida a la chaqueta una copia de su expediente escolar. Una especie de billete de visita para una existencia mejor que nunca habría de comenzar.

Un cadáver conmueve, nos hace enmudecer, enciende nuestros sentimientos de culpabilidad, pero perversamente puede acabar por apaciguarnos, porque no nos cuestiona directamente y alimenta la ilusión de que contra el horror de la injusticia puede bastar soluciones prepolíticas, evocándose abstractas nociones de “humanidad”.

Si hay algo que la condición política actual nos enseña es que incluso la idea más básica de humanidad es profundamente política, y que ya no se puede dar nada por descontado en un país en el que el umbral de tolerancia ética avanza cotidianamente a través de territorios que no hace mucho se consideraban off limits. Así, la hipocresía respecto a Regeni a la que nos habían acostumbrado los gobiernos precedentes ha dejado paso, sin demasiadas polémicas, a una indiferencia que no tiene ya la necesidad de disfrazarse de otra cosa.

Para no quedarnos atrapados en esa telaraña, tendremos que prestar atención a los cuerpos, a los sufrimientos que han vivido, sin detenernos en el nivel epidérmico de la compasión por sus cicatrices. Hay cuerpos que, si se les escucha, hablan con fuerza, como los de los refugiados somalíes que, en las aulas del Tribunal de Jurado de Milán, se quitaron sus camisetas para mostrar a los jueces, evitando todo tipo de malentendido verbal, lo que habían sufrido en Libia. Otros cuerpos, como los del joven maliense, ya no tienen voz, por lo que tendremos que preguntarnos quién o quiénes, dejándoles morir, les han quitado la palabra.

Todavía clama, no venganza, sino justicia, el cuerpo de Giulio Regeni, en el cual su madre vio “todo el mal del mundo”. Se trata de un mal actual, que no se detiene, y que estamos llamados a reconocer y a conocer, sin echar la vista hacia otro lado.


Texto publicado originalmente en Jacobin Italia.

 


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